martes, 12 de enero de 2016

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Novela de Ciencia-Ficción

Kim Pérez

(Pongamos que nací el 14 de marzo de 2041. Dedicada a la serie "Big Bang") 

CAPÍTULO I

Tengo que pensar en mí porque mi propia imagen se ha desvanecido  desde hace años, en medio de mi casi exclusiva dedicación a las cuestiones colectivas, muy absorbentes vocacional y profesionalmente, porque incluyen una experiencia del yo sujeto demasiado desvinculada de las dimensiones del yo como objeto corporal.

Me veo alta, de rasgos finos y sensibles. Mi cara es ovalada, mi cabello negro y ondulado, mis ojos muy grandes y oscuros, mi nariz firme, mis labios suaves. Mi torso es largo y delgado, como mis extremidades, que son delicadas y lánguidas en sus movimientos. Mi piel tiene la blancura española,  morena clara. Creo que soy agradable, pero no atractiva, porque mi afectividad es muy intensa, pero no sexualmente.

Me veo así y me reconozco. A partir de esta imagen puedo reconstruir el sentido de mi personalidad. Todo se vuelve propio y despierta incluso mi ternura por mí misma, que me es tan necesaria.

De estas facciones deduzco mi suavidad, como de mis grandes ojos deduzco mi tendencia contemplativa. Mis recuerdos vienen también y se ordenan. Sé que esta manera de ser va acompañada de sensibilidad, sentimentalidad, nostalgia, melancolía. Es curioso que mi melancolía sea sutil, grata, estable. De afinidad con los días nublados.

Desde luego, no soy explosivamente alegre, como pueden serlo los somatotónicos o los neurotónicos. No soy de sol radiante y cielos azules, que me parecen duros.  Pero soy graciosa, lo sé.
Las personas muy cerebrotónicas pagamos las ventajas de nuestra condición con una relativa indefinición sexual, que nos sitúa más en el espacio del pensamiento que en el de los sentidos, aunque es fácil reconocer en nosotras una belleza no poco transhumana, muy idealizable, demasiado idealizable.

Pero nuestra belleza es distante, la verdad, no atraemos mucho corporalmente ni somos atraídas; me doy cuenta de que la conciencia de estas categorías explica en gran parte mis tendencias, mis sufrimientos, mis alegrías, y me permite no extraviarme, sentirme en el terreno firme de mi mismidad.

Si he empezado este análisis por la sensación de haber perdido de vista lo que soy personalmente, así puedo recuperarme. Es que de pronto sentí que había perdido la conciencia de lo que soy yo, si era masculina o femenina, si tenía sentimientos personales, si podía tener perspectivas, y cuáles.

Ya digo que las personas como yo tendemos a vivir en la abstracción y a veces nos es necesario sentir el choque de la intuición, la entrada con sacudidas en otro mundo, que también entendemos, pero que subordinamos con frecuencia al primero, quizá porque el mundo de los sentidos es también más  doloroso.

Los análisis prenatales mostraron mi temperamento tónico cerebral muy acentuado, 10 en la escala de Roslyn [Nota: imaginaria] Esta condición es extremadamente determinante. Esta determinación, más fuerte que cualquier condicionamiento, permite entender con pocas palabras maneras de ser que, antes, desbordaban de complejidad y a veces de confusión.

Por eso, en mi escolaridad, se estudió curso tras curso el Quijote, desde las versiones infantiles al texto histórico. Don Quijote era cerebrotónico y si hubiera sido educado en estos términos, no hubiera llegado a hacer disparates, mientras que Sancho era viscerotónico y podía caer en ellos por un exceso de sentido común.

Me alegro de haber estado en un colegio para el temperamento cerebrotónico. Quienes hemos sido niños cerebrotónicos, seremos centrales en una sociedad racional, pero somos pocos y vulnerables, y el sistema escolar todavía no reformado, darwiniano, nos acosa y hasta nos destruye.

Los niños que somos así, en una sociedad que no haya asumido esta variabilidad humana, no somos comprendidos y somos víctimas de todos los impulsos gregarios arcaicos, empezando por la ira que suele suscitar la incomprensión, siguiendo por la envidia ante nuestras cualidades específicas, que son las humanamente más útiles, porque se resumen en la inteligencia abstracta, y llegando ante la misma agresividad primitiva despertada ante nuestras inferioridades corporales.

He oído después comentarios asombrados de que en mi colegio cerebtón los niños disfrutáramos aprendiendo, que nos mantuviésemos en orden y en perfecto silencio mientras los profesores hablaban y que luego discutiéramos con pasión en los tiempos de puesta en común.

Otra de las líneas estratégicas de nuestro sistema de enseñanza era tirar siempre hacia arriba en los contenidos, maximizarlos en lo posible, de manera que nuestras mentes estuvieran siempre disfrutando de una tensión creadora. Recuerdo el curso que dedicamos al análisis de “El Alcalde de Zalamea”, de Calderón, y la profundidad de nuestra inmersión adolescente en la Mecánica Cuántica, cuyas implicaciones filosóficas nos hacían llorar de emoción.

Estamos todavía sumidos en el debate de hasta qué punto la enseñanza dividida por tonicidades tiende a dividir a la humanidad según el modelo de “Un mundo feliz”, de Huxley, en grupos alfa, beta, gamma, etcétera, es decir, hasta qué punto este modelo es racista. No lo es, en cuanto que el cultivo de la inteligencia es el factor común de las diferentes tonicidades, que parten de puntos de partida distintos, más musculares, más viscerales, más neurales, aplicando en todas ellas métodos de estimulación precoz distintos, con el fin de conseguir niveles equiparables de inteligencia. No es igual el punto de partida de un bailarín que el de una física, pero deben llegar a un grado común de conversación no especializada. Y este propósito es para todos los integrantes de nuestras sociedades.

Igualdad en los máximos, no igualdad en los mínimos.

Yo soy una persona XY cerebrotónica y esto suele significar cierto grado de hipoandrogenia, es decir, de impregnación prenatal del cerebro inferior a la media masculina.

Desde los cinco años me di cuenta de que esto me suponía un fuerte rechazo de la masculinidad más androgénica, unido a la simpatía por la menos androgénica, sentimiento sin duda nacido de mi afinidad.

Ese sentimiento fue definiéndose más y más con los años. Cuando llegué a la pubertad, comprendí que mi hipoandrogenia era particularmente intensa, hasta el punto de que no comprendía o me desagradaban las funciones masculinas.

También fue haciéndose más intenso el sentimiento de que deseaba que mi cuerpo permaneciese impúber o que fuera liso, mi vientre redondo, con una forma adecuada a la falta de masculinidad activa que veía en mí. Tampoco deseaba que fuera específicamente femenino, no pensaba en la construcción quirúrgica de unos neogenitales feminizantes, sino simplemente que mi cuerpo dejase de ser masculino.

Como estas tendencias a la ambigüedad o indefinición sexual son frecuentes entre las personas cerebrotónicas, no sé si se dieron primero cuenta las orientadoras del colegio o yo misma. Tuvísimos largas conversaciones desde los doce hasta los diecisiete años, cuando salí.

Desde los trece o los catorce años mi angustia creció. Sentía mis genitales como algo superpuesto sobre mi cuerpo, postizo, extraño, ajeno. Me parecía como si existiera una fisura entre ellos y yo.

Me producían placer, biológicamente, como un automatismo, pero aquel placer era algo sobrevenido. Era placer físico, pero mentalmente era una ocasión de dolor. Quería renunciar a él.

“Hoy he intentado ver si puedo ser una mujer”, escribí en mi diario. “Me he puesto un vestidillo y me he mirado en el espejo. Me he excitado contra mi voluntad. Quería verme como una muchacha haciendo vida normal, apacible, incluso rutinaria. Pero no ha sido posible, me parece que todo eso era excitante para mi fantasía y mis genitales se han excitado y he eyaculado, Enseguida me he sentido muy avergozado, he caído de rodillas, he mirado con angustia el vaho de frío, la grisura que cubría el cristal de mi ventana, he llorado y llorado”.  

Rechazaba con tal intensidad los genitales masculinos, que pasé de rechazarlos en mí a rechazarlos en todos los varones. En cualquier reunión masculina, me obsesionaba su presencia, como si fuera algo postizo, superfluo, como en mí, como si estuviera mejor que no existieran. Llegué a fantasear con una humanidad de personas iguales, sin sexos diferenciados, hermafroditas, que se unieran por besos, y se pudieran quedar ambos embarazados. Es posible que en algún planeta sean así las cosas.


Hablando con la orientadora de aquel curso, me comunicó la existencia de bloqueadores de la pubertad, pero me dijo que le parecía que yo debía seguir experimentándola, apurar aquél càliz, por  si de pronto aparecía en mi conciencia una solución sentimental.

“Debes estar seguro de tus sentimientos, sean cuales fueren, porque debes estar seguro de tus motivaciones. Ahora mismo estás entrando en el mundo nuevo de la pubertad y no sabes lo que vas a encontrar. Ayer fue un momento de angustia, pero debes descubrir si se trata de una angustia estable o pasajera. Puede ser que dentro de un año se te haya olvidado, puede ser que dentro de cincuenta años lo recuerdes todavía.

“La respuesta, hoy por hoy, ni tú ni yo la sabemos. Quizá esta angustia te lleve a un mundo mejor. Lo que sí sabemos es que si bloqueas tu pubertad, te vas a quedar sin saber si hay salidas que te permitan aceptar tu cuerpo y disfrutarlo. Como solemos decir, ‘muerto el perro, se acabó la rabia’, pero es preciso saber si ese animal puede vivir y si está sano”.

Yo, es verdad, me sentía inseguro, y acepté la idea de esperar a cualquier tratamiento. Reconocí que me era preciso esperar algún tiempo a conocerme mejor. La orientadora entonces llamó la atención sobre un hecho que yo no había pensado. Mis problemas eran con mi genitalidad, no con el género, la parte conductual y social de la sexualidad.

“Me parece que la parte de género, que incluye tu presencia física, va en segundo lugar para ti. Eres lo suficientemente masculino; podías ser más femenino. Cuando hemos hablado de tu sexualidad en general, has estado de acuerdo con mis explicaciones de que eres hipoandrogénico, cerebrotónico, ambiguo. No es que quieras ser mujer, quieres ser tú, a tu manera, y esa manera incluye que aceptas unas cualidades masculinas no muy acentuadas, y que de momento por lo menos, eres incapaz de aceptar la genitalidad masculina.

“En clase de Género has aprendido y aceptado la existencia del nobinario. La mayoría de los humanos nos encontramos a gusto dentro de una clasificación como XX o XY, mujeres o varones, femeninas o masculinos, pero no es la única de la realidad; empecemos porque también existimos humanos X0 o XXY, y muchas otras formas de cariotipo; también hay hombres femeninos y mujeres masculinas, trans, etc; o sea, que la realidad es nobinaria, lo normal para seres que empezamos todos a existir con dos tetillas y un tubérculo genital.

“En realidad, es cuestión de estadísticas (de mayorías y de minorías) y de funcionalidad para la reproducción.  Las mayorías deben recordar que existen las minorías y en las distintas especies, no todos los individuos tienen que reproducirse; en las hormigas y las abejas, la inmensa mayoría son estériles.


“Me parece que tu realidad personal puede ser nobinaria en ti mismo. ¿Un varón XY ambiguo, sin genitales masculinos? Puede ser”. 

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