Kim Pérez
Distinguiremos entre las transexuales que son como yo, muy
ambiguas, y las transexuales que no son como yo, muy femeninas.
Me gustaría ser como ellas, pero no lo soy; soy como soy.
Las transexuales que no son como yo son
mujeres mentalmente, de manera muy clara, en sentimientos, gustos,
preferencias, afinidades.
Pero recordemos siempre, desde el
principio, que son mujeres trans, que ser trans es una intersexualidad
objetiva, una diferencia entre el cerebro y el resto del cuerpo, y que esta intersexualidad puede ser menor o
mayor.
Para entender a las personas trans es necesario recordar que
somos corporalmente intersex aunque luego nuestra mente nos diga que somos
mujeres o que somos intersex; unas, son mujeres trans; otras, intersex trans.
Voy a seguir aquí como base lo que ya
escribí en “Variaciones de sexogénero”. Esa feminidad intensa no es igual en
todas. No creáis que estoy hablando de un modelo de ser que sea único, sino que
en lo que voy a describir hay variaciones, más o menos que expresan la
diversidad personal, pero que en general coincide con lo que voy a explicar.
Al leerlo las mujeres trans, diréis “esto
sí” y “esto no”, pero al terminar, veréis que las que no sois como yo, habéis
dicho muchos mas sí que no.
Muchas de estas trans han dicho “soy
una niña” o “quiero ser una niña”, con toda su alma, desde los tres o cuatro años, lo entienden así, han
mirado a las niñas y se han dicho “soy como ellas”, “soy una de ellas”, se lo
han dicho a sus madres, han esperado que su cuerpo se transformaría, cuando se
enteran de que su genitalidad no les
corresponde, que sus genitales se les caerían o se reabsorberían.
Pero aunque no lo hayan dicho, aunque no
se hayan dado cuenta, los demás, empezando por sus padres, se dan cuenta de que
son muy femeninas. Lo son en sus modales, en la delicadeza de sus dedos al
tomar algo, en sus miradas tímidas pero sonrientes, en los gestos con los que
se ponen en pie y con los que andan. Prefieren jugar con muñecas, a peinarlas y
vestirlas, juegos de niña y con niñas; les gustan las princesas, las sirenas, las
protagonistas de dibujos animados, incluso les gustaría vestir como ellas,
seguir su estilo.
Son más femeninas incluso que muchas
niñas, porque la feminidad para ellas es una aspiración; no algo que se tenga sin problemas, sino algo
que debe ser reconocido. Por eso, a menudo hay un matiz triste cuando se lo
dicen a sus madres, una conciencia de las dificultades, lo mismo que un
estallido de alegría, cuando lo
consiguen. Una seguridad en sí mismas
El rosa es su bandera; muchas mujeres
luchan contra su feminidad o no la encuentran. Ellas, no, la quieren afirmar,
que sea bien visible.
Sin embargo, los matices en la manera
de ser pueden ser muy sutiles y muy fuertes a la vez. Algunas de estas personas
pueden ser muy femeninas e incluso extremadamente femeninas y mantener una
identidad masculina.
Para ellas, la feminidad puede ser un hecho,
pero que no afecta a su conciencia básica de masculinidad. Puede decirse que es
un hecho objetivo, pero no subjetivo. Aunque parezca lo natural a primera
vista, no es sentido como fundamental. Estas personas podrían ser descritas
como hombres femeninos, no como mujeres trans, aunque exteriormente sean muy
parecidas.
Con toda naturalidad, según van
creciendo, la mayor parte de estas mujeres trans y estos hombres femeninos son androsexuales, se conmueven ante la
masculinidad que ven fuera de ellas. Se han enamorado calladamente de algún
niño que ven en su calle o de compañeros de colegio.
Una minoría, como también pasa entre
las mujeres, pueden ser ginesexuales, y entonces es un sentimiento de afinidad que se convierte en
amor.
Estas niñas, sean androsexuales o
ginesexuales, por su manera de ser, su gentileza y delicadeza, pueden soportar
un acoso escolar muy fuerte, o incluso familiar, que puede hacerles comprender
las dificultades que pueden encontrar.
He estado hablando de la belleza de sus
sentimientos. Pero tengo que hablar también de sus dificultades. De la posible
realidad de una negación familiar, que puede ser incluso implícita, sin
palabras, porque la niña lo entiende, o amante, dolida, o violenta, pero siempre
incomprensiva, siempre impositiva.
La personilla trans puede entender que “eso
no está bien” y empezar una perseverante represión de sus sentimientos. Puede
intentar masculinizar el tono de su voz,
evitar la gentileza de sus frases o sus movimientos, jugar sin desearlo a los
juegos masculinos y entre varones, imitar la forma de ser de éstos.
Por esto, han roto fotografías que les
mostraban su lado femenino o se han olvidado de todo lo que no podía ser, hasta
el punto de que, al ser hacerse mayores, tienen que preguntar a veces a sus
madres por los recuerdos que han olvidado.
La represión y la autorrepresión es una
de las características más frecuentes y fundamentales en estas niñas trans.
A veces, lo consiguen muy bien, incluso
hipermasculizándose, aunque de pronto, resurge inesperado e incontrolable un
deseo de vivir como mujer, que puede desequilibrar lo que han conseguido,
puesto que se ha olvidado, reprimido, el por qué, no hay continuidad en la
conciencia de la feminidad, hay incluso mucha vida masculina construída que
puede resultar de pronto equivocada, y a la vez se teme perder lo conseguido y
se puede desear no tener los sentimientos que resurgen después de muchos años
de haberlos reprimido.
Entramos, entonces, en el reino de la
liberación de las apariencias. El resto del cuerpo, masculino, puede haber
seguido su proceso, y produce una apariencia de masculinidad. La profunda
feminidad de la que he hablado contrasta con esta apariencia, porque está
oculta bajo ella.
Me ha llamado a veces amargamente la
atención ver a mujeres trans que se están liberando de esta represión, que
vuelven a hacer los gestos de su niñez, que sin embargo parecen incoherentes con
su presente, cuando lo son más profundamente que cualquier actitud masculina;
es preciso, entonces, restablecer trabajosamente la feminidad inicial.
Por eso son tan importantes los
actuales tratamientos de detención de la pubertad, para dar más tiempo a la
niña trans para tomar sus decisiones personales y conscientes sobre la manera
de vivir su vida.
Porque enseguida deben superar la experiencia
de su pubertad.
La pubertad no es sólo una fase del
desarrollo corporal, sino también una fase del desarrollo mental.
Se crece en experiencia de vida, se
descubren nuevas experiencias propias y ajenas, y la necesidad de esas nuevas
experiencias. Es la fase más experimental de la vida, de la que dependen
algunas elecciones fundamentales.
Supongamos que, con arreglo a las
posibilidades actuales, la niña trans está experimentando un tratamiento de
detención de la pubertad, unido a una aceptación general del hecho de que viva
como una adolescente.
Para ella, la feminización empieza a
ser una rutina, como para las otras niñas. Para las niñas trans que van a ser
ginesexuales, amantes de las mujeres, el descubrimiento de su ginesexualidad puede
ser desconcertante, si no entienden cómo puede ser posible.
Pero creo que, una vez comprendido que
la identidad y la orientación son elementos distintos de la personalidad, sus
posibilidades de encontrar amor y estabilidad son relativamente grandes. De
hecho, conozco a muchas mujeres trans ginesexuales que han encontrado parejas
estables.
En las que son androsexuales, puede seguir desarrollándose, supongo, su afecto e interés por los varones, aunque se
detenga el desarrollo de su sexualidad, aunque también van comprendiendo mejor
las dificultades específicas que pueden encontrar en su relación como mujeres
trans con los varones: los homosexuales no se sienten atraídos por su feminidad
y muchos heteros rechazan lo que pueda haber en ellas de masculino; de hecho,
necesitan comprobar por experiencia y con tiempo que su feminidad mental supera
mucho en ellas la aparente masculinidad.
Pero mientras llega ese momento, ellas pueden
preguntarse qué es lo más importante, la orientación o la identidad.
Puede planteárseles el dilema de
sacrificar su identidad con tal de que les sea más fácil ser amada por un
varón. Muchas lo intentan, llegando a la fórmula “me siento mujer, pero no
necesito vivir como mujer”, y con frecuencia llegan a un arreglo razonable
consigo mismas, pero no exento de tristeza.
Pueden haber encontrado una pareja gay
que valore de ellas su apariencia masculina y su feminidad. Pueden optar por
una identidad queer o por vestirse temporalmente, como expresión, como
expansión, de vez en cuándo. Pero echarán de menos la expresión plena de su
identidad y la aceptación por su pareja de su realidad más profunda.
En mi opinión, esta decisión puede ser
aceptable durante los años en los que las esperanzas relacionadas con el sexo
son más fuertes. Pero si se llega al frecuente estado de semidecepción que es habitual,
es posible que se vuelva a poner la identidad en primer lugar, como verdad
acerca de sí.
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Habiéndose sentido siempre niñas, lo
han sido desde una edad en la que no se conocía la función de los genitales, y
entonces eran niñas que no sabían la importancia clasificadora que tienen para
los mayores los genitales.
Pueden vivir sin concederles una
importancia especial. Por eso, pueden no sentir la necesidad de operarse,
pueden haber pensado siempre que eran niñas del todo tal como eran. Entonces,
su feminidad interior, básica, generalizada, se traduce por fuera en la
atención sólo a las cuestiones de género, la ropa, el nombre, los cabellos, el
reconocimiento, el sexo social.
Aunque pueden haber sentido también que
los genitales eran la mayor dificultad que podían encontrar para ser
reconocidas como son. Entonces, de una manera reflexiva, no compulsiva, pueden
decidir operarse.
Esta decisión, para ser acertada, debe
hacerse con conciencia de neutralidad emocional, de que en el fondo, les da lo
mismo operarse o no operarse.
Porque hay mujeres trans (recuérdese lo
que decía de intersex) que unen la conciencia de su feminidad con la valoración
afirmativa de su genitalidad, en una fórmula personal. Entonces, la operación
no sería para ellas una simple adecuación, sería una mutilación de su cuerpo y
de su alma, y no podrían ni deberían emprenderla.
Cuando la han hecho, se han sentido, no
en su transexualidad, sino en su manera de vivirla, profundamente confundidas;
han sentido la necesidad, para su fórmula personal, de esos genitales y han
procurado incluso revertir la operación con técnicas de faloplastia.
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