Kim Pérez
Actualizado, 3.XII.2014
Actualizado, 3.XII.2014
La sexuación hace que las hembras mamiféricas en
general estén preparadas para la crianza y los machos para la fecundación y la
pelea con otros machos.
Existen situaciones
intermedias. Entre los humanos, las mujeres suelen tener conciencia de una naturaleza
femenina, de madres, los varones, simplemente, de una naturaleza viril, pero
hay personas que somos conscientes de que tenemos otras condiciones.
Yo no correspondo a un modelo
básico ni otro; sé que no tengo naturaleza de hembra, porque no me motivan nada los niños recién nacidos, y
tampoco tengo plena naturaleza de macho; siento la irritación masculina ante la
presencia de los seres masculinos, pero no siento el deseo de la fecundación,
ni tampoco el de la pelea.
Yo sabía que soy masculino/ambiguo, en el sentido suave que le
doy a la palabra masculino, es decir, intersex. Desde mi niñez, me veo serio y
altivo. También, seguro. No puedo dejar
de verme así.
Me sentía bello, sabiendo que
tenía los ojos muy grandes, oscuros, y el cabello negro, formando ondas que
caían sobre mi frente.
La única vez que pensé en mis
genitales, todavía en la impubertad, los vi pequeños, delicados, suaves,
claros, que sólo servían para hacer pis, un líquido dorado y transparente, y
que por tanto no merecían tanto pudor como el ano. Por tanto, masculino no
quiere decir genital.
En la adolescencia, sabiendo
que mis miembros, mi cuerpo, eran largos, esbeltos y lánguidos, moviéndose como
danzando, me califiqué como ambiguo, palabra que todavía me enternece.
Desde mucho antes de la
adolescencia, hacia los cinco años, me había encontrado con un rechazo muy
fuerte hacia los varones de mi edad que
fueran muy masculinos, agresivos, lo mismo que una espontánea ternura
hacia los más delicados, que despertaban un sentimiento de afinidad.
Pero mi antipatía es tan fuerte
hacia la mayoría de los varones, que era imposible identificarme con ellos y
con su manera de vivir. Yo no quería ser
contado entre ellos (como me dije) Enseguida surgió mi rechazo por los órganos
genitales masculinos, que me parecen muy feos, me repelen, me extrañan y no los
entiendo ni quiero usarlos. En cambio, su
ausencia es mía. Si los perdía, me harían no ofensiva, también delicada.
Mi vientre sería redondo y grácil.
Era algo puramente genital, no
de género. Cuando pensé que por motivos laborales no podría cambiar de género,
comprendí que podría hacerme una operación de genitales sabiéndolo sólo yo, y que
esa conciencia secreta, sería lo bastante para hacerme feliz.
En ese mismo momento, con unos
catorce años, me arrastraron dos complejos afectivos enormemente poderosos.
Uno de ellos es más superficial
y surge de una orientación ginesexual, en un vacío de identidad masculina: el
Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo. Cuando la identidad
masculina no es firme, hay un placer al superponer una imagen de mujer sobre la
propia. Es una imagen externa, no la de lo que se es, sino la de lo que se
parece. Despierta una excitación que empuja a hacerla más y más propia, impersonándola
hasta el punto de que se confunde más y
más con la propia identidad. Como dijo
Charlotte von Mahlsdorf, “Yo soy mi propia mujer”.
Este sentimiento no se da en
las mujeres trans que desean a los hombres. En ellas, la identificación con la
mujer es reflexiva, no excitante, no compulsiva.
El segundo complejo afectivo es
muy profundo y por eso es casi inconsciente; no sé si es natural o traumático,
si es una forma de decir ay y esperar un acomodo mejor : es el deseo de empequeñecimiento,
de ser inofensiva, al sentir que los varones me rechazan, porque espero que mi temor se convierta en el gusto por la protección
hacia mí.
A lo largo de toda mi vida, también desde los
cinco años, está en el fondo este deseo de dependencia, inofensividad, que me
lo figuro como que hará posible que me acepten, me valoren y me quieran.
Me parece que es un sentimiento
de mujer, de hembra, que me ha sorprendido comprobar que está compartido
secretamente por muchas mujeres. Puedo hablar con ellas de esta cuestión con la
seguridad de que me entienden y de que sé de lo que hablo. Sé que nos estamos
descubriendo sensaciones que compartimos, que nos extrañan y que nos
avergüenzan un poco
Ha estado presente en todo mi
proceso transexual, como erotismo difuso pero muy eficaz, centrado en la
comparación de mi nueva vida con una vida masculina.
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