sábado, 22 de noviembre de 2014

LAS TRANSEXUALES QUE NO SON COMO YO



Kim Pérez

Distinguiremos entre las transexuales que son como yo, muy ambiguas, y las transexuales que no son como yo, muy femeninas.

Me gustaría ser como ellas, pero no lo soy; soy como soy.

Las transexuales que no son como yo son mujeres mentalmente, de manera muy clara, en sentimientos, gustos, preferencias, afinidades.

Pero recordemos siempre, desde el principio, que son mujeres trans, que ser trans es una intersexualidad objetiva, una diferencia entre el cerebro y el resto del cuerpo,  y que esta intersexualidad puede ser menor o mayor.

Para entender a las  personas trans es necesario recordar que somos corporalmente intersex aunque luego nuestra mente nos diga que somos mujeres o que somos intersex; unas, son mujeres trans; otras, intersex trans.

Voy a seguir aquí como base lo que ya escribí en “Variaciones de sexogénero”. Esa feminidad intensa no es igual en todas. No creáis que estoy hablando de un modelo de ser que sea único, sino que en lo que voy a describir hay variaciones, más o menos que expresan la diversidad personal, pero que en general coincide con lo que voy a explicar.

Al leerlo las mujeres trans, diréis “esto sí” y “esto no”, pero al terminar, veréis que las que no sois como yo, habéis dicho muchos mas sí que no.

Muchas de estas trans han dicho “soy una niña” o “quiero ser una niña”, con toda su alma, desde los  tres o cuatro años, lo entienden así, han mirado a las niñas y se han dicho “soy como ellas”, “soy una de ellas”, se lo han dicho a sus madres, han esperado que su cuerpo se transformaría, cuando se enteran de que su genitalidad no  les corresponde, que sus genitales se les caerían o se reabsorberían.

Pero aunque no lo hayan dicho, aunque no se hayan dado cuenta, los demás, empezando por sus padres, se dan cuenta de que son muy femeninas. Lo son en sus modales, en la delicadeza de sus dedos al tomar algo, en sus miradas tímidas pero sonrientes, en los gestos con los que se ponen en pie y con los que andan. Prefieren jugar con muñecas, a peinarlas y vestirlas, juegos de niña y con niñas;  les gustan las princesas, las sirenas, las protagonistas de dibujos animados, incluso les gustaría vestir como ellas, seguir su estilo.

Son más femeninas incluso que muchas niñas, porque la feminidad para ellas es una aspiración;  no algo que se tenga sin problemas, sino algo que debe ser reconocido. Por eso, a menudo hay un matiz triste cuando se lo dicen a sus madres, una conciencia de las dificultades, lo mismo que un estallido de alegría,  cuando lo consiguen. Una seguridad en sí mismas

El rosa es su bandera; muchas mujeres luchan contra su feminidad o no la encuentran. Ellas, no, la quieren afirmar, que sea bien visible.

Sin embargo, los matices en la manera de ser pueden ser muy sutiles y muy fuertes a la vez. Algunas de estas personas pueden ser muy femeninas e incluso extremadamente femeninas y mantener una identidad masculina.

Para ellas, la feminidad puede ser un hecho, pero que no afecta a su conciencia básica de masculinidad. Puede decirse que es un hecho objetivo, pero no subjetivo. Aunque parezca lo natural a primera vista, no es sentido como fundamental. Estas personas podrían ser descritas como hombres femeninos, no como mujeres trans, aunque exteriormente sean muy parecidas.

Con toda naturalidad, según van creciendo, la mayor parte de estas mujeres trans y estos hombres femeninos  son androsexuales, se conmueven ante la masculinidad que ven fuera de ellas. Se han enamorado calladamente de algún niño que ven en su calle o de compañeros de colegio.

Una minoría, como también pasa entre las mujeres, pueden ser ginesexuales, y entonces es  un sentimiento de afinidad que se convierte en amor.

Estas niñas, sean androsexuales o ginesexuales, por su manera de ser, su gentileza y delicadeza, pueden soportar un acoso escolar muy fuerte, o incluso familiar, que puede hacerles comprender las dificultades que pueden encontrar.

He estado hablando de la belleza de sus sentimientos. Pero tengo que hablar también de sus dificultades. De la posible realidad de una negación familiar, que puede ser incluso implícita, sin palabras, porque la niña lo entiende, o amante, dolida, o violenta, pero siempre incomprensiva, siempre impositiva.

La personilla trans puede entender que “eso no está bien” y empezar una perseverante represión de sus sentimientos. Puede intentar masculinizar el  tono de su voz, evitar la gentileza de sus frases o sus movimientos, jugar sin desearlo a los juegos masculinos y entre varones, imitar la forma de ser de éstos.

Por esto, han roto fotografías que les mostraban su lado femenino o se han olvidado de todo lo que no podía ser, hasta el punto de que, al ser hacerse mayores, tienen que preguntar a veces a sus madres por los recuerdos que han olvidado.

La represión y la autorrepresión es una de las características más frecuentes y fundamentales en estas niñas trans.

A veces, lo consiguen muy bien, incluso hipermasculizándose, aunque de pronto, resurge inesperado e incontrolable un deseo de vivir como mujer, que puede desequilibrar lo que han conseguido, puesto que se ha olvidado, reprimido, el por qué, no hay continuidad en la conciencia de la feminidad, hay incluso mucha vida masculina construída que puede resultar de pronto equivocada, y a la vez se teme perder lo conseguido y se puede desear no tener los sentimientos que resurgen después de muchos años de haberlos reprimido.

Entramos, entonces, en el reino de la liberación de las apariencias. El resto del cuerpo, masculino, puede haber seguido su proceso, y produce una apariencia de masculinidad. La profunda feminidad de la que he hablado contrasta con esta apariencia, porque está oculta bajo ella.

Me ha llamado a veces amargamente la atención ver a mujeres trans que se están liberando de esta represión, que vuelven a hacer los gestos de su niñez, que sin embargo parecen incoherentes con su presente, cuando lo son más profundamente que cualquier actitud masculina; es preciso, entonces, restablecer trabajosamente la feminidad inicial.

Por eso son tan importantes los actuales tratamientos de detención de la pubertad, para dar más tiempo a la niña trans para tomar sus decisiones personales y conscientes sobre la manera de vivir su vida.

Porque enseguida deben superar la experiencia de su pubertad.

La pubertad no es sólo una fase del desarrollo corporal, sino también una fase del desarrollo mental.

Se crece en experiencia de vida, se descubren nuevas experiencias propias y ajenas, y la necesidad de esas nuevas experiencias. Es la fase más experimental de la vida, de la que dependen algunas elecciones fundamentales.

Supongamos que, con arreglo a las posibilidades actuales, la niña trans está experimentando un tratamiento de detención de la pubertad, unido a una aceptación general del hecho de que viva como una adolescente.

Para ella, la feminización empieza a ser una rutina, como para las otras niñas. Para las niñas trans que van a ser ginesexuales, amantes de las mujeres, el descubrimiento de su ginesexualidad puede ser desconcertante, si no entienden cómo puede ser posible.

Pero creo que, una vez comprendido que la identidad y la orientación son elementos distintos de la personalidad, sus posibilidades de encontrar amor y estabilidad son relativamente grandes. De hecho, conozco a muchas mujeres trans ginesexuales que han encontrado parejas estables.

En las que son androsexuales,  puede seguir desarrollándose, supongo,  su afecto e interés por los varones, aunque se detenga el desarrollo de su sexualidad, aunque también van comprendiendo mejor las dificultades específicas que pueden encontrar en su relación como mujeres trans con los varones: los homosexuales no se sienten atraídos por su feminidad y muchos heteros rechazan lo que pueda haber en ellas de masculino; de hecho, necesitan comprobar por experiencia y con tiempo que su feminidad mental supera mucho en ellas la aparente masculinidad.

Pero mientras llega ese momento, ellas pueden preguntarse qué es lo más importante, la orientación o la identidad.

Puede planteárseles el dilema de sacrificar su identidad con tal de que les sea más fácil ser amada por un varón. Muchas lo intentan, llegando a la fórmula “me siento mujer, pero no necesito vivir como mujer”, y con frecuencia llegan a un arreglo razonable consigo mismas, pero no exento de tristeza.

Pueden haber encontrado una pareja gay que valore de ellas su apariencia masculina y su feminidad. Pueden optar por una identidad queer o por vestirse temporalmente, como expresión, como expansión, de vez en cuándo. Pero echarán de menos la expresión plena de su identidad y la aceptación por su pareja de su realidad más profunda.

En mi opinión, esta decisión puede ser aceptable durante los años en los que las esperanzas relacionadas con el sexo son más fuertes. Pero si se llega al frecuente estado de semidecepción que es habitual, es posible que se vuelva a poner la identidad en primer lugar, como verdad acerca de sí.


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Habiéndose sentido siempre niñas, lo han sido desde una edad en la que no se conocía la función de los genitales, y entonces eran niñas que no sabían la importancia clasificadora que tienen para los mayores los genitales.

Pueden vivir sin concederles una importancia especial. Por eso, pueden no sentir la necesidad de operarse, pueden haber pensado siempre que eran niñas del todo tal como eran. Entonces, su feminidad interior, básica, generalizada, se traduce por fuera en la atención sólo a las cuestiones de género, la ropa, el nombre, los cabellos, el reconocimiento, el sexo social.

Aunque pueden haber sentido también que los genitales eran la mayor dificultad que podían encontrar para ser reconocidas como son. Entonces, de una manera reflexiva, no compulsiva, pueden decidir operarse.

Esta decisión, para ser acertada, debe hacerse con conciencia de neutralidad emocional, de que en el fondo, les da lo mismo operarse o no operarse.

Porque hay mujeres trans (recuérdese lo que decía de intersex) que unen la conciencia de su feminidad con la valoración afirmativa de su genitalidad, en una fórmula personal. Entonces, la operación no sería para ellas una simple adecuación, sería una mutilación de su cuerpo y de su alma, y no podrían ni deberían emprenderla.

Cuando la han hecho, se han sentido, no en su transexualidad, sino en su manera de vivirla, profundamente confundidas; han sentido la necesidad, para su fórmula personal, de esos genitales y han procurado incluso revertir la operación con técnicas de faloplastia.

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