domingo, 31 de enero de 2016

UN BOSQUEJO DE ECOTRANSEXOLOGÍA

Kim Pérez

Actualizado, 7 de febrero de 2016

Esta noche, en un largo rato de los que me desvelo, y aprovecho para pensar en la soledad, el silencio y la oscuridad, he pensado con asombro que la Ecología es el sistema más parecido hoy al clásico e incluso al escolasticismo católico, basado en este punto en la filosofía de Aristóteles, que se puede cualificar como la filosofía del  sentido común.

La Ecología parte de que la naturaleza sigue un orden que los humanos debemos entender y respetar.

Otros sistemas privilegian la voluntad humana; entienden que podamos hacer todo lo que queramos, pero los resultados pueden ser catastróficos.

Al pensar en ese orden, vemos que es sutilísimo, generando la inmensa complejidad de nuestros cuerpos, de nuestras conductas, de nuestras conciencias, todo tan difícil de entender, que merece que seamos lo más naturales que podamos para asegurarnos de que ese mismo orden nos protegerá en lo que podamos ser protegidos.

Por ejemplo, la drogadicción es antiecológica porque rompe el orden de nuestro ser, llevándonos a un bienestar químico repentino que no tiene que ver con nuestros lentos procesos químicos naturales, en los que nuestro cuerpo y nuestra mente se acompasan tranquilamente.

Naturalmente, esto me lleva a preguntarme cuál es el valor ecológico de mi transexualidad, y lo encuentro enseguida pensando que yo misme soy fruto de un largo proceso natural, que duró muchos años, desde que fui concebide, hasta hacerme una persona ambigua o andrógina como soy.

¿De qué vale todo esto, por qué nuestro ecosistema tendría interés en hacerme como soy?
Sencillamente, porque la variabilidad de las especies es un valor ecológico, porque aumenta su adaptabilidad y por tanto, sus ocasiones de supervivencia.

La especie humana es sexogenéricamente muy variable. Formamos en todo continuos o escalas que van desde las formas más extremas a las formas intermedias, lo que he llamado conjuntos difusos de sexogénero. Masculinidad y feminidad extremas son útiles para la adaptación humana, pero también las formas intermedias, en las que el continuo masculinidad/ feminidad forma capacitaciones especiales.

En mi experiencia, yo he creído verlo en el trabajo de la enseñanza, en el que mis cualidades ambiguas, en realidad no medio masculinas ni medio femeninas, sino masculinas y femeninas a la vez, resultaban útiles en la práctica.
Supongo que otras personas trans, con otras experiencias laborales, habrán visto lo que pueden aportar de original y valioso simplemente por ser trans; por tener a la vez una capacidad para vivir lo objetivo y lo subjetivo, mientras que la mayoría de los varones son más objetivistas (interesándose mucho por las máquinas, por ejemplo), mientras que la mayoría de las mujeres son más subjetivistas (interesándose mucho por las vidas humanas)

Pues a veces puede ser interesante para la especie que haya personas que podamos ser a la vez objetivas y subjetivas, y si eso lo podemos hacer con facilidad muchas personas trans, mejor.
Éste sería un descubrimiento del orden natural, y por eso formaría parte de la ciencia ecológica. Puede haber otros, distintos.

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Poner en relación la transexualidad con el conjunto de la naturaleza, sobrecoge; así se afirma el valor de la visión ecológica, que se hace irrenunciable en cuanto se comprende el rigor del método realista, lo que plantea el dilema de si la transexualidad es ecológicamente válida o no.

Empecemos por la descripción del método que vamos a seguir. La verdad será la adecuación de la inteligencia a la cosa. Esto supone dos realidades como punto de partida: la que mira y lo que mira. Y la necesidad de que, dentro de lo que se mira, la representación corresponda lo más exactamente que se pueda a lo representado.

La utilidad de este método se puede decir en pocas palabras: que si yo me enfrento objetivamente a un peligro, pueda ver con la mayor precisión que sea posible el peligro que me amenaza. Esto, efectivamente, es de sentido común, pero en el pensamiento de principios del siglo XXI está cuestionado por el subjetivismo, el relativismo o el voluntarismo.

La Ecología vuelve a poner las cosas en su sitio. No somos los dueños del Universo, como tiende a pensar el voluntarismo liberal. Nos encontramos en cambio con todo un mundo de hechos, cuyas relaciones obedecen a una Lógica que tenemos que entender para poder actuar respetándola.

Consideremos la sexuación: movida por los mecanismos del placer, está dirigida primariamente al intercambio de genes en el momento de la reproducción, y secundariamente sirve para otras funciones: mantenimiento de la vida social, en las especies en las que ésta  significa una mejor adaptación, y estímulo para la vida individual; en el caso de la consciencia humana, este estímulo genera la experiencia del placer e incluso la del amor, así como la de la autoafirmación y la rivalidad.

Observemos en la Biología, base de la Ecología, un sentido finalista que está ausente en otras ciencias de la naturaleza, como la Física o la Química, que en la inmensa escala de sus campos de estudio parecen ser meramente descriptivas. Al hablar de la sexuación, como hecho biológico, hablamos de que “sirve para” y enunciamos finalidades primarias y secundarias.

Pasar el hecho de la transexualidad por esta plantilla ofrece resultados paradójicos: los más notorios son la mayor dificultad para la reproducción y la mayor facilidad para la afirmación personal. Estamos definiendo a la vez un mal y un bien, entendidos como la adecuación menor o mayor de la sexuación a sus fines.

Pero la consideración más de cerca de la sexuación nos permite ver perspectivas empíricas que transforman esa visión finalista. Sabemos que la reproducción es una función de la especie, no de los individuos. Por ejemplo, las abejas y las hormigas crían una mayoría de  individuos estériles con el fin de que su trabajo permita la reproducción de una pequeña minoría de individuos fértiles.

Por tanto, también en nuestra especie la reproducción es un deber del conjunto de la especie. Mientras que, en nuestras condiciones de vida, la mayoría de los individuos de la especie se reproduzca, podemos permitirnos que haya una minoría que, voluntaria o involuntariamente, no se reproduzca.  

Veamos ahora qué tiene que ver la transexualidad con la mayor facilidad para la afirmación personal. Se puede explicar en pocas palabras también: no podemos seguir la corriente mayoritaria, en la que basta con dejarse llevar. En la sociedad hetera es suficiente con seguir los propios impulsos instintivos para encontrar un lugar social, como lo encuentran aves o mamíferos no humanos, sin necesidad de reflexión sobre sí. En nuestro caso, comprendemos que estamos contrariando el pilar fundamental de la sociedad hetera, y nos vemos obligades a una reflexión profunda sobre lo que soy yo. Esta reflexión puede culminar con inmenso dolor en la convicción de que yo no puedo transitar o en la jubilosa convicción de que sí, aun en una medida no total, en cuyo caso se convierte en afirmación personal, pero en todas las historias, es la de una percepción de lo que soy yo, como distinte de mi propio cuerpo y de la mayoría que no se lo cuestiona.

Esta distancia entre lo que soy yo y mi apariencia es la esencia de la condición humana. Se da, con casi igual intensidad, en las personas de rostros abrasadados o en las mujeres feas, que al mirarse en el espejo, saben que no es a ellas a quien ven (Rosa Chacel), sino su apariencia, como un velo que las disfraza, y les impide conocer el amor o les dificulta la procreación; y es humano valorar estas condiciones por cuanto nos permiten conocer la distancia entre la posibilidad de decir yo y la apariencia que estorba a los otros vernos como somos.

Y entonces es más importante la realidad de que existamos personas singulares que la de que podamos  procrear.  Nuestra existencia se convierte en una vanguardia ejemplar para quienes se suman con naturalidad a la corriente principal, aunque de momento se encuentren en la fase de los denuestos. No en balde, algunas de las más amistosas nos dicen “admiro tu valentía”, porque estamos abriendo nuevas perspectivas al estado de opresión humana por la ignorancia, el poder, las circunstancias...

En este ámbito, la Ecología se transforma al llegar al ser humano. Si fuéramos seres como los animales, nuestra perspectiva sería vivir nuestro estado natural entre ellos, en un clima intertropical, alimentándonos de lo que estuviera a nuestro alcance, como lo hacíamos hace centenas de miles de años. Parece que la finalidad de la Biología es formar seres cada vez más inteligentes, mejor adaptados para sobrevivir, y éste es el resultado de la evolución humana. Pero cuando nuestra inteligencia y nuestra cultura nos han llevado a un nivel determinado, nos hemos preguntado “¿y si las cosas pudieran no ser como son?”.


Pregunta que funda la civilización humana y en ella, la transexualidad, no lejos de su centro, porque como he dicho, alteramos el pilar fundamental de la sociedad humana, que es la primera división del trabajo, la función de los sexos. Ante esta irrupción de las libertades humanas, la Ecología debe reconocer, como se hacía hace siglos, que la naturaleza ha “servido para” la aparición de los seres humanos, y que una vez surgidos, tenemos responsabilidades de hermanos mayores para el resto de la naturaleza.   


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