domingo, 25 de mayo de 2014

PREDICTIBILIDAD DE LA EVOLUCIÓN DE MENORES FEMINIZANTES O MASCULINIZANTES


Kim Pérez

Estos esquemas nos permiten apuntar algunas perspectivas de la evolución personal desde la menor edad, cuando comienzan a verse estas variaciones de sexogénero.

Desde una edad muy temprana, acaso desde los dos años en adelante, comienzan a verse diferencias conductuales, en relación con menores del mismo sexo aparente.

Estas diferencias conductuales pueden hacer ver en personas XY una delicadeza, o introversión, o preferencia por juegos tranquilos, o sensibilidad, o emotividad o impresionabilidad; en personas XX, pueden suponer una energía intensa, un temperamento más asertivo, más movilidad, y preferencia por juegos rudos, y peleas, y aspereza.

Las variaciones conductuales pueden permanecer inconscientes, si son más ambiguas; las personas mayores pueden ser en cambio muy conscientes de ellas, y comenzar a interactuar con la persona menor en términos de aceptación o rechazo que poco a poco van despertando un eco en su conciencia.  

En otras personas, estas diferencias conductuales pueden hacerse conscientes, si son bastante intensas, y entonces se pueden transformar en diferencias de género, también desde la misma edad temprana, y se hacen visibles, en personas XY y XX, respectivamente en la imitación de la madre o del padre, en la preferencia por las ropas femeninas o masculinas (en este caso, sin poder soportar las femeninas), en los juegos y juguetes de niñas o de niños.

En cuanto a los juguetes, los libremente elegidos, los soñados, los solicitados una y otra vez, pueden ser indicadores de la naturaleza feminizante o ambigua o masculinizante de quienes los piden (es el test de los Reyes Magos o de Papá Noel)  

Hay en ellos dos clases de juegos, unos más definidos como femeninos o masculinos y otros más ambiguos y más nobinarios, lo mismo que, para los más definidos, hay dos niveles, uno más géneroexplícito, y otro más géneroimplícito.

En el primer nivel, el de los objetos, están las muñecas, especialmente los bebés que se puede cuidar y las que se pueden peinar o vestir, visibilizando el propio futuro, y las casitas que representan una seguridad y acogida entre sus cuatro paredes, por una parte;

=y los vehículos y circuitos de competición y los que representan sueños épicos (piratas, la conquista del espacio, muñecos musculados), junto con los juegos electrónicos que representan combates o carreras vertiginosas, por otra.

En el segundo nivel, muy cuidado actualmente por los fabricantes, conscientes de las necesidades del marketing, están las texturas y los colores.

Se pueden encontrar objetos de trapo, blandos, o muñecos con largos cabellos, incluso caballitos con larguísimas crines y colas, y colores claros, tendentes a los tonos pastel, o alegres y luminosos, soleados; casitas por ejemplo con ventanas de par en par y jardineras floridas, y colores rosas, fucsias, celestes, etcétera,

=o bien objetos duros, en colores oscuros (representativos del combate) o sombríos, de aspectos terribles (dinosaurios) o de armamentos de cienciaficción

(En este sentido, tengo que registrar una evolución sorprendente y criticable en los últimos cincuenta años; antes, los juguetes para los varones eran mucho más alegres, más naturales, trenes, barcos de vela, juegos de construcción o de mecánica, que podían tener perspectivas pacíficas, mientras que los de hoy están hundidos en una agresividad extrema que hace vivir en sueños de placer por la competición y la violencia; basta con ver muchos de los anuncios de televisión para sorprenderse)

En las series de televisión se observa la misma dicotomía: las series para niñas o para niños se diferencian del primer vistazo; en las primeras, colores alegres; en las segundas, colores oscuros; en las primeras, vida diaria, ternura, humor; en las segundas, violencia sonora y visual (ráfagas de estrellas)

Es muy posible que las personas menores XY feminizantes prefieran la tranquilidad de los juguetes y las series para niñas y los menores  XX masculinizantes disfruten de la acción y la violencia virtual de los juguetes y las series para niños.

Y en todas las personas menores, niñas, niños, en todas, se puede observar también una frecuente ambigüedad, en cuanto a la elección de juguetes, compatible con la tendencia mayoritaria; hay por ejemplo muchas mujeres heteras a las que nunca les ha gustado jugar con muñecas.

Obsérvense que son diferencias de sexualidad (de conducta asociada biológicamente al sexo: tranquilidad o movilidad, sensibilidad o acometividad, apacibilidad o combatividad)

Estas variaciones se pueden convertir también en diferencias de identidad de género: entenderse a sí fundamentalmente como una niña o niño, necesidad de expresarse mediante ropa de niña o de niño, elegir para sí un nombre de niña o de niño…

En algunas personas XY feminizantes, en las que he observado que la orientación ginesexual se convierte en identidad es la conducta la que suele ser poco definida en cualquier sentido, por lo que su variación es más que de sexualidad, de género.

Por tanto, nos encontramos ante variaciones que tienen que ver o con la sexualidad o con el género o con una y otro.

También, desde muy temprano, hay variaciones de orientación, aunque esto no tiene que ver directamente con las naturalezas feminizantes o masculinizantes, como no tiene que ver con las asignadas como femeninas o masculinas.

Entre las personas XY feminizantes se pueden encontrar orientaciones androsexuales y quizá más frecuentemente, ginesexuales.

En XX masculinizantes se pueden encontrar orientaciones más frecuentemente ginesexuales y a veces androsexuales.

Antes de la pubertad, las orientaciones suelen ser sobre todo afectivas, de simpatía; en la preadolescencia, puede producirse una mayor definición, en términos negativos.

Uno de los dos sexos es sentido como el otro, el distinto, el incomprensible, independientemente de que, en la adolescencia, el estímulo sexual, el pellizco, venga dado por personas del sexo afín o del diferente, o por las de ambos, o no llegue a sentirse ante nadie.

(El placer)

Para la persona menor, en las edades infantil o preadolescente, feminizante o masculinizante, falta la experiencia de la maduración sexual en la pubertad.

En ese momento, nuevos impulsos, hasta entonces desconocidos, empiezan a aparecer en su conciencia.

Hay que partir de que su sexo conductual o cerebral y su sexo genital son diferentes. Esta palabra significa “que llevan a lugares distintos”. Por tanto, son autónomos, y pueden ser sentidos como contradictorios.

Tal contradicción tiene que ser asimilada por el estado anterior de la mente. La primera experiencia específica es un placer intenso, desconocido e inesperado, ante determinadas experiencias: ante las de la orientación, que hasta entonces puede haberse sentido como una sencilla simpatía, ante la propia identidad, simbolizada en la propia ropa, etcétera

El placer puede sentirse como una puerta nueva, abierta a un mundo desconocido y por el que se desea entrar, para conocerlo mejor, o bien como un enfrentamiento contra el propio sentido de sí, contra la misma identidad, contra lo que se pretende hallar en la vida, una contradicción, una contrariedad que se preferiría no sentir.

(Si se acepta el placer)

En las personas XY feminizantes, si se trata de aceptar el placer, puede ser que integre en la propia sexualidad, en la propia identidad y en la propia orientación. Se trataría sólo de pasar de verse como una niña, a verse como una adolescente, y en ambos casos con gusto.

Pero en ese momento se plantea también la certidumbre de que los rasgos físicos masculinos o femeninos se van a acentuar.

Actualmente, existe una alternativa. The Endocrine Society, de los Estados Unidos, y la Sociedad Endocrinológica Europea, formulan unas recomendaciones en las cuales se acepta que se puede detener la pubertad, con efectos reversibles, por tanto, experimentales para quienes lo deseen, mediante el uso de bloqueadores, y si así se desea, “desde el primer signo de pubertad”, y después una hormonación cruzada, si se desea, desde los doce años, que al principio será reversible, durante algún tiempo, y luego irreversible.

Al usar los bloqueadores, al detener la pubertad, supongo que también se detiene el desarrollo del placer. Para un número alto de personas XY feminizantes, la alternativa puede ser o llegar a sentirlo y desear seguir sintiéndolo, para lo que tendrían que desistir de los bloqueadores y luego de la hormonación cruzada, o aceptar los unos y la otra y no llegar a sentirlo.

La persona XY feminizante que esté en esta situación, tendrá que hacer un balance entre lo que desea y lo que puede perder (elegir es ganar algo aunque se pierda algo) Sólo cada cual, mirando dentro de sí, puede decidir ese balance. Es cierto que se le puede ayudar a hacerlo, pero el peso relativo de cada uno de los factores, sólo desde dentro se puede realizar; la decisión tiene que ser suya. 

Es probable que, en la incertidumbre, prefiera experimentar. Puede ser que con la pubertad hayan aparecido, por ejemplo, impulsos masculinos tan fuertes, tan inesperados y tan gratos, que se quiera experimentar una identidad masculina homosexual (es frecuente) o hetera (menos frecuente)

El principio de libertad de experimentación debe ser respetado aquí. Se trata de la imagen de la madre y el padre caminando detrás, con los brazos abiertos para quitarle peligros y dificultades, abriéndole todas las puertas o dejándole que las abra por su cuenta, entrando a mirar o saliendo y siguiendo.

Los matices siguen siendo infinitos. A veces, las personalidades son tan femeninas, que experimentan un placer inverso al vestir con la ropa masculina, y sin embargo, desean seguir adelante, experimentar toda su corporalidad aparente masculina.   En conjunto, puede llegar a afirmarse “yo me siento mujer, pero no necesito vivir como mujer”.

Cuando se tiene el vivo deseo de experimentar la parcial masculinidad propia, es más prudente aplazar los tratamientos de bloqueo de la pubertad o de hormonación cruzada mientras sigue la experiencia.

 (Si se deniega el placer)

Me parece que, en XX masculinizantes,  la pubertad no les trae una capacidad nueva de placer, sino más bien la certidumbre de que la maduración de su cuerpo aparente, en sentido contrario a lo que piensan y desean, les va a doler anímicamente muchísimo.

Les va a avergonzar, les va a hacer sentir prisioneros de las inercias de su corporalidad.

La formación de los pechos les  va a dificultar duramente su experiencia masculina, porque son un rasgo mayor, difícilmente ocultable; la menstruación les va a parecer la firma de una condena.

 En su caso, creo que la detención de la pubertad será vista siempre con alivio; será deseada, pedida con vehemencia.

La expresión de The Endocrine Society, recomendando que se aplique el tratamiento correspondiente “al primer signo de pubertad”, será tomada por ellos con un inmenso suspiro.

Aun así, sé que algunos XX masculizantes deciden desistir de un proceso ya iniciado; pero no conozco sus circunstancias ni sus motivaciones, sólo que la libertad de experimentación es una condición humanamente necesaria en cualquier momento.

En XY feminizantes, a veces, lo más determinante es el convencimiento de la propia inadecuación a la condición masculina.

Se puede haber sentido, durante años, que no se pueden compartir preferencias, ni juegos, ni actitudes, con los niños varones. Puede ser un sentimiento negativo, que no haya tenido correlato con la afirmación de una identidad femenina, pero puede ser muy intenso. Puede adoptarse una identidad femenina, más como refugio frente a esa desolación, que como verdadero deseo.

Pero la identidad “no masculina” también puede actuar con grandísimo convencimiento. Por tanto, el mismo placer con el que se expresa la genitalidad masculina, al comprenderlo, es rechazado vehementemente, se desea perderlo.

Los elementos identitarios son más fuertes que cualquier placer, puesto que viene producido por la parte aparente masculina que es tan denegada.

El placer que se desea es de hecho femenino, más reposado, más afectivo, menos sensual, no explosivo. Hay un ideal de feminidad al que no se puede renunciar. Puede ser sólo conductual o puede ser, más conscientemente, de género.

En estos casos, también el tratamiento de detención de la pubertad sería recibido con alivio, con esperanza, entre sonrisas. Se sabría que abre nuevas posibilidades, un futuro grato y conforme con la propia naturaleza.

Este acceso al bloqueo de la pubertad y en su momento, a la hormonación cruzada, puede ser por tanto, muy deseable, y cuanto antes para

=la mayoría de los XX masculinizantes, tanto ginesexuales como androsexuales;
=para la parte de las XY feminizantes, para quienes su identidad femenina sea más fuerte que su orientación, androsexual o ginesexual;
=para la mayoría de las XY feminizantes, para quienes su “no masculinidad” sea el sentimiento predominante;
=para la mayoría de las XY feminizantes que encuentran su identidad personal de género en su ginesexualidad.


Para la parte de las XY feminizantes para cuya orientación androsexual sea más fuerte que su identidad, les conviene, si lo deciden por sí mismas, retrasar el bloqueo de la pubertad y la  hormonación cruzada hasta que puedan experimentar el intento de una identidad social de género masculina; si la decisión es propia, puede ser una experiencia grata y sólida, y por supuesto, reversible hacia la feminidad, si se entiende que ésa es la conclusión.

sábado, 24 de mayo de 2014

Difusa convergencia humana


Por Kim Pérez

La sexuación humana es conciencia de la sexuación. Conciencia de estar sexuado, separado, distinto de unos y parecido a otros.

Esta sexuación o escisión tiene dos fases, una de difusión o diversificación, y otra de convergencia.

Biológicamente, la fase de difusión o de diversificación individual consiste en la diferente androgenación de cada ser, que forma un continuo infinitamente matizado entre máxima feminidad (mínima androgenación) y máxima masculinidad (máxima androgenación)

Los andrógenos son causantes de la libido, de manera que no sólo las formas del cuerpo, sino también la menor o mayor intensidad del deseo dependen de ellos,  tanto en mujeres como en hombres, y quizá también la manera activa o pasiva de la orientación, tanto homo como hetera.

Toda esta plenitud de matices explica la afimación de que hay tantos sexos como personas. La variabilidad individual es natural por tanto.  

Esta fase de diversificación, como tiene que ver con la cantidad de andrógenos (aunque no se pueda medir todavía) se podrá formular un día matemáticamente, diciendo que formamos parte de un conjunto difuso (Lotfi A. Zadeh, 1963), cuya condición de pertenencia es un “más o menos” y no un “sí o no”, como sucede en los conjuntos cerrados (“soy más o menos mujer y menos o más hombre” en vez de “soy mujer u hombre”)

Todo esto es biológico, preconsciente, prevoluntario.

Biográficamente, la fase de convergencia se debe en cambio a la conciencia de afinidad o identificación con las personas que están o bien cerca de los dos extremos del continuo o bien en sus partes intermedias.

La mayoría de las personas se identifican más o menos con las cualidades femeninas o masculinas cercanas a los extremos, que se convierten por tanto en atractores estadísticos (“atractor extraño”, Eduard Lorenz, 1965), de los que cada persona está más o menos cerca, de manera difusa, entre las otras que están también más o menos cerca, pero no quietas, no estáticas, sino gravitando hacia ese atractor.

Una minoría se puede sentir atraída por identificarse con cualidades ambiguas, intermedias o alejadas de ambos extremos, que se constituyen por tanto en atractores estadísticos menores.

Todo esto es consciente, voluntario, humano, puesto que se funda en una conciencia de afinidad que nos acerca a un atractor, a la que la acompaña una conciencia de desafinidad con otras personas, que nos separa de otro o de otros.

Esta afinidad es sobre todo pensada o sentida, consciente, y puede alinearse con el resto del cuerpo o estar cruzada con él; ésta es la causa de la transexualidad.