lunes, 16 de diciembre de 2013

LIBERTAD DE GÉNERO


Kim Pérez

En la estructura de nuestra sociedad hay una ley ignorada, pero fundamental, que es el Código de Género. Todos, todas, todes la sabemos de memoria, y por eso no necesita ser escrita. Es penal, porque sanciona los incumplimientos con penas que van desde la irrisión o burla, a la culpa religiosa, expulsión de la familia, pérdida del empleo, desprestigio social y, en otros tiempos u ...otros lugares, hoy mismo, cárcel o muerte.

No tiene nada de extraño que lo tengamos grabado a fuego en nuestra mente, desde que somos pequeños. Manda en nuestro lenguaje. Manda en nuestras tiendas, dividiéndolas según sus preceptos. En nuestras compras. En nuestra ropa. En nuestros gestos. En nuestra manera de hablar o de reír.

Los Códigos de Género son variables, históricos, constituciones cuya duración se mide por decenas de milenios y no por siglos, regulan el corazón de las sociedades, mandando cómo deben ser sus familias y cómo debe ser la conducta de los sexos. 

El nuestro está en pleno cambio, se quiebra y grietea, pero sus penas aún nos hacen sufrir y nos marcan con largas cicatrices. Conviene conocerlo mejor. 

Está basado en un binarismo que excluye o condena todo lo que no es binario. Hay dos sexos biológicos, varón y mujer (por este orden), dos géneros conductuales, masculino y femenino, dos orientaciones sexuales, ginéfila y andrófila. Dos con dos y con dos. La Ley escrita incluso manda que todos los recién nacidos sean asignados como varones o mujeres. Quienes nacen intersex no pueden ser registrados como intersex. Quienes estemos al margen de este sistema, no podemos existir como marginales, y hemos de incluirnos en él.

Las personas intersex deben ser registradas como hombre o mujer, u operadas por decisión autoritaria, ajena, las transex son ignoradas o ridiculizadas (y se nos niega o regatea la operación), las homosex, condenadas. Chorros de sufrimiento humano hay tras estas palabras. 

El dos con dos y con dos oculta un significado. Estaba inventado para el poder. El poder no soporta terceros, que lo puedan debilitar. Obligaba a meter en el esquema de dominación a todas las personas. Decía que hay dominadores y dominados... Todavía lo dice, residualmente. Si has sido asignado como varón, te obliga a ser dominador, aunque no lo seas. Si has sido asignada como mujer, te obliga a ser dominada, aunque no lo quieras. Quienes estamos fuera del dos y dos y dos, seremos parias, más que dominados, sin derecho alguno, fuera de la ley binaria. 

La respuesta empezó por la lucha contra los dominadores (feminismo), que profundizó las libertades racionales, pero el clásico se quedó dentro de lo binario. Ahora ya podemos dar un paso más. La realidad no es binaria. 

El binarismo está fundado en un sí o un no. ¿Eres hombre? Sí – no; ¿eres mujer? Sí – no. ¿Eres masculino? Sí – no; ¿eres femenina? Sí – no; ¿Eres heterosexual? Sí – no. 

En cuanto te sales del binario, descubres que todas estas preguntas se pueden contestar con un más o menos. Y que ésa es la realidad, fuera de las abstracciones de los binaristas. Sales a la calle, y descubres que está llena de hombres más o menos masculinos y más o menos heteros, de mujeres más o menos femeninas y más o menos heteras, de personas más o menos intersex, más o menos homosexuales, más o menos trans… Lo corriente es la variedad, la variación que no se deja sujetar por esquemas… la vida.

Esta variedad es la de la natural libertad de género. La observación de la naturaleza nos conduce al deseo de liberación de nuestros esquemas sociales, para ajustarnos mejor a la naturaleza humana. 

La palabra género debe entenderse de otra manera. No puede ser ya una imposición, desde fuera. No puede ser ya la regla social, cuando descubrimos que ésta es abusiva, disparatada y generadora de mil sufrimientos. Serán las formas sociales que creemos por expresión, desde dentro de cada cual, por afinidades, por amistades, con libertad.

Seguirá habiendo mujeres u hombres más o menos femeninas, masculinos, más o menos heteros, heteras, más o menos homosexuales, libremente unidos, entre quienes se integrarán muchas personas intersex o trans (y dentro de poco, las células madres, generadoras de órganos propios, harán maravillas) Seguirá habiendo personas que prefieran definirse por la indefinición de sexogénero. Las personas homosexuales, bisexuales, transexuales, transvestistas, intersexuales, habremos sido el centro de esta transformación, y si en el siglo XX hemos necesitado etiquetas bien diferenciadas, ahora ya no las necesitaremos. 

El amable jardín de la Libertad de Género.