martes, 29 de enero de 2013

Transexualidad ginèfila como feminofilia


Por Kim Pérez

Actualizado, 26.XI.2013


Hablo aquí de las transexuales femeninas ginéfilas (amantes de la mujer hasta el punto de querer ser mujer) y de los varones heterosexuales feminófilos (amantes de la mujer hasta el punto de vestir como mujer) 

También existen transexuales femeninas andrófilas (amantes del varón) 

Los términos ginefilia y feminofilia son distintos y significan lo mismo: amor a la mujer. 

Son distintos porque se emplean para designar de distinta manera las experiencias de transexuales femeninas y las de varones heterosexuales.

Las transexuales ginéfilas tienen identidad femenina, viven permanentemente como mujeres, se hormonan feminizándose y pueden llegar a operarse. 

Los varones heterosexuales feminófilos tienen identidad masculina, heterosexual, viven la mayor parte del tiempo como varones y con frecuencia desean travestirse, lo que hacen con tanta eficacia cosmética, que incluso pueden salir como mujeres; pero después desean también volver a su identidad masculina.

Se parecen por tanto en su impulso fundamental: el amor a la mujer, hasta el punto de querer ser mujeres; y se diferencian en que este sentimiento en las transexuales ginéfilas es permanente y llena toda la vida, mientras que en los feminófilos es temporal, periódica, porque llena sólo una parte de su vida.

La diferencia entre personas feminófilas y transexuales ginéfilas está probablemente en que las primeras han tenido una experiencia grata en su relación de filiación con su padre, afectuoso y admirado, y en la de compañerismo con otros adolescentes; tengo la impresión de que, con estas relaciones, se aprende a ser varón, se enorgullece el niño de parecerse a su padre y, ya adolescente de ser recibido como igual por otros varones, encuentra su sitio entre ellos.

Estos sentimientos, por estar arraigados en la niñez y la adolescencia, quedan ya firmes para toda la vida; son sentimientos gratos, cuyo solo recuerdo alegra y llena el corazón.

Su función es formar una barrera de amor a sí mismo como varón frente a los incontenibles deseos de fusión absoluta que surgen con el amor sexual. Es, justamente, la literatura mística, literatura del amor perfecto, la que mejor expresa este ansia de fusión.

Hay un apólogo indio que cuenta cómo el amante llega una vez y otra a la cabaña de su amada. Ésta le dice: "¿Quién es?", y él responde "Soy yo", pero ella replica: "Vete, no te conozco". Él medita, y por fin sabe expresar lo que siente.  Llega, llama, la mujer le dice: "¿Quién es?", y él responde: "Soy tú". "Pasa", dice ella.

O en España,  los versos de San Juan de la Cruz: "Oh noche que juntaste/ amado con amada/ amada en el amado transformada!" 

Este deseo de fusión es divino; pero en la vida corriente que tenemos que vivir es útil que amado y amada vuelvan a su ser, y esto lo consigue este sentimiento de afinidad con los semejantes, al que llamo homoafinidad.

Creo que en los feminófilos estos dos sentimientos complementarios se dan intensamente: el deseo de fusión con la mujer, apasionado, enloquecedor; y la vuelta a la tranquila, pero agradable identidad masculina.

En las transexuales, sin embargo, el sentimiento de homoafinidad no existe.

Pueden haber adorado a sus madres; y no es culpa de sus madres; el amor nace en cada persona a su manera; el modelo pueden haberlo tenido en ellas, sus gestos, sus palabras. Cuántas veces han tenido hermanos varones que las han querido de otra manera.

O pueden haberse criado en la ausencia, la lejanía o la hostilidad de su padre; no han sabido lo que es ser queridos ni cuidados por él; pueden hasta haberlo admirado, haber tenido nostalgia de él; pero no han recibido lo suficiente de él.

Con sus compañeros de clase las relaciones pueden haber sido normales, pero poco significativas, nada, en comparación con el amor vivido en sus casas, o decididamente malas, cuando han sido vistos como mimados, lloricas, etc

En resumen, ha faltado la experiencia de la homoafinidad. No han sentido la alegría ni el orgullo por ser de su género (que también pueden sentir las mujeres: "me gusta ser mujer") Entonces, no existe la barrera de homoafinidad para frenar el deseo de fusión. Y la fusión tiene lugar, permanente, estable, excitante o tranquila .

En las transexuales ginéfilas, la orientación es la identidad.

Lo que aman es lo que son.

Amor a la mujer hasta el punto de querer ser mujer; esto son; nada más que esto.

Puede parecer poca cosa; pero las edades no vuelven; tampoco vuelve lo que hemos podido vivir o no vivir en ellas. Si no hemos aprendido a ser varones, no lo seremos; si lo hemos aprendido, lo seremos. Muchas personas están en el límite del amor hasta la fusión con la mujer y el aprecio hacia sí mismos como hombres. Amor hasta la fusión: pocas personas tienen la ocasión de sentirlo.
  
Voy a estudiar aquí con detalle la vida de una mujer transexual ginéfila, cuya realidad sentimental puede servir para entender mejor la transexualidad ginéfila y la feminofilia.  

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Hablo con una mujer trans que ha tenido suficiente confianza en mí como para contarme su historia a lo largo de muchos años de amistad y como para decirme que puedo contarla.

El resumen de la historia sentimental de esta mujer se puede resumir en estas palabras: amor a la mujer. Se podría decir incluso devoción. He visto su expresión extática, su sonrisa abierta, incontenible, al conocer a muchas mujeres, no trans y trans.

Su primer recuerdo, que debió de ser de muy pequeña, alrededor de los tres años,  fue ver a un chiquillo hacer pis y a una niña; supo que no quería ser como el niño, aunque lo era, y que querría ser como la niña.

También recuerda que cuando unos y otras jugaban a novios y novias, o maridos y mujeres, ella se alejaba, lo que muestra que no quería participar en tal reparto de papeles.

Tuvo una madre a la que adoró, delicada, sensible, que “le enseñó todo lo bueno”, y un padre que fue todo lo contrario, temible; puede ser que la conciencia de su padre como antimodelo le produjera una imposibilidad de identificarse con él, un vacío de identidad, que necesitase ser colmado con la imagen materna, generalizada como imagen de la mujer.

Después vinieron muchos años en los que se formó una identidad externa aparentemente masculina, aunque él sabía que preferiría ser una mujer; pero no cabe duda de que un niño biológico amante de las mujeres reúne dos condiciones que hacen pensar que puede desarrollarse como varón heterosexual (puesto que es varón y ginéfilo); pero no es así.

En esos años creció en apariencia como un niño normal, quizá sensible y solitario; pero fue expresando su amor por las mujeres mediante la observación cuidadosa de su ropa, las que estaban bien arregladas y no arregladas, de su maquillaje, las que se pintaban bien o se pintaban mal, de sus peinados, de cómo lo conjuntaban todo o no sabían conjuntarlo…

Observación espontánea, natural, reverencial, que a lo largo de miles de datos reunidos toda su vida, le permitió formar un buen gusto exquisito acerca del arreglo de la mujer, que ahora aplica sobre sí misma y que, si su medio ambiente le hubiera sido favorable, le hubiera permitido llegar a ser una gran profesional de la moda.

Llegado el momento, fue hasta lógico que se pusiera novia, como única manera que conocía de cumplir su gran deseo de convivir con una mujer. Sin embargo, le habló con total seriedad, comunicándole dos realidades; primera, que no le gustaban los hombres; segunda, que se sentía más mujer que hombre. Ella, como suele suceder, quizá tendería a pensar que la vida en común barrería las dificultades poco a poco. Se casaron y fueron felices, aunque para mi amiga trans la sexualidad le era siempre difícil y trabajosa; pero le extasiaba la alegría de vivir con una mujer que le reconocía sus sentimientos como mujer, por lo menos en la intimidad familiar; mi amiga trans no necesitaba mucho más.

Llegaron dos hijas; la familia de mujeres llegaba a su plenitud; mi amiga reconoce que si hubiera llegado un varón, le habría sido más indiferente; pero sus sentimientos con relación a la diferencia de los sexos eran tan unilaterales, que me parece que hubiera sido feliz en un planeta en el que sólo hubiera mujeres. “¡Ojalá yo me hubiera criado en una familia con siete niñas!”

Las diferencias con la psicología masculina heterosexual ya están a la vista: un varón heterosexual desea un hijo varón en el que proyectarse y su relación con su hija se fundamenta en la ternura por su diferencia; por otra parte, necesita convivir con varones, sus semejantes, sus émulos, en un régimen de homoafectividad, de afecto por los compañeros, por los semejantes, en el que define el sentido de identidad y diferencia que le lleva a la heterosexualidad, el deseo de las personas distintas, la complementariedad.

En cambio, la psicología de mi amiga, mujer trans secreta, era en todo equiparable a la de las mujeres lesbianas, o por lo menos aquellas que viven emocionalmente en un medio de unisexualidad, en el que sólo las mujeres cuentan y los varones son rechazados e incluso se desearía que no existieran.

La situación de perfección en aquella forma de vida, terminó abruptamente cuando surgió el divorcio, por otros motivos sin relación directa con las emociones sexuales. 

Mi amiga sentiría que había sido expulsada del Paraíso. Tenía que rehacer su vida.

En la ducha, la visión de los genitales masculinos que rompían su ideal de feminidad, se le hizo insoportable. Se duchaba procurando no mirar hacia abajo y se tapaba con una toalla para no verse; cuando debía lavar sus partes, miraba para otro lado. Los elementos emocionales del cambio de sexo quirúrgico se estaban formando.

Pero todavía no se había formado en ella el concepto de que fuera posible para ella. Fue observando como siempre, atentamente, a una hermosa mujer transexual, a la que veía a menudo, cuando comprendió que “ella es como yo”.

A partir de entonces se inició su deseo y su voluntad de cambio, plenamente insertada en su adoración de la mujer, no ya simplemente compatible.

Ha sentido desde entonces un verdadero amor platónico hacia otra mujer trans; como ésta es heterosexual, amante de los varones, se ha limitado a la convivencia como hermanas, por separado. Sin embargo, la intensidad de sus sentimientos, la capacidad de darle sentido a su vida, hacen que no pueda haber duda de su dignidad de amor.

Por otra parte, el deseo que alimenta su corazón es mucho más afectivo que propiamente sexual. Su ideal, en su relación con una mujer, sería verse en la cama, acostadas juntas y tomadas de la mano. Eso sabe que la haría estallar de felicidad, el máximo que puede desear.

Por eso ha podido operarse con total coherencia. Su amor único con las mujeres no necesita consumación genital, necesita comunión. Y para poder comulgar en esa unión ha necesitado apartar de sí cualquier vestigio masculino.

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Esta mujer trans ha necesitado liberar su cuerpo de todo asomo de masculinidad. Lo ha necesitado, perdiendo toda capacidad de penetración, que no necesita e incluso arriesgándose a perder (no lo sabía) toda sensibilidad. Ella siente que dar ese paso hacia la plena feminidad “es lo mejor que he hecho en mi vida”. 

La experiencia de mi amiga es pura, por lo que vale la pena estudiarla y considerarla para entender el conjunto de la transexualidad.