sábado, 14 de febrero de 2015

Casafectivos


Kim Pérez

Una vez que iba para casa, por un barrio entre jardinillos, me sorprendí pensando que si hubiese tenido una casita como aquéllas, con un jardín ancho , y en él árboles, en los que pudieran subirse los niños, y jugaran por sus espacios soleados , junto a una alegre vegetación, mis problemas sexafectivos hubieran desaparecido en gran parte.

Siguiendo con mi fantasía, según iba andando, comprendí que tenía que estar cerca de la tierra para sentir la fuerza de la vida que correría por ella y subiría por mi propio cuerpo y mis venas, llenándome de alegría.

Por eso, tenía que ser una casita baja, de una sola planta, que se ensanchara tocando la tierra vibrante de vida de abajo, y con un tejado ancho que la protegiera; todo ello, significando la mirada vuelta hacia abajo, hacia la tierra, y sintiendo la alegría del sol.

Acepté también que no habría podido unirme con una mujer para compartir aquella casita, porque no la habría deseado lo suficiente. Todo habría sido muy injusto para ella. Tampoco hubiera podido unirme con un varón, por amable y protector que fuera. Pero eso serían problemas secundarios, que resolver más adelante en  la sensación de felicidad que sería mi vida diaria.

Los niños criándose en aquel espacio de una casa y unos árboles y sol y aire fresco hubieran sido el significado de aquella felicidad. Sus juegos en el jardín, empapándose de aquel sentimiento de la tierra nutricia, subiéndose por los árboles, abrazados a sus troncos y sus ramas, alimentarían también su imaginación, y serían lo suficiente para recordarlos todas sus vidas y devolverles fuerza y esperanza… como a mí me las han dado hoy.

La verdad es que yo estaba recordando mi propia niñez, mi cercanía a los árboles del jardín de casa de mi abuela, el sol y sombra bajo sus hojas, los mil recovecos llenos de los espíritus o de personalidad propia en una casa y un jardín… y luego el campo, cualquier campo, un lugar donde los niños pudieran correr, y chillar, y ser felices…

Toda esta parte anterior quiere decir que yo no soy primariamente hetero ni homosexual, sino casafectiva… de casa y de afectos… que pienso fundamentalmente en una casa y en ver a unos chiquillos crecer a mi alrededor… y creo que estos sentimientos son compartidos por la mayor parte de las personas que me leen…

Hetero u homosexual; ginesexual o androsexual o bisexual, tiene que ver con la persona adulta que deseamos tener a nuestro lado en la cama, pero no con la persona o las personas adultas con quienes deseamos compartir una vida consistente básicamente en criar a unos niños… en continuidad con nuestra propia niñez, con lo que hayamos aprendido a amar, o a rechazar…

Por eso me parece que definirse como hetero, homo o bisexual, consiste en  poder ver solamente esa relación de adultos, de piel contra piel, de deseo alucinatorio, pero insuficiente.  Porque según nuestra naturaleza, ese deseo es sólo un medio para que lleguen esos niños, un truco para hacer todo lo necesario para traerlos en buenas condiciones para ellos, para formar el nido que es la casa…

Y luego, se traen biológicamente o se los recoge desamparados en cualquier camino, y se les ayuda a crecer, a llenar con su alegría nuestras vidas.

En cambio, una relación que sea sólo de persona con persona, es propia sólo de un medio como el urbanita, tan poco natural.  Vivir sólo entre edificios, compartir su noche, es sólo desear, sin darse cuenta de qué. Es natural que esas relaciones sin objeto terminen pronto, y malamente, amargamente, porque se llega al punto en que no se sabe para qué se está juntos. Y la promiscuidad está a la vuelta de la esquina, como expresión de un ser humano que busca sin saber lo que busca.

Es verdad que la existencia de hijos supone un gran elemento de estabilidad. Porque los niños piden a sus padres que sigan junto a ellos. Un niño que hace sus deberes en la cocina, bajo una lámpara que concentra la luz y la mirada de su madre o de su padre, es un símbolo de la estabilidad y la seguridad que todos hemos deseado.

Pero el ambiente tóxico de las ciudades actuales nos daña a todos. La obligación de un trabajo agotador de nuestro tiempo o nuestras fuerzas. Llevar a los niños por las mañanas grises al colegio y poder verlos muchas horas después, cuando ya estamos agotados, es un día a dia invivible.

Por eso, los adultos nos centramos en las meras relaciones corporales, que son más sencillas. Las soñamos en la televisión, quizá traicionando en silencio a la persona que tenemos a nuestro lado (con quien ya no sabemos qué hacer), o peor, en una película porno para  hombres o erotizante para mujeres, y en general, deseamos ansiosamente en el vacío sin saber lo que deseamos.

O nos vamos a un bar de ambiente, y recibimos en los primeros momentos la difusa excitación, entre música aturdidora y luces en las que se mezcla el negro, símbolo de nuestros amargos sentimientos; y muchos hombres acaban en un cuarto oscuro que significa que lo desean todo en general pero no saben en concreto qué. O en una página de la red que es lo mismo, en la completa soledad del cuarto en que se está.

Y promiscuidad significa soledad, y tristeza, y asco, y enfermedades.

Por eso digo que todas, o que la mayoría de las personas, que hemos sido niños y nuestra niñez es nuestra principal referencia afectiva, necesitamos dar sentido a nuestra existencia y continuidad a nuestra vida pensando en que vuelva a ser una vida de hogar, de nido, preparado para acoger la vida nueva de unos niños.

En mi vida, por ejemplo, ya no es posible, pero me consuelo pensando en que ya sé por lo menos lo que he deseado, muy fugazmente, pero que sería digno de ser deseado.

No lo vi solamente en aquel momento que decía al principio. Lo vi también cuando pensé en una cocina grande llena de sol por la mañana temprano, un sol alegre que te hacía guiñar los ojos, y en desayunar en ella.

Y en salir a la calle, y ver un parterre cuajado de florecitas de delicados pétalos azules, y rojos, y blancos.

Ésa sería la vida que hubiera deseado. Yo, como transexual, por mi naturaleza personal, impedida de tener hijos propios, impedida también en la práctica de desear un contacto corporal ni con hombres ni con mujeres, pero deseosa de un abrazo… sí, quizá, masculino, que me hubiera dado la alegría en aquella casa…

Compartiendo la vida de niños ajenos, pero los niños que hubieran correspondido a mi generación… sabiendo que tenía la responsabilidad de hacerles conocer la felicidad, en los términos en que yo pude ser feliz y no lo fui…


Términos que me imagino en el campo, en aquella tierra en que desde nuestra casa salía un camino que iba llano, a media ladera, a aquella otra casa que había como a medio kilómetro, rodeada de altos y alegres árboles… y junto a la nuestra, un seto de chaparros, en el que de noche cantaban ruiseñores…  

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