Kim Pérez
Al ver “La chica
danesa” he analizado, por razones naturales, la vida de Lili Elbe, comparándola
con mi propia experiencia.
Como supuesto básico
para el método de este escrito, he supuesto que la película, más que una reproducción casi exacta de sus diarios, porque
no los tengo y no puedo comprobarlo, sea un relato coherente fundado desde
luego en ellos pero convertido quizá libremente en guión, acaso mediante un esfuerzo de comprensión y de
fidelidad en lo fundamental.
Es decir, no hablo de
la Lili Elbe real, sino de la versión cinematográfica. La razón de elegir este
método es el poderoso efecto que la película está ejerciendo sobre los públicos
de 2016. En España, un público general que sólo está empezando a comprender la
transexualidad, ha reaccionado, según lo que me llega, pasando de risitas muy
convencionales en los primeros momentos a las lágrimas al final, o a un aplauso
de parte del público al terminar, o a un
callado respeto de principio a fin.
Entiendo que esta
acogida está preparada por el ideario de liberación de la cultura española de
los recientes decenios. Se aplaude la voluntad de muchas personas sometidas y
marginadas a afirmarse liberándose de la opresión, y se genera una solidaridad
con ellas. El tipo ejemplar de esta
actitud es el feminismo y , fundándose en él, el movimiento gaylesbitráns, de
facto bajo el lema “Sé como eres”.
Lo que motiva este
comentario, con sus limitaciones metodológicas, es cooperar con las personas
trans, practicando un análisis pormenorizado de la comprensión que se ofrece,
con el fin de que se entiendan mejor a sí mismas.
Al principio del
relato cinematográfico, se ve un muchacho de tipo ambiguo, delicado, artista,
muy introvertido. Ama profundamente a su esposa y es muy amado por ella; un
amor muy comunicado entre ambes.
Su ambigüedad
manifiesta una hipoandrogenia, o menor androgenación que la mayoría de los
varones, pero no llega a cambiar su base de heterosexualidad o amor hacia la
mujer, materializada en su esposa.
Esta ambigüedad debió
de ser real en la Lili de verdad, porque su esposa también era artista y le
pintó y retrató con ropa de mujer continuamente, aunque, según se dice en la
película, mejorando su imagen en el sentido de feminizarla.
Esto nos sitúa en un
proceso de origen biológico que lleva a la ambigüedad temperamental,
conductual, la de la profesión contemplativa, la clase de la relación con su
mujer, que dejaba sitio para una heterosexualidad intensa.
No parece haber una represión
de un amor hacia los hombres, que se hubiera manifestado en la falta de
definición de su heterosexualidad. Hay sencillamente amor hacia la mujer, deseo
hacia la mujer.
Pero no se puede
olvidar la ambigüedad de su aspecto físico. No es un hombre duro, es un hombre
delicado, y hay que insistir en este dato de su realidad. Si se amaba a sí
mismo, amaría esa delicadeza. Sería consciente de ella y querría potenciarla
como afirmación del sí mismo.
En otros casos, si no
se amara, sería o bien porque su visión del ideal de masculinidad no
coincidiera con su realidad, lo que le llevaría a intentar masculinizarse, o
bien porque no pudiera amar la masculinidad entera, lo que pudiera llevarle a
intentar feminizarse. En su biografía hay
por lo menos un amigo querido de niñez, luego éste no parece ser su caso.
En estas historias en
las que también se da un rechazo de la masculinidad propia y ajena, debido por
ejemplo a los malos tratos, especialmente a los más severos, es como si faltara
un órgano anatómico. Se puede decir con más precisión que es precaria o falta
la homoafectividad, el afecto hacia los pares, que suele ser especialmente
intenso en la preadolescencia (“los niños con los niños y las niñas con las
niñas”)
Esta homoafectividad,
cuando existe, crea una especie de barrera que impide que, en la subsiguiente
adolescencia, el deseo y el amor hacia
la mujer, vuelto exclusivo de cualquier otro afecto, se convierta en deseo de
fusión, de “ser como ella”. Pero la existencia de un afecto hacia un amigo, hace
suponer que en Lili existiría homoafectividad masculina y excluye que se haya
producido este rechazo de la masculinidad.
Queda que será el amor
de sí como ambiguo lo que pueda desenvolverse en adelante en la busca de una
imagen de sí más y más feminizante, pero justo por tratarse de lo ambiguo, no
parece ser de por sí suficiente para llegar a una transexualidad. Debe haber
habido algo más. Puede haber habido un “sueño
de feminización alterodecidida”, a veces
de feminización forzada, que es uno de los más comunes y más fascinantes entre
las personas feminófilas.
En él, quien lo sueña
despierto, imagina que se ve llevado por otra persona a una feminización, que
se supone que debe humillarlo, pero que se convierte en una forma de placer, y
entonces es deseada establemente.
Es visible la lógica
de placer de sumisión que aparece en este deseo; este deseo de sumisión
entiendo que tiene raíces muy arcaicas, incluso animales, y que puede surgir en
seres menos masculinos que otros, o vencidos en la competición intermasculina,
como mecanismo de defensa; más profundamente, puede corresponder a una conducta
feminizante, con la misma función defensiva.
Este sueño de
feminización parece verse en Einar, en la película, cuando su esposa está
pintando una bailarina, y le pide que pose con los zapatos y las medias, y
luego con el vestido puesto por encima, para ver los efectos de la luz.
Puede ser una alusión
a una costumbre ya establecida entre ambas y parece como si estas ocasiones le
fueran sacudiendo en su más profundo interior.
Puede pensarse también en que su esposa experimente
una homosexualidad latente y que tienda a feminizar a Einar. O que, más en
profundidad, sea expresión de una ira femenina ante los varones que propenda a
feminizarlos, y se ciña a un Einar ya ambiguo o algo femenino; pero en este segundo
caso no se darían las muestras continuas de ternura que siente hacia él.
He estado pensando
hasta ahora en la posibilidad de que la ambigüedad biológica de Einar no haya
tenido en él efectos identitarios y se haya extendido en el tiempo gracias a
mecanismos no identitarios en principio, como el de sumisión/ supervivencia.
Pero hay alguna breve
pincelada muy significativa que parece abrir el paso a otra interpretación; se
ponía, de chico, el delantal de su abuela. ¿Se alude a un sentimiento
identitario infantil, que pudiera ser indicio
de una conciencia de su hipoandrogenia en términos de transidentidad?
Ya mayor, cuando se están despertando sus
sentimientos de transición, pasa los dedos sobre los vestidos de un guardarropa
teatral femenino al que tiene acceso.
¿Es esto feminofilia,
es el placer transerótico de una imagen externa de la mujer, vista desde una perspectiva
masculina heterosexual, que se simboliza como un revestimiento con su ropa, que
es frecuente entre las trans feminófilas ginesexuales, o amantes de las
mujeres?
¿O es una alusión a la
fantasía de sumisión/ supervivencia?
¿O más allá, el
símbolo de una identidad femenina profunda que está recuperando?
Tengo la impresión de
que una ambigüedad biológica perceptible, de base hipoandrogénica, como la de
Einar, puede dar lugar más o menos pronto a sentimientos identitarios, mientras
que cuando la base biológica es mesoandrogénica, más o menos próxima a la media
masculina, da lugar a mecanismos de feminofilia, amor o deseo transerótico por
la mujer, cuando no hay homoafectividad
o no se puede aceptar la masculinidad, por razones no biológicas sino
biográficas.
Sin embargo, por experiencia
personal, porque en mí se dan juntas, sé que puede coexistir una ambigüedad que
llega al límite de la intersexualidad fenotípica, generadora de sentimientos identitarios, con
una heterosexualidad atenuada, generadora de una feminofilia algo transerótica.
Por tanto, no las considero como alternativas, sino como tendencias distintas,
pero convergentes en la transexualidad.
En Einar/ Lili me
parece que se dan también ambas tendencias. La ambigüedad, con bastante evidencia, y la
feminofilia, por el transerotismo implícito en el “sueño de feminización”.
Cuando ya hay plena
conciencia de esta identidad transerótica, se produce un torbellino de sentimientos. Esto es signo de la feminofilia, puesto que la
transexualidad amante de los hombres suele avanzar más reflexivamente. Y éste
es el momento más peligroso de la feminofilia, porque se puede confundir el
deseo con la realidad.
No se forma una visión
realista de sí, consciente de los límites de la propia feminidad y la propia
masculinidad, como creo que sucede entre las trans androsexuales, sino una
idealización de la imagen de la propia feminidad, transerotizada; y esto suele
ocurrir entre las personas feminófilas.
Además, en 1926,
cuando empezaba su transición, la cultura europea era binarista: había hombres y
mujeres, y si se buscaba vivir como mujer, se debía de ser completamente
femenina y completamente amante de los hombres.
Lili participaba de
esa visión idealizante de la imagen de la mujer y por eso pensó, en términos
binaristas, que debía renunciar al amor de su esposa, digamos que para cumplir
su deber como mujer, y cada una seguir su camino; sin embargo, su esposa, libre
de binarismo, no renuncia nunca a su
amor, por encima de la sexualidad, tras la primera operación de Lili.
Más aún cuando en la
vida de Lili, su esposa puede ver transparentarse la vida y las cualidades, la
ambigüedad masculina, de la persona real a quien ama tanto.
Puede querer
protegerle, pero esto también es un sentimiento de la madre que hay en el fondo
de muchas mujeres, que cubre a su propio esposo en los momentos de debilidad.
También se debe anotar
que, hecha la transición social, el cambio de identidad social, todo podía
haberse dado por acabado ahí. Era cuestión de tiempo que Lili madurase sus
sentimientos ante su genitalidad, que hasta entonces había vivido con
naturalidad, y encontrase la forma de
compatibilizarla con su identidad social.
(No hace falta,
realistamente, nobinaristamente, que una mujer trans sea “la mujer perfecta”.
Es suficiente que sea cuanto mejor pueda ser)
Pero los
acontecimientos se precipitaron. Encontraron a un médico , que en 1931, era el
único al que conocieron, con una mentalidad abierta hacia el hecho de la
transexualidad. Pero entonces nadie conocía las complejidades de la
transexualidad, este médico, aislado, podía suponer que todas las personas
transexuales necesitarían operarse. Le sugiere las dos operaciones. Hasta
entonces, Lili no había mostrado un rechazo especial, consciente, por sus
genitales, porque puede mantener una relación frecuente con su mujer. No le era
necesario operarse al principio, lo es cuando le parece que tiene que hacerlo para
ser mujer.
Es verdad que en la
película, sólo se crispa cuando el joven homosexual quiere tocarle, y se niega, lo que se puede leer como que rechaza
los genitales. Pero los acepta con
naturalidad en la relación con su esposa. O puede ser que la crispación fuera simplemente
porque habría sido un contacto sexual con un varón, que no deseaba.
En todo caso, la
sugerencia del médico despierta en Lili el torbellino de sus sentimientos, el
ansia del cumplimiento inmediato de sus deseos, muy propio de la feminofilia, que
es transerótica, y le lleva a desear una
fusión perfecta con la imagen de la Mujer, idealizada, olvidando en ese momento
su manera de ser real, matizada y ambigua.
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