martes, 13 de noviembre de 2007

El conflicto puede ser la base de la disforia




La razón por la que muchas personas que luego serán transexuales empiezan por decir que no a su sexo físico hay que ponerla en un conflicto fuerte y duradero sufrido en su niñez o preadolescencia.

Muchas veces, las dificultades vienen de cierta androginia (hipoandrogenia en varones, hiperandrogenia en mujeres) que impide que los demás lo acepten plenamente como uno de los suyos y que el niño pueda aceptarse como parte de quienes le resultan diferentes (y hostiles); pero la androginia no es la única explicación posible; los problemas también pueden venir de otras causas, como los malos tratos por parte de un padre agresivo o por los compañeros hasta producir una indefensión.

En particular creo que los conflictos más fuertes vienen de no encontrar suficiente amor o aceptación en el medio en que se vive; padre lejano, compañeros hostiles que se ceban en el menos agresivo; de aquí viene una inseguridad básica, baja autoestima y la correspondiente necesidad de ser querido, aceptado y valorado; necesidad que puede quedar frustrada durante años.

La situación de conflicto persistente significa una gran angustia, en una edad en que no se puede ni identificar ni expresar exactamente lo que se siente, al niño no le queda más recurso que su imaginación para evadirse de él.

Las construcciones de la imaginación son libres, verdaderas creaciones comparables a los sueños o a la dramaturgia: la amenaza real de una paliza puede inspirar una fantasía de sumisión en la que se reequilibran las relaciones humanas de una manera menos angustiosa; por otra parte, la falta de afecto masculina puede generar el deseo de ser mujer para verse querida y admirada; la baja autoestima puede compensarse con un deseo de ser un príncipe. Estos ejemplos, reales, muestran que la solución imaginada no siempre tiene que ver con el género, pero a veces se escogen los símbolos en el sistema sexogénero.

En la medida en que estas soluciones tienden a superar un conflicto angustioso, se las puede considerar reacciones adaptativas. Algunas pueden resultar practicables y otras impracticables, pero unas y otras revelan la actividad psíquica de la mente tratando de hallar respuestas a situaciones insoportables y en este sentido resultan naturales y sanas, de por sí.

Aunque sus contenidos puedan ser unos más realistas que otros y el cambio de sexo resulte de los menos realistas en principio, hay que recordar que lo más realista y urgente es encontrar una solución a un conflicto que atenaza a un niño o adolescente, que se ve hostigado incomprensiblemente, aislado sin saber a quién recurrir y que tiene que encontrar algo que le permita salir adelante; aunque sea un sueño con el que tranquilizarse en la soledad de su pupitre.

La imagen de la mujer en el espejo, al travestirse, le fascinará y le hará creer que esta fantasía se puede convertir en realidad. La fuerza de la imagen, su atractivo, su fascinación, harán que muchas veces ésta sea la respuesta que se asiente.

Reconozco que esta interpretación del proceso, si es así, es desmistificadora, pero no me ha ahogado; lo que desmistifica es la interpretación de toda la transexualidad como mujer en un cuerpo de varón o varón en un cuerpo de mujer; puede ser que haya personas que sean así, pero yo estoy hablando de otra experiencia. Se trataria en estos otros casos de reacciones que toman el lenguaje del género con fines de defensa y que pueden darse en la misma persona entre otras que no usan el lenguaje del género y que tienen el mismo fin; el éxito final de unas u otras dependerá de su capacidad defensiva y para alcanzar una autoestima suficiente.

Si el conflicto resulta temporal, la reacción también será efímera; si el conflicto es persistente, la reacción puede asentarse y llegar a formar una parte de la personalidad. No creo, como los psicoanalistas, que baste con entender este complejo proceso y comprobar que sus causas ya se han desvanecido, para que quede solucionado. A mi entender, la reacción transexual, cuando es ya parte de la personalidad, es una solución compleja a una compleja red de heridas, por lo que no puede prescindirse de ella sin arriesgar que todas se abran.

Pero sí se puede relativizar esta reacción, sin entenderla como expresión de la más profunda verdad interior, sino sólo como un recurso que tuvo una utilidad determinada y que, andando el tiempo, puede verse con cierto distanciamiento y abrir el paso así a una comprensión más profunda de sí, a la que no habrá que tener miedo, porque la verdad es siempre apaciguadora.

Puede emerger el varón infantil, que se sintió y vivió en los primeros años, a la vez que se reconoce a veces la realidad de su androginia, o hipoandrogenia, en su justa medida; ni en más ni en menos; puede nacer el recuerdo y la compasión propia por todo lo sufrido; la conciencia de la disforia real y la evidencia de su permanencia, del horror por ser contado entre los varones más estereotípicos. "Varón hipoandrogénico disfórico...", puede ser la descripción que lentamente se vaya alumbrando de sí mismo, en una visión que arrastra la melancolía por lo sufrido, pero que permite relativizar los propios sentimientos y crear nuevas maneras de expresarlos, dejando incluso a un lado la secuencia triádica psicólogo-endocrino-cirujano, que hasta ahora parece la única opción.