viernes, 7 de agosto de 2015

LA VIDA DE MUJER DESDE LA FEMINOFILIA



Kim Pérez

La feminofilia es el deseo de ser querido, admirado, valorado como una mujer, cuando ves que eres tímido, gris, soso, ignorado, como varón o cuando tienes un vacío del modelo de tu padre que puede ser relativo o absoluto y que te lleva a tener el modelo de tu madre como principal referente de lo que puedes ser.
El deseo, en realidad, es el de ser querido, admirado, valorado por tu padre en primer lugar, como a lo mejor él quiere o querría o debería querer a una hermana tuya o a tu madre; y luego, por otros mchachillos, que por lo menos, pasan de ti; es decir, no te quieren, no te admiran, no te valoran, cuando se quedan deslumbrados por las muchachillas que aparecen en sus vidas.
Es decir, la feminofilia es el deseo de cambiar la grisura de la vida masculina por el deslumbramiento que sientes que hay en la vida femenina.
Cuando ese deseo, y quizás ese vacío de modelo paterno es relativo, la feminofilia puede ser ocasional o periódica. Tienes que vestirte de vez en cuando como mujer para ver en el espejo cómo hubieras podido ser e imaginar cómo hubiera podido ser tu vida; deslumbrante. A lo mejor, llegada la pubertad, te excitas, aunque puede que te moleste excitarte, porque buscas en realidad otra cosa, más que la excitación: un remedio para tu amargura, un consuelo, un refugio.
Puede ser que esta pacificación temporal sea suficiente y que desahogarla de vez en cuando te permita volver a una identidad masculina y hetera el resto del tiempo; qué numerosos son los varones que viven estos complejos sentimientos, tan arraigados en su corazón desde pequeños, tan relacionados con su experiencia de su padre y su madre. Pueden ser amados, en su edad adulta, por una mujer que, como en todas las vidas masculinas, sea la que puede suplir a su madre, que sienta ternura por sus vidas.
Ahora vemos con claridad hasta qué punto ha sido injusto descalificarlos en la literatura científica como fetichistas. Yo pienso que todo lo que se llaman parafilias son soluciones simbólicas de problemas reales.
Puede ser también que estos sentimientos sean tan profundos y permanentes que lleven a una de las formas de transexualidad. Quizá porque se ha unido la sensación de grisedad masculina con un vacío, incluso relativo, del modelo paterno. O quizá porque esta falta se debe en realidad a una presencia terrible, amenazadora, a las palizas sobre el niño o a los maltratos sobre la madre, aunque después uno y otra se esfuercen en racionalizarlos y perdonarlos. En estos casos, la realidad es que no se puede y casi no se debe seguir el modelo paterno.
Estos sentimientos pueden estar muy presentes desde primera hora de la vida. ¿Por qué es posible, desde los tres años, si se tiene ese contramodelo delante, ver a una niña y decirse “yo quiero ser como ella”, a la vez que se vive entre las faldas de la madre? ¿Por qué es posible, desde los cuatro años, comprender que tu padre, aunque sea bueno, ha dejado de quererte y que quiere a tu hermana como tú querrías que te quisiera?
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Estos sentimientos de feminofilia son ajenos a las transexuales que desde siempre han amado a su padre y a los hombres en general, en quienes pueden haber buscado una continuidad de la figura paterna. Por su madre pueden haber sentido también adoración, pero en el sentido de querer imitarla en arreglo, funciones maternas y conducta en general. Si quieren seguir ese camino, no es por deslumbramiento, como en la feminofilia, sino por realismo, por conciencia de una mejor adecuación. Pueden también, por el mismo realismo, no seguir el camino transexual, aun siendo conscientes de su feminidad, en función de sus equilibrios y expectativas: “Yo me siento mujer, pero no necesito vivir como mujer”.
Esto significa distinguir entre su identidad personal y su identidad social. La primera es posible vivirla sólo en la propia conciencia y en el amor a un hombre, por ejemplo; la segunda requiere muchos cambios prácticos, que se pueden dejar de lado. Se trata, como hoy se piensa, de varios planos de expresión de género (ver Coll-Planas y Missé), que no tienen por qué ser completamente afines, sino que pueden corresponder a distintas prioridades prácticas.
Personalmente, contar con recuerdos que refuerzan mi imagen de intersex conductual o cerebral me ha permitido dejar a un lado el refugio en la feminofilia, que fue muy fuerte, muy imprescindible desde la pubertad, y luego se ha ido atenuando.
He conseguido una imagen de mí que puedo amar. Es grisácea, pero de un gris azulado. Es la del muchachillo que fui, suave, sensitivo (furioso a veces, imperativo, es verdad), sensible, sentimental (puedo reconocerme en esta gama de nombres) Me gustaba parecerme a mi madre y la adoraba por su belleza. Admiraba muchísimo a mi padre, por ser aviador, y me irritaba por muchas cosas, sobre todo por no quererme cuanto yo necesitaba.
En todo lo que digo, hay elementos masculinos y otros más intermedios con los mayoritariamente femeninos. Todo esto lo puedo amar en mí. Soy intersex y sólo soy muy definida en el rechazo a los genitales masculinos. Me siento a gusto estando emasculada. Podría prescindir de todo lo demás, de vivir como mujer, del nombre de mujer (de hecho, el que tengo es ambiguo), de todo. Esto también me parece encantador en cuanto a mi manera de ser.
He podido llegar a una visión realista de la vida de mujer, que no necesito que sea feminófila porque ahora tengo una imagen de mí que puedo amar, que me hace sentirme orgullosa de ella. Puedo ahora aceptar que no entiendo la vida de mujer, en gran parte. No entiendo sobre todo, en su mayoría estadística, lo que es sentir el amor al hombre.
No entiendo una vida centrada primero en el amor al padre, por encima del cariño crítico hacia la madre, y luego en el deseo de un compañero de vida. Me parece, con la ceguera a los sentimientos que no se tienen, que es una pena tener estos sentimientos, porque sólo la mujer (mi madre) es digna de amor.
¿Cómo puede ser que, entre las muchachas que vemos en la calle, la mayoría sueñen con un mundo masculino? ¿Cómo puede ser que no se deslumbren al verse unas a otras? ¿Qué más bien se vean con la ligera distancia que impone la conciencia de rivalidad, qué lástima?
(Claro que sé por qué; lo entiendo, pero no puedo sentirlo)
No entiendo tampoco el sentimiento (mayoritario también estadísticamente) de amor, ternura, miradas absorbidas por los bebés, sentimiento de realización personal al tener uno de ellos, al criarlo estrechamente durante cuatro años… Hasta qué punto eso justifica, explica, necesita, frente a la experiencia masculina de unos minutos, orgasmo y a la calle, un larguísimo historial de pesadas menstruaciones, y luego de nueve meses, no minutos, y un parto!
Y el riesgo de enamorarse de un hombre hetero, androgénico, casi por definición acometedor!
Lo que me parece deslumbrante de la mujer es su belleza, y si no, su inteligente arreglo, y sus vestidos bien calculados. En mi juventud, me sentiría identificada con ella, sentir como ella, yendo por la calle (siempre me imagino por un paseo marítimo o fluvial, junto a las barandillas, entre mucha gente), sintiendo cómo mi cuerpo se ajusta a mi vestido, cómo mis facciones están realzadas por el maquillaje, viéndome deseada, admirada, valorada por los hombres… En este caso, son sólo los hombres quienes me interesan, quizás como representantes de mi padre y mis compañeros.
Es esto lo que me hace sentir que la vida de una mujer pueda ser deslumbrante, mientras que la de los hombre es gris y ansiosa, viendo cómo ese fulgor pasa y se aleja.
Tampoco entiendo a los hombres, es verdad. No entiendo cómo pueden tener suficiente con capturar a una mujer, como si la cazaran, no entiendo la expresión de “hacerla suya”, cuando siempre van a ser opacos frente a esa luz.
Seguramente es que ven su luz propia, basada en sus sueños, sus competiciones, sus derrotas y sus victorias, sus arrogancias, sus consecuciones, el mundo que van construyendo… Yo entiendo sólo esto, lo último, no entiendo casi nada de lo primero…
No entiendo el carácter práctico de la mayoría estadística de las mujeres, sus cálculos iluminados por el realismo. Yo me dejo llevar por mis propios sueños, por el idealismo que me hace pensar en mundos mejores.
De hecho, ahora mis sentimientos están centrados en mis amigos, quienes son más o menos como yo, gays sobre todo, o queer, o heteros pero artistas, cuya libertad y expresividad sentimental es mayor, o capaces de entra en las abstracciones que tanto me gustan.
Me gustan estos amigos. No busco apenas amigas. Pero sí me hace falta que en mi casa se sienta, aunque sea ligera, una presencia de mujer.

2 comentarios:

Juliana dijo...

Hola Kim! Estos días volví a leer tus blogs, Soy la que escribió
un comentario en el post "Variaciones de sexogénero" en el blog "Outgender". Leyendo sobre lo que has escrito sobre feminofilia,
encuentro tantos sentimientos, experiencias, etc., similares a mí, que leyendo me tocan el corazón. Todavía sigo con la vida de varón, pero no descarto a futuro asumir mi verdadero género, si es que así lo siento. Saludos desde Argentina.Juliana.

Kim Pérez dijo...

Muchas gracias, Juliana, por tu comentario. Me alegro de que estés siguiendo una profunda introspección. He actualizado también la entrada TSX, que creo que es más concreta precisamente por breve, aunque quizá sus cortas frases requieran también más aclaraciones, para las que aquí me tienes.