jueves, 29 de enero de 2015

NOTAS SOBRE TRANSFILIA

Kim Pérez

¿Cómo es el amor a una persona trans? ¿En qué consiste desear, valorar, admirar, querer, unirse a una persona trans?

Estas palabras tan sencillas pueden hacernos llorar de emoción, porque es lo que más deseamos, y a la vez sabemos (bueno, como toda persona, pero más que otras personas) que no es fácil conseguirlo; pero no es imposible.

Diferenciaré primero entre trans femeninas y trans masculinos; para nosotras, la experiencia del amor y el afecto es más trabajosa; para ellos es más fácil.

Distinguiré también, entre ellas, entre hormonadas y operadas, (lo que es más frecuente que entre los trans masculinos); y por parte de sus amantes, entre hombres y mujeres nativos y hombres y mujeres trans; pero no llegaré a poder hablar de todos estos matices, sólo de algunos de ellos.

RELACIONES SEXUALES COMO ESTRATEGIA DE CONVIVENCIA

Voy a empezar por la forma quizá más simple de deseo entre un hombre hetero y una mujer trans. Los sentimientos de deseo sexual están muy vinculados evolutivamente a los de poder. La relación puede establecerse muchas veces en términos de poder, lo que es muy elemental, pero muy efectivo, muy arraigado en nuestra parte animal.

Voy a hablar primero de los humanos en general y de sus relaciones más primitivas.

El varón puede  sentir el placer de que domina y posee a la mujer; esto le hace ser condescendiente y protector hacia ella, excitarse sintiendo la diferencia de tamaño corporal y fuerza muscular con ella, oyendo los distintos timbres de voz.

Para ella, la relación es más compleja. Necesita obtener de él seguridad para criar a sus hijos . Valora su mayor tamaño, su fuerza muscular y su acometividad, todo dirigido hacia fuera y las amenazas exteriores y no contra ella, que no desea verse sometida a esa agresividad, sino exceptuada de ella.

Hay un decalaje entre las aspiraciones de él y las de ella, unas tendentes a la posesión y sumisión y otras a la seguridad, pero si funcionan como ella desea, son capaces de generar estabilidad, hábito de convivencia y afecto mutuo.

En esa fisura entre el deseo de dominación y el de seguridad se pueden crear sin embargo la dominancia real masculina, la batalla de los sexos, los malos tratos y los aborrecimientos.

Pues bien, este esquema de muchas relaciones intersexuales se puede repetir en las relaciones entre varones heteros y mujeres trans, aunque no cuajen siquiera en amores y queden en simple afecto. Se puede observar, por parte del varón, una tendencia a la condescendencia, y a tomar decisiones por ambos, que se inserta en la lógica de la dominancia. Por parte de ella, se puede observar también el deseo de ser exceptuada de la agresividad viril, así como la valoración de la diferencia de los tamaños corporales (y otras pruebas de una intensa androgenia, tales como la pilosidad del cuerpo o la musculatura férrea) que, como digo, no vaya dirigida contra ella, sino contra las amenazas exteriores.

Esta amabilidad viril hacia la mujer puede aparecer también por tanto hacia las mujeres trans, acentuada además por un hecho trans, que hay que considerar frecuente: un grado de humildad que deriva de la inseguridad en el propio atractivo y del agradecimiento al varón por haberla aceptado.

La mujer nativa, en cambio, cuando  constata la fuerza de su atractivo sobre el varón, puede deducir de ella una arrogancia y una polemicidad que puede no darse en la mujer trans.

RELACIONES SEXUALES COMO SIGNOS DE PODER

Otras dimensiones de estas relaciones pueden ser más oscuras, lo que significa primitivas. La traducción de la sexualidad a relaciones de poder, nos permite entender que la fantasía de él pueda incluir deseos de poder más intenso: serían menos sencillos de aceptar para la mujer trans, pero son igualmente eficaces para mantener la relación; pueden entenderla en principio como una relación de poder intermasculina que culmina en la sumisión/ feminización del rival. Ver a la mujer trans realizando labores femeninas para él puede ser por eso muy excitante.

En esta feminización no parece necesaria la operación; al contrario, muchas veces la presencia de unos genitales desvirilizados por la hormonación puede ser un símbolo de la victoria/   feminización.

El carácter natural, arcaico, de este proceso, se puede ver en las especies animales en las que la pelea intermasculina da lugar a un gesto feminizado por parte del derrotado, que inhibe la continuación de la agresión (en otras especies, el derrotado ofrece su garganta a los dientes del vencedor, lo que inhibe también la agresión)

Lo más negativo de estas relaciones demasiado centradas en el  poder y no en la convivencia, sería si se genera una adicción de tipo sadomaso, pues en todas las adicciones se da un  umbral de excitación que necesitan elevarse continuamente para alcanzar los mismos niveles que en la fase anterior, con lo que los símbolos de sumisión que inicialmente pueden integrarse en la vida normal, se vayan acentuando poco a poco hasta alcanzar grados angustiosos. 

La fantasía sadomaso nunca es buena consejera y es posible institucionarla como regla social generalizada, lo que sucede a menudo en nombre de la voluntad de Dios en la moral sexual con pretexto religioso.
  


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