AFIRMACIÓN DEL
NEUTRO
Kim Pérez
Escribo esto
para entenderme mejor, pero también para que sea útil para otras personas que
sean como yo. Digo de entrada que no se dirige a las personas trans que se han
sabido definidamente femeninas desde sus primeros años, sino a las personas trans
que nos hemos sabido más o menos neutras.
Soy
objetivamente ambiguo, más bien neutro de género, femenino de genitalidad. Hoy
voy a usar el género gramatical masculino, que no corresponde del todo a mi
naturaleza, pero sí a mi primera identidad.
Muchos varones,
pero no todos, me han hecho sentir algo que en XY es hetero, una androfobia
espontánea, antes de haberme sentido también
rechazado. Es decir, mi androfobia viene primero, y el rechazo hacia mí,
después. Ningún victimismo en este primer análisis.
Pero es verdad
que después me fui sintiendo rechazado, desde los cinco años. La sensación de
rechazo la traduje sintiéndome tímido, soso, gris.
He sentido en
cambio una simpatía espontánea hacia los varones más bien ambiguos. He llorado
leyendo novelas gays, sobre todo en lo relativo a su niñez y adolescencia,
identificándome con ellos al sentirlos parecidos a mí, salvo en su sexualidad.
No he sentido nada parecido con las muchachas, porque no entiendo lo que pueden
sentir.
Mi rechazo por
la genitalidad masculina es por sentirla
medio tripa y medio palo, o también una cañería, es decir, fea, un juego de
fontanería que es parte de la estructura
de una casa, oculta en un sótano, incompatible
con cualquier imagen grácil y delicada que pueda hacerme de mí.
No entiendo su
funcionamiento, no deseo sentirlo. Sé que no tengo ese instinto de posesión,
que se manifiesta en el deseo de penetración, que es por lo visto una urgencia.
Tampoco he sentido el deseo de vaciarme, que debe de ser también profundo, de
toda la personalidad, el ansia de fusión, fuera de la necesidad física, superficial, que podía sentir antes en la excitación.
Es decir, mi
cerebro no estaba estructurado como los genitales que había en mi cuerpo. Él
funcionaba de una manera y aquellos genitales, de otra.
Tampoco deseaba
unos genitales propiamente femeninos. Más bien me interesaba el no tener que el
tener. Creo que la diferencia habría estado en sentir
que mi cuerpo deseara abrirse o fuera suficiente para mí que fuera liso y
suave, como lo es ahora.
Para hacer un
balance de esta manera de ser, ante el
rechazo de la masculinidad, no queda a primera vista más que la feminidad, pero
es una solución de emergencia, un refugio, que no surge desde dentro, sino ante
la evidencia de que en el sistema social no cabe nada más que lo binario, la diferencia
radical entre hombres y mujeres, entre lo masculino y lo femenino, sin que haya
nada entre medio, lo ambiguo, lo neutro. Te van a aceptar si eres masculino o femenina,
y te van a rechazar si eres de otra manera.
En este sistema
de arquetipos sin transiciones, la mujer aparece como bella, lo que la hace ser
querida, valorada, protegida. En una persona XY, esto es en parte un
sentimiento hetero, la conciencia de su atractivo, pero en otra parte, la de la
afinidad con sus sentimientos, el deseo de ser bella para ser querida,
valorada, protegida. La mujer es vista en parte desde fuera, en su apariencia atractiva,
y también en parte, por dentro, como afinidad al compartir una parte de sus
sentimientos.
Su apariencia
es un refugio frente a la propia desvaloración.
Entonces,
pidiendo atención a cada una de las palabras que voy a emplear, empieza un
Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo.
Deseo: es un sentimiento erótico. El erotismo acerca
a la Fusión con el ser deseado. Que es una Imagen externa, más que una realidad
interna. De la Mujer arquetípica, o más atractiva heterosexualmente, es decir
joven y bella. En el Espejo, que es el lugar donde esa imagen valorada se
superpone sobre la propia imagen devaluada.
Es muy fuerte;
puede resolver muchas vacilaciones internas, siendo el centro de la
feminofilia. Si se llega, mediante él, a la hormonación con antiandrógenos,
puede perder gran parte de su fuerza, desconcertando a quien lo haya seguido.
Sirve como ese
refugio mientras no se encuentra algo mejor, pero crea un amor fantasmático,
hacia una Imagen de Mujer, vacía, que no existe. Es preciso crear el conocimiento y amor de la
propia realidad, y a partir de eso, poder amar a una persona real, de las mil
formas que puede tomar el amor real, desde el cariño amistoso hasta la pasión.
Es un sueño, porque impide ver la propia realidad y
construir la personalidad sobre ella. Es preciso mirarse tenazmente, descubrir
aquello sobre sí que no se ama, y necesita ser compensado mediante este deseo,
y aquello que se ama, hasta el punto de poder establecer y amar la propia
manera de ser.
Yo empecé a
sentir este deseo con unos doce años, cuando empezó mi pubertad. Me di cuenta
de que el deseo partía de mí y volvía a mí, sin encontrar a nadie en el camino.
Sin embargo,
con unos quince años, fui capaz de intentar resolver mis contradicciones
pensando que yo era ambiguo. Eso quería decir que me veía como un ser
básicamente masculino, pero grácil, delicado, esbelto… Los movimientos de mis
brazos, cuando los alzaba, como danzando en el aire, y mis manos jugaban como
orquídeas, o los de mis piernas, una sobre otra y replegándose hacia dentro,
como abrazándose, y encerrándome, me parecían la expresión de mi ambigüedad.
Más
profundamente, mi rebeldía frente a la mayoría, mi independencia, mi energía en
mantener aquello en lo que creo, mi
sensibilidad y mi vulnerabilidad, entraban también dentro del concepto de mi
ambigüedad que ahora, cuando pienso en él, tiene para mí la fuerza de la verdad
y me emociona y me conmueve con ella. Con este pensamiento, puedo presentarme
ante Dios.
Pero,
generalmente, prevalecían o la rutina impersonal de mi masculinidad social,
durante los largos períodos en que podía acomodarme a ella, o la pasión de mis
intentos de feminización, empujados por la fuerza social de resolver mis conflictos
mediante lo binario, y la erótica del Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer
en el Espejo.
Siempre he
sentido la falta de referencias estéticas externas para lo ambiguo en el
sentido de lo masculino hacia lo femenino.
O se mimetiza
lo femenino o se permanece en lo masculino. Ayer me acordé de una de las
fórmulas que suelo emplear, y me fui de nuevo a la calle con una falda recta,
negra, y un chaquetón que tengo, impermeable, casi militar, de grandes
bolsillos visibles. Con el pelo grisáceo recogido en un moño, me daba cuenta de
que daba tal sensación de energía (pese a mi enfermedad), que a mí me daba
seguridad y a los otros les parecería que no debían llevarme la contraria.
Ésta es la
ambigüedad masculinizante. Pero lo difícil, estéticamente, es encontrar modelos
para una ambigüedad feminizante, que sea sin embargo ambigua.
Sí; encontré
uno en un chico que vi hace muchos años,
con un rostro redondo y ovalado, un flequillo negro, jersey negro de
cuello de cisne, unos brazos entrecruzados tan delicadamente, que era casi una
mujer sin dejar de ser un muchacho, es decir, casi perfectamente ambiguo.
Esto nos lleva
a definir la estética ambigua como aquélla que no es definidamente ni de varón
ni de mujer, sino que toma los elementos que pueden ser comunes y que hoy día
van siendo más, aunque seguimos pretendiendo dividir a los humanos en sólo dos
géneros.
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