Kim Pérez
Actualizado, 7 de febrero de 2016
Esta noche, en un largo rato de los que
me desvelo, y aprovecho para pensar en la soledad, el silencio y la oscuridad,
he pensado con asombro que la Ecología es el sistema más parecido hoy al
clásico e incluso al escolasticismo católico, basado en este punto en la
filosofía de Aristóteles, que se puede cualificar como la filosofía del sentido común.
La Ecología parte de que la naturaleza
sigue un orden que los humanos debemos entender y respetar.
Otros sistemas privilegian la voluntad
humana; entienden que podamos hacer todo lo que queramos, pero los resultados
pueden ser catastróficos.
Al pensar en ese orden, vemos que es
sutilísimo, generando la inmensa complejidad de nuestros cuerpos, de nuestras
conductas, de nuestras conciencias, todo tan difícil de entender, que merece
que seamos lo más naturales que podamos para asegurarnos de que ese mismo orden
nos protegerá en lo que podamos ser protegidos.
Por ejemplo, la drogadicción es
antiecológica porque rompe el orden de nuestro ser, llevándonos a un bienestar
químico repentino que no tiene que ver con nuestros lentos procesos químicos
naturales, en los que nuestro cuerpo y nuestra mente se acompasan
tranquilamente.
Naturalmente, esto me lleva a
preguntarme cuál es el valor ecológico de mi transexualidad, y lo encuentro
enseguida pensando que yo misme soy fruto de un largo proceso natural, que duró
muchos años, desde que fui concebide, hasta hacerme una persona ambigua o
andrógina como soy.
¿De qué vale todo esto, por qué nuestro
ecosistema tendría interés en hacerme como soy?
Sencillamente, porque la variabilidad de
las especies es un valor ecológico, porque aumenta su adaptabilidad y por
tanto, sus ocasiones de supervivencia.
La especie humana es sexogenéricamente
muy variable. Formamos en todo continuos o escalas que van desde las formas más
extremas a las formas intermedias, lo que he llamado conjuntos difusos de sexogénero.
Masculinidad y feminidad extremas son útiles para la adaptación humana, pero
también las formas intermedias, en las que el continuo masculinidad/ feminidad
forma capacitaciones especiales.
En mi experiencia, yo he creído verlo en
el trabajo de la enseñanza, en el que mis cualidades ambiguas, en realidad no
medio masculinas ni medio femeninas, sino masculinas y femeninas a la vez,
resultaban útiles en la práctica.
Supongo que otras personas trans, con
otras experiencias laborales, habrán visto lo que pueden aportar de original y
valioso simplemente por ser trans; por tener a la vez una capacidad para vivir
lo objetivo y lo subjetivo, mientras que la mayoría de los varones son más
objetivistas (interesándose mucho por las máquinas, por ejemplo), mientras que
la mayoría de las mujeres son más subjetivistas (interesándose mucho por las
vidas humanas)
Pues a veces puede ser interesante para
la especie que haya personas que podamos ser a la vez objetivas y subjetivas, y
si eso lo podemos hacer con facilidad muchas personas trans, mejor.
Éste sería un descubrimiento del orden
natural, y por eso formaría parte de la ciencia ecológica. Puede haber otros,
distintos.
= = = =
Poner en relación la transexualidad con
el conjunto de la naturaleza, sobrecoge; así se afirma el valor de la visión
ecológica, que se hace irrenunciable en cuanto se comprende el rigor del método
realista, lo que plantea el dilema de si la transexualidad es ecológicamente
válida o no.
Empecemos por la descripción del método
que vamos a seguir. La verdad será la adecuación de la inteligencia a la cosa.
Esto supone dos realidades como punto de partida: la que mira y lo que mira. Y
la necesidad de que, dentro de lo que se mira, la representación corresponda lo
más exactamente que se pueda a lo representado.
La utilidad de este método se puede
decir en pocas palabras: que si yo me enfrento objetivamente a un peligro,
pueda ver con la mayor precisión que sea posible el peligro que me amenaza.
Esto, efectivamente, es de sentido común, pero en el pensamiento de principios
del siglo XXI está cuestionado por el subjetivismo, el relativismo o el voluntarismo.
La Ecología vuelve a poner las cosas en
su sitio. No somos los dueños del Universo, como tiende a pensar el
voluntarismo liberal. Nos encontramos en cambio con todo un mundo de hechos,
cuyas relaciones obedecen a una Lógica que tenemos que entender para poder
actuar respetándola.
Consideremos la sexuación: movida por
los mecanismos del placer, está dirigida primariamente al intercambio de genes
en el momento de la reproducción, y secundariamente sirve para otras funciones:
mantenimiento de la vida social, en las especies en las que ésta significa una mejor adaptación, y estímulo
para la vida individual; en el caso de la consciencia humana, este estímulo
genera la experiencia del placer e incluso la del amor, así como la de la autoafirmación
y la rivalidad.
Observemos en la Biología, base de la
Ecología, un sentido finalista que está ausente en otras ciencias de la
naturaleza, como la Física o la Química, que en la inmensa escala de sus campos
de estudio parecen ser meramente descriptivas. Al hablar de la sexuación, como hecho
biológico, hablamos de que “sirve para” y enunciamos finalidades primarias y
secundarias.
Pasar el hecho de la transexualidad por
esta plantilla ofrece resultados paradójicos: los más notorios son la mayor
dificultad para la reproducción y la mayor facilidad para la afirmación
personal. Estamos definiendo a la vez un mal y un bien, entendidos como la
adecuación menor o mayor de la sexuación a sus fines.
Pero la consideración más de cerca de la
sexuación nos permite ver perspectivas empíricas que transforman esa visión
finalista. Sabemos que la reproducción es una función de la especie, no de los
individuos. Por ejemplo, las abejas y las hormigas crían una mayoría de individuos estériles con el fin de que su
trabajo permita la reproducción de una pequeña minoría de individuos fértiles.
Por tanto, también en nuestra especie la
reproducción es un deber del conjunto de la especie. Mientras que, en nuestras
condiciones de vida, la mayoría de los individuos de la especie se reproduzca,
podemos permitirnos que haya una minoría que, voluntaria o involuntariamente,
no se reproduzca.
Veamos ahora qué tiene que ver la
transexualidad con la mayor facilidad para la afirmación personal. Se puede
explicar en pocas palabras también: no podemos seguir la corriente mayoritaria,
en la que basta con dejarse llevar. En la sociedad hetera es suficiente con
seguir los propios impulsos instintivos para encontrar un lugar social, como lo
encuentran aves o mamíferos no humanos, sin necesidad de reflexión sobre sí. En
nuestro caso, comprendemos que estamos contrariando el pilar fundamental de la
sociedad hetera, y nos vemos obligades a una reflexión profunda sobre lo que
soy yo. Esta reflexión puede culminar con inmenso dolor en la convicción de que
yo no puedo transitar o en la jubilosa convicción de que sí, aun en una medida
no total, en cuyo caso se convierte en afirmación personal, pero en todas las
historias, es la de una percepción de lo que soy yo, como distinte de mi propio
cuerpo y de la mayoría que no se lo cuestiona.
Esta distancia entre lo que soy yo y mi
apariencia es la esencia de la condición humana. Se da, con casi igual
intensidad, en las personas de rostros abrasadados o en las mujeres feas, que
al mirarse en el espejo, saben que no es a ellas a quien ven (Rosa Chacel),
sino su apariencia, como un velo que las disfraza, y les impide conocer el amor
o les dificulta la procreación; y es humano valorar estas condiciones por
cuanto nos permiten conocer la distancia entre la posibilidad de decir yo y la
apariencia que estorba a los otros vernos como somos.
Y entonces es más importante la realidad
de que existamos personas singulares que la de que podamos procrear. Nuestra existencia se convierte en una
vanguardia ejemplar para quienes se suman con naturalidad a la corriente
principal, aunque de momento se encuentren en la fase de los denuestos. No en
balde, algunas de las más amistosas nos dicen “admiro tu valentía”, porque
estamos abriendo nuevas perspectivas al estado de opresión humana por la
ignorancia, el poder, las circunstancias...
En este ámbito, la Ecología se
transforma al llegar al ser humano. Si fuéramos seres como los animales,
nuestra perspectiva sería vivir nuestro estado natural entre ellos, en un clima
intertropical, alimentándonos de lo que estuviera a nuestro alcance, como lo
hacíamos hace centenas de miles de años. Parece que la finalidad de la Biología
es formar seres cada vez más inteligentes, mejor adaptados para sobrevivir, y
éste es el resultado de la evolución humana. Pero cuando nuestra inteligencia y
nuestra cultura nos han llevado a un nivel determinado, nos hemos preguntado “¿y
si las cosas pudieran no ser como son?”.
Pregunta que funda la civilización
humana y en ella, la transexualidad, no lejos de su centro, porque como he
dicho, alteramos el pilar fundamental de la sociedad humana, que es la primera
división del trabajo, la función de los sexos. Ante esta irrupción de las
libertades humanas, la Ecología debe reconocer, como se hacía hace siglos, que
la naturaleza ha “servido para” la aparición de los seres humanos, y que una
vez surgidos, tenemos responsabilidades de hermanos mayores para el resto de la
naturaleza.
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