jueves, 11 de febrero de 2016

QUIERO SER TÚ. EXPERIENCIA DE LA FEMINOFILIA

Kim Pérez

En personas XY-F, este texto trata de la transexualidad amante de la mujer,
No de la transexualidad amante del varón,
Y en parte de la transexualidad andrógina.


La experiencia de la feminofilia es absorbente. Se parece a la artística, en cuanto recuerda a la de Paul Klee diciéndose “Soy color… soy pintor”. En ella aparece en la mente una imagen de la feminidad que se superpone sobre la propia y, con la fuerza de Eros, se convierte en ella.

Tiene formas sencillas. Vamos por la calle y de pronto vemos una muchacha graciosa y bella, nos preguntamos qué sentirá, y deseamos ser como ella, y luego ser ella.

Hace mucho tiempo, encontré una hermosa descripción en una novela italiana, cuyo autor no se quedó en mi memoria, en la que un adolescente, enamorado de su prima, tiene una tarde que vestirse para ir al carnaval de su pueblo, sube a un cuarto, donde hay un gran armario con un espejo, busca dentro, y encuentra un vestidillo de muchacha. Se lo pone, se mira en el espejo, y ve a su prima.

En este esquema, hay dos partes, quien mira y lo que mira; y casi llegan a ser una sola. Hay el muchacho escondido bajo su soledad, porque ama en silencio; y hay la imagen que ama, tan deslumbrante, que la hace propia.

Parece entreverse otro elemento casi invisible. Hay un sentimiento que puede acercar a la persona feminófila por dentro a la feminidad, que es a veces un  fuerte amor hacia su madre, que se convierte en una casi identificación con ella. Digo casi identificación, porque no es un  “yo soy igual que tú”, sino sólo “yo me parezco a ti”. Puede ser que el padre sea bueno y querido, pero por una cuestión de “afinidades electivas”, la madre puede  ser una referencia más sentida que la del padre.

¿Pero por qué el muchacho no puede conservar su propia imagen como muchacho? ¿Por qué ésta se desvanece tan fácilmente en su consciencia y llega a ser sustituída por la otra, que es deslumbrante?

Seguramente porque es una imagen gris, insegura, inapreciada. Quizá nadie lo haya querido antes lo bastante, lo que cada humano necesita. Entonces, la imagen que ama se convierte en la propia, porque podría ser amada.

La fuerza de este conjunto de sentimientos se convierte en arrolladora. Además son dignos de respeto, sutiles y delicados. No se pueden tratar sin consideración, es preciso reconocer su valor y entender su significado.

Estos sentimientos pueden empezar y quedarse en algo ocasional o periódico, que permite que subsista la identidad masculina y hetera durante casi todo el tiempo, o puede ir aumentando su fuerza de absorción, hasta convertirse en un estado permanente.

La manera de ser feminófila es capaz de mantener a la vez un amor por una mujer, tierno y entregado, y de sentir ese sentimiento resultante de feminofilia, lo mismo que el adolescente de la novela, enamorado de su prima y a la vez experimentando la fusión feminófila.

Para comprender este conjunto de sentimientos, que a veces resultan confusos y necesitados de claridad de juicio, ya digo que en la experiencia feminófila hay dos elementos, quien mira y lo que mira, y una razón de por qué lo que mira se vuelve tan absorbente.

Quien mira es cada cual, convertido casi en conciencia de un yo desnudo, ni hombre ni mujer; lo que mira es la imagen de la feminidad, no una mujer concreta, sino la feminidad en general; y se puede convertir en absorbente, por la debilidad de la propia conciencia como varón y por la fuerza del eros, que desea expresarse por encima de todo.

En el conjunto de los sentimientos feminófilos hay algunas singularidades: la imagen de la feminidad no es interna, no es la de cualquier mujer, guapa o fea, joven o vieja, que siente su vida como especialmente trabajosa, menstruaciones, preñeces, partos incluidos, cuidados diarios de los niños, también absorbentes, sino una imagen externa, arquetípica, en la que cuenta mucho la sonrisa, la juventud, el atractivo; la imagen de la feminidad se siente como ideal, como aspiración y, naturalmente, es la mejor que puede ser.

No  llega a ser, por eso, una identificación con la vida interna de la mujer, que también se querría, sino con su simple apariencia externa, en lo que tenga de atractivo, que no incluye las arrugas o las flaccideces.

Y no es una mentalidad de varón dominante la que aquí se ejerce, sino la mentalidad de alguien desvalido por la varonía.

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Se necesita un sitio, para las personas feminófilas.

Creo que para encontrarlo, de verdad, hace falta rehacer el esquema que lleva a la feminofilia, viendo las dos dimensiones de quien mira y lo que mira y el por qué y pensando en cómo puede evitar esa absorbencia, para vivir racionalmente a la vez que feminófilamente.

A partir de este sentimiento subjetivo, hay que encontrar la manera de expresarlo, objetivamente.

Según la experiencia de cada persona, y según sus circunstancias, podrá expresarse de una forma u otra. A veces será de manera ocasional, otras periódica, otras permanente. Puede hacerse con hormonación o sin hormonación, de manera distinta si es con forma de vida femenina permanente o no. La hormonación puede ser selectiva,  si se desea preservar algunas posibilidades masculinas, como la erección o la eyaculación, o no se desea. Puede incluirse alguna operación, como de rasgos sexuales secundarios, como la mamoplastia, la orquidectomía, la emasculación, la vaginoplastia, con cambio social o sin cambio social…

Lo primero que observamos es que ya hay una gran variedad de posibilidades, por lo que la elección entre cada una de ellas y la negación de otras exige la cabeza fría y libertad interna de decisión, frente a los impulsos del Eros, porque se arriesgan resultados no deseados, tales como el descenso de la libido, la mayor dificultad de los orgasmos o, cuando existe, la necesidad de una imagen personal femenina fálica (la mujer fálica de la que se habla muchas veces como objeto de deseo)

Por cierto, que al ver subsistir la feminofilia después de la hormonación o la operación, cuando supuestamente el descenso de la libido debería de hacerla disminuir o cesar, se comprueba el error de Ray Blanchard, que la hace depender de la libido, y permite ver que viene de un conjunto de sentimientos que anteceden a lo erótico.
 
La absorbencia de la feminofilia puede verse también cuando la persona feminófila, en  su voluntad de ser la mujer que ama, tan mujer como pueda, supone que deben atraerle los varones, como atraen a la mayor parte de las mujeres.

Entonces contradice la esencia de su condición, que se realiza a partir del amor a la mujer, creando un universo a partir de él.

Es verdad que ese amor a la mujer, le lleva a querer ser mujer, dando un salto que le permita superar su propia biología, y encontrarse de pronto amando a los varones.

Entonces intenta encontrar en su propio interior las formas de androfilia  que pueda encontrar, y en su temperamento absorbido por la feminofilia, tiende a intentar por todos los medios que ésta pueda ser la única forma de atracción que sienta.

Entonces puede encontrar sentimientos de afecto o admiración por los hombres y confundirlos con sentimientos en los que surge el pellizco del erotismo.

El afecto puede ser en el recuerdo en la niñez de una figura paterna o protectora; o el de las personas que se parecen a ella. La necesidad de admiración hacia el padre, y de ser protegido por él ante un mundo hostil es tan grande, que muchas veces tratamos de ver a nuestro padre en los hombres que nos lo recuerdan.

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La feminofilia a veces se desarrolla como un torrente, o un vórtice en los cielos, que va destrozando, como tablas, las estructuras o límites que puedan haberse construido, familiares, laborales o sociales, absorbidas por esa única voluntad de hacer visible en su misma personalidad todo cuanto se ama.

Puede ayudar a decidir lo que parece imposible, pero puede producir también desastres prácticos, en la medida en que la presión erótica construye una fantasía que tiende a imponerse al sentido de la realidad.

Siendo yo ambigua, andrógina, y no comprendiendo ni mi naturaleza ni la manera de expresarla, tuve una experiencia feminófila cuando abandoné mi puesto en la Universidad de Granada por quedarme en Londres, en las vacaciones de navidad de 1971, en la dictadura, por la repentina esperanza de poder vivir allí como mujer (no como andrógino), pasando a trabajar como pinche de cocina; esto fue bueno a la larga, en cuanto me sacó del mundo de las solas fantasías, y después se arregló todo poco a poco, pero fue un momento de riesgo muy fuerte.

Otras personas más feminófilas, más heteras, incluso felizmente casadas, pueden sentirse empujadas a perder también su matrimonio y su posición laboral, sin poder pensar que la feminofilia es una condición muy matizada, en la que se pueden intentar salidas matizadas.

La feminofilia es una experiencia afectiva, predominante sentimental, nostálgica,  pero cuando se forma una imagen de feminidad en la mente, que pudiera ser propia, comienza a arriesgarse el abandono del análisis racional y esta imagen puede comenzar a absorber la atención hasta que se convierte en obsesiva.

Ésta no es una visión patologizante. Lo patológico es lo que debe ser curado, y lo sentimental debe ser comprendido. La idea de curación pretende suprimir unos síntomas; la idea de comprensión toma en cuenta todos y cada uno de los sentimientos vividos, con toda lógica, con valor objetivo, y pretende ayudar a ordenarlos.

Por cierto que en el mundo anglosajón, más en los círculos profesionales que en los transexuales, goza de cierto predicamento la noción de Ray Blanchard, psicólogo clínico, que ve la feminofilia, a la que llama autoginefilia, como surgida sólo del impulso erótico, y sin tener en cuenta todo ese conjunto de sentimientos no eróticos que forman una estructura de la personalidad.

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Es posible que en la feminofilia haya otro elemento del que se ha hablado poco. Hablamos hasta ahora del deseo de “ser tú”, con sus consecuencias eróticas. Pero hay a veces algo que no es erótico, sino todo lo contrario: el “no ser hombre”, el rechazo a ser masculina, con una carga propia de sentimientos propios.

Lo ha puesto en valor Charles Moser, en 2010, con el nombre de “autoandrofobia” (Moser, Charles (July 2010). "Blanchard's Autogynephilia Theory: A Critique". Journal of Homosexuality (6 ed.) 57 (6): 790–809 -Gracias, Wikipedia)

Me alegro, porque da autoridad a mi propia primera clasificación, hacia 1993, que fue entre “transexualidad por identificación” (con la feminidad) y “transexualidad por desidentificación” (con la masculinidad). Hoy diría,  además, que la identificativa es propia de las trans feminizantes, que encuentran en la feminidad una descripción de su propia naturaleza interna;  y la desidentificativa, propia de las trans feminófilas, que encuentran poca o ninguna razón para valorar su masculinidad, lo que las llevaría a esta semi-identificación externa con la feminidad, con fuerza erótica añadida; las trans andróginas tomaríamos parte de lo identificativo y parte de lo desidentificativo.

La menor o mayor desidentificación o rechazo de la naturaleza masculina vendría, primero, de la propia naturaleza, no primariamente de interacciones negativas con los varones. Yo sé algo de eso: cuando tenía cinco años, un día estaban a mi lado, en la playa, dos niños de mi edad, hermanos, muy rubios; uno de ellos, era en tan corta edad, bastante masculino, mandíbula fuerte, insolente; sentí inmediatamente una profunda antipatía hacia él; el matiz andrógino estaba en que el otro hermano era flaquillo, con gafitas, nada agresivo, y me sentí enseguida identificado con él.

Es posible que la feminofilia esté, por  lo menos a veces, inducida por esa extremada antipatía espontánea hacia la masculinidad; una especie de ruptura que queda formando la estructura de la personalidad.

No sé si es frecuente esa desidentificación espontánea, sin motivo, por más buenos y afectuosos que sean los varones rechazados; la cuestión está en que el rechazo sea generalizado, que sea toda la masculinidad la que sea rechazada, a priori. Puede entenderse que el rechazo, a veces, tenga relación con agresiones o malos tratos, y de hecho observo que ambas cosas, agresión paterna y transexualidad feminófila, pueden relacionarse en ocasiones.

Pero en todo caso, este dato parece confirmar que la irrupción del erotismo en el proceso trans feminófilo no es primaria, porque lo primario es la desidentificación con los varones y lo secundario, la necesidad de encontrar una identificación, que se hace con la feminidad y despierta entonces, terciariamente, reacciones eróticas, que pueden ser indeseadas..   

Un cuadro sentimental tan complejo no se puede denegar en su valor. Una interpretación que ponga en primer lugar la fuerza del erotismo no vale, porque acabo de mostrar cómo la fuerza erótica no es la causa primera, como supone Blanchard, sino un efecto que viene en tercer lugar.


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