La
naturaleza andrógina es una realidad difícil de administrar porque es
no/binaria, está situada en una posición distinta de la de las personas que son
más masculinas que yo y más femeninas que yo.
La
identidad es un concepto que cada cual se forma de sí, el nombre que cada cual
acepta para defininirse: por tanto, la dificultad consiste en que una cultura
binarista, que sólo ve dos conjuntos cerrados, hombres o mujeres, como lo ha
sido la nuestra, no tiene todavía más que conceptos binarios para describir la
sexuación humana, empezando por el de hombre o mujer.
La
palabra misma “andrógino” encierra una mención a los dos polos del continuo de
la sexuación, que deja a las personas “andróginas” entre medias de dos
realidades. Es un concepto no/binarista, abierto, pero que tiene que realizarse
por un medio binarista, cerrado, la alusión simultánea a los dos polos del concepto,
andros y giné, hombre y mujer. Tal como decimos, somos hombremujeres, pero en
realidad somos una sola cosa, no dos cosas a la vez, y no tenemos un nombre
para designarnos.
Si
nos quedamos entre medias, nos quedamos en ninguna parte, u oscilamos periódicamente
entre ambos polos.
Para
superar esta primera dificultad, hace falta primero comprender su carácter
lingüístico. Se trata de dificultades con las palabras, que son conceptos o
representaciones de la realidad aceptadas socialmente. No son dificultades con la propia realidad.
Al
comprender el carácter lingüístico de la identidad, podemos aceptar el esquema
de significante / significado, y ya que hay problemas con el significante,
podemos pasar a centrarnos en lo significado.
Esto
requieren una reflexión profunda sobre sí y sobre la propia experiencia y la
memorización intuitiva de los resultados, dificultada porque se hace en
ausencia de conceptos o nombres que los representen.
Esta
reflexión puede dar lugar a una visión unificada, que supere el binarismo o dualismo
de los nombres de que se dispone en el archivo léxico. Si llego a verme como
una realidad definida, no indefinida; si llego
a verme en lo que soy, en lo que prefiero, en lo que hago, en lo que amo
(y con la misma nitidez, en lo que no soy, en lo que no prefiero, en lo que no
hago, en lo que no amo), he dado un paso muy firme en mi definición y por tanto
en la búsqueda de un nombre o una identidad.
Pero
recuerdo que en ese momento el nombre todavía no existe, aunque ya existe el
concepto, y por tanto todo esto es difícil de memorizar y de comunicar
lingüísticamente, es decir, de manera reconocible socialmente.
Para
la memorización, quizá se pueda recurrir a unas pocas experiencias
significativas, que se podrían poner por escrito y aún llevar como
recordatorios perennes. Para la comunicación, puede ser necesario resignificar
algunas palabras existentes, como “andrógino”, o “intersex”, o “ambiguo”, y
usarlas aclarando la resignificación que les estamos dando al referirnos a
nuestra realidad. Mientras, esperamos la formación de un neologismo más claro.
¿Puede ser …?
=
= = =
En
el tiempo en que nos ha faltado una reflexión adecuada sobre nuestra realidad “andrógina”,
incluso por inexperiencia juvenil, puede
ser que nos hayamos extraviado entre los dos polos del continuo de la
sexuación, por ignorar que no nos corresponden ni uno ni otro.
Algunas
podemos decir que somos relativamente femeninas y relativamente masculinas,
pero no hemos sabido encontrar una identidad que nos defina lingüísticamente.
En
el caso de algunas transexualidades femeninas, no de todas, sino de las que
estoy describiendo como andróginas, esta falta de identidad más exacta, o de
correlación entre nuestro concepto de nuestro ser y lo que somos, puede haberse
desarrollado junto con una androfobia frente a la masculinidad, y una
feminofilia frente a la feminidad.
Ambas
son canalizaciones de la libido, o fuerza erótica, tanto de rechazo como de
aceptación, y ambas requieren análisis
para su racionalización.
La
androfobia es una reacción fóbica, y por tanto extremada. Surge de la
experiencia de rechazo mutuo hacia algunos varones, y por tanto de obsesión
negadora de toda masculinidad corporal y conductual, que procede a su vez del
binarismo léxico, que lleva a identificar “una” masculinidad con “toda” la
masculinidad.
Ese
rechazo o repulsión puede ser tan intenso que impida reconocerse como
relativamente masculino.
En
personas “andróginas” (resignifico este vocablo) se puede tratar por tanto de
una conceptuación de tipo biológico (“yo no soy así”), seguida por una
experiencia biográfica (“yo rechazo o he sido rechazade por quienes son así”)
que lleva a una afirmación de síntesis (“yo no quiero ser así”)
Como
en todas las fobias, creo que es práctico deshacerlas por partes. En mi caso,
descubrir que mis sentimientos de afinidad con los varones “andróginos” son muy
fuertes desde la niñez, me ha ayudado a fortalecer un sentimiento identitario
que me acerca a ellos.
Por
su parte, la feminofilia surge de la necesidad de refugio en la mujer (o la
madre) ante un espacio masculino inhóspito. Pero en esta necesidad encuentro
también una dificultad de tipo lingüístico.
En
nuestro lenguaje todavía binarista, el concepto “mujer” alude a un conjunto cerrado,
separado radicalmente del concepto “hombre” por un criterio de “sí o no”. En
resumen, o se es hombre o se es mujer, sin más distinciones.
Sin
embargo, la realidad no/binaria, abierta, de las personas “andróginas”, afirma
que nuestra relativa feminidad va acompañada por una relativa masculinidad, en
distintas proporciones, en un “más o menos” propio de los conjuntos difusos, no
de los conjuntos cerrados. En este sentido, se llega a aceptar que todos los
seres humanos somos “más o menos” andróginos, y se deja la transexualidad como
un caso más del continuo de la sexuación humana.
Pero
nuestra cultura todavía binarista, de conjuntos cerrados, no nos permite
distinguir estos matices en la realidad del conjunto difuso de las mujeres. Si
afirmamos que no queremos ser hombres, no nos queda más que ser mujeres, binaristamente,
cerradamente.
Es
decir, en esquema, si digo “no soy hombre”, tengo que decir “soy mujer”. Y entonces,
si mi orientación es más o menos ginesexual, atraída por la mujer, se puede dar
una fascinación en la idea de fusión de mí con una mujer.
Eso
supone haber olvidado el punto de partida abierto, difuso, de que yo tengo una
relativa masculinidad y una relativa feminidad. Esta concepción, en sí, no es
fascinante. Soy yo, simplemente como soy, realistamente. Puedo sentir emoción
al comprender mi particular esfuerzo por la vida.
Sin
embargo el “yo quiero ser mujer” es sin límites, como todo “quiero ser”. Quiero
ser lo más bella que pueda, quiero ser deseada, quiero ser admirada, en
términos superlativos, sexies. Me salgo de la realidad, y al escaparme no sé
valorar mi realidad.
Es
por tanto necesario que mi feminofilia sepa valorar mi feminidad relativa y mi
relativa masculinidad en lo que son, en mi verdadera belleza.