miércoles, 26 de noviembre de 2014

MI MANERA DE SER TRANSEXUAL

Kim Pérez

Actualizado, 3.XII.2014

La  sexuación hace que las hembras mamiféricas en general estén preparadas para la crianza y los machos para la fecundación y la pelea con otros machos.
Existen situaciones intermedias. Entre los humanos, las mujeres suelen tener conciencia de una naturaleza femenina, de madres, los varones, simplemente, de una naturaleza viril, pero hay personas que somos conscientes de que tenemos otras condiciones.
Yo no correspondo a un modelo básico ni otro; sé que no tengo naturaleza de hembra, porque  no me motivan nada los niños recién nacidos, y tampoco tengo plena naturaleza de macho; siento la irritación masculina ante la presencia de los seres masculinos, pero no siento el deseo de la fecundación, ni tampoco el de la pelea.  
Yo sabía que soy  masculino/ambiguo, en el sentido suave que le doy a la palabra masculino, es decir, intersex. Desde mi niñez, me veo serio y altivo. También, seguro.  No puedo dejar de verme así.
Me sentía bello, sabiendo que tenía los ojos muy grandes, oscuros, y el cabello negro, formando ondas que caían sobre mi frente.
La única vez que pensé en mis genitales, todavía en la impubertad, los vi pequeños, delicados, suaves, claros, que sólo servían para hacer pis, un líquido dorado y transparente, y que por tanto no merecían tanto pudor como el ano. Por tanto, masculino no quiere decir genital.
En la adolescencia, sabiendo que mis miembros, mi cuerpo, eran largos, esbeltos y lánguidos, moviéndose como danzando, me califiqué como ambiguo, palabra que todavía me enternece.
Desde mucho antes de la adolescencia, hacia los cinco años, me había encontrado con un rechazo muy fuerte hacia los varones de mi edad que  fueran muy masculinos, agresivos, lo mismo que una espontánea ternura hacia los más delicados, que despertaban un sentimiento de afinidad.  

Pero mi antipatía es tan fuerte hacia la mayoría de los varones, que era imposible identificarme con ellos y con su manera de vivir.  Yo no quería ser contado entre ellos (como me dije) Enseguida surgió mi rechazo por los órganos genitales masculinos, que me parecen muy feos, me repelen, me extrañan y no los entiendo ni quiero usarlos. En cambio, su  ausencia es mía. Si los perdía, me harían no ofensiva, también delicada. Mi vientre sería redondo y grácil.
Era algo puramente genital, no de género. Cuando pensé que por motivos laborales no podría cambiar de género, comprendí que podría hacerme una operación de genitales sabiéndolo sólo yo, y que esa conciencia secreta, sería lo bastante para hacerme feliz.
En ese mismo momento, con unos catorce años, me arrastraron dos complejos afectivos enormemente poderosos.
Uno de ellos es más superficial y surge de una orientación ginesexual, en un vacío de identidad masculina: el Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo. Cuando la identidad masculina no es firme, hay un placer al superponer una imagen de mujer sobre la propia. Es una imagen externa, no la de lo que se es, sino la de lo que se parece. Despierta una excitación que empuja a hacerla más y más propia, impersonándola hasta el punto de que se confunde  más y más con la propia identidad.  Como dijo Charlotte von Mahlsdorf, “Yo soy mi propia mujer”. 
Este sentimiento no se da en las mujeres trans que desean a los hombres. En ellas, la identificación con la mujer es reflexiva, no excitante, no compulsiva.

El segundo complejo afectivo es muy profundo y por eso es casi inconsciente; no sé si es natural o traumático, si es una forma de decir ay y esperar un acomodo mejor : es el deseo de empequeñecimiento, de ser inofensiva, al sentir que los varones me rechazan, porque espero  que mi temor se convierta en el gusto por la protección hacia mí.
 A lo largo de toda mi vida, también desde los cinco años, está en el fondo este deseo de dependencia, inofensividad, que me lo figuro como que hará posible que me acepten, me valoren y me quieran.
Me parece que es un sentimiento de mujer, de hembra, que me ha sorprendido comprobar que está compartido secretamente por muchas mujeres. Puedo hablar con ellas de esta cuestión con la seguridad de que me entienden y de que sé de lo que hablo. Sé que nos estamos descubriendo sensaciones que compartimos, que nos extrañan y que nos avergüenzan un poco

Ha estado presente en todo mi proceso transexual, como erotismo difuso pero muy eficaz, centrado en la comparación de mi nueva vida con una vida masculina.



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