Kim Pérez
[He cambiado de paradigma en esta cuestión. Mi primer esquema estaba basado en una causa mayoritaria, la diferencia en la androgenación
prenatal del sistema nervioso central, que incluye el cerebro, con relación a
las personas cisexuales, y en una causa minoritaria, los hechos biográficos, tales como una relación
conflictiva con el padre, que impidiera tomarlo como modelo. A partir de estas
causas, comunes, insistía en las
diferencias, desde los primeros años,
entre las personas transexuales. En mis primeros intentos de comprensión
hablaba de transexualidad por identificación y por desidentificación. En los más recientes,
insistía en las diferencias dentro de la hipo- o la hiperandrogenia, explicando
así en gran parte la orientación, y a partir de ella las diferencias entre la
manera de ser de unas y otras personas trans.
Este segundo esquema, en cambio, postula el parecido básico
de la evolución transexual desde los primeros años, insistiendo en la adhesión
inicial a la madre, común a todas o casi todas las personas, y las posteriores
experiencias de enmadramiento o de adhesión a la figura androgénica del padre. Sigo
pensando en la hipo- o hiperandrogenia cerebrales para explicar la base de la
manera de ser y de las relaciones con la madre o el padre. Utilizo los términos
de masculino o femenino, relacionados con la realidad sexuada dada, y de
feminizante o masculinizante, relativos a su dinámica, de los que puede haber
conciencia temprana o tardía, dependiendo, no tanto de la intensidad de la
hipo- o hioerandrogenación, sino de las interrelaciones sociales]
La identidad es la conciencia del yo y del no yo. La
conciencia siempre se forma por pares de sí y no, por oposiciones: algo que es
de alguna manera frente a lo que no es de esa manera.
Dentro de la conciencia del yo y del no yo, hay varias
formas de identidad, como la social o de grupo o la de las ideas; una de ellas
es la identidad de génerosexo.
En ésta, en principio, lo que soy yo y lo que no soy yo, se
establece en términos binarios: como es papá o como es mamá; hombre o mujer.
Pero es preciso tener en cuenta que en la realidad humana,
en la que la consciencia es tan importante, hay un sexo fenotípico o aparente y
un sexo no aparente, neurológico o cerebral, que puede estar alineado o cruzado
con el fenotípico, lo que da un resultado nobinario.
En un primer momento (lactancia) hay una realidad de amor o
adhesión a la madre nutricia o cuidadora, o una necesidad de ella, en caso de
que falte, que es común a ambos sexos, y forma la base de la afectividad de uno
y otro. En ese momento, se ignora al padre, que llegará después a la conciencia
y a la vida afectiva.
Puede persistir con mucha fuerza la adhesión a la madre
(niños o niñas enmadrados, que “se pegan a sus faldas”) , sintiendo al padre
como un extraño, con hosquedad, o empezar la diversificación.
Este enmadramiento puede ser natural en niños fenotípicos
más o menos femeninos, que no encuentran en sí la incitación androgénica para
moverse enérgicamente, para salir del nido, de la vecindad de la madre.
Pueden empezar a imitarla, con toda naturalidad, como la
referencia adulta más cercana y más segura, al mismo tiempo que la sensación de
extrañeza frente al padre les dificulta tomarlo como modelo. Creo que son los
andrógenos lo único que favorece en ellos saltar a la imitación de los hechos
androgénicos del padre, salir de casa, interesarse por la vida del aire libre.
Supongo que, según avanza la reflexión sobre sí (el momento
en que el niño deja de hablar de sí en tercera persona y empieza a usar la
primera), aparece la conciencia de las afinidades/ desafinidades, como mayor
detalle de la propia experiencia; entonces se empieza a tener conciencia de que
yo me parezco a mi padre o mi madre, y no me parezco a una u otro; lo que lleva
a que a mí me agrada parecerme a uno u otra.
Este “yo me parezco” tiene que ver sobre todo con cualidades
de carácter, reflejadas sobre todo en actitudes, gestos, preferencias; si
además existe cierto parecido físico, la identificación se intensifica.
Por tanto, puede ser lineal, cuando un niño se identifica
con su padre o una niña con su madre, o cruzada, cuando sucede lo contrario.
Surge una imagen de sí, feminizante o masculinizante (esta
desinencia en –ante indica una tendencia, no un ser: puede haber niños que se
vean como masculinos feminizantes o niñas que se vean como femeninas
masculinizantes; tampoco se requiere una conciencia precisa, basta una
preconsciencia, un sentimiento difuso)
Esta conciencia de ser feminizante o masculinizante puede
definirse más o menos pronto, y definir una imagen más externa o
más interna, según los temperamentos. Se puede dar tanto en edades muy
tempranas, al principio de la niñez, como más tardías, en el paso de la niñez a
la preadolescencia; ser más externas, centradas en el uso de la ropa femenina o
masculina de manera cruzada, o más internas, centradas en la consciencia de la
manera propia de ser, que es un sentimiento más desvaído.
La conciencia de sí puede ser por tanto muy definida o muy
indefinida, muy sencilla o muy matizada;
como hecho, la conciencia es relativamente independiente de la realidad
biológica, porque puede darse o no, temprano o tarde, aunque tienda a darse por
la presión de los hechos biológicos en su interrelación con la realidad social.
Cuando llega la adolescencia y la pubertad, se une casi de
repente a la imagen formada de sí una reacción erótica, dependiente de la
orientación ginesexual, androsexual o bisexual de cada cual.
Creo que en personas feminizantes androsexuales, la propia
imagen femenina debe despertar un sentimiento de poder ser querida, admirada,
valorada, amada, suavemente erotizado en esa forma gramatical pasiva que he
usado. En personas feminizantes ginesexuales, surge en cambio una fuerte
erotización por esa fusión con la imagen de la mujer, como joven y bella. En
personas feminizantes bisexuales, se pueden dar ambas reacciones.
Supongo que en los masculinizantes ginesexuales, la propia
imagen reforzará los sentimientos androgénicos activos, la conquista y
protección de la mujer amada. En los masculinizantes androsexuales, se dan
sentimientos de afinidad y compañerismo muy erotizados hacia otros varones,
igual que en una de las homosexualidades masculinas. En los masculinizantes
bisexuales pueden darse ambas reacciones.
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