domingo, 9 de diciembre de 2007

Experiencia personal: Ida y vuelta de una transición




Publicado previamente en http://carlaantonelli.com/
Texto ampliado






Hago este balance de mi transición a los dieciséis años de haberla empezado, por mí, porque necesito saber dónde estoy, pero también por quienes puedan reconocerse más o menos en mí. Desde luego, el titulo indica que ya no estoy de ida, sino de vuelta, aunque quiero explicarme y explicar hasta qué punto estoy de vuelta. En todo caso, la idea de la relativización de la transexualidad, por lo menos en mí, se me reafirma. No se trata de verme igual que una mujer, sino de verme como soy, aceptando mis elementos masculinos y mis elementos ambiguos.

Perdonadme que haga el comentario hablando de mi experiencia, pero es que me parece que es necesario que se cuenten más experiencias y las teorías no se queden en el aire. Por otra parte, estoy segura de que habrá mucha gente que se reconocerá más o menos en lo que digo, de manera que ésta no es sólo mi historia, sino que puede ser parecida a la historia de otras personas.

Sobre todo, para quienes están empezando el camino de ida, puede ser interesante leer lo que dice alguien que está de vuelta, a dónde he llegado y a dónde no, y lo que he aprendido por el camino. Pues adelante.

Yo he tenido toda mi vida oscilaciones identitarias. Pero en 1991, ya no podía más y por eso empecé a dar los pasos que poco a poco me llevaron a hacer la transición.

Sabía todo lo que no había en mí de femenino, pero esperaba que la condición de mujer estuviera en mí reprimida, y que según avanzara el cambio, se decantase también la feminidad en mi manera de ser.

Sin embargo, el nombre lo elegí porque era ambiguo; me recordaba a la vez a Kim Novak, que me había fascinado en “Me enamoré de una bruja” y a Kim Philby, un espía doble de la Guerra Fría; me hubiera encantado ser espía; moverse sin que te vean.

Empecé la transición en condiciones muy difíciles; creía que mi trabajo, que era la enseñanza, me impediría hacerlo públicamente. También veía obstáculos insuperables en mi estatura, en el tamaño de mis pies, en mi voz, en mis entradas.

Estaba dispuesta, de todos modos; había pasado tantos años de represión que cualquier paso era suficiente para mí. Empecé sin pedir mucho: siendo trans entre trans. Fue muy grande entrar en contacto con Transexualia. Aunque fuera con ropa masculina, poder hablar con Mónica, Jenny, Nancy, Miriam, Juana, Raquel, era muy suficiente para mí. Y que ellas me considerasen trans.

Presentarme en público como trans, aunque fuera en petit comité, tuvo una consecuencia inesperada: había tenido en mi juventud un amigo homosexual –por carta- que fue la vida para mí; y ahora me gustaron los homosexuales en general. Hasta entonces había tenido con ellos un sentimiento desengañado: “No soy como vosotros”. Pero ese verano de 1991 estuve en Cogam, en Madrid, y me presenté como transexual, es decir, diciendo en voz alta para ellos y para mí: “No soy homosexual”. Y establecer esa barrera de seguridad, fue suficiente como para que me diera cuenta de que eran un tipo de hombre distinto: tiernos entre sí, cariñosos, se saludaban con besos, se acariciaban los brazos, nada prepotentes, nada jactanciosos. Un modelo de hombre que no tenía los defectos que en mi niñez me habían echado atrás de los hombres. Pensé que me gustaban, sentimentalmente, y de que si hubiera tenido un amigo gay en mi niñez, quizá, por sentimentalismo –no por sexo- hubiera sido gay y no transexual.

Desde entonces eso es tan fuerte que mi mejor amigo es gay, que me encanta estar con gays, que me echo a llorar leyendo novelas de amor gays y me ha encantado cuando he tenido la ocasión de besar a un gay o de sentir su mejilla pinchuda o suavemente barbuda o de que me acaricie el brazo. Y no hay sexo en nada de ello, nada más que sentimiento:

Porque los veo como si me viera a mí mismo, en mi adolescencia gentil, esbelta, triste y extraviada. Ellos también han estado estupefactos de descubrirse gays y con frecuencia se sintieron solos y luego marginados y ridiculizados. Sois como yo.

Cuento esto con detalle, porque ha sido fundamental para que a lo largo de estos años empezara a aceptar la especial masculinidad que hay en mí. Soy como vosotros.

Pero de momento, preferí obviar este descubrimiento. Mi voluntad fundamental seguía siendo cambiar de género.

Encontré en 1993 a mi amiga Merche, que me fue importantísima, porque estuvo junto a mí. Gracias a ella, mi transición no fue a solas.

Pero me seguía pareciendo que tenía que ser limitada. Empecé a hormonarme –bajo supervisión médica, desde luego- pero opté por la ropa unisex. Le llamaba así por ejemplo a los chándales. Poco a poco me decidí a completarla con collares, pendientes, maquillaje y cabellos cuidados –por Merche, que es peluquera- y teñidos. La imagen que me importaba era la que tenía ante mis ojos, pero no me cuidaba de la imagen a los ojos ajenos, lo que hubiera debido hacer, porque la idea, en sí, era buena pero mi imagen era torpe y rara –lo vi al hacerme unas fotos.

Ya trabajaba así, vivía así, y mi trabajo se mantenía sin demasiados problemas gracias al respeto y el cariño de mis estudiantes. Por entonces, simplemente yo me estaba feminizando, con gran alegría y grandes esperanzas. Seguía tratando a muchas trans y era feliz entre ellas.

Para mí, todo culminó el 5 de enero de 1995, cuando me operé. Había estado dispuesta incluso a operarme aunque nadie lo supiera, simplemente por mí, para que lo supiera yo. Hubiera sido también suficiente para mí; una isla de salvación en el negro océano de desesperación en el que había vivido durante decenios.

De acuerdo con mi manera de ver las cosas seguí vistiendo ropa unisex, aun operada, casi dos años más, hasta que la evolución de las cosas sociales me convenció de que sería mejor dar un paso más, y lo di: en octubre de 1996 me puse falda para empezar el curso.

Ya por entonces me maquillaba y pintaba todos los días, llevaba medias y ropa interior apropiada, usaba bolso, me puse una peluca para mejorar mi aspecto, formaba nuevos hábitos que se volvían naturales. Entraba decididamente en los aseos de señoras (hasta entonces, mis entradas habían sido furtivas, y deseando que nadie me viera), porque ahora eso era lo lógico.

Sin embargo, la plena identidad como mujer no llegaba. Además, cada vez me interesaba menos.

Uno –uno- de los resortes que habían empujado mi transición era la autoginefilia, la fascinación por la imagen de la mujer superpuesta sobre la propia, el erotismo del espejo. Había sido suficiente que la libido bajara por la hormonación para que la autoginefilia empezara a ceder.

Me habían fascinado los pechos y los sujetadores, hasta el punto de que mis fantasías se centraban en ellos; ya no; dejé de usar sujetadores, un latazo y ahora me fastidia tener pechos. Después, lentamente, a lo largo de años, dejó de interesarme el maquillaje, y dejé de maquillarme: desde entonces, la cara “lavá”. Hace poco, me he aburrido de los bolsos; salgo a la calle con la cartera en la mano; es más cómodo.

Por otra parte, miro mi historia, y veo a un joven varón, alto, delgado, tímido, melancólico, sensible. Algo ahusado de silueta, manos de dedos largos, facciones suaves, expresión soñadora. Consciente de ser distinto desde los ocho o los nueve o los diez años y contento de ser como soy aunque con el sufrimiento de ver que diferencia significaba no integración. Lo veo ahora haciendo juego con tantos homosexuales que son como él aunque tambén se distingue de ellos en el deseo; no desea como ellos desean.

La experiencia de Cogam me ha hecho aceptar lo que soy. También veo que la transexualidad fue un recurso para no ahogarme, cuando pensaba que nadie me quería y que yo no era digno de amor: era demasiado torpe y tímido. Pero el amor es una verdadera necesidad para cualquier persona, un hambre.

Pero también soñé en mi adolescencia ser un joven príncipe del que nadie sabía su condición y de pronto se revelaba y surgía la admiración de todos por él; o ser un niño, tan guapo como yo lo fui, a quien un viejo pescador hubiera querido como un padre y enseñado a ser grumete; proyectos que tenían en común que no requerían un cambio de género, pero que resultaban inviables. Ahora, cuando lo pienso, me doy cuenta de que en estos dos deseos- deseos de ser amado, a fin de cuentas- me figuraba siendo varón. Y eran dos a uno, en relación con el deseo de cambiar de sexo.

Sé que, si de alguna manera hubiera podido hacerlos realidad, si hubiera resultado que, por lo menos, fuera el nieto de un marqués o hubiera podido ser marino, gran parte de mi afectividad se hubiera lanzado por estos medios de ser admirado y querido de la manera que yo quería y quizá no hubiera sido tan importante cambiar de sexo.

Cuando veo todo esto, es como si apareciera ante mí la clave de mi transexualidad, como si descubriera su realidad, hecha de inseguridad, de necesidad de valoración y de aprecio, pero necesidad angustiosa, del recurso continuo a distintas posibilidades que me permitiesen resolver mis conflictos, ganar esa estimación ajena que no encontraba: y para eso, cambiar de sexo, o ser un príncipe, o ser un grumete. Y de estas tres posibilidades, cuya fuerza es simbólica, la única que resultó posible, por raro que parezca, la única que podía calmar mi angustia en la práctica era cambiar de sexo.

Angustia, inseguridad. Era un niño, un adolescente sensible, introvertido, distinto de los demás, pero no femenino. Y la sensación de ser distinto intensificada por la falta de aprecio hacia mi manera de ser que era lo que encontraba. Rechazado, tampoco podía querer, ni admirar, ni sentirme uno más. Sólo rechazaba. Rechacé la imagen de varón, sólo me quedaba la imagen de la mujer. Y su fascinación.

Hasta que la convivencia con los homosexuales me hizo ver que hay una manera de ser varón que me gusta. Y más cuando descubrí que los muchachos a quienes he admirado y querido eran o son precisamente la imagen de lo que yo hubiera querido ser.

Por fin veo que está formándoseme una identidad estable que es a la vez masculina y ambigua.

Me gusta ser masculino y ambiguo, porque es ser como soy. Para entenderme, tengo que decir que es muy importante la parte de ambiguo, casi tanto como la de masculino.

Ser ambiguo para mí significa tener algunas cualidades como la sensibilidad, hasta la melancolía, la vulnerabilidad, la comprensión por encima de todo, la delicadeza, el temperamento de artista, cosas que también pueden ser propias de muchos hombres pero que en general se dan entre los menos androgénicos. Y yo soy sin duda hipoandrogénico. Haber sido lector, soñador, llorica, tímido, cobarde, en mi niñez, y no deportista, realista, descarado, audaz, valiente, es uno de los resultados normales de la hipoandrogenia. Ésta es una de las claves de mi realidad y bien visto, me gusta y me enorgullezco de ser así.

Algunos de los matices de mi hipoandrogenia tocan como es natural lo biológico. Soy básicamente heterosexual, en el sentido de que me agradan espontáneamente las mujeres, que las miro con agrado, es la palabra, pero mi heterosexualidad es difusa. Cada vez que he intentado centrarme en ese agrado, que me guste una mujer concreta, he sentido poderosas resistencias. Inmediatamente le encuentro defectos insuperables. Tampoco tengo ni siquiera sentimientos por la mujer tan fuertes como el compañerismo, la emoción y la ternura que siento por los homosexuales.

Tampoco siento la pulsión de la sexualidad activa. Tuve que leer una vez, por casualidad, los impulsos que sienten los hombres, para enterarme, no sin extrañeza y poco interés por ellos.

Eso explica que la salida de mi sexualidad haya sido la autoginefilia, una reacción de muchas personas transexuales, no de todas (autós = sí mismo; giné = mujer; filia = amor; amor a la mujer en sí mismo) en la que el interés por la mujer, en general, se vuelve sobre la imagen de la mujer en sí mismo, la imagen de la mujer en el espejo. Pero ahora, como digo, hasta la autoginefilia ha volado.

Quizá –pero sólo quizás- mi hipoandrogenia explique que lo único que permanece bastante estable después de estos años, en mi caso, sea el desagrado por los genitales masculinos.

Me imagino como si estuvieran de nuevo en mi cuerpo y me desagradan; me agrada más estar como estoy, francamente, tocar con mi mano esa región y ver que no hay nada; me tranquiliza.

El desagrado es físico y simbólico; no me agrada imaginar su forma; y tampoco me gusta lo que representan, que imagino únicamente como poder y temor.

Pero, para precisar más mis sentimientos, en esta hora de recapitulación, tengo que decir que mis genitales me parecían algo sencillo, tierno y natural en mi infancia; desde luego, imaginaba entonces que sólo servian para hacer pis, una necesidad menor; es decir, que mis sentimientos negativos no son absolutos; incluso pienso que empezaron después de la operación de fimosis que tuve que hacerme con unos nueve o diez años, cuando al descapullarse, el resultado me pareció brutal y feo.

Luego, en la pubertad, llegó el trauma ante su funcionalidad y sobre todo ante el hecho de que ésta me igualara con la sexualidad naciente de mis compañeros, que empezó antes que la mía -era un año menor- y que no comprendía y rechazaba con vehemencia. Entonces comenzó la obsesión y el no.

Pero ahora puedo reconocer que es verdad que, para alguien que no esté traumatizado, los genitales masculinos pueden representar algo tan dulce como el caño por el que pasa la vida; o la seguridad de sus familiares; o la firme bondad. Hay hombres que son buenos y amables; la mayoría; son paternales, llegado el momento; imaginarlos como padres, como buenos padres, es lo más justo que se puede decir de ellos; quizá yo podría reeducarme para pensar eso, incluso para haberlo pensado de mí cuando estaba a tiempo; quizá ese sentimiento y esa esperanza –ser un día como mi padre o como mi abuelo- me hubiera compensado suavemente, gradualmente, de mis sentimientos de rechazo, me hubiera hecho sentir cierta ternura por mi cuerpo tal como era, en su integridad.

Podría haber aprendido a ser hombre plenamente, a lo mejor, a perdonar a mi cuerpo por ser como era. No lo sé; eso queda ya dentro de lo futurible. Pero, incluso estando como estoy, estoy aprendiendo esa manera de ser masculina, delicada y amable.

Pero también es verdad que esto es sólo quizás y que quizás yo no hubiera sido capaz nunca de esa virilidad, por tierna y amable que fuere, puede ser verdad que si no he tenido una esposa y unos hijos es porque no podía tenerlos y también puede ser verdad que mi mente hipandrogénica prefiriese el vacío como expresión de su realidad, mejor que unos genitales cuya funcionalidad en el fondo no entiende y sólo con esfuerzo podría entender y aceptar como propios. No lo sé, es dudoso, pero, por lo poco que hoy sabemos, puede ser.

Por eso, dentro de mi manera de pensar y de sentir, el estar emasculado –que es la palabra técnica que representa lo esencial de mi estado- es de hecho hoy por hoy una manera de expresar la parte sensitiva, vulnerable y frágil en la que tanto me reconozco y tanto me define a mis ojos y quiero que se vea en mí.

“Un hombre emasculado por su voluntad”, podría ser en todo caso una de las descripciones actualizadas de mí, que no deja de contener un elemento dramático que responde a largas y penosas realidades.

Lo que pasa es que en todo caso necesitaba que eso se percibiera, que lo supieran todo, no sólo los que estuvieran al corriente, como en general los hombres que están contentos de serlo o no tienen problema con serlo lo manifiestan con sólo su manera de vestir.

Por eso me resisto a ponerme de nuevo pantalones, ni siquiera pantalones de mujer, porque con mi complexión corporal, con sólo ponerme un pantalón paso a parecer simplemente un hombre, un hombre como otro cualquiera, y yo quisiera que todos viesen, nada más verme, mi especificidad y mi singularidad; quiero que me vean como soy y como me siento, un hombre ambiguo, que necesita que todos entiendan esta segunda palabra con todo su significado.

Por eso mismo no puedo entrar en un aseo de hombres, primero, porque sólo imaginarlo despierta todas mis fobias (aunque supongo que con tenacidad podría reeducarlas, comprendiendo a los hombres como deben y pueden ser y no como son muchos de ellos), pero segundo, porque entrar o salir por esa puerta no afirma mis matices, tan importantes, que aun en un mundo de hombres perfectos yo quisiera afirmar, porque son los míos. En este apartado, la solución, para mí, estaría en los “aseos neutrales” que ahora se están ensayando en los Estados Unidos para quien quiera usarlos, a condición desde luego de que fueran voluntarios y no obligatorios. ¡Entrar por una puerta por la que también entrasen gays, camioneras y drag queens! Para mí, perfecto.


Aunque veo que poco a poco mi identidad masculina parece consolidarse y aceptar lo que hace pocas semanas parecía inaceptable. Puedo verme con orgullo semejante a los muchachos a los que he querido, a Walter, a Philippe, a Jorge. Entonces, mi genitalidad (de antes), mi masculinidad me parecen naturales y aceptables porque me hacen compañero de estos varones que quiero y admiro.

Puedo comprender ahora que aquella imagen que me fascinó, la del muchacho ambiguo, sensual y delicadísimo, vestido de negro, al que vi un momento en el Café Flore de París, me atrajo intensamente porque era la imagen idealizada de mí mismo, de mi ambigüedad. No me atrajo por diferente, sino por semejante.

Me tengo que preguntar entonces qué queda de mi transexualidad o del deseo de transición de género, más ampliamente. Queda la necesidad de afirmarme como ambiguo. Lo puedo hacer, simbólicamente, incluso mediante el recuerdo de mis años de expresión transexual, mediante formas que me acercan a los rompegéneros que he visto, a aquel que iba por Londres con vestido de zíngara y barba de ocho días o aquel transformista de un documental que paseaba por un paseo marítimo, antes de su actuación, con su niño tomado de la mano.

En este sntido, llevar falda, es para mí sólo un acto simbólico, una forma de expresión, que me da además un margen de seguridad, un refugio, un asilo, una tranquilidad. Ya no quiere significar que yo sea una mujer, sino sólo que necesito o me viene bien usar en público prendas de mujer. ¿Es provocador? Sí, lo es, pero si no hubiera provocación no se transformarían las actitudes sociales. Y ahora yo quiero llamar la atención sobre el hecho de que algunos varones somos ambiguos y conscientes y decididos a serlo.

Si para demostrarlo fuera posible no ponerse falda, yo no me la pondría. Si consiguiera que todos vieran en mí lo que yo veo por dentro. Por otra parte, no me identifico ya con las mujeres deslumbrantes y jóvenes, que no me deslumbran,`pero me encuentro cerca de las que son de mi edad, cariñosas, cordiales, acogedoras, habladoras, sobre todo me encuentro parecida a las solteronas, porque muchas, cuando han abandonado la voluntad de seducción, son un poco asexuales, de manera que no me disgusta que me cuenten entre ellas. Un cabello gris y recogido, una ropa gris y sin forma, una vida casera y solitaria, una proyección emocional en las plantas que riegan, una evasión intelectual en la pintura, o la literatura, una manera de ser cariñosa y acogedora con todos. "Tía Kim".

En resumen de los resúmenes, ahora posiblemente me gustaría usar pantalones –me imagino con gusto esos actuales de faena o de campaña, llenos de bolsillos a lo largo de todo el pernil-, que además son ropa unisex, sobre todo si en mí parecieran unisex; pero no lo parecen.

Por eso me pongo falda y me dejo el pelo lo más largo y rizado que puedo, porque es la única manera de que todos vean lo que hay en mí, mi ambigüedad, mi hipoandrogenia, lo que miro con ternura porque es lo mío, de que les guste y hasta de que se sientan un poco protectores conmigo, lo que necesito, lo que me encanta.

Por lo menos, con mi aspecto actual, el cabello natural, rizado y blanco con grandes entradas, un jersey o una chaqueta vaquera, un gran chaquetón medio militar en invierno y la falda, que suele ser recta, también medio militar, los que me ven pueden decirse: “Un hombre vestido de mujer”.

Hay que recordar que quienes hablan así lo dicen por las apariencias (en este caso, mi estatura, voz, entradas, etcétera) y que muchas veces las apariencias engañan, pero en este caso, en mi caso, corresponden a la realidad, aunque no a toda la realidad.

Aunque sea duro, tengo que decirlo. Soy un varón ambiguo que necesita expresar lo que es, en los dos sentidos. Soy un travesti, palabra ambigua que también amo, y que despierta todos mis recuerdos y mi ternura, género indefinido o poco definido. En el matiz de las dos cosas que quiero expresar, que es mi vida, está mi orgullo, porque es lo que corresponde a mi manera de ser.

Necesito unos símbolos que expresen mi ambigüedad, eso es todo. Amo mi ambigüedad, tiene mucho sentido para mí, y necesito que se vea y se sepa. He necesitado operarme, pero eso no afecta al fondo de mi ser. He aceptado ciertas formas de la feminidad, pero no todas, como lo hacen las drags y a veces los homosexuales o algunos homosexuales, desplegando su pluma.

Hasta ahí llego yo, hasta aquí puedo hablar por lo que sé dentro de mí. Desde fuera, sé que hay transexuales que se sienten del todo mujeres y nada más que mujeres, que se han identificado en su niñez con las mujeres, encontrado iguales a ellas, reconocido como ellas, que necesitan hacer vida de mujeres; no hablo por ellas, como es natural, hablo por mí. Y me gusta ser como soy.

martes, 13 de noviembre de 2007

El conflicto puede ser la base de la disforia




La razón por la que muchas personas que luego serán transexuales empiezan por decir que no a su sexo físico hay que ponerla en un conflicto fuerte y duradero sufrido en su niñez o preadolescencia.

Muchas veces, las dificultades vienen de cierta androginia (hipoandrogenia en varones, hiperandrogenia en mujeres) que impide que los demás lo acepten plenamente como uno de los suyos y que el niño pueda aceptarse como parte de quienes le resultan diferentes (y hostiles); pero la androginia no es la única explicación posible; los problemas también pueden venir de otras causas, como los malos tratos por parte de un padre agresivo o por los compañeros hasta producir una indefensión.

En particular creo que los conflictos más fuertes vienen de no encontrar suficiente amor o aceptación en el medio en que se vive; padre lejano, compañeros hostiles que se ceban en el menos agresivo; de aquí viene una inseguridad básica, baja autoestima y la correspondiente necesidad de ser querido, aceptado y valorado; necesidad que puede quedar frustrada durante años.

La situación de conflicto persistente significa una gran angustia, en una edad en que no se puede ni identificar ni expresar exactamente lo que se siente, al niño no le queda más recurso que su imaginación para evadirse de él.

Las construcciones de la imaginación son libres, verdaderas creaciones comparables a los sueños o a la dramaturgia: la amenaza real de una paliza puede inspirar una fantasía de sumisión en la que se reequilibran las relaciones humanas de una manera menos angustiosa; por otra parte, la falta de afecto masculina puede generar el deseo de ser mujer para verse querida y admirada; la baja autoestima puede compensarse con un deseo de ser un príncipe. Estos ejemplos, reales, muestran que la solución imaginada no siempre tiene que ver con el género, pero a veces se escogen los símbolos en el sistema sexogénero.

En la medida en que estas soluciones tienden a superar un conflicto angustioso, se las puede considerar reacciones adaptativas. Algunas pueden resultar practicables y otras impracticables, pero unas y otras revelan la actividad psíquica de la mente tratando de hallar respuestas a situaciones insoportables y en este sentido resultan naturales y sanas, de por sí.

Aunque sus contenidos puedan ser unos más realistas que otros y el cambio de sexo resulte de los menos realistas en principio, hay que recordar que lo más realista y urgente es encontrar una solución a un conflicto que atenaza a un niño o adolescente, que se ve hostigado incomprensiblemente, aislado sin saber a quién recurrir y que tiene que encontrar algo que le permita salir adelante; aunque sea un sueño con el que tranquilizarse en la soledad de su pupitre.

La imagen de la mujer en el espejo, al travestirse, le fascinará y le hará creer que esta fantasía se puede convertir en realidad. La fuerza de la imagen, su atractivo, su fascinación, harán que muchas veces ésta sea la respuesta que se asiente.

Reconozco que esta interpretación del proceso, si es así, es desmistificadora, pero no me ha ahogado; lo que desmistifica es la interpretación de toda la transexualidad como mujer en un cuerpo de varón o varón en un cuerpo de mujer; puede ser que haya personas que sean así, pero yo estoy hablando de otra experiencia. Se trataria en estos otros casos de reacciones que toman el lenguaje del género con fines de defensa y que pueden darse en la misma persona entre otras que no usan el lenguaje del género y que tienen el mismo fin; el éxito final de unas u otras dependerá de su capacidad defensiva y para alcanzar una autoestima suficiente.

Si el conflicto resulta temporal, la reacción también será efímera; si el conflicto es persistente, la reacción puede asentarse y llegar a formar una parte de la personalidad. No creo, como los psicoanalistas, que baste con entender este complejo proceso y comprobar que sus causas ya se han desvanecido, para que quede solucionado. A mi entender, la reacción transexual, cuando es ya parte de la personalidad, es una solución compleja a una compleja red de heridas, por lo que no puede prescindirse de ella sin arriesgar que todas se abran.

Pero sí se puede relativizar esta reacción, sin entenderla como expresión de la más profunda verdad interior, sino sólo como un recurso que tuvo una utilidad determinada y que, andando el tiempo, puede verse con cierto distanciamiento y abrir el paso así a una comprensión más profunda de sí, a la que no habrá que tener miedo, porque la verdad es siempre apaciguadora.

Puede emerger el varón infantil, que se sintió y vivió en los primeros años, a la vez que se reconoce a veces la realidad de su androginia, o hipoandrogenia, en su justa medida; ni en más ni en menos; puede nacer el recuerdo y la compasión propia por todo lo sufrido; la conciencia de la disforia real y la evidencia de su permanencia, del horror por ser contado entre los varones más estereotípicos. "Varón hipoandrogénico disfórico...", puede ser la descripción que lentamente se vaya alumbrando de sí mismo, en una visión que arrastra la melancolía por lo sufrido, pero que permite relativizar los propios sentimientos y crear nuevas maneras de expresarlos, dejando incluso a un lado la secuencia triádica psicólogo-endocrino-cirujano, que hasta ahora parece la única opción.

domingo, 7 de octubre de 2007

Nueva redacción de "Filosofía de la transexualidad"




Puede parecer excesivo plantear la filosofía que se va a seguir en un sencillo manual, pero precisamente por ser manual, este libro tiene un carácter práctico, y todo lo práctico requiere una filosofía que lo sostenga y lo vea convertido en una ética. Muchas veces esas filosofías son implícitas, por sabidas, o por ser las dominantes en un momento, pero la cuestión de la transexualidad es tan audaz que requiere que se explicite la filosofía que sigo.

Los humanos nacemos sujetos a dos clases de leyes que están más allá de las humanas: las verdaderamente morales y las naturales.

Las verdaderamente morales son pocas, pero obligan íntimamente a cualquiera: por ejemplo, la vida humana debe ser racional, porque somos racionales; o los humanos debemos vivir libres, porque somos libres. (Está claro que hay pretendidas leyes morales que son irracionales y por tanto no deben ser respetadas)

Las naturales nos sujetan, pero no nos obligan. De hecho, la historia humana es un continuo ejercicio de soberanía sobre las leyes naturales, hasta el punto de que se puede enunciar una ley moral que es la de que la coducta humana debe sobreponerse libremente a la naturaleza, respetando la racionalidad y la responsabilidad.

Lo hacemos, por ejemplo, al curar las enfermedades, hechos naturales que nos sujetan y de los que debemos liberarnos.

Tengo que ser más explícita, por sus consecuencias morales sobre nosotros, al criticar la filosofía escolástica que la Iglesia Católica ha hecho cuasi oficial. En esta filosofía, el término "ley natural" que yo entiendo como "ley racional" significa "respeto a las leyes de la naturaleza", a la que se diviniza entendiéndola como manifestación visible de la voluntad de Dios.

Pero si fuera así, la naturaleza sería moralmente intocable y el hombre no debería transformarla ni en un ápice para atender a sus necesidades, como ha venido haciendo a lo largo de toda su historia.

Tampoco se entenderían las multiformes calamidades naturales, ajenas al hombre, o a la voluntad humana, que contradicen el orden natural al perturbarlo o destruirlo. Si es voluntad de Dios que exista, ¿debe entenderse que la voluntad de Dios lo contradiga y que por tanto Dios se contradice continuamnte a sí mismo?

Hace falta también constatar que el respeto moral a la ley natural sería el respeto a un orden hecho de colmillos, garras y cuernos que, cuando se ha querido respetar tal cual, ha conducido lógicamente a una moral del poder y la imposición, próxima a Nietzsche y a us peores derivaciones.

No; los hechos naturales son sólo hechos, no prescripciones morales. No hay una moral de la natura y la contra natura. La única moral es la de que existe la razón, que tenemos uso de razón, y que debemos usarla para atender racionalmente a nuestras necesidades.

Si una persona es homosexual, eso no es bueno ni malo; es. Pasa lo mismo si es disfórica. Ante los hechos, el ser humano debe actuar racionalmente para ponerlos a su servicio. Si la homosexualidad o la disforia fueran reversibles, probablemente muchos elegirían su reversión, dadas las dificultades o imposiblidades que tenemos que sufrir en otros hechos tan sensibles como la procreación, por ejemplo.

Pero si no son reversibles, hace falta aceptarlas como hechos y ponerlas en lo posible al servicio de los seres humanos que somos.

Aunque hay otra dimensión: los homosexuales a menudo se sienten orgullosos de su manera de sentir y de amar y las personas disfóricas de su identidad, hasta el punto, por nuestra parte al menos, de afirmar la paradoja de que "si volviera a nacer querría ser transexual", y no hombre ni mujer.

Esto se debe a la conciencia de la singularidad de nuestra experiencia, que es la de la transición y al orgullo del desafío a los convencionalismos y a los límites que otros creen que son propios de la condición humana.

Eso equivale a afirmar que la condición humana no tiene límites naturales, pero sí limites morales, que sin embargo son enaltecedores, puesto que a lo que nos obligan precisamente es a superar nuestras condiciones y limitaciones.

En ese sentido, la transexualidad es un ejercicio de soberanía razonada sobre la naturaleza en un terreno que los no transexuales tienden a creer irreversible, una limitación natural que convierten en fundamental y por tanto no sólo es buena sino que es excelente como emblema de la condición humana que es dominio sobre la naturaleza y ejercicio racional de este dominio.

Las personas transexuales somos socialmente un ejemplo límite de soberanía sobre un hecho natural que todas las demás creen indiscutible porque se acomodan bien a él, que es la sexuación. Nosotros situamos la sexuación como uno más de los hechos naturales que pueden ser transformados racional y responsablemente.

No hay que preocuparse por las consecuencias naturales del hecho transexual. La inmnsa mayoría de las personas no son disfóricas y prefieren con naturalidad seguir en su sexo de nacimiento. Pero si alguna persona es disfórica, está señalando a las demás los límites del sistema sexogénero y las demás deben respetar que ella esté fuera.

Por tanto, no es que pretendamos que todos sean transexuales, pero sí ejercemos, antes de todo reconocimiento público, el derecho a serlo, que es racional cuando se dan determinadas condiciones de hecho. En cuanto a nuestra responsabilidad, la ejercemos mediante la apelación a la racionalidad de nuestra conducta.

Terminaré exponiendo que este criterio es precisamente el del Génesis. Los humanos tenemos el derecho de comer de todos los árboles y sólo una obligación: no comer del árbol del bien y del mal, o no pretender decidir por nosotros mismos lo que está bien y lo que está mal. Por ejemplo, no podemos decretar sobre la racionalidad que sea mala. Tampoco podemos decidir que la libertad sea mala y la falta de libertad sea buena. Todo eso nos haría "como dioses" y no soms dioses.

Pero se nos ha entregado la soberanía sobre toda la naturaleza y eso es parte de lo que está bien para nosotros. Y con esta soberanía limitada por el bien y el mal, la responsabilidad moral sobre lo que hagamos con ella. Y la sexuación, como la vegetación, o los planetas, no son realidades divinas, sobrehumanas, sino naturales, sometidas a la racionalidad humana.

lunes, 1 de octubre de 2007

Cortocircuito o parafilia



Añado al Manual este texto, resumido, en lenguaje más técnico, del que hoy he publicado en http://carlaantonelli.com/



En el proceso de la transexualidad disfórica en personas XY de orientación ginéfila se produce lo que se puede llamar un cortocircuito de la libido que requiere una comprensión de su dinámica que puede resultar subjetivamente muy desconcertante.

Puede describirse como sigue: la persona disfórica encuentra un vacío o debilitamiento de su identidad de género que, desde su adolescencia, se compensa mediante lo que se ha llamado una “imagen de la mujer en el espejo”, de gran fuerza libidinal.

Primero se forma mediante las imágenes objetivas de las mujeres que pueden resultarle atractivas, que producen la transformación del deseo en envidia, hasta que la persona disfórica llega hasta el espejo, en el que, al transvestirse, una imagen de mujer se superpone sobre la suya.

En ese momento, se produce el cortocircuito, al volverse la libido sobre el propio sujeto de la libido, oculto bajo la nueva imagen, la cual cumple dos funciones: proponer una posible identidad y estimular la libido.

Disforia se ha unido a eros y juntos alcanzan una gran potencia.


(Parafilia)


En ese momento, el placer repentino del descubrimiento lleva a la excitación y a la repetición del estímulo, que acaba consolidando la respuesta como parafilia (solución simbólica a un problema real, que es placentera por ser una solución, pero debe repetirse porque es sólo simbólica).

Puede haber también una conciencia más o menos clara de la precariedad de la solución parafílica, en forma de rechazo de la excitación, que se ´puede ver correctamente como un automatismo masculino y por eso mismo rechazable, pero a cuya presión como solución momentánea resulta muy difícil resistir.

Por eso, la reacción parafílica produce una y otra vez agotamiento, vergüenza y tristeza. Pero se ha descubierto un canal que conduce también al placer y al consuelo. La imagen de la mujer en el espejo se vuelve necesaria y casi consustancial con la misma persona disfórica.


(El fin de la parafilia)


En caso de que la disforia lleve al tratamiento endocrinológico o a la cirugía de reasignación genital, la correlativa bajada de andrógenos produce una disminución de la libido que disuelve el proceso parafílico.

Desaparece entonces gradualmente la potencia de la imagen de la mujer en el espejo y de su eficacia protésica.

Al faltar también ese poderoso estímulo, puede ser que la persona disfórica se sienta en ese momento, y después de haber tomado decisiones muy radicales, entristecida y hasta carente de identidad de nuevo.

Ésta es la situación que hace necesario el conocimiento de la dinámica de la parafilia. La salida de la situación puede estar sólo en el conocimiento del proceso disfórico.

(Después de la parafilia)


La parafilia surgió al superponerse dos elementos: la disforia y el eros.

La disforia fue el fundamental, la causa básica y estable de todo el proceso. La fascinación por la imagen de la mujer en el espejo fue coyuntural y añadida.

Puede establecerse entonces una identidad como persona disfórica que resulta profundamente verdadera aunque tenga que afrontar la debilidad de la escasez de modelos objetivos.

Para conseguir estabilizar estos modelos, conviene en primer lugar excluir todos los asociados con la parafilia (mujer joven y bella) tomando conciencia de otros que pueden ser más profundos y eficaces, relacionados con otras clases de feminidad o bien con la ambigüedad intersexual.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Conceptos de "purga" y "negación"

Purga. Período breve de negación compulsiva que sigue a la afirmación, también compulsiva, en el ciclo disfórico.

Negación. Actitud duradera, frecuente en la transexualidad no compulsiva, en la que se las personas XY con identificación primaria cruzada intentan superar el proceso transexual mediante una actitud hipermasculina. Se diferencia de la purga en su larga duración, usualmente de años.

Transexualidad en personas XY no disfóricas




Uno. Empieza por una identificación cruzada con la madre en la primera infancia (antes de los tres años) Por su carácter primario es muy estable y no va unida a disforia alguna.

Dos. Al llegar a la adolescencia, es frecuente que esa identificación se considere una niñería y se entre en una fase de negación en la que se puede seguir un estereotipo hipermasculino, por decisión reflexiva y no compulsiva: barba, gimnasio, relaciones sexuales con mujeres, incluso matrimonio e hijos.


Tres. La identificación cruzada primaria subsiste bajo la apariencia hipermasculina incluso muy reprimida, por lo que puede emerger en cualquier crisis intensa (conyugal, económica, cansancio por estrés, etcétera) El impacto emotivo del resurgimiento de la identidad cruzada puede ser muy intenso, pero se resolverá reflexivamente.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Transexualidad en personas XY disfóricas

Acabo de añadir al Manual el siguiente texto:


Uno. Empieza por dificultades definidas para formar la homoafectividad, que es básicamente una memoria (las causas pueden ser la lejanía afectiva del progenitor del mismo sexo, problemas con los pares en la niñez y preadolescencia) Se impide por tanto la formación de una identidad lineal sólida.

(Anotaré que una carencia en la formación no es una patología y sin embargo tiene efectos en la estructura de la personalidad)

Dos. En ausencia de memoria homoafectiva, la confrontación con el propio sexo sólo produce disgusto o disforia. Este estado debe considerarse una desadaptación bastante dolorosa.

Tres. Como respuesta a la desadaptación disfórica, se produce una búsqueda de identidad. El impulso sexual (al que no afecta la disforia) produce una preferencia por la imagen de la mujer como modelo. Se define el proceso transexual, que tiene un valor de adaptación o reequilibrio.

(Pero no hay una correlación objetiva total-anatómica, hormonal, pulsional- entre la persona transexual y el modelo elegido, por lo que en esta identificación, aunque básicamente estabilizadora, hay factores de inestabilidad que sólo pueden ser compensados por el entendimiento de sí como persona XY transexual)

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Filosofía de la transexualidad


He añadido al Manual el siguiente texto:


Puede parecer excesivo plantear la filosofía de un sencillo manual, pero precisamente por ser manual, este libro tiene un carácter práctico, y todo lo práctico requiere una filosofía que lo sostenga. Muchas veces esas filosofías son implícitas, por sabidas, pero la cuestión de la transexualidad es tan audaz que requiere que se explicite la filosofía que sigo.

Los humanos nacemos sujetos a dos clases de leyes que están más allá de las humanas: las verdaderamente morales y las naturales.

Las verdaderamente morales son pocas, pero obligan íntimamente a cualquiera: por ejemplo, la vida humana debe ser racional, porque somos racionales; o los humanos debemos vivir libres, porque somos libres. (Está claro que hay pretendidas leyes morales que son irracionales y por tanto no deben ser respetadas)

Las naturales nos sujetan, pero no nos obligan. De hecho, la historia humana es un continuo ejercicio de soberanía sobre las leyes naturales, hasta el punto de que se puede enunciar una ley moral que es la de que la coducta humana debe sobreponerse libremente a la naturaleza, respetando la racionalidad y la responsabilidad.

Lo hacemos, por ejemplo, al curar las enfermedades, hechos naturales que nos sujetan y de los que debemos liberarnos.

La transexualidad es un ejercicio de soberanía razonada sobre la naturaleza y en este sentido no sólo es buena sino que es excelente. Las personas transexuales somos socialmente un ejemplo límite de soberanía sobre un hecho natural que todas las demás creen indiscutible porque se acomodan bien a él, que es la sexuación. Nosotros situamos la sexuación como uno más de los hechos naturales que pueden ser transformados racional y responsablemente.

No pretendemos que todos sean transexuales, pero sí ejercemos, antes de todo reconocimiento público, el derecho a serlo, que es racional cuando se dan determinadas condiciones de hecho. En cuanto a nuestra responsailidad, la ejercemos mediante la apelación a la racionalidad de nuestra conducta.

Terminaré exponiendo que este criterio es precisamente el del Génesis. Los humanos tenemos sólo una obligación: no comer del árbol del bien y del mal, o no pretender decidir por sí mismos el bien y el mal. No podemos decretar sobre la racionalidad o la libertad que sean malas.

Pero se nos ha entregado la soberanía sobre toda la naturaleza. Y con ella, la responsabilidad moral sobre lo que hagamos con ella. Y la sexuación, como la vegetación, o los planetas, no son realidades divinas, sobrehumanas, sino naturales, sometidas a la racionalidad humana.

martes, 11 de septiembre de 2007

Elaboración de un Manual de Transexología


Por Kim Pérez



CONSIDERACIONES GENERALES


La Transexología es la ciencia de los hechos de transición en el sistema de la sexuación (transvestistas, transgeneristas y transexuales o transgenitalistas)

Para ser una ciencia, debe contar con una unidad de método que le permita describir con precisión los hechos, explicarlos por sus causas y hacer predicciones sobre ellos.

La unidad de método la consigue al situarse en una línea jerárquica del conocimiento que ha de ser la siguiente: Filosofía, Antropología, Sexología.

Estos conocimientos van de lo más teórico a lo más práctico y por tanto, la Transexología será un conocimiento práctico, aunque sea en sus conceptos más generales, para las propias personas a las que llamaré trans para evitar definiciones demasiado restringidas y, con mayor detalle, para los profesionales de quienes éstas requieran la ayuda.

Existe ya una considerable tradición de estudios sobre los hechos transexuales, empezando por Magnus Hirschfeld y Harry Benjamin. Pero los que emprendamos sólo se podrán considerar transexológicos cuando se puedan insertar en la descrita unidad de método, que permite observar el punto preciso del que surjen las discrepancias, para así distinguir mejor su valor como conocimiento-error.


Por eso, la Teoría de Género o Constructivismo sexual (Foucault, Butler) se separa de la Transexología desde el mismo principio, la Filosofía. Tienen en común sólo la voluntad de usar la razón, pero se separan en cuanto el linaje del conocimiento transexológico considera también la experiencia de lo dado, mientras que el de la Teoría de Género se mantiene en el racionalismo y voluntarismo político.

La predominancia actual de la Teoría de Género, que ha construido la mayor parte de los discursos vigentes sobre sexuación y transexuación, de manera errónea, me hace trazar este Manual Elemental en una línea polémica que, desde luego, lo hará más interesante.


FILOSOFÍA DE LA TRANSEXUALIDAD


Puede parecer excesivo plantear la filosofía de un sencillo manual, pero precisamente por ser manual, este libro tiene un carácter práctico, y todo lo práctico requiere una filosofía que lo sostenga. Muchas veces esas filosofías son implícitas, por sabidas, pero la cuestión de la transexualidad es tan audaz que requiere que se explicite la filosofía que sigo.

Los humanos nacemos sujetos a dos clases de leyes que están más allá de las humanas: las verdaderamente morales y las naturales.

Las verdaderamente morales son pocas, pero obligan íntimamente a cualquiera: por ejemplo, la vida humana debe ser racional, porque somos racionales; o los humanos debemos vivir libres, porque somos libres. (Está claro que hay pretendidas leyes morales que son irracionales y por tanto no deben ser respetadas)

Las naturales nos sujetan, pero no nos obligan. De hecho, la historia humana es un continuo ejercicio de soberanía sobre las leyes naturales, hasta el punto de que se puede enunciar una ley moral que es la de que la coducta humana debe sobreponerse libremente a la naturaleza, respetando la racionalidad y la responsabilidad.

Lo hacemos, por ejemplo, al curar las enfermedades, hechos naturales que nos sujetan y de los que debemos liberarnos o al construir un canal para llevar el agua a un desierto y liberarnos de su estado natural.

La transexualidad es un ejercicio de soberanía razonada sobre la naturaleza y en este sentido no sólo es buena sino que es excelente. Las personas transexuales somos socialmente un ejemplo límite de soberanía sobre un hecho natural que todas las demás creen indiscutible porque se acomodan bien a él, que es la sexuación. Nosotros situamos la sexuación como uno más de los hechos naturales que pueden ser transformados racional y responsablemente.

No pretendemos que todos sean transexuales, pero sí ejercemos, antes de todo reconocimiento público, el derecho a serlo, que es racional cuando se dan determinadas condiciones de hecho. En cuanto a nuestra responsailidad, la ejercemos mediante la apelación a la racionalidad de nuestra conducta.

Terminaré exponiendo que este criterio es precisamente el del Génesis. Los humanos tenemos sólo una obligación: no comer del árbol del bien y del mal, o no pretender decidir por sí mismos el bien y el mal. No podemos decretar sobre la racionalidad o la libertad que sean malas.

Pero se nos ha entregado la soberanía sobre toda la naturaleza. Y con ella, la responsabilidad moral sobre lo que hagamos con ella. Y la sexuación, como la vegetación, o los planetas, no son realidades divinas, sobrehumanas, sino naturales, sometidas a la racionalidad humana.


CONCEPTOS BÁSICOS DE LA TRANSEXOLOGÍA


La Transexología se debe establecer a partir de conceptos elementales. A mi entender, son los siguientes:

Sexuación. Designa el hecho de que la especie humana está escindida en dos grandes conjuntos referidos primariamente a la reproducción y secundariamente a la interrelación social.

Sexo. Designa los hechos anatómicos y fisiológicos relacionados con cada uno de esos conjuntos.

Sexualidad. Designa los hechos pulsionales y biológicamente conductuales relacionados con cada uno de esos conjuntos. Por ejemplo, la conducta de copulación.

Género. Designa los hechos culturales relacionados con la sexuación y cada uno de los conjuntos. Por ejemplo, la ropa, el nombre.

Identidad sexual. Designa la autocomprensión del individuo consciente como perteneciente a uno de los conjuntos sexuados.

Parafilia. En general, las parafilias (fetichismo, sadomasoquismo, etcétera) se pueden definir como soluciones simbólicas a problemas reales, que usan la sexualidad como significante y que son placenteras en cuanto son una solución, pero se deben repetir una y otra vez por cuanto son sólo simbólicas. A veces, algunas manifestaciones de la experiencia transexual son parafílicas, aunque no lo es la experiencia en sí.

= = = =

Hasta aquí, se puede advertir que este esquema se diferencia de la Teoría de Género en que toma en consideración una dimensión intermedia entre el sexo y el género que es la sexualidad.

Para la Teoría de Género, sexo son sólo los hechos físicos o corporales y género todos los demás, a los que se considera como culturales, y por tanto históricamente condicionados y políticamente variables.

Para mí, los hechos corporales se prolongan en la conducta corporalmente determinada, a la que llamo sexualidad, que suele coincidir en humanos y animales, y llamo género a la conducta estrictamente cultural o aprendida, cuya naturaleza muestra como diferencias históricas la Antropología.

Debe anotarse que esta diferencia entre lo natural y lo cultural no es metafísica, sino que corresponde a un estado histórico determinado. La inteligencia humana puede tansformar incluso la base biológica de la sexuación, dando lugar a nuevas forma de reproducción, pero sólo estamos empezando a explorar esas dimensiones, con gran prudencia (clonación)

Sin embargo, mientras no podamos incidir verdaderamente sobre la base genética de la sexuación y mostrar alternativas que sean demostrablemente mejores, nuestra percepción de los hechos sexuados se funda en su división entre sexo, sexualidad y género, por lo que la autocomprensión humana, lo que llamamos identidad, debe reconocer la vigencia de esta división, aun abriéndose a otras posibilidades.

= = = =

Podemos seguir, a partir de aquí, con otra tanda de conceptos ya más estrictamente transexológicos:

Disforia sexual. Sentimiento de inadecuación o inadaptación personal al conjunto en que se es incluido por razón del sexo

Homofilia u homoafectividad. Experiencia casi universal de afecto o afinidad por las personas del propio sexo, especialmente intenso en la preadolescencia, que permite la formación de la identidad sexual. En las personas homosexuales es particularmente intensa, mientras que en las transexuales falta o está poco definida, lo que puede considerarse como casi determinante de la transexualidad.

Hipoandrogenia. Condición prenatal de las personas XY que se forman con una cantidad de andrógenos inferior a la media. No es determinante para la transexualidad, pero puede favorecer la falta de experiencia homoafectiva y la disforia sexual.

Hiperandrogenia. Condición prenatal de las personas XX que se forman con una cantidad de andrógenos superior a la media. No es determinante para la transexualidad, pero puede favorecer la falta de experiencia homoafectiva y la disforia sexual.

Identidad sexual cruzada. Autocomprensión como integrante del conjunto alternativo al que se es incluído por razón del sexo.

Transvestismo, transgenerismo, transexualidad o transgenitalismo. Distintas formas de expresar distintos grados de identidad sexual cruzada.

Purga. Período breve de negación compulsiva que sigue a la afirmación, también compulsiva, en el ciclo disfórico.

Negación. Actitud duradera, frecuente en la transexualidad no compulsiva, en la que se las personas XY con identificación primaria cruzada intentan superar el proceso transexual mediante una actitud hipermasculina. Se diferencia de la purga en su larga duración, usualmente de años.


ETIOLOGÍA


Se han propuesto distintas explicaciones de los hechos trans y distintas combinaciones entre ellos.

Hipótesis biológicas. Postulan como causa una ambigüedad corporal básica, que puede referise al hipotálamo exclusivamente o a una hipoandrogenia más amplia en personas XY o hiperandrogenis en personas XX. Se trataría en realidad de una forma de intersexualidad o hermafroditismo.

Pero los hechos biológicos por sí solos no generan conductas tan específicas como la trans. De hecho, las personas hipo- o hiperandrogénicas pueden ser heterosexuales, homosexuales o transexuales.

Hipótesis psicológicas. Postulan distintos mecanismos de formación de los hechos trans: singularidades de la homoafectividad; dificultades en la relación con el padre; identificación inconsciente con el arquetipo fálico (Lacan)…

Estas hipótesis son compatibles con las biológicas. La dificultad de la relación con el padre puede venir de la percepción por éste de una ambigüedad biológica.

Sin embargo, las causas psicológicas más frecuentemente idenificadas, pueden actuar en el sentido de la homosexualidad, por lo que no sirven para explicar la respuesta trans como diferenciada.

Hipótesis evolutiva. Yo veo los hechos trans como una reacción adaptativa frente a traumas que afectan a la identidad sexual, reforzada por la repetición de estos traumas.

Esta hipótesis es compatible con las anteriores, biológicas y psicológicas, porque los traumas se refieren a una inadaptación social que puede deberse a causas de hipo- o hiperandrogenia y a los problemas de integración familiar y extrafamiliar derivados culturalmente de ellas.

Es por tanto la más incluyente de todas y, sobre todo, la que señala el punto de interrupción definitivo que provoca la respuesta trans: que estos traumas se refieran específicamente a la identidad sexual (insultos explícitos, desprecios…)

Mientras la identidad sexual no ha sido tocada, no hay respuesta trans.

(Hay que tener en cuenta que a veces la evolución personal parece que ha sido no traumática, por lo que esta explicación no sería general, a menos que se compruebe la existencia de traumas cuya consciencia esté reprimida)


TRANSEXUALIDAD EN PERSONAS XY DISFÓRICAS


Uno. Empieza por dificultades definidas, para formar la homoafectividad, especialmente en la preadolescencia.

La homoafectividad es básicamente una memoria (por lejanía afectiva del progenitor del mismo sexo o problemas con los pares en la niñez y preadolescencia)

Puede existir una identidad lineal, pero queda dificultada su consolidación.

(Anotaré que una carencia en la formación no es una patología y sin embargo tiene efectos en la estructura de la personalidad)

Dos. En ausencia de memoria homoafectiva, la confrontación con el propio sexo y la propia identidad lineal primaria, produce disgusto o disforia. Este estado debe considerarse una desadaptación dolorosa, que por tanto resulta compulsiva.

Tres. Como respuesta a la desadaptación disfórica, se produce en la preadolescencia y la adolescencia una búsqueda compulsiva de identidad. El impulso sexual (al que no afecta la disforia) produce una preferencia por la imagen de la mujer como modelo. Se define el proceso transexual, que tiene un valor de adaptación o reequilibrio, aunque su origen doloroso se traduce frecuentemente en una serie de afirmaciones complsivas y purgas compulsivas.

(Pero no hay una correlación objetiva total-anatómica, hormonal, pulsional- entre la persona transexual y el modelo elegido, por lo que en esta identificación, aunque básicamente estabilizadora, hay factores de inestabilidad que sólo pueden ser compensados por el entendimiento de sí como persona XY transexual)

PARAFILIA EN LA TRANSEXUALIDAD EN PERSONAS XY DISFÓRICAS

En el proceso de la transexualidad disfórica en personas XY de orientación ginéfila se produce lo que se puede llamar un cortocircuito de la libido que requiere una comprensión de su dinámica que puede resultar subjetivamente muy desconcertante.

Puede describirse como sigue: la persona disfórica encuentra un vacío o debilitamiento de su identidad de género que, desde su adolescencia, se compensa mediante lo que se ha llamado una “imagen de la mujer en el espejo”, de gran fuerza libidinal.

Primero se forma mediante las imágenes objetivas de las mujeres que pueden resultarle atractivas, que producen la transformación del deseo en envidia, hasta que la persona disfórica llega hasta el espejo, en el que, al transvestirse, una imagen de mujer se superpone sobre la suya.

En ese momento, se produce el cortocircuito, al volverse la libido sobre el propio sujeto de la libido, oculto bajo la nueva imagen, la cual cumple dos funciones: proponer una posible identidad y estimular la libido.

Disforia se ha unido a eros y juntos alcanzan una gran potencia.


(Parafilia)


En ese momento, el placer repentino del descubrimiento lleva a la excitación y a la repetición del estímulo, que acaba consolidando la respuesta como parafilia (solución simbólica a un problema real, que es placentera por ser una solución, pero debe repetirse porque es sólo simbólica).

Puede haber también una conciencia más o menos clara de la precariedad de la solución parafílica, en forma de rechazo de la excitación, que se ´puede ver correctamente como un automatismo masculino y por eso mismo rechazable, pero a cuya presión como solución momentánea resulta muy difícil resistir.

Por eso, la reacción parafílica produce una y otra vez agotamiento, vergüenza y tristeza. Pero se ha descubierto un canal que conduce también al placer y al consuelo. La imagen de la mujer en el espejo se vuelve necesaria y casi consustancial con la misma persona disfórica.


(El fin de la parafilia)


En caso de que la disforia lleve al tratamiento endocrinológico o a la cirugía de reasignación genital, la correlativa bajada de andrógenos produce una disminución de la libido que disuelve el proceso parafílico.

Desaparece entonces gradualmente la potencia de la imagen de la mujer en el espejo y de su eficacia protésica.

Al faltar también ese poderoso estímulo, puede ser que la persona disfórica se sienta en ese momento, y después de haber tomado decisiones muy radicales, entristecida y hasta carente de identidad de nuevo.

Ésta es la situación que hace necesario el conocimiento de la dinámica de la parafilia. La salida de la situación puede estar sólo en el conocimiento del proceso disfórico.

(Después de la parafilia)


La parafilia surgió al superponerse dos elementos: la disforia y el eros.

La disforia fue el fundamental, la causa básica y estable de todo el proceso. La fascinación por la imagen de la mujer en el espejo fue coyuntural y añadida.

Puede establecerse entonces una identidad como persona disfórica que resulta profundamente verdadera aunque tenga que afrontar la debilidad de la escasez de modelos objetivos.

Para conseguir estabilizar estos modelos, conviene en primer lugar excluir todos los asociados con la parafilia (mujer joven y bella) tomando conciencia de otros que pueden ser más profundos y eficaces, relacionados con otras clases de feminidad o bien con la ambigüedad intersexual.


TRANSEXUALIDAD EN PERSONAS XY NO DISFÓRICAS


Uno. Empieza por una identificación cruzada con la madre en la primera infancia (antes de los tres años) Por su carácter primario es muy estable y no va unida a disforia alguna.

Dos. Al llegar a la adolescencia, es frecuente que esa identificación se considere una niñería y se entre en una fase de negación en la que se puede seguir un estereotipo hipermasculino, por decisión reflexiva y no compulsiva: barba, gimnasio, relaciones sexuales con mujeres, incluso matrimonio e hijos.


Tres. La identificación cruzada precoz subsiste bajo la apariencia hipermasculina incluso muy reprimida, por lo que puede emerger en cualquier crisis intensa (conyugal, económica, cansancio por estrés, etcétera) El impacto emotivo del resurgimiento de la identidad cruzada puede ser muy intenso, pero se resolverá reflexivamente.


FORMAS DE EXPRESIÓN TRANS


Generalmente, se reconoce la existencia de la división ternaria entre Transvestismo, Transgenerismo, Transexualismo (o Transgenitalismo) o, en siglas, TV, TG y TS.

No está clara su naturaleza. Hasta hace poco, se pensaba que designaba tres hechos cualitat€ivamente distintos.

En el transvestismo, subsistiría la identidad lineal o de base, con algunas incursiones de aspecto parafílico en el uso cruzado de ropa o momentos de identidad cruzada (identidad dual)

En el transgenerismo, habría una identidad cruzada referida sólo a los aspectos de sexualidad y culturales o de género.

En el transexualismo, habría una identidad cruzada referida también a los aspectos de sexualidad y de sexo, que aspiraría por tanto a la reasignación genital.

Alguna experiencia, propia y ajena, me ha mostrado que, como hecho de conciencia, las identidades son variables, y explicarme así que estas tres formas de expresión no responden a condiciones personales diferenciadas sino que son sólo estados de conciencia que pueden variar en sentido ascendente o descendente y de hecho varían.

Un recorrido de memoria por personas amigas me hace recordar que algunas de ellas han empezado definiéndose como transvestistas para seguir después un proceso transexual (quirúrgico); otras, en sentido contrario, empezaron definiéndose como transexuales para acomodarse después en sentido transgenérico; recuerdo una que, viviendo transgenéricamente, evolucionó después en sentido homosexual.


EL PROCESO TRANS


La migración dentro de las distintas expresiones de lo trans que he expuesto en el párrafo anterior, requiere prudencia a la hora de tomar decisiones irreversibles, especialmente las quirúrgicas.

Sin embargo, un proceso trans bien ordenado, puede por sí mismo ayudar a tomar decisiones adecuadas a la persona que debe tomarlas.

El primer momento puede consistir en el reconocimiento psicológico, con el exclusivo propósito de constatar la salud mental de la persona solicitante o su recuperación, después del tratamiento adecuado.

Cuando se reconoce que una persona tiene capacidad de tomar sus decisiones, es deontológicamente necesario que se dejen en sus manos. Puesto que la transexualidad no se puede diagnosticar objetivamente, es preciso reconocer que sólo la persona que la solicita conoce sus equilibrios subjetivos y la fuerza de sus pulsiones. Por tanto, no tiene sentido que el psicólogo se constituya en juez de las decisiones de una persona libre para tomarlas y adopte la función de dar el visto bueno a sus requerimientos o no.

Una ya larga experiencia, muestra que cuando los psicólogos asumen esta función, el resultado es que se constituyen en enemigos potenciales de la persona solicitante, que incluso puede mentir diciendo lo que el psicólogo espera oír para conseguir su permiso.

En cambio, si el psicólogo limita su función a constatar la salud mental, actual o recuperada, por parte del solicitante y a gestionar un proceso de asesoramiento, información y discusión, sin pretender tener nunca la última palabra, es muy posible que el solicitante se abra con sinceridad a su consejo y sea más receptivo a sus sugerencias, vistas como amistosas, y no como imposiciones.

El segundo momento que sirve para perfilar una decisión adecuada es la hormonación, que elimina por sí misma en las personas MtF reacciones parafílicas que pueden nublar el juicio, al mezclar el placer con la transición.

Se puede decir que si la persona MtF supera la disminución de la libido y la disolución de la parafilia y sigue pretendiendo la transición, ésta puede deberse efectivamente a cuestiones más directamente identitarias.

Si los efectos de la hormonación son percibidos como negativos, la misma persona que sigue el proceso la dejará, recurriendo a otras formas de expresión de la experiencia trans.

Por otra parte, los efectos de la hormonación son reversibles a lo largo de muchos meses, como mínimo, por lo que también crea un margen para el autoconocimiento.

Simultáneamente, a continuación o antes, es la hora de una experiencia complementaria que se suele llamar test de la vida real o TVR.

Un excesivo racionalismo suele pedir que se haga previamente a la hormonacion, por no suponer una actuación sobre el cuerpo y jerarquizar así las acciones.

Sin embargo, la experiencia prueba que ésta es la más difícil y comprometida de todas las acciones, por tratarse de un cambio social, sin duda el más duro, porque puede suponer choques familiares, pérdida de empleo, etcétera. Por tanto, debe dejarse a la discreción personal el momento de enfrentarse al test de la vida real, puesto que sólo cada cual puede conocer y valorar las circunstancias de su entorno. Incluso puede aceptarse que, en condiciones extremas, ningún cambio social será posible y sin embargo la persona realizará su proceso trans para sí misma y con buenos resultados.

Realizada la hormonación y, discrecionalmente, el test de la vida real, puede llegarse -o no- al quirófano. Hay que recordar que la correlación identidad-fenotipo resulta en la práctica muy rígida, y que las personas transgenéricas pueden vivir equilibradamente conforme al género pretendido sin necesidad de cirugía de reasignación genital (CRG)

martes, 20 de febrero de 2007

¿Qué es la Transexología?



La Transexología es la ciencia de los hechos transexuales (transvestistas, transgeneristas y transgenitalistas)

Para ser una ciencia, debe contar con una unidad de método que le permita describir con precisión los hechos, explicarlos por sus causas y hacer predicciones sobre ellos.

La unidad de método la consigue al situarse en una línea jerárquica del conocimiento que ha de ser la siguiente: Filosofía, Antropología, Sexología, Psicología, Endocrinología y Cirugía. Estos conocimientos van de lo más teórico a lo más práctico y por tanto, la Transexología será un conocimiento práctico, aunque sea en sus conceptos más generales, para las propias personas trans y, con mayor detalle, para los profesionales de quienes éstas requieran la ayuda.

Existe ya una considerable tradición de estudios sobre los hechos transexuales, empezando por Magnus Hirschfeld y Harry Benjamin. Pero sólo se podrán considerar transexológicos cuando se puedan insertar en la descrita unidad de método, que permite observar el punto preciso del que surjen las discrepancias, para así distinguir mejor su valor como conocimiento-error.

La Teoría de Género o Constructivismo sexual (Foucault, Butler) se separa de la Transexología desde el mismo principio, la Filosofía. Tienen en común sólo la voluntad de usar la razón, pero se separan en cuanto el linaje del conocimiento transexológico considera también la experiencia de lo dado, mientras que el de la teoría de género se mantiene en el puro racionalismo y voluntarismo.

lunes, 19 de febrero de 2007

¿Por qué habla una persona trans con un psicólogo?



En esta pregunta hay dos partes, una previa y otra que parte de la respuesta a la primera:

¿Qué es una persona trans?

Voy a usar la clasificación descriptiva habitual, considerándola sólo descriptiva de hechos observables, no explicativa:

Transvestista: quien se traviste periódica u ocasionalmente.

Transgénero: quien vive socialmente conforme a las reglas de género del sexo que fenotípicamente no le corresponde. (Viste, se arregla, usa un nombre correspondiente, incluso sigue un tratamiento hormonal o recurre a la cirugía sobre los órganos sexuales secundarios)

Transexual: quien desea o se ha sometido a una operación de las varias posibles sobre los genitales primarios (histerectomía, metaidoioplastia o falopastia para los transexuales ftm (femenino a masculino), castración o vaginoplastia para las transexuales mtf (masculino a femenino)

Hay que añadir, en esta clasificación descriptiva, dos categorías más:

Trans potencial: quien querría verse en alguna de las categorías precedentes pero no lo expresa o manifiesta de ninguna forma.

Menor variante de género: la fluidez de la conducta durante la minoría de edad aconseja que no se defina con arreglo a ninguna de las categorías precedentes.

Asi se llega a la segunda parte de la pregunta:

¿Por qué una persona trans, así definida, quiere hablar con un psicólogo?

Primero. Porque es menor de edad o muy joven y acude, no de motu proprio, sino llevada por sus padres.

Segundo. Porque se siente confusa o angustiada, frente a sí misma o frente a la sociedad. Entonces experimenta una disforia de género.

Tercero. Porque pretende acogerse a la Ley de Reforma del Registro Civil (en España)

Cuarto. Porque pretende ser admitida en los procedimientos de una Unidad de Identidad de Género con vistas a una operación de reasignación de sexo.

No se olvide que esto significa que una gran mayoría de la población trans, quizá un noventa por ciento según algunas estimaciones, que no experimenta la necesidad de acudir a un psicólogo ni a un psiquiatra.

Esto supone tomar en cuenta el transcendental principio de que la experiencia trans se vive por la mayoría de las y los trans como una vivencia no patológica, ni necesitada de aconsejamiento, ni por tanto de medicalización alguna.