sábado, 31 de enero de 2015

Consecuencias de mi hipoandrogenia

Kim Pérez

Llamo hipoandrogenia a la menor impregnación de andrógenos en el cerebro durante la edad prenatal, tanto en personas XY como en personas XX (o sus variaciones)

La principal consecuencia de la hipoandrogenia en mi manera de ser ha sido hacerme capaz de una intensa vida interior y dificultarme mucho la vida exterior de las relaciones humanas.

He sido una persona muy solitaria y por tanto relativamente asexual; pero he tenido siempre el ansia de compañía y sólo la he conseguido a partir de mi transición, con cincuenta años, y no en el ámbito de la sexualidad, sino en el de la amistad.

Todo ello parece que viene favorecido por la falta de androgenación cerebral en el primer mes o los dos primeros meses de mi vida prenatal, causada por el estrógeno que tuvo que tomar mi madre para poder gestarme; luego se superpuso una androgenación suficiente, a medida que se fue diluyendo la presencia del estrógeno, pero deduzco que algunas estructuras fundamentales se quedaron en estado femenino y las posteriores, más superficiales, alcanzaron niveles masculinos pero  insuficientes.
     
En consecuencia, me parezco a “Jim”, el chico a que se refieren Moir y Jessel en su libro de divulgación, “El sexo en el cerebro”. Soy como él muy introvertido, hasta el punto de que la introversión es lo que caracteriza mi manera de ser; un rasgo tan definido, que si tuviera que definirme con una palabra, sería con ésta, introvertido. También he sido tímido,  torpe en el trato social, inseguro, gris, hasta que he ido conociendo las situaciones por experiencia.

Todo esto es anterior a mi sexuación mental, más básico, común a hombres y mujeres, pero más definidor, hasta el punto de que, antes de decir “soy hombre” o “soy mujer”, debería decirse “soy introvertido” o “soy extravertida”.

Los dos recuerdos que se me vienen a la cabeza, para mostrar mi manera de ser, son éstos:

Con unos diez años, mi hermana y yo solíamos visitar con Lein, nuestra “abuela” alemana, a sus amistades alemanas en Granada. Íbamos más frecuentemente a la casa de un ingeniero que tenía un carmen encantador en el Albaicín (en Granada, las villas tradicionales se llaman cármenes), en cuyo jardín había un espacio para gallinas, patos y quizá conejos.

La familia estaba compuesta por el matrimonio y tres hijas, de quienes la menor era de nuestra edad. Cuando pienso ahora en ella, creo que hubiéramos podido hacer fácilmente amistad, si hubiéramos compartido colegio (entonces, imposible) porque era también tímida, bien educada, agradable, con unas trenzas simpáticas, a la vez que alta como yo.

Sin embargo, mientras mi hermana y ella se quedaban en el jardín, yo me iba con Lein y la señora de la casa a la sala de estar, me dirigía inmediatamente a un anaquel que había en uno de los extremos, bajo unas estanterías, donde había libros, tomaba cualquiera, y me iba al confortable sofá del otro extremo, a leer, en tanto que Lein y la señora hablaban de sus cosas.

Mi vida era leer, hasta el punto que había agotado los numerosos libros que había en casa de mis abuelos, de cuando mi madre y mis tías y tíos eran niños, y ansiaba encontrar lecturas nuevas. Sé que mi principal sentimiento, ante ellas, era la curiosidad y también el sentirme imaginativamente en ambientes que me fascinaban.

Leía a todas horas, cuando tuviera tiempo. Cuando estaba en casa de mi abuela, leía también durante mis comidas en solitario, como único niño. En vacaciones, durante las mañanas, las tardes y las noches. Me iba a la cama con un libro sobre las sábanas. No tenía amigos y mis compañeros de juego eran casuales.

El otro recuerdo que quiero mencionar hace ver mi capacidad contemplativa.

En Almuñécar era el primero de la familia en levantarme, hacia las siete. Salía al porche para ver el mar.

Tengo en la memoria, enseguida, su horizontalidad azul y el sol sobre él, a la izquierda. Poco después, por ese lado, llegaba por la playa un tropel de cabras y el cabrero, que venía para ordeñar a una en cada casa. Las paredes blancas de éstas se alegraban con las altas matas de geranios rojos del Mediterráneo.

El mar era para mí la perfección. El rumor de las pequeñas olas me acompañaba,  como si fuera la naturaleza conversando conmigo. Y el particular aroma de su humedad en las casas.

Una tarde, echado para dormir la siesta, el juego de la luz tras los postigos metálicos medio cerrados, con sus ranuras geométricas, produjo de pronto un efecto de cámara oscura sobre la pared como pantalla, viéndose en color, como sombras claras, las figuras invertidas de algunas personas que pasaban por delante de la casa.

Con estos dos recuerdos quiero señalar algunos efectos beneficiosos que la hipoandrogenia puso en mí: el ansia de saber y la capacidad de contemplar.

Son la base de la ciencia y del arte. Por tanto, son evolutivamente interesantes en la medida en que aumentan la conciencia humana del sí interno y de la realidad externa.

En mí disminuyeron o anularon la capacidad de procreación; la relación con otras personas, mediante la extraversión, quedó precarizada; no he sabido suficientemente abrazar, ni besar, ni reír juntos; creo que doy la impresión de una persona amable, incluso cálida, pero en el fondo, bloqueada, incomunicada. Lo veo en otras personas, que dan y reciben cariño a cada momento, con toda naturalidad.

Hubiera querido compartir con alguien mis lecturas y mis imágenes, y que a la vez fuera más experto en la vida, más existencial que yo; creí hallarlo, pero se desvaneció. No he deseado tampoco corporalmente a nadie, de la manera estable, ansiándola obsesivamente, pensando a todas horas en ella o él, que es la pasión del amor.

He perdido mucho, sin duda, y lo que tengo, que es específicamente humano, el  pensamiento, es compatible en muchas personas con  la ex –istencia extra –vertida, que incluso lo alimenta con pasiones y experiencias.

Hay que aceptar la realidad de las privaciones. Hay quienes reciben un destino más pleno y quienes, hagamos lo que hagamos, lo recibimos más limitado. Pero puedo agradecer la intensidad de mi introversión, porque, naturalmente, está en relación inversa con la extraversión; más extraversión, menos introversión.


Hay personas incluso más introvertidas que yo, como los místicos, capaces de tal concentración, que llegan a un éxtasis, pero yo puedo agradecer mi manera de ser, a la vez que lamento mis carencias. Lo uno con lo otro.

jueves, 29 de enero de 2015

NOTAS SOBRE TRANSFILIA

Kim Pérez

¿Cómo es el amor a una persona trans? ¿En qué consiste desear, valorar, admirar, querer, unirse a una persona trans?

Estas palabras tan sencillas pueden hacernos llorar de emoción, porque es lo que más deseamos, y a la vez sabemos (bueno, como toda persona, pero más que otras personas) que no es fácil conseguirlo; pero no es imposible.

Diferenciaré primero entre trans femeninas y trans masculinos; para nosotras, la experiencia del amor y el afecto es más trabajosa; para ellos es más fácil.

Distinguiré también, entre ellas, entre hormonadas y operadas, (lo que es más frecuente que entre los trans masculinos); y por parte de sus amantes, entre hombres y mujeres nativos y hombres y mujeres trans; pero no llegaré a poder hablar de todos estos matices, sólo de algunos de ellos.

RELACIONES SEXUALES COMO ESTRATEGIA DE CONVIVENCIA

Voy a empezar por la forma quizá más simple de deseo entre un hombre hetero y una mujer trans. Los sentimientos de deseo sexual están muy vinculados evolutivamente a los de poder. La relación puede establecerse muchas veces en términos de poder, lo que es muy elemental, pero muy efectivo, muy arraigado en nuestra parte animal.

Voy a hablar primero de los humanos en general y de sus relaciones más primitivas.

El varón puede  sentir el placer de que domina y posee a la mujer; esto le hace ser condescendiente y protector hacia ella, excitarse sintiendo la diferencia de tamaño corporal y fuerza muscular con ella, oyendo los distintos timbres de voz.

Para ella, la relación es más compleja. Necesita obtener de él seguridad para criar a sus hijos . Valora su mayor tamaño, su fuerza muscular y su acometividad, todo dirigido hacia fuera y las amenazas exteriores y no contra ella, que no desea verse sometida a esa agresividad, sino exceptuada de ella.

Hay un decalaje entre las aspiraciones de él y las de ella, unas tendentes a la posesión y sumisión y otras a la seguridad, pero si funcionan como ella desea, son capaces de generar estabilidad, hábito de convivencia y afecto mutuo.

En esa fisura entre el deseo de dominación y el de seguridad se pueden crear sin embargo la dominancia real masculina, la batalla de los sexos, los malos tratos y los aborrecimientos.

Pues bien, este esquema de muchas relaciones intersexuales se puede repetir en las relaciones entre varones heteros y mujeres trans, aunque no cuajen siquiera en amores y queden en simple afecto. Se puede observar, por parte del varón, una tendencia a la condescendencia, y a tomar decisiones por ambos, que se inserta en la lógica de la dominancia. Por parte de ella, se puede observar también el deseo de ser exceptuada de la agresividad viril, así como la valoración de la diferencia de los tamaños corporales (y otras pruebas de una intensa androgenia, tales como la pilosidad del cuerpo o la musculatura férrea) que, como digo, no vaya dirigida contra ella, sino contra las amenazas exteriores.

Esta amabilidad viril hacia la mujer puede aparecer también por tanto hacia las mujeres trans, acentuada además por un hecho trans, que hay que considerar frecuente: un grado de humildad que deriva de la inseguridad en el propio atractivo y del agradecimiento al varón por haberla aceptado.

La mujer nativa, en cambio, cuando  constata la fuerza de su atractivo sobre el varón, puede deducir de ella una arrogancia y una polemicidad que puede no darse en la mujer trans.

RELACIONES SEXUALES COMO SIGNOS DE PODER

Otras dimensiones de estas relaciones pueden ser más oscuras, lo que significa primitivas. La traducción de la sexualidad a relaciones de poder, nos permite entender que la fantasía de él pueda incluir deseos de poder más intenso: serían menos sencillos de aceptar para la mujer trans, pero son igualmente eficaces para mantener la relación; pueden entenderla en principio como una relación de poder intermasculina que culmina en la sumisión/ feminización del rival. Ver a la mujer trans realizando labores femeninas para él puede ser por eso muy excitante.

En esta feminización no parece necesaria la operación; al contrario, muchas veces la presencia de unos genitales desvirilizados por la hormonación puede ser un símbolo de la victoria/   feminización.

El carácter natural, arcaico, de este proceso, se puede ver en las especies animales en las que la pelea intermasculina da lugar a un gesto feminizado por parte del derrotado, que inhibe la continuación de la agresión (en otras especies, el derrotado ofrece su garganta a los dientes del vencedor, lo que inhibe también la agresión)

Lo más negativo de estas relaciones demasiado centradas en el  poder y no en la convivencia, sería si se genera una adicción de tipo sadomaso, pues en todas las adicciones se da un  umbral de excitación que necesitan elevarse continuamente para alcanzar los mismos niveles que en la fase anterior, con lo que los símbolos de sumisión que inicialmente pueden integrarse en la vida normal, se vayan acentuando poco a poco hasta alcanzar grados angustiosos. 

La fantasía sadomaso nunca es buena consejera y es posible institucionarla como regla social generalizada, lo que sucede a menudo en nombre de la voluntad de Dios en la moral sexual con pretexto religioso.
  


miércoles, 21 de enero de 2015

AFIRMACIÓN DEL NEUTRO




AFIRMACIÓN DEL NEUTRO

Kim Pérez

Escribo esto para entenderme mejor, pero también para que sea útil para otras personas que sean como yo. Digo de entrada que no se dirige a las personas trans que se han sabido definidamente femeninas desde sus primeros años, sino a las personas trans que nos hemos sabido más o menos neutras.

Soy objetivamente ambiguo, más bien neutro de género, femenino de genitalidad. Hoy voy a usar el género gramatical masculino, que no corresponde del todo a mi naturaleza, pero sí a mi primera identidad.

Muchos varones, pero no todos, me han hecho sentir algo que en XY es hetero, una androfobia espontánea, antes  de haberme sentido también rechazado. Es decir, mi androfobia viene primero, y el rechazo hacia mí, después. Ningún victimismo en este primer análisis.

Pero es verdad que después me fui sintiendo rechazado, desde los cinco años. La sensación de rechazo la traduje sintiéndome tímido, soso, gris.

He sentido en cambio una simpatía espontánea hacia los varones más bien ambiguos. He llorado leyendo novelas gays, sobre todo en lo relativo a su niñez y adolescencia, identificándome con ellos al sentirlos parecidos a mí, salvo en su sexualidad. No he sentido nada parecido con las muchachas, porque no entiendo lo que pueden sentir.

Mi rechazo por la genitalidad masculina  es por sentirla medio tripa y medio palo, o también una cañería, es decir, fea, un juego de fontanería que es  parte de la estructura de una casa,  oculta en un sótano, incompatible con cualquier imagen grácil y delicada que pueda hacerme de mí.

No entiendo su funcionamiento, no deseo sentirlo. Sé que no tengo ese instinto de posesión, que se manifiesta en el deseo de penetración, que es por lo visto una urgencia. Tampoco he sentido el deseo de vaciarme, que debe de ser también profundo, de toda la personalidad, el ansia de fusión,  fuera de la necesidad física, superficial,  que podía sentir antes en la excitación.

Es decir, mi cerebro no estaba estructurado como los genitales que había en mi cuerpo. Él funcionaba de una manera y aquellos genitales, de otra.

Tampoco deseaba unos genitales propiamente femeninos. Más bien me interesaba el no tener que el tener.   Creo que la diferencia habría estado en sentir que mi cuerpo deseara abrirse o fuera suficiente para mí que fuera liso y suave, como lo es ahora.

Para hacer un balance de esta manera de ser,  ante el rechazo de la masculinidad, no queda a primera vista más que la feminidad, pero es una solución de emergencia, un refugio, que no surge desde dentro, sino ante la evidencia de que en el sistema social no cabe nada más que lo binario, la diferencia radical entre hombres y mujeres, entre lo masculino y lo femenino, sin que haya nada entre medio, lo ambiguo, lo neutro.  Te van a aceptar si eres masculino o femenina, y te van a rechazar si eres de otra manera.

En este sistema de arquetipos sin transiciones, la mujer aparece como bella, lo que la hace ser querida, valorada, protegida. En una persona XY, esto es en parte un sentimiento hetero, la conciencia de su atractivo, pero en otra parte, la de la afinidad con sus sentimientos, el deseo de ser bella para ser querida, valorada, protegida. La mujer es vista en parte desde fuera, en su apariencia atractiva, y también en parte, por dentro, como afinidad al compartir una parte de sus sentimientos.

Su apariencia es un refugio frente a la propia desvaloración.

Entonces, pidiendo atención a cada una de las palabras que voy a emplear, empieza un Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo.

Deseo:  es un sentimiento erótico. El erotismo acerca a la Fusión con el ser deseado. Que es una Imagen externa, más que una realidad interna. De la Mujer arquetípica, o más atractiva heterosexualmente, es decir joven y bella. En el Espejo, que es el lugar donde esa imagen valorada se superpone sobre la propia imagen devaluada.

Es muy fuerte; puede resolver muchas vacilaciones internas, siendo el centro de la feminofilia. Si se llega, mediante él, a la hormonación con antiandrógenos, puede perder gran parte de su fuerza, desconcertando a quien lo haya seguido.
  
Sirve como ese refugio mientras no se encuentra algo mejor, pero crea un amor fantasmático, hacia una Imagen de Mujer, vacía, que no existe.  Es preciso crear el conocimiento y amor de la propia realidad, y a partir de eso, poder amar a una persona real, de las mil formas que puede tomar el amor real, desde el cariño amistoso hasta la pasión.

Es un sueño,  porque impide ver la propia realidad y construir la personalidad sobre ella. Es preciso mirarse tenazmente, descubrir aquello sobre sí que no se ama, y necesita ser compensado mediante este deseo, y aquello que se ama, hasta el punto de poder establecer y amar la propia manera de ser.

Yo empecé a sentir este deseo con unos doce años, cuando empezó mi pubertad. Me di cuenta de que el deseo partía de mí y volvía a mí, sin encontrar a nadie en el camino.

Sin embargo, con unos quince años, fui capaz de intentar resolver mis contradicciones pensando que yo era ambiguo. Eso quería decir que me veía como un ser básicamente masculino, pero grácil, delicado, esbelto… Los movimientos de mis brazos, cuando los alzaba, como danzando en el aire, y mis manos jugaban como orquídeas, o los de mis piernas, una sobre otra y replegándose hacia dentro, como abrazándose, y encerrándome, me parecían la expresión de mi ambigüedad.

Más profundamente, mi rebeldía frente a la mayoría, mi independencia, mi energía en mantener aquello en lo que creo,  mi sensibilidad y mi vulnerabilidad, entraban también dentro del concepto de mi ambigüedad que ahora, cuando pienso en él, tiene para mí la fuerza de la verdad y me emociona y me conmueve con ella. Con este pensamiento, puedo presentarme ante Dios.

Pero, generalmente, prevalecían o la rutina impersonal de mi masculinidad social, durante los largos períodos en que podía acomodarme a ella, o la pasión de mis intentos de feminización, empujados por  la fuerza social de resolver mis conflictos mediante lo binario, y la erótica del Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo.

Siempre he sentido la falta de referencias estéticas externas para lo ambiguo en el sentido de lo masculino hacia lo femenino.

O se mimetiza lo femenino o se permanece en lo masculino. Ayer me acordé de una de las fórmulas que suelo emplear, y me fui de nuevo a la calle con una falda recta, negra, y un chaquetón que tengo, impermeable, casi militar, de grandes bolsillos visibles. Con el pelo grisáceo recogido en un moño, me daba cuenta de que daba tal sensación de energía (pese a mi enfermedad), que a mí me daba seguridad y a los otros les parecería que no debían llevarme la contraria.

Ésta es la ambigüedad masculinizante. Pero lo difícil, estéticamente, es encontrar modelos para una ambigüedad feminizante, que sea sin embargo ambigua.

Sí; encontré uno en un chico que vi hace muchos años,  con un rostro redondo y ovalado, un flequillo negro, jersey negro de cuello de cisne, unos brazos entrecruzados tan delicadamente, que era casi una mujer sin dejar de ser un muchacho, es decir, casi perfectamente ambiguo.


Esto nos lleva a definir la estética ambigua como aquélla que no es definidamente ni de varón ni de mujer, sino que toma los elementos que pueden ser comunes y que hoy día van siendo más, aunque seguimos pretendiendo dividir a los humanos en sólo dos géneros.  

viernes, 16 de enero de 2015

La unidad de la realidad humana



Kim Pérez

La experiencia transexual parte de la dualidad.
Es una experiencia mental, enfrentada a la orgánica.
Nos sentimos femeninas o masculinos por encima de cualquier experiencia del resto de un cuerpo que sexualmente nos es ajeno.
Muchas veces, la dualidad parece más profunda, puesto que en nuestra misma experiencia mental nos decimos que no somos femeninas o masculinos del todo, pero todo eso, incluso nuestra ambigüedad, forma parte de nuestra unidad mental, personal.
La dualidad entre mente y cuerpo es de momento la principal causa de dolor para las personas transexuales.
Ansiamos nuestra unidad.
La de nuestra realidad mental, siendo sólo una cosa, o femenina o masculino.
La de ser reconocidas o reconocidos por todos en esa unidad.
La de que no se nos vea como duales. O peor, que se nos vea dentro de una unidad corporal que no es la nuestra.
Por parte de quienes nos ven, a veces sería suficiente con que reconocieran del todo nuestra dualidad, nuestra naturaleza mental, la fuerza de esta naturaleza, porque muchas veces nos confinan en la unidad de la que huimos, la corporal u orgánica.
Hace falta mucha conciencia de la realidad para afirmar nuestra naturaleza mental por encima de la orgánica.
Cuando no consiguen verla todos o casi todos, y esto te lleva a temer que no consigas una parte de tus aspiraciones, el reconocimiento ajeno (si bien siempre habrás conseguido tu propia expresión, el decir "yo soy así")
Vergüenza, ira, angustia por lo de fuera, pero nuestra realidad mental, interior, es la que es, y no nos deja asentarnos en esa unidad exterior que no entendemos como nuestra, sea nuestra realidad interior más o menos definida.
Puede ser que éste sea el sentido de nuestra existencia: afirmar que nuestra unidad verdadera es la de nuestra realidad interior, mental.
Contrapuesta a la exterior, aparente, orgánica.
Con diez años justos, me quedé muy sorprendida cuando me dije “yo soy yo”, afirmación que sigo sintiendo como la más importante de mi vida.
Quería decir: yo, que me veo por dentro, esta mente o consciencia, estoy en esto que veo por fuera, mi cuerpo, mi apariencia. Y yo de verdad soy lo que soy por dentro, mi interior.
(O lo que veo cuando me veo pensar; o cuando cierro mis ojos; o en la oscuridad de la noche; el resto, es mi cuerpo)
Hasta hoy no había conectado esta frase con otra que me dije también alrededor de los diez años: “Yo hubiera sido más feliz si hubiera nacido niña”.
Veo que yo siento, con toda claridad, por ser transexual, algo que es común a muchos otros humanos, y que ellos quizá no ven con la misma nitidez. Por tanto, el sentido de nuestra vida es afirmar el dolor de nuestra dualidad y el deseo de que nuestra unidad se establezca sobre nuestra realidad mental, no sobre la corporal.
Sienten lo mismo que las personas trans
Las personas feas, que se miran en el espejo y sienten que no son lo que ven o no quieren serlo.
Las personas ancianas, que sentimos que nuestro cuerpo nos traiciona, porque querríamos salir corriendo, como antes, y no podemos, o que nuestra cara no se hubiera arrugado, y lo está.
Las personas enfermas, que ansían liberarse de la enfermedad. Mi tía Amalia, ante los sufrimientos del cáncer, deliraba con que salía volando por la ventana.
O las personas que se encuentran en el desierto y necesitan beber y no encuentran agua…
O los presos, confinados por unos barrotes que les impiden sacar su cuerpo de la prisión…
Por tanto, nuestra experiencia es una experiencia humana universal, la de la mente sometida al cuerpo, y somos quienes la sentimos de una manera más visible.
Pero los humanos nos hemos esforzado siempre contra ese sometimiento; nos esforzamos contra la fealdad de mil maneras; contra la ancianidad; contra la enfermedad; contra nuestros límites.
Un día será reconocido por todos el valor de nuestro esfuerzo transexual, como esfuerzo humano.
Siempre se ha dicho que las personas transexuales somos mente de mujer en un cuerpo de varón encerrada, o pensamiento como varón en un cuerpo de mujer encerrado.
Podríamos generalizar y decir que los humanos somos espíritu en un cuerpo encerrado. O voluntad en un cuerpo encerrada. O ángeles encerrades en la materia.

domingo, 11 de enero de 2015

LÓGICA



Kim Pérez

Todo lo relativo a la Lógica o Razón es mejor expresarlo en pocas palabras, para que resplandezca mejor lo que se diga.

(Definición)

La razón es la relación entre las realidades físicas.

Y la relación entre las relaciones.
Las realidades físicas son mutables; las relaciones entre ellas se establecen con patrones inmutables.

En el espaciotiempo, nuevas realidades mutables establecen nuevas relaciones inmutables entre ellas

Las relaciones forman redes estáticas, inmutables, eternas, entre las realidades mutables.

Hay relaciones de causa y efecto, de causa final o finalidad, de cantidad (igualdad o  desigualdad), de espaciotiempo, de atracción y rechazo…

La razón es propia del Universo del que formamos parte: físicamente funciona conforme a la Teoría de la Relatividad o a la Mecánica Cuántica y a sus relaciones  matemáticas o cuantitativas.

Un día tendremos la Teoría Unificada de la Física, de lo Observado; y entonces, tendremos también la Teoría de lo Observado y del Observador.

(Observación de las relaciones)

Los humanos podemos observar las relaciones con plena consciencia de lo que estamos observando.

Algunas especies no humanas pueden observar ciertas relaciones elementales.

Las relaciones son realidades imperceptibles, ajenas a los sentidos, mientras que las realidades físicas son perceptibles.

La razón por tanto sólo es pensable, no perceptible.

Es descubrible, no inventable.

Está por encima de la voluntad humana, que no puede cambiarla,  le guste o no, le convenga o no.

El descubrimiento de la razón por los humanos se llama razonamiento.

El razonamiento funciona por abstracción, al descubrir las relaciones de igualdad  entre varias realidades.

Entonces, elabora conceptos (lingüísticamente, un concepto es un nombre)

Relaciona estos conceptos en juicios o predicados y éstos en silogismos y éstos en discursos.

El razonamiento humano permite partir de lo conocido y llegar a lo desconocido.

Permite prever lo sensiblemente imprevisible.

Permite hacer lo que podía parecer infactible, antes de que se produjera este razonamiento.

El razonamiento humano está expuesto al error en el descubrimiento de las relaciones entre las realidades físicas.

Este error en el razonamiento se puede descubrir por sus consecuencias, a veces desastrosas respecto a los propósitos iniciales.

O mediante el diálogo entre los razonadores.

(Ética)

La cualidad más específicamente humana es el descubrimiento de las relaciones entre las realidades físicas.

Estos descubrimientos son nuestra principal fuerza: descubrir la relación entre la semilla y la planta crecida permitió desenvolver la Agricultura.

O conocer la relación entre la posición actual y la futura de una roca espacial nos permitirá evitar una catástrofe planetaria.

O descubrir la relación entre andrógenos y conducta nos permite comprender nuestra identidad sexogenérica.

Por tanto, hay un bien específicamente humano que es aumentar nuestra capacidad individual y colectiva de razonamiento.

Y hay un mal específicamente humano que es que alguien nos impida desenvolver esta capacidad o que cada cual la reduzca voluntariamente mediante la ofuscación por las diversas adicciones.

Los sentimientos no son específicamente humanos, puesto que los compartimos al menos con los otros mamíferos, con las aves cuando anidan o riñen... No podemos anularlos, pero podemos disciplinarlos mediante el razonamiento.

La distinción entre un bien y un mal relacionados con nuestra capacidad de razonamiento se convierte en la ley natural básica para lo individual y lo colectivo.

Es ley natural porque todos somos capaces de razonar; desde la edad infantil en que preguntamos a cada momento “¿por qué?”, el centro del razonamiento.

La ley de la razón forma un lenguaje que todos los humanos podemos comprender.

Deseamos que toda nuestra vida personal y comunitaria sea razonable.

La justicia es lo razonable en las relaciones interhumanas.


Por eso, la ley de la razón, anterior a los humanos, superior a los humanos,  legitima o deslegitima las leyes creadas por los humanos.