miércoles, 17 de febrero de 2016

ID-ENT-IFIC-ACIÓN Y DES-ID-ENT-IFIC-ACIÓN


Dos palabras larguísimas que usé por primera vez hacia 1998, como primer mecanismo que comprendí como fundamento de la transexualidad.
Por identificación entendía el sencillo sentimiento que hacía a algunos niños sentirse niñas desde sus primeros años, que me ha admirado siempre y he deseado que fuera el mío.
Hoy, con mayores conocimientos, es el que considero propio de las personas trans que he llamado feminizantes y que forman parte del que llamo Conjunto III; muy femeninas a sus propios ojos y a los de los demás. Es un proceso reflexivo y tranquilo, que se puede resolver de varias maneras, por la salida trans o diciéndose "me siento mujer, pero no necesito vivir como mujer".
En cambio, llamaba desidentificación al sentimiento de quienes nos hemos sentido trans por no poder identificarnos con los varones.
Puede ser porque hemos sido biológicamente ambiguas y la desidentificación nos han venido de constatar nuestras diferencias con los varones, sobre todo heteros,
o puede habernos venido de un fuerte trauma o de una absorbente ensoñación, ambos biográficos.
Las historias de la primera clase entrarían en el Conjunto I, andróginas, y las segundas, en el III, feminófilas.
Unas y otras encontrarían su mayor eficacia desidentificadora, rompedora, cuando fueran acompañadas de una fuerte androfobia hacia muchos varones heteros, un "no quiero ser como tú" que se transformaría, hacia las mujeres en un "quiero ser tú".
Es que los varones heteros suelen estar muy a gusto entre ellos, no sexualmente, sino por sentir sus afinidades, sus gustos comunes, por sentise compañeros, sentimiento desconocido por quienes seremos trans.
Esta desidentificación suele ser bastante compulsiva y turbulenta. La hormonación suele apaciguar los sentimientos, pero no los extingue. A veces se llega hasta la operación.

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