jueves, 28 de agosto de 2014

VARIACIONES DE SEXOGÉNERO


Kim Pérez

En elaboración
Actualizada, 18.X.2014


IDEAS GENERALES

En 1991 compré un texto de divulgación, de Anne Moir y David Jessel, “El sexo en el cerebro”. Hay pruebas, dicen, de que el sexo cerebral supone una gradación, un continuo; más andrógenos en la matriz, más masculina la conducta; menos andrógenos, más femenina (página 41).

Veinte años después, la línea de investigación que prueba que los cerebros de los trans masculinos son análogos a los masculinos y los de las trans femeninas intermedios entre los femeninos y los masculinos, está dando abundantes resultados con Antonio Guillamón (2011 y 2012), estudiando los escáneres cerebrales de  24 hombres trans y 18 mujeres trans, total 42, antes de la hormonación, con quienes usa técnicas de escaneo y comparación con otros 29 hombres y 23 mujeres, total 52 personas no transexuales.

Estas diferencias cerebrales se reflejan en la conducta de género, que son los gestos, los gustos, las preferencias, las afinidades, que distinguen a las mujeres de los hombres; esta conducta puede ser muy definida (masculina y femenina) o  ambigua, manifestándose en todos los hombres y mujeres que actúan de una manera asexual, o no masculina ni  femenina.

Y lo más importante para entender la transexualidad:  la conducta de género, que está dirigida por el cerebro, puede ser lineal, si coincide con la apariencia corporal, o cruzada, si no coincide.

Vamos descubriendo que “el cerebro tiene sexo; hay niñas con pene y niños con vagina”, como me resumió Encarnita González, en un comentario en mi Facebook, en agosto de 2014.

En los humanos, el primer órgano sexual es el cerebro, dado que somos seres conscientes, conocedores de nosotros mismos y del medio en el que vivimos, que entendemos nuestros sentimientos y tenemos la voluntad de vivir lo mejor que podamos, de modo que nuestro cerebro es más importante que cualquier otro órgano genital.

Por tanto, estas variaciones cerebrales también se expresan en la identidad, que es un hecho de conocimiento, un pensamiento y un sentimiento, la idea de lo que soy y lo que quiero ser o no quiero ser.

No sólo la conducta de género puede ser lineal o cruzada con la apariencia corporal, también la identidad también puede ser lineal, cuando nuestra manera de ser mental coincide con nuestra apariencia corporal; o puede ser cruzada, cuando una mente femenina se da con una apariencia masculina o una mente masculina se da con una apariencia femenina. Y también puede haber mentes neutras, ni masculinas ni femeninas, que coincidan con apariencias que estén definidas como masculinas o femeninas.

Estas tres posibilidades o maneras de ser, femenina, masculina y ambigua (o intersex o neutra), están presentes en las maneras de ser transexuales.



CLASIFICACIÓN DE LAS PERSONALIDADES TRANS

Voy a hablar de otros aspectos de la sexuación humana, es decir, del hecho general de que estamos sexuados.

He hablado ya
=de apariencia corporal, como parte de una naturaleza;
=de estructura cerebral, como otra parte de la naturaleza, lineal o cruzada respecto a la anterior;
=de conducta de género, como efecto de la naturaleza cerebral, y
=de identidad de género, como conciencia de esa  naturaleza; y tengo que hablar,
=de la sexualidad, o conducta biológicamente determinada, que incluye la forma de uso o  la valoración positiva, negativa o neutra de la genitalidad, y
=de orientación sexual (a quién se desea); en las personas transexuales es más claro hablar de de ginesexualidad, para referirse a quien ama a las mujeres,  androsexualidad, para quien ama a los varones o de bisexualidad, para quien ama, en diferentes planos, a hombres o mujeres.

Seis aspectos que deben tenerse en cuenta al estudiar la sexuación. Los he puesto en lista, porque, mientras quien lea esto no se encuentre familiarizado con los términos, tendrá que consultar a menudo el significado de cada precisa denominación.

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Esta clasificación está basada, como se deduce de lo dicho por Moir y Jessel, en el grado de androgenación del cerebro y por tanto de la feminidad o masculinidad de la conducta, pero también señalo dos formas de conducta de sexogénero que no parecen tener ese origen biológico, sino referirse a causas biográficas.

Tanto la androgenación como las causas biográficas no forman divisiones netas, sino un continuo que va de menos a más, de manera que siempre es posible encontrar un valor intermedio entre otros dos. Las personas no estamos separadas unas de otras por diferencias esenciales, sino que formamos una serie gradual.
,
Tenemos un punto de partida inicial, en el que todas tenemos un cerebro, dos tetillas y un tubérculo genital, que luego se desarrollarán en unas personas más y en otras menos, en sentido masculino, femenino o ambiguo.

En general, todos los aspectos de la sexuación son convergentes en sentido femenino o masculino; apariencia corporal, estructura cerebral o neurocentral, conducta de género, identidad de género, sexualidad (conducta biológicamente determinada), orientación sexual (a quién se desea), son en la mayoría de las personas o bien femeninas o bien masculinas, aunque haya una gradación en estas cualidades.

Hay una minoría de personas en quienes la apariencia corporal y la estructura neurocentral están más o menos cruzadas y ésta genera conductas de género, identidades, sexualidades y orientaciones más o menos cruzadas. Somos las personas que nos podemos llamar  transexuales biológicas.

Observamos algunos matices también en la transexualidad, que creo que se deben a las diferencias de la androgenación cerebral. Cuando ha sido muy cruzada en intensidad en  personas XX y en escasez en personas XY,  genera conductas e identidades de género cruzadas muy tempranas (por conciencia de la propia naturaleza), y muy frecuentemente, una orientación cruzada. Son las personas que corresponden a los esquemas I y III.

Cuando la androgenación cerebral ha sido algo cruzada en intensidad en personas XX y en escasez en personas XY, genera conductas e identidades ambiguas, de las que se suele tomar conciencia unos años después, y muy frecuentemente, una orientación lineal. Son las personas que corresponden a los esquemas II y IV.

Hay también personas transexuales cuya manera de ser no parece estar  condicionada por la biología de la androgenación cerebral, sino por hechos biográficos muy tempranos y profundos que pueden generar identidades de género cruzadas. Son las personas que corresponden al esquema V, que se parecen mucho a las personas feminófilas que corresponden al esquema VI.

Estos esquemas no son cerrados, sino abiertos, como partes de un continuo. Hay personas que coinciden casi plenamente o plenamente con lo que describo en unos y otros. Y personas que se encuentran más o menos en dos a lo vez, más cerca del uno o más cerca del otro. Esto se debe al mismo proceso de abs-tracción, que consiste en traer lo  común en las diversas realidades existentes, las distintas personas, y siempre habrá en nosotras, las personas, en nosotros, los seres, una singularidad que será lo que nos hace úniques.

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ESQUEMA I:  VARONES XX MASCULINOS
(CEREBROS MUY ANDROGENIZADOS)

(Son una gran mayoría entre los trans masculinos)

=Son varones cerebrales o mentales muy definidos, que se han sentido varones desde su primera niñez; han jugado a juegos combativos, rudos, de equipo, muy activos, muy de sudar, y han preferido la compañía de otros niños varones; se han negado a ponerse ropa de niña, incluso avergonzados; a veces, han sido líderes en su pandilla o en su clase; suelen ser muy ginesexuales (amantes de la mujer) también desde siempre, incluso con fantasías protectoras de la mujer, tipo Tarzán y Jane.

En la  pubertad, la sienten como un automatismo corporal extraño y angustioso, como una vergüenza que dificulta las perspectivas personales; les horroriza la regla y la fatalidad de la formación de los pechos, necesitando fajarse y en cuanto sea posible, seguir un proceso endocrino/quirúrgico; desean sobre todo la mastectomía, que los hace socialmente libres; después, la histerectomía, sobre todo por recomendación médica, y finalmente, la metaidoioplastia, o desarrollo plástico del órgano penianoclitorideo, siendo capaz de plena sensibilidad y erección o la faloplastia, más apariencial; en poco tiempo se estima que serán posibles los autotransplantes penianos desarrollados con células madre.

El tratamiento de andrógenos suele sorprenderles con un aumento de su acometividad, que deben aprender a controlar; pueden manifestar, con placer y orgullo, actitudes muy dominantes, que pueden llegar a ser machistas.

Su inserción social, gracias a la maduración masculina de la voz, de la musculatura, del vello corporal, de la barba, suele ser perfecta.

El incremento de la líbido gracias a los andrógenos, estimula sus relaciones sexuales. El prestigio social masculino que pueden adquirir refuerza esta manera de ser. Pueden formar parejas estables con mujeres, con mucha facilidad.

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ESQUEMA II: INTERSEX  XX MASCULINIZANTES
(CEREBROS ANDROGENIZADOS)

(Son una minoría real entre los varones trans)

=Sienten desde siempre  una admiración absorbente por los varones, que les lleva a querer ser como ellos, a estar con ellos, como audaz compañero de audacias. Mantienen sin embargo una identidad y actitud de género vacilante, pues dudan acerca de sus sentimientos, si son de amor o de simple emulación. Han podido dudar entre la ropa femenina y la masculina, por esta vacilación acerca de su naturaleza y entre ambas identidades.

Frecuentemente son androsexuales, compartiendo con gusto los valores masculinos y las formas de género correspondientes. Pero también distinguen entre la admiración y el amor y pueden ser fervientemente ginesexuales. Pueden a menudo embarcarse en experiencias bisexuales.

Los que son androsexuales se identifican a menudo como gays, manteniéndose en su masculinidad de género para encontrar pareja con otros gays.

Pueden decidir hormonarse y operarse, o no operarse ni hormonarse y sin embargo asumir una identidad masculina. La operaciones más deseadas suelen ser la mastectomía y la histerectomía, pero puede prescindirse de la faloplastia, que a la espera de posibles autotransplantes con células madre pueden sentir como insuficientes.

Hay quienes asumen plenamente un nombre masculino, una identidad masculina, una ropa masculina y ninguna modificación corporal, siguiendo plenamente un programa transgénero.

Su flexibilidad de género es muy notable; una vez que han asumido el género masculino, e incluso se han hormonado, pueden asumir un embarazo, como fue el caso de Thomas Beatie.


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ESQUEMA III: MUJERES XY FEMENINAS
(CEREBROS MUY POCO ANDROGENIZADOS)

 (Quizás sean las más numerosas entre las mujeres trans; la secuencia de su experiencia suele ser así: identidad femenina temprana – represión – seudomasculinización - seudoidentidad gay – retorno de la primera identidad)

=Son mujeres mentalmente, de manera muy clara, en sentimientos, gustos, preferencias, afinidades; unas lo saben desde siempre, o muy temprano, desde los tres o cuatro, cuando dicen “soy una niña” o “me gustaría ser una niña”; otras veces no se han dado cuenta. Prefieren jugar con muñecas, a peinarlas y vestirlas, juegos de niña y con niñas; aunque no se hayan dado cuenta, les gustan las princesas, las sirenas, las protagonistas de dibujos animados, incluso les gustaría vestir como ellas, seguir su estilo.

También la mayor parte de ellas son androsexuales, como la mayor parte de las mujeres. Se han enamorado calladamente de compañeros de colegio. Una minoría, como también pasa entre las mujeres, pueden ser ginesexuales, con un sentimiento de afinidad que se convierte en amor.

Suelen ser cuestiones de género (conducta, arreglo, ropa), de sexualidad (pasividad)  y de orientación (cuando son androsexuales), pero no de genitalidad, cuando  por haber empezado a comprender su identidad en una edad muy temprana, no han  prestado atención a los genitales, por lo que al ser mayores, saben que su feminidad es independiente de su genitalidad y no necesitan operarse; pero si se ha pensado, desde la primera edad, que los genitales eran significativos, se ha esperado que con el tiempo se cayeran, o se pensara en automutilarse, incluso con una tijera; llegado el momento, desean operarse.

Estas niñas, sean androsexuales o ginesexuales, por su manera de ser, su gentileza y delicadeza, pueden soportar un acoso escolar muy fuerte, o incluso familiar, que puede hacerles comprender las dificultades que pueden encontrar.  Esto les puede llevar a angustiarse y avergonzarse por si manera de ser , por lo que la mayor parte de ellas, hasta ahora, han sufrido una represión acompañada por un intento de normalización y fingida masculinización.

(Posible represión/autorrepresión por presión social)

Por esto, han roto fotografías que les mostraban su lado femenino o se han olvidado de todo lo que les avergonzaba. Esta represión es tan fuerte que, al ser mayores, tienen que preguntar a veces a sus madres por los recuerdos que han olvidado.

La represión y la autorrepresión es una de las características más frecuentes y fundamentales en estas niñas.

Cuando han superado lo más fuerte de la represión, la tendencia al olvido, pueden ser conscientes de su manera de ser y de su naturaleza femenina, por medio de una identidad femenina. Pero al llegar a la pubertad, quienes son androsexuales deben saber qué es lo más importante para ellas, la orientación o la identidad.

Como son muy femeninas, sus sentimientos hacia la feminidad son los de normalidad. En cambio, sus nuevos sentimientos hacia los varones, son embriagadores.

Con el tiempo, pueden ya comprender que una mujer trans suele encontrar que, si las relaciones cortas con los varones son muy deseadas, es todavía, por razones culturales, que las relaciones estables, con muchos de ellos,  homos o heteros, son más difíciles que las de los  gays.

Entonces puede planteárseles el dilema de sacrificar su identidad con tal de que les sea más fácil amar y ser amada por un varón. Muchas lo intentan, llegando a la fórmula “me siento mujer, pero no necesito vivir como mujer”, y con frecuencia llegan a un arreglo razonable consigo mismas, pero no exento de tristeza.

Pueden haber encontrado una pareja gay que valore de ellas su apariencia masculina y su feminidad. Pueden optar por una identidad queer o por vestirse temporalmente. Pero echarán de menos la expresión plena de su identidad y la aceptación por su pareja de su realidad más profunda.

En estas historias se pueden ver frecuentemente tres fases: la primera, la niñez, en la que hay una conciencia espontánea de feminidad; la segunda, después de la pubertad, de represión y masculinización; la tercera, en una edad individualmente variable, de vuelta a la conciencia de feminidad.

En los primeros estudios de seguimiento, como los de Richard Green, sobre 44 historias, a mediados del siglo XX, se estudiaron sólo las dos primeras fases, durante quince años, con lo que constató, en un ambiente social muy represivo, que tres cuartos tenían una conducta temporal gay, un cuarto, una conducta temporal hetero, y sólo una persona se afirmaba trans; llegó a pensarse que la conducta femenina XY en la niñez sería un predictor de homosexualidad. Faltó por tanto un estudio de la tercera fase, mediante un seguimiento por lo menos de veinte o veinticinco años, con lo que creo que los resultados estadísticos habrían sido de mayor prevalencia de la transexualidad.

(Expresión social y no represión)

En el siglo XXI, empieza una situación radicalmente nueva, por el apoyo parental: viven una niñez y preadolescencia femeninas; de acuerdo con las recomendaciones de The Endocrine Society, “al primer signo de pubertad” se les pueden aplicar bloqueadores de la pubertad, que son reversibles, con el fin de mejorar su futura inserción social, sin que se masculinicen, y a una edad temprana, si sigue demandándose, se puede comenzar la hormonación cruzada, con lo que su feminización social puede ser muy definida.

Es preciso tener en cuenta siempre que las decisiones definitivas corresponden a la persona transexual, en su progresiva maduración. El momento más complejo es la llegada a la segunda fase, en la que las pasiones adolescentes significan también la conciencia de las dificultades que se pueden encontrar y pueden llevar al intento de experimentar la posibilidad de una vida como aparente gay; es verdad que la identidad profunda no se modifica, pero puede intentarse adaptarla a la realidad social; es “yo me siento mujer, pero no necesito vivir como mujer”, que oí a un joven aparentemente masculino.

El Dr Domenico di Ceglie, ejerciendo en Londres, ya explicaba en 2000, en el Coloquio Transiti, de Bolonia, cómo una persona trans a la que había seguido durante su niñez, aceptada por su familia, integrada en el colegio, creo recordar que habiendo seguido un tratamiento de bloqueo de la pubertad, al llegar a los 18 años, cuando se esperaba que siguiese adelante, “dio las gracias” y prefirió vivir masculinamente, en lo que hoy se puede verque era una opción de segunda fase; el Dr Di Ceglie no lo sabía entonces y terminó ahí su explicación, supongo que entendiéndola como el que ha sido llamado “desistimiento”; hoy comenzamos a comprender que un seguimiento más allá de aquellos 18 años plantea resultados abiertos, y entre ellos, la posibilidad de la prevalencia de la identidad en una tercera fase.

El respeto parental de la libertad de la persona transexual puede aconsejar que el bloqueo de la pubertad no se aplique al primer signo, sino que aproveche la ventana que existe entre este primer signo y la masculinización perceptible, de manera que la persona transexual pueda experimentar esta pubertad y decidir con mayor conocimiento de causa; sin duda, la entrada en esta fase requiere una gran cantidad de diálogo y de explicaciones, preferibles profesionales.

Existe en efecto una pluralidad de opciones en esta segunda fase, incluso hoy día, entre personas como la mencionada por el Dr Di Ceglie, que habiendo vivido su niñez conforme al género femenino, prefieren en la pubertad experimentar el masculino; después, habiéndolo experimentado, pueden volver a su identidad femenina básica, o afianzarse en una apariencia masculina, de acuerdo con el principio “soy mujer, pero no necesito vivir como mujer”.

Hay que tener en cuenta los matices de la naturaleza trans, que pueden variar individualmente incluso sobre esta base fundamental de feminidad. Algunas personas pueden hallar parejas gays que valoren esa feminidad fundamental dentro de una apariencia masculina; otras pueden encontrar que su feminidad profunda de género es compatible con una sexualidad masculina activa, penetrativa. Debe siempre respetarse la necesidad del conocimiento de sí y de la decisión personal.

 Puede resultar que, después de una experiencia profunda de esta segunda fase, la persona transexual decida volver a su identidad femenina, cuando ya se encuentre con problemas de voz y otros de la apariencia masculina; pero esto se debe considerar que son inconvenientes que son usuales para otras personas trans y que ceden ante la importancia de haber decidido por sí su vuelta a su feminidad fundamental.

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ESQUEMA IV: INTERSEX  XY FEMINIZANTES
(CEREBROS POCO ANDROGENIZADOS)

(Somos una minoría de las trans femeninas, pero Colette Chiland, sobre una demasiado pequeña muestra de 10 transexuales, ha observado que somos personas solitarias, tímidas, introvertidas, que rechazamos la masculinidad, y que podemos ser la mayoría de las que demandan una reasignación genital. La secuencia de nuestra experiencia suele ser así: identidad masculina o ambigua temprana – desajuste con los varones – negación de la masculinidad)

=Somos personas XY ambiguas, que en nuestra niñez hemos tenido una identidad masculina pero una naturaleza sentimental, sensible, emotiva, soñadora, nada activa, que nos ha hecho parecer femeninos. Hemos podido leer mucho o jugado a juegos tranquilos, caseros, fantaseadores, con niñas más fácilmente que con niños; la naturaleza semimasculina nos ha llevado a amar vehículos, barquitos, aviones, trenes (fálicos) y extrañándonos las muñecas (a quienes abrazar);  interés por las casitas alegres, floridas y rechazo de los juegos físicos; nos habrían resultado extrañas tanto las muñecas de largos cabellos o vestidos vaporosos, o princesas,  como los muñecos duramente masculinos, musculados y agresivos, que nos serían profundamente ajenos.

La persona trans puede desear verse como grácil, de facciones suaves, delicada, sensible…  Es una cuestión de género más indefinido (conducta), compatible con una identidad masculina imprecisa o ambigua;  lo más definido es la negación de la genitalidad masculina, sentida como extraña o ajena, inadecuada, incomprensible; en la pubertad, sus funciones parecen un automatismo distinto de la propia personalidad, que crea placeres indeseados; son una forma acometedora que no tiene que ver con la que se entendería como normal en el propio cuerpo. La forma más adecuada  tendría que ser más suave y tranquila, más conforme con la propia manera de ser.

El rechazo crea un deseo de liberación de las formas extrañas que es personal, referido a la imagen que se tiene de sí, no social, no tiene que ver con conveniencias de amor ni sexuales;  muchas de estas personas aceptan o aceptaríamos una reasignación genital sin cambio de género; “si me hubieran puesto como condición para operarme tenerme que ir a una isla desierta, hubiera aceptado”. Porque lo que se desea es una coherencia consigo.

La explicación de esta voluntad procede a mi entender de una autoimagen corporal, profunda, cerebral, distinta de  la realidad corporal perceptible. Es tan intensa que sólo se puede comparar con el horror del rechazo a la pubertad femenina, propio de los trans masculinos.

Por la coexistencia de una identidad masculina y la necesidad de reasignación, estas personas transexuales pueden tener dificultades para comprenderse, y optar finalmente por una identidad intersex o ambigua.

 (Inadaptación a los varones)

Al crecer, podemos habernos sentido inadaptados a los varones, tanto a nuestro padre como a otros niños. Podemos haber sido dados de lado por ambiguos o por mariquitas, inseguros y tímidos. Puede que hayamos sentido la necesidad de un “hermano mayor”, un niño algo mayor que nos hubiera dado su afecto y nos hubiera enseñado a vivir. Puede también que hayamos jugado con niñas, a juegos tranquilos (no de niñas), mejor que con niños, alborotados, combativos.

Todo esto puede habernos causado una necesidad de valoración masculina, un hambre de cariño y seguridad, un deseo de respeto por las imágenes paternas, que se acerca a la androsexualidad, acompañando a una ginesexualidad básica, aunque poco definida.

En nuestro ambiente binario, la inadaptación masculina puede crear la reflexión de que habría sido posible una mejor adaptación femenina, entendida como un refugio o acogida, en la que esta naturaleza sería mejor entendida y aceptada.

Conviene, en este refugio social en la feminidad, tomar modelos no binarios, ambiguos, más personales; en nuestra cultura, que no los sabe entender, puede llegarse a una identidad social femenina, consciente de su ambigüedad.


(El Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el  Espejo)

Años después, en estas personas trans femeninas, su ginesexualidad básica les puede llevar a un Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo, palabras que escribo con mayúsculas porque todas ellas se relacionan de una manera fija.

=Es Deseo, porque tiene un elemento de excitación;
=es de Fusión, porque quiero ser yo y a la vez como otra persona;
=es de Imagen, porque hago mía una imagen, superficial;
=es de la Mujer, con mayúscula, porque no es la de una mujer cualquiera, es la de una Mujer arquetípica, joven y bella;
=y es en el Espejo, porque esta imagen se forma en un espejo, o una fotografía, superponiéndose la figura de mi persona, y la de esa Mujer, transformándome en ella.

Este Deseo tiene el mérito de dar de mí una imagen atractiva, yo que suelo creer que no la tengo, por el rechazo masculino que he podido sufrir; además, la imagen de mujer me hace sentir que puedo ser deseada, valorada, admirada, querida.

También es estimulante, al sacarme de la depresión en la que he podido estar, y hacerme querer salir, arreglarme, coquetear, vivir.

Lo que consiga con esto, amigos, amores, alegrías, será lo que pueda darme este Deseo, al pasar de lo abstracto a lo concreto.

En estas personas trans, el deseo de fusión es compartido con la feminofilia, incluso en la erótica y en el aspecto de cansancio que acompaña a toda erótica y su carácter cíclico; pero se distingue en que esta erótica es secundaria y accesoria en relación con la negación de la masculinidad, que es lo primario, lo más importante.

Por otra parte, la hipoandrogenia que está en la base de esta manera de ser hace que el  deseo de fusión sea menos por las formas de la mujer y más por sus formas de vida, siendo más bien existencial, social y personal; puede incluir un deseo de sumisión sexual y sus fantasías correspondientes (independiente de la realidad de la vida social)

Pero el Deseo no suele subsistir en su forma intensa, porque la imagen que crea no es la real mía, sino un sueño. Puede subsistir en cambio en forma atenuada. Es estimulante pasar ante un escaparate y verse como mujer o ver en la propia sombra una imagen de mujer, ya hecho el cambio, o ver una fotografía de sí misma, o mirarse directamente en el espejo casero y ver la propia imagen transformada. Aunque sería más intenso y fuerte ver una imagen de la propia ambigüedad si fuera posible; no es fácil en nuestra cultura.

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ESQUEMA V: TRANSEXUALES FEMINIZANTES XY, SIN IDENTIDAD MASCULINA
(BIOGRAFÍA NO MASCULINA)

(Pueden ser también una minoría dentro de las trans femeninas)
  
=Hay personas transexuales XY que viven absolutamente fascinadas por la feminidad; no les interesa la masculinidad en sí mismas ni en otras personas; desde muy pequeñas, han podido pensar, al ver a otras niñas, “yo quiero ser así”; han podido ser poco masculinas. Han tomado como modelo a su madre, como ejemplo y refugio; puede ser que hayan tenido problemas muy fuertes con su padre,  que han podido ser hostiles hacia ellas, e incluso hacia sus madres, hasta el punto de no poder mantener ningún afecto hacia el padre, no valorar ni en una pizca la masculinidad paterna que debería haber sido ejemplar. Trauma confirmable por una fuerte androfobia.

Esta identificación y desidentificación llevan a una sentimentalidad ansiosa de la compañía femenina. No tienen que tener orígenes biológicos, sino sólo biográficos. Puesto el interés y la atención sólo en las mujeres, no encuentra tampoco la barrera de afectividad intermasculina que en los varones heteros pone un límite a su absorción en la mujer y al Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo.

En estas transexuales XY por razones biográficas el sentimiento de fusión se diferencia de las mujeres XY o les intersex XY, en que es mucho más intenso en las primeras, mucho más absorbente. En ellas, su orientación se convierte en su identidad;  su ginesexualidad llega a ser su ser, de manera parecida a lo que decía Klimt: “Soy color… soy pintor”

En su niñez, su conducta de género suele ser corriente, por lo que no son  acosadas en la edad escolar, y pueden compartir juegos rudos con sus compañeros, aunque sin empatizar con ellos.

En su pubertad, su manera de ser se hace intensa, casi extática, sin contradicción con ninguna otra parte de su mente. Pueden enamorarse de alguna muchacha, y más adelante puede desear casarse con ella y ser feliz por la oportunidad de vivir con una mujer, aunque esto signifique algunas limitaciones para su identidad.

Sin embargo, a solas, por ejemplo en la ducha, puede rechazar los genitales y desear la cirugía de reasignación, para culminar esta fusión.

La compañía de una mujer puede hacerle relativizar este deseo de fusión. Toda su vida gira en torno al deseo de compañía, a la necesidad de una mujer real en su vida, que cumpla la función de cariño que le dio su madre. Pero aun en esta compañía pueden desear vestirse de mujer para vivir en la práctica, aun ocasionalmente, su identificación.

No teniendo identidad masculina y siendo ginesexual, todos los aspectos de la vida personal quedan eróticamente feminizados, lo que los hace personalmente atractivos. Se vive en un sueño de feminidad generalizada. Puede ser que si hay un matrimonio ginesexual, los hijos varones no sean valorados y en cambio lo sean, muchísimo, las hijas.

La falta de la compañía de la mujer puede hacerle desear la transición, para que el cambio de género y en su caso de genitales mimetice a la mujer, para sentir en sí misma ese “color” que ama y que es.

Por cierto, aunque disminuya la líbido con la hormonación y la cirugía, las cuestiones de identidad/fusión hacen que el proceso transexual se mantenga estable; pueden ser mujeres no penetrativas, conformándose incluso con una compañía contemplativa, platónica  pero gozosa, que desean fervientemente.

Esta manera de ser se parece a la feminofilia, incluso en la erótica del Deseo de Fusión con la      Imagen de la Mujer en el Espejo y en el aspecto de cansancio que acompaña a toda erótica y su carácter cíclico; pero se distingue en que esta erótica va acompañada por una negación de la masculinidad, que es el segundo factor en importancia.


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ESQUEMA VI: VARONES XY GINESEXUALES FASCINADOS POR LA IMAGEN DE LA MUJER  EN EL ESPEJO
(CEREBROS ANDROGENIZADOS, IDENTIDADES MASCULINAS,  EROS DE FUSIÓN)

(Estas historias son las más numerosas de todas las que viven experiencias de transición de género, en proporción quizá mayor de diez a una)

=En una novela, de la que desgraciadamente no guardo en la memoria el título ni el nombre del autor, italiano, se manifiesta una parte de este sentimiento de una  manera muy bella. Un adolescente está enamorado de su prima. En un carnaval, buscando un disfraz, sube al cuarto de ella, busca en su armario, y encuentra uno de sus vestidos. Se lo pone y se mira en el espejo y en ese instante ve en él la imagen de su prima, pues se le parece mucho.

La feminofilia es el nombre que se están dando a sí mismos quienes antes fueron llamados transvestistas (desde los tiempos precursores de Magnus Hirschfeld: “transvestitismus”)

Es un nombre que busca una definición más profunda para unos hechos nombrados antes más trivialmente.

Son varones heteros que experimentan a fondo el Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo.

Como su identidad es masculina y hetera, forman una Imagen de la Mujer, arquetípica, joven, bella y sensual, la mujer de sus deseos primarios, imagen externa que no integra su personalidad interna.

Al superponerla sobre la propia imagen, genera un intenso erotismo; en las redes, la diferencia entre personas feminófilas y transexuales se puede ver en que en las primeras domina la coloración erótica y en las segundas las cuestiones de identidad. En general, el Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo se da en todas las personas ginesexuales, pero en las feminófilas es la primera de sus motivaciones, mientras que en las transgenéricas es la segunda, después de su identidad.

El intenso erotismo de la Imagen de la Mujer, de base hetera, ginesexual, puede generar sin embargo a veces una seudoidentidad androsexual, en la que se confirma el atractivo de la Imagen en otros varones, llegando a relaciones con ellos fundadas en lo sadomaso.

La persona feminófila guarda como identidad general o como identidad prevalente la masculina. Sin embargo, puede sentir como una expresión de sus sentimientos adoptar una identidad secundaria, o dejarse llevar por una forma personal que al cabo de un tiempo, quizá de horas, retorna a la identidad principal.

Lo que define la feminofilia es la intensidad erótica de la fusión con la Imagen de la Mujer como primer motivo de la sexualidad personal.  

Se puede sentir, a veces, también como una ocasión de distenderse. Es una forma de vida que sosiega y se asume como propia por esa necesidad de dejar ir las tensiones acumuladas en una vida masculina demasiado competitiva.

En todo caso se puede distinguir la feminofilia de una transexualidad que no pueda realizarse a tiempo completo y necesite por lo menos esta fórmula. En la transexualidad, se desea ser mujer; en la feminofilia, se desea vestir como mujer, privilegiando la ropa interior, muy sexy.

Por eso, mientras las personas transexuales feminizantes y ginesexuales pueden llegar al cambio permanente de género o a la supresión de los genitales masculinos con tal de hacer realidad la fusión permanente con la Imagen de la Mujer en el Espejo, las personas feminófilas no quieren conseguir un cambio permanente de género y la operación de genitales sería para ellas no una adaptación, sino una mutilación.

Hay experiencias identitarias en unas y otras, consistentes en ese deseo de fusión; absoluta, en las personas transexuales ginesexuales, temporal en las feminófilas, dependiente de los ciclos de sus sentimientos de fusión o de androafectividad.

Esta dimensión identitaria excluye que se trate de una simple parafilia o asociación del deseo con objetos simbólicos. Está muy cerca del “Yo soy tú” del amor extremo, incluso místico.

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Voy a mencionar un problema casi inexistente en las personas trans femeninas, por sus bajas tasas de andrógenos, pero presente de distintas maneras en los varones heteros y gays feminófilos y los varones trans masculinos, cuyo deseo intenso depende de altas tasas de andrógenos, y puede llevarles a priorizar la excitación sexual, como centro de sus vidas.

Puede llegarse a un pornoestilo de vida o una sexadicción, semejante al de otros varones heteros o gays, en la que la persecución de la excitación requiera como estimulantes el alcohol y otras drogas, un crescendo sadomasoquista, y  las prácticas de riesgo,  y por tanto, una tendencia a la promiscuidad, la soledad y la depresión.

Una de las soluciones es separar estrictamente identidad y sexualidad. Vivir una vida masculina hetera y entender la propia sexualidad como una afición que necesita ser expresada periódicamente. Edgar Hoover, muy masculino jefe del FBI, era feminófilo parece que necesitaba ponerse vestidos largos, de noche, incluso encima de sus ropas, para enfrentarse con mayor tranquilidad a las situaciones de crisis, y lo hacía incluso en compañía de sus subordinados, como quien recurre a un hobby.

Otra de las soluciones es procurar integrar ambas dimensiones de la existencia, con plena consciencia de ambas. El deseo de fusión es muy sexual, pues nace de la sexualidad masculina. La imagen corporal idealizada de la persona feminófila o transvestista es muy sensual, llena de líneas curvas, y figuran en ella, como parte necesaria, incluso en erección, los genitales masculinos. La excitación que deriva de esta imagen tiende a resolverse en uniones ginesexuales o androsexuales o trans.

Pero como hechos de excitación, también alternan con la fatiga, en la cual reaparece la identidad masculina extrasexual, la capacidad de trabajo y dedicación a otros fines, y que fundamenta un temperamento cíclico.

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CERTEZAS Y DUDAS

Para la inmensa mayoría actual, que no hemos transitado en nuestra niñez, la primera duda está en cuándo salimos del armario. La respuesta empírica que puedo dar es la que dio un querido amigo a sus propias dudas sobre el armario homosexual: cuando la necesidad de salir te hace decir un “¡basta ya!”

Esta decisión es la única que puede poner audacia junto a la necesaria prudencia.


La hormonación también puede crear muchas dudas. Pero se pueden resolver si se la ve como un ensayo general, pero que durante mucho tiempo es reversible. Se experimenta y se decide si se sigue adelante o no se sigue.

Experimentar con la hormonación supone la experiencia personal sobre si se acepta esta evolución de la sexualidad o se para, por lo menos de momento, o se modula, siguiendo unos productos u otros, o según técnicas selectivas sobre el tipo de hormonación, que ya se emplean, y que pueden transformar la apariencia personal, pero no las funciones genitales, por ejemplo.

La hormonación debe hacerse siempre bajo supervisión médica. Es inútil y contraproducente la automedicación, sobre todo en grandes dosis, cuando el exceso de hormonas no es asimilado por el cuerpo, como el exceso de azúcar queda sin disolver en el té o el café; pero este exceso puede fatigar excesivamente al hígado. Por otra parte, el equilibrio endocrinológico de cada persona es sutil: una amiga desarrolló, en medio de su transición, un exceso de prolactina, una hiperprolactinemia; su médico interrumpió de momento la hormonación, corrigió la hiperprolactinemia, y siguió adelante.

Las decisiones sobre la cirugía de genitales son las que deben meditarse más.

Puede hacerse un experimento mental: Supongamos que puedo operarme, pero me ponen la condición de que tengo que irme después a vivir en una isla desierta el resto de mi vida. ¿Lo haría?

La respuesta “sí” indica que la primera motivación es completamente personal, de que “lo haría sobre todo por mí”, fuera de cualquier consideración social. Esto permite despejar dudas, pues se puede comprobar que la voluntad de operación es firme, entendida como una adecuación a los propios sentimientos, no como una mutilación.

La respuesta “no” en cambio aconseja no operarse, puesto que las consideraciones sociales pueden ser fluctuantes y, en cambio, se emprendería un cambio corporal no deseado por sí mismo, que podría  sentirse en el futuro como una mutilación.

Otra pregunta posible, muy real e incluso relativamente frecuente, es ésta: “¿Te operarías aunque no pudieses cambiar de género?”

Hay circunstancias que impiden cambiar de género social (hijos en la adolescencia, responsabilidades familiares, económicas, laborales, etcétera)

Responder que sí a esta pregunta, significa que la operación es prioritaria, y que puede emprenderse el cambio quirúrgico, que será por tanto conocido sólo por ella misma, y entendida como el mínimo suficiente Equivale a decirse que “es, sobre todo, para mí”, como en la suposición de la isla.

En esta manera de sentir, la importantísima interacción social, resulta sin embargo secundaria. Yo misma hubiera emprendido en la práctica esta operación si mis responsabilidades me hubieran impedido cambiar de género, como temía, y hubiera significado una profunda alegría para mí, muy equilibradora; esa circunstancia  permite comprobar además que para las personas que sentimos así, el cambio de genitales es mucho más importante que el cambio de género.

Otra pregunta, también con valor práctico, que corresponde a las dudas reales de muchas personas trans: “¿Estarías dispuesta a operarte si supieras que perderías todas las posibilidades de orgasmo; o si supieras que ibas a perder la libido del todo?”  La realidad es más suave, siguen existiendo los orgasmos, aunque son menos frecuentes, y existe la líbido, gracias a los andrógenos suprarrenales. Pero la suposición extrema ayuda a tomar la decisión.

La respuesta “sí” indicaría que el deseo de la operación prepondera incluso sobre el deseo sexual. Cuando se siente así, la operación se pone  por encima de cualquier otra consideración. La respuesta “no” me parece que se está expresando que la persona está presionada socialmente y que no la desea por sí misma.  La voluntad personal, sea cual sea, es lo más importante en las transiciones trans. Es la que puede permitir sentir que se está haciendo lo que se desea y la que puede dar esa sensación de paz y bienestar que produce la experiencia trans.


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PERSONALIZACIÓN

Un tratamiento hormonal necesario influyó en mi gestación. Mi madre me lo resumió en su extrema vejez: “Sí, pero te salvó la vida”.
Estaba perdiendo un hijo tras otro, por matriz infantil o útero hipoplásico, una afección muy rara, que produce muchos abortos, cinco desde que se casó con 19 años en 1938, a 1940, con 21, hasta que el Dr Gálvez Ginachero, de Málaga, le prescribió Progynon [Depot], de Schering, “recién inventado”, me decía mi madre, en realidad desde 1928, doce años antes, valerato de estradiol, el primer estrógeno u hormona femenina en farmacia, inyecciones de 10 mg. Esperándome desde mediados de junio, 1940, en cuanto lo supo, ¿cuándo?, mi madre detuvo el tratamiento. Entre dosis y dosis, el efecto depot dura unas cuatro semanas.
En 1991 compré un texto de divulgación, de Anne Moir y David Jessel, “El sexo en el cerebro”. Hay pruebas, dicen, de que el sexo cerebral supone una gradación, un continuo; más andrógenos en la matriz, más masculina la conducta; menos andrógenos, más femenina (página 41).  Moir y Jessel cuentan que la madre de “Jim” tuvo que tomar otra hormona femenina, el dietilestribestrol, porque su diabetes le provocaba también abortos. Jim era un muchacho tímido, que no sabía defenderse, tratado como mariquita en clase y cuya heterosexualidad había quedado difuminada, a diferencia todo de su hermano mayor Larry, en cuyo embarazo no fue necesaria la hormonación (páginas 42 y 43)
¿Cuatro años?: “Qué niño tan guapo! Qué lástima que no sea una niña!”
¿Cinco?: “Mamá me quiere a mí y papá a ti”
¿Diez?: “Si yo hubiera nacido niña y hubiera tenido que venir a este colegio, habría sido mucho más feliz”
¿Catorce?: “No quiero ser contado entre los hombres”
El 12.IX.1960, con diecinueve años, puse por escrito lo que sentía desde cuatro o cinco años antes:
“Esta mañana, al ir a bajar a la playa, he vuelto a ver mi sexo en el espejo, mientras me ponía el bañador. Es una cosa fea; ajena a mí y a mi personalidad. Mi “yo” termina donde empiezan los genitales. De lo que se llama sexualidad, sólo me pertenece lo que más extendido y difuminado está en todo mi cuerpo: la voluptuosidad. El sexo es postizo, me avergüenzo de él, me disgusta, le aborrezco (…) este sexo ajeno es algo que repugna a mi voluptuosidad, al amor que siento por  mi cuerpo suave y mis facciones delicadas (…) de la misma manera con que me repugna el vello de mis axilas, la barba de mi cara, el vello de mis piernas. Por ello, estoy ansioso de someterme a un tratamiento de hormonas (...)  

viernes, 13 de junio de 2014

Fragmento de un diario.


Kim Pérez

Diciembre, 1966-Enero, 1967

Pongo este fragmento de diario aquí, porque entrega alguna información de lo que podía ser la transexualidad hace cincuenta años. La palabra empezaba a extenderse desde los EEUU. Lo usual, en Francia, era la palabra travesti. En España, bajo la dictadura, la transexualidad existía en la marginalidad o no podía expresarse (aunque, por lo menods, pude hablar de ella unos meses después) 
Mi naturaleza ambigua o femenina a mi manera, estaba dividida en dos, porque nuestra cultura era binarista de sexogénero y por eso yo vacilaba entre una identidad femenina y otra masculina, aunque ya empezaba a verme a mí misma.
Ese año había dejado mis estudios y me había puesto a trabajar en la librería de mis amigos, donde seguí más o menos un año. Una pequeña parte de lo que escribí estaba basada, por fin, en esa realidad; pero la mayor parte son imaginaciones reales; sueños sobre lo que podría ser mi vida. Otra parte no la he copiado porque no está conseguida.

18.XI.1966. Veinticinco años.

Sí, me ha pedido “Fabrizio Lupo”, de Carlo Coccioli, ese libro que yo he leído [una novela homosexual]  Es la primera maravilla que la librería me ofrece, porque, si lo miro bien, tiene la misma cara de Fabrizio Lupo e incluso la misma cara de Jacques [personaje de un relato que escribí] Tiene pequeños granillos en la cara que estoy dispuesto a amar. ¿Volverá? Ha dicho que le gusta pasar a menudo por la librería.

Estoy en la música, incluso si no encuentro qué palabras dar a mis canciones. Al volver, yo cantaba como en Estocolmo [sola] y muchas otras veces tengo miedo del sostenido de  esta música. La felicidad me aflige con su perfección y su excitación, tengo miedo de que decaiga. Lo único que me sostiene, lo que me devuelve la felicidad, es la vida y el cuerpo de las personas. He sufrido hoy y hace tiempo mucha felicidad fugitiva, pero hay la novela y todas las posibilidades de este desconocido que ha llegado hoy y que ha dicho que volverá. 

26.XI.1966

Después de algunas horas de quejas, expresas o tácitas, estaba enojado; de pronto, tuve la imagen de Ignacio, el hombre que sabe valientemente trabajar y conservar un humor igual. Mantener el sitio con dignidad, incluso si no se recibe nada de apreciable, debe bastar. Tranquilo, bien plantado sobre las piernas, sonriendo en el aburrimiento y las pequeñas miserias de la vida cotidiana. Por tanto, el esfuerzo significa algo, porque pienso que si la calma parece nutrirse de sí misma, en realidad saca su energía de otra parte.

27.XI.1966

Tengo el cerebro lleno de memorias de ti y de tu casa, aunque no  os haya nunca visto. Yo sé distinguir de hecho lo que amo. No hay brizna de yedra de la que no supiera decir si pertenece a tu cortejo.

Metiendo las manos en la yedra la he encontrado húmeda, con la humedad y las lágrimas de la noche.  A su lado, los escalones están hechos para sentarse sobre su piedra gris. ¿Dónde pondremos nosotros los ojos cuando estemos ahí?

Tu sangre viene de carnes extrañas. A veces, no te sabría reconocer cuando te mirase. Si el color de tus ojos es azul, el país del que son la bandera será para mí tan ancho y temible como mi ignorancia. A veces, tu música nueva llegará hasta mí.

Abriremos las puertas de hierro de nuestra residencia por turnos, una vez por la mañana, otra por la tarde, y al fin nuestra música habrá entrado completamente y sonará junta.

1.XII.1966

Afronto tu dulce naturaleza de muchacha que viene de lavar, tus manos huelen aún a espuma, tu vestido es gris, y el juego es difícil entre nosotras, porque tú eres mujer, tú eres costurera, tienes un cerebro mucho más gris que el mío.

Hablemos pues de cualquier cosa que tenga que ver con nuestra vida de hoy y de mañana… por ejemplo… pero tú tienes la palabra.

Cuando voy a casa del Abuelo, me entristece el hecho de que nada de lo que he conocido va a repetirse.

Verdaderamente, la vida se acaba con la vida de cada uno. Yo había creído que el mundo de los mayores debía ser encantador, lo miraba con los ojos muy abiertos, y cuando yo mismo me hice grande, no encontré más que raramente las maravillas imaginadas en aquella época.  Pero a veces llegan! Mezcladas  con cuánto miedo! ¿Por qué no hay apenas momentos de posesión tranquila, el corazón abierto de par en par, simplemente? Desde el presente, el porvenir o la vida de otros pueden parecer gloriosos,  de raras conquistas y exquisitas perfecciones, cuarenta años jamás perdidos, inmóviles, y desde el presente el pasado es fácilmente fingido con logros parecidos.

Pero cuántas miserias en el verdadero presente! Y sin embargo, es la vida verdadera. Entonces, vivir es mezclar con buena voluntad y toda conciencia esos éxtasis codiciados y medio alcanzados y estos abismos de fealdad y grisura, y agradecer vivamente las músicas que a veces se instalan en nuestra alma y buscar la manera de mantenerlas lo más habitualmente que  posible sea.

Entonces, esta Madame de Staël de dos céntimos que soy, deja su pluma hoy y cierra el cuaderno, incluso si su cerebro sigue en busca de una verdad más verdadera y más bella que la que acaba de expresar.  

19.XII.1966

The present story of my own life comienza hoy con algunas sensaciones claras como la luz del sonido; ayer, Mikaela, una cantante de largas axilas depiladas cantaba, saludaba al público con una sonrisa feliz, porque, cuerpo de mujer, descote de mujer, era una mujer.

Algún niño grande que la miraba a cientos de kilómetros, en el televisor, estaba convencido de que amaba a esa mujer y de que no tenía casi ninguna gana de salir de la vida de las mujeres.

Maravilloso lugar donde es importante la belleza, donde los brazos saben que el vestido sirve para cubrir la silueta, donde el hombre es un gran círculo, muy grande y muy exterior.

En el pequeño palacio de las mujeres, no se rehusa la entrada a esos niños grandes que los hombres rechazan allí.

Es difícil ser hombre, aceptar este desarraigo, esta violencia y esta autoridad apoyada sólo sobre sí misma que hacen la masculinidad. Algunos de estos muchachos, grandes, con los ojos muy obscuros y el rostro infantil, tienen un miedo inmenso a salir a este terreno en el que los hombres encuentran el gran placer de la lucha. Entonces, para aquéllos, las mujeres ofrecen su eterno refugio, su paz, su tranquilidad, su bello disfrute de las maravillas que los otros aportan a los seres pasivos y dulces, y el placer, que no es menor que el de los hombres luchadores, de encontrarse dirigido por una fuerza que es ajena.

25.XII.1966

Voy a hacer a Yvonne, una criatura que vive donde yo sé; loca de miedo, siempre aguijoneada por locas inquietudes, los ojos abiertos mirando a la colina frontera; los ojos muy abiertos.

Frente a su ventana, el gran Viejo que es el viento toca todas las mañanas los árboles que crecen uno al lado del otro; el Viento es azul, pero los árboles son obscuros; pureza de la atmósfera con el encantamiento de una sola nube, e impureza de la cámara en la que Yvonne entrelaza sus pensamientos.

Ella es reina, sin embargo, sobre lo impuro y sobre lo limpio.  El aburrimiento, a veces, la lleva hacia las puertas de la muerte. Aburrimiento de ella misma, pasado a los grandes granos de cal; reina sin embargo sobre el gotear del agua que cae regularmente en la fuente que señala el tiempo y los pensamientos.

6.I.1967

Qué pensarás de mí, en quien tantas veces se han detenido por mi propia voluntad, cosas tuyas?

Tú has sido limpio como una noche de luna ante mí, pero yo con frecuencia te he enredado, insólitamente.

Mi naturaleza es pues de alga, y tú no has protestado nunca.

Oíste una música, quisiste dársela a otra persona y como yo quise pararla, la paré y se quedó conmigo. ¿Lo puedes aceptar, porque te gusta este turbio mundo de laberinto de arrecifes y turbonadas de agua que soy yo? ¿Me aceptas, pues, de verdad? ¿Soy tu amigo hasta el punto de que te quedas callado ante mis defectos?

21.I.1967

Si hay otra persona como yo en el mundo, lo ignoro, en cuanto a mí, yo me conozco y conozco también las vías que estoy habituada a recorrer, en fin, las que me gustaría recorrer.

En fin, tengo mi nombre, como la calandria puede tenerlo, o una cajita sobre una mesa (el agua que cae de madrugada en el plato de la fuente, con un color tan tierno como el del alba); pero lo ignoro; sin embargo, si al doblar una esquina alguien lo pronunciara, sabría reconocerlo sin duda.

Porque tengo largos cabellos negros con briznas tan largas como un dia sin ti.

(Sin ti; te espero y toda mi palidez de perla es una ventana de los ojos que te buscan)

En los lavabos, lavo mis manos, lavo mi cara y levanto mis ojos para mirar el vacío que en el espejo está todavía vacío.

Tendría que hacer sumas y otras operaciones matemáticas para aceptar tu presencia, gran unidad de yeso, gran fantasma, gran desconocido, gran sin barba, gran ávido de mí, en el otro lado de mi avidez.

Saber decir: “dos más dos, igual a uno” y olvidar estos lugares de encuentro (el tocador con mis horquillas y mis extensiones), e irme, el corazón neto hacia tu madrugada de yeso.

Yo debería saber todo esto, pero lo ignoro e ignoro cuánto tiempo lo ignoraré aún.

Así pues, estoy en mi tocador, llena de esperas, mis manos en mis cabellos.

22.I.1967

Yo había recibido, para esta ocasión de ir a la primera provincia que os describo, la gran alegría de recibir un cuerpo de mujer. Esta mañana, me había despertado y había observado de repente la delicadeza de mi silueta. Mi piel era bastante fina, de un color más bien amarillo, porque soy moreno y mi sistema orgánico tiene siempre una tendencia más bien hepática.  Pero qué alegría constatar mis cabellos largos, bastante largos desde luego como los de una cantante que ha tenido tiempo para dejarlos crecer largamente, examinando su crecimiento y vinculándolos a los minutos que cada pulgada había recibido y recordaba la soledad, la esperanza, la compañía durante horas.

Mi cuerpo parecía más pequeño en el espejo en que lo miraba.

De pronto, tuve la impresión de que mi verdadera patria estaba en él; todo lo que yo era, el espejo lo reflejaba  en la silueta no muy grande que yo era, con caderas relativamente anchas (incluso si mi estilo era más bien el de un efebo), que se hacían más manifiestamente anchas aún, cuando yo alzaba mis brazos.

La caída de mis cabellos sobre mis hombros me asombraba; la sensación de esta caricia;  mis hombros relativamente anchos que se quedaban mejor si los echaba un poco hacia atrás; eso, los hombros muy tirantes, daba a mi paso un aire de maniquí.

Y el brote y el redondeamiento de mis dos senos, que terminaban en su punta en un color claro y tranquilo que se parecía al del afecto; los dos senos me hacían además la impresión de reunir en sus copas mi amor y mi ternura; eran la expresión de estos sentimientos que me llevaban adelante; al mismo tiempo eran limitados y pasivos, forma que el espejo reflejaba muy bien en su entera constitución.

Mis dedos eran bastante largos y finos, ideales para poder sostener un vestido, una falda, para adaptarla alrededor de mi cintura y para mostrar su color.

Eran, quizás, los de un pianista o un pintor, pero bastante incapaces de mostrarse útiles en trabajos manuales, verdaderamente débiles y torpes.

En cuanto a la cara, puedo describirla en pocas palabras: mis ojos son grandes, mi nariz un poco larga y fuerte, mi boca blanda, con labios redondos.

En fin, era yo, con toda la apariencia de una muchacha, el alma demasiado complicada para atribuirle un sexo definido, el estado civil sin embargo masculino, por la gracia de un sexo que nunca he comprendido, que no he aceptado jamás y que me gustaría  ver desaparecer alguna vez.


Pero debo revestir mi ropa de hombre, mi pantalón, mis increíbles camisa y americana, vestirme con mi abrigo y salir a la calle en busca de un trabajo que me era necesario para sobrevivir y para vivir. 

domingo, 25 de mayo de 2014

PREDICTIBILIDAD DE LA EVOLUCIÓN DE MENORES FEMINIZANTES O MASCULINIZANTES


Kim Pérez

Estos esquemas nos permiten apuntar algunas perspectivas de la evolución personal desde la menor edad, cuando comienzan a verse estas variaciones de sexogénero.

Desde una edad muy temprana, acaso desde los dos años en adelante, comienzan a verse diferencias conductuales, en relación con menores del mismo sexo aparente.

Estas diferencias conductuales pueden hacer ver en personas XY una delicadeza, o introversión, o preferencia por juegos tranquilos, o sensibilidad, o emotividad o impresionabilidad; en personas XX, pueden suponer una energía intensa, un temperamento más asertivo, más movilidad, y preferencia por juegos rudos, y peleas, y aspereza.

Las variaciones conductuales pueden permanecer inconscientes, si son más ambiguas; las personas mayores pueden ser en cambio muy conscientes de ellas, y comenzar a interactuar con la persona menor en términos de aceptación o rechazo que poco a poco van despertando un eco en su conciencia.  

En otras personas, estas diferencias conductuales pueden hacerse conscientes, si son bastante intensas, y entonces se pueden transformar en diferencias de género, también desde la misma edad temprana, y se hacen visibles, en personas XY y XX, respectivamente en la imitación de la madre o del padre, en la preferencia por las ropas femeninas o masculinas (en este caso, sin poder soportar las femeninas), en los juegos y juguetes de niñas o de niños.

En cuanto a los juguetes, los libremente elegidos, los soñados, los solicitados una y otra vez, pueden ser indicadores de la naturaleza feminizante o ambigua o masculinizante de quienes los piden (es el test de los Reyes Magos o de Papá Noel)  

Hay en ellos dos clases de juegos, unos más definidos como femeninos o masculinos y otros más ambiguos y más nobinarios, lo mismo que, para los más definidos, hay dos niveles, uno más géneroexplícito, y otro más géneroimplícito.

En el primer nivel, el de los objetos, están las muñecas, especialmente los bebés que se puede cuidar y las que se pueden peinar o vestir, visibilizando el propio futuro, y las casitas que representan una seguridad y acogida entre sus cuatro paredes, por una parte;

=y los vehículos y circuitos de competición y los que representan sueños épicos (piratas, la conquista del espacio, muñecos musculados), junto con los juegos electrónicos que representan combates o carreras vertiginosas, por otra.

En el segundo nivel, muy cuidado actualmente por los fabricantes, conscientes de las necesidades del marketing, están las texturas y los colores.

Se pueden encontrar objetos de trapo, blandos, o muñecos con largos cabellos, incluso caballitos con larguísimas crines y colas, y colores claros, tendentes a los tonos pastel, o alegres y luminosos, soleados; casitas por ejemplo con ventanas de par en par y jardineras floridas, y colores rosas, fucsias, celestes, etcétera,

=o bien objetos duros, en colores oscuros (representativos del combate) o sombríos, de aspectos terribles (dinosaurios) o de armamentos de cienciaficción

(En este sentido, tengo que registrar una evolución sorprendente y criticable en los últimos cincuenta años; antes, los juguetes para los varones eran mucho más alegres, más naturales, trenes, barcos de vela, juegos de construcción o de mecánica, que podían tener perspectivas pacíficas, mientras que los de hoy están hundidos en una agresividad extrema que hace vivir en sueños de placer por la competición y la violencia; basta con ver muchos de los anuncios de televisión para sorprenderse)

En las series de televisión se observa la misma dicotomía: las series para niñas o para niños se diferencian del primer vistazo; en las primeras, colores alegres; en las segundas, colores oscuros; en las primeras, vida diaria, ternura, humor; en las segundas, violencia sonora y visual (ráfagas de estrellas)

Es muy posible que las personas menores XY feminizantes prefieran la tranquilidad de los juguetes y las series para niñas y los menores  XX masculinizantes disfruten de la acción y la violencia virtual de los juguetes y las series para niños.

Y en todas las personas menores, niñas, niños, en todas, se puede observar también una frecuente ambigüedad, en cuanto a la elección de juguetes, compatible con la tendencia mayoritaria; hay por ejemplo muchas mujeres heteras a las que nunca les ha gustado jugar con muñecas.

Obsérvense que son diferencias de sexualidad (de conducta asociada biológicamente al sexo: tranquilidad o movilidad, sensibilidad o acometividad, apacibilidad o combatividad)

Estas variaciones se pueden convertir también en diferencias de identidad de género: entenderse a sí fundamentalmente como una niña o niño, necesidad de expresarse mediante ropa de niña o de niño, elegir para sí un nombre de niña o de niño…

En algunas personas XY feminizantes, en las que he observado que la orientación ginesexual se convierte en identidad es la conducta la que suele ser poco definida en cualquier sentido, por lo que su variación es más que de sexualidad, de género.

Por tanto, nos encontramos ante variaciones que tienen que ver o con la sexualidad o con el género o con una y otro.

También, desde muy temprano, hay variaciones de orientación, aunque esto no tiene que ver directamente con las naturalezas feminizantes o masculinizantes, como no tiene que ver con las asignadas como femeninas o masculinas.

Entre las personas XY feminizantes se pueden encontrar orientaciones androsexuales y quizá más frecuentemente, ginesexuales.

En XX masculinizantes se pueden encontrar orientaciones más frecuentemente ginesexuales y a veces androsexuales.

Antes de la pubertad, las orientaciones suelen ser sobre todo afectivas, de simpatía; en la preadolescencia, puede producirse una mayor definición, en términos negativos.

Uno de los dos sexos es sentido como el otro, el distinto, el incomprensible, independientemente de que, en la adolescencia, el estímulo sexual, el pellizco, venga dado por personas del sexo afín o del diferente, o por las de ambos, o no llegue a sentirse ante nadie.

(El placer)

Para la persona menor, en las edades infantil o preadolescente, feminizante o masculinizante, falta la experiencia de la maduración sexual en la pubertad.

En ese momento, nuevos impulsos, hasta entonces desconocidos, empiezan a aparecer en su conciencia.

Hay que partir de que su sexo conductual o cerebral y su sexo genital son diferentes. Esta palabra significa “que llevan a lugares distintos”. Por tanto, son autónomos, y pueden ser sentidos como contradictorios.

Tal contradicción tiene que ser asimilada por el estado anterior de la mente. La primera experiencia específica es un placer intenso, desconocido e inesperado, ante determinadas experiencias: ante las de la orientación, que hasta entonces puede haberse sentido como una sencilla simpatía, ante la propia identidad, simbolizada en la propia ropa, etcétera

El placer puede sentirse como una puerta nueva, abierta a un mundo desconocido y por el que se desea entrar, para conocerlo mejor, o bien como un enfrentamiento contra el propio sentido de sí, contra la misma identidad, contra lo que se pretende hallar en la vida, una contradicción, una contrariedad que se preferiría no sentir.

(Si se acepta el placer)

En las personas XY feminizantes, si se trata de aceptar el placer, puede ser que integre en la propia sexualidad, en la propia identidad y en la propia orientación. Se trataría sólo de pasar de verse como una niña, a verse como una adolescente, y en ambos casos con gusto.

Pero en ese momento se plantea también la certidumbre de que los rasgos físicos masculinos o femeninos se van a acentuar.

Actualmente, existe una alternativa. The Endocrine Society, de los Estados Unidos, y la Sociedad Endocrinológica Europea, formulan unas recomendaciones en las cuales se acepta que se puede detener la pubertad, con efectos reversibles, por tanto, experimentales para quienes lo deseen, mediante el uso de bloqueadores, y si así se desea, “desde el primer signo de pubertad”, y después una hormonación cruzada, si se desea, desde los doce años, que al principio será reversible, durante algún tiempo, y luego irreversible.

Al usar los bloqueadores, al detener la pubertad, supongo que también se detiene el desarrollo del placer. Para un número alto de personas XY feminizantes, la alternativa puede ser o llegar a sentirlo y desear seguir sintiéndolo, para lo que tendrían que desistir de los bloqueadores y luego de la hormonación cruzada, o aceptar los unos y la otra y no llegar a sentirlo.

La persona XY feminizante que esté en esta situación, tendrá que hacer un balance entre lo que desea y lo que puede perder (elegir es ganar algo aunque se pierda algo) Sólo cada cual, mirando dentro de sí, puede decidir ese balance. Es cierto que se le puede ayudar a hacerlo, pero el peso relativo de cada uno de los factores, sólo desde dentro se puede realizar; la decisión tiene que ser suya. 

Es probable que, en la incertidumbre, prefiera experimentar. Puede ser que con la pubertad hayan aparecido, por ejemplo, impulsos masculinos tan fuertes, tan inesperados y tan gratos, que se quiera experimentar una identidad masculina homosexual (es frecuente) o hetera (menos frecuente)

El principio de libertad de experimentación debe ser respetado aquí. Se trata de la imagen de la madre y el padre caminando detrás, con los brazos abiertos para quitarle peligros y dificultades, abriéndole todas las puertas o dejándole que las abra por su cuenta, entrando a mirar o saliendo y siguiendo.

Los matices siguen siendo infinitos. A veces, las personalidades son tan femeninas, que experimentan un placer inverso al vestir con la ropa masculina, y sin embargo, desean seguir adelante, experimentar toda su corporalidad aparente masculina.   En conjunto, puede llegar a afirmarse “yo me siento mujer, pero no necesito vivir como mujer”.

Cuando se tiene el vivo deseo de experimentar la parcial masculinidad propia, es más prudente aplazar los tratamientos de bloqueo de la pubertad o de hormonación cruzada mientras sigue la experiencia.

 (Si se deniega el placer)

Me parece que, en XX masculinizantes,  la pubertad no les trae una capacidad nueva de placer, sino más bien la certidumbre de que la maduración de su cuerpo aparente, en sentido contrario a lo que piensan y desean, les va a doler anímicamente muchísimo.

Les va a avergonzar, les va a hacer sentir prisioneros de las inercias de su corporalidad.

La formación de los pechos les  va a dificultar duramente su experiencia masculina, porque son un rasgo mayor, difícilmente ocultable; la menstruación les va a parecer la firma de una condena.

 En su caso, creo que la detención de la pubertad será vista siempre con alivio; será deseada, pedida con vehemencia.

La expresión de The Endocrine Society, recomendando que se aplique el tratamiento correspondiente “al primer signo de pubertad”, será tomada por ellos con un inmenso suspiro.

Aun así, sé que algunos XX masculizantes deciden desistir de un proceso ya iniciado; pero no conozco sus circunstancias ni sus motivaciones, sólo que la libertad de experimentación es una condición humanamente necesaria en cualquier momento.

En XY feminizantes, a veces, lo más determinante es el convencimiento de la propia inadecuación a la condición masculina.

Se puede haber sentido, durante años, que no se pueden compartir preferencias, ni juegos, ni actitudes, con los niños varones. Puede ser un sentimiento negativo, que no haya tenido correlato con la afirmación de una identidad femenina, pero puede ser muy intenso. Puede adoptarse una identidad femenina, más como refugio frente a esa desolación, que como verdadero deseo.

Pero la identidad “no masculina” también puede actuar con grandísimo convencimiento. Por tanto, el mismo placer con el que se expresa la genitalidad masculina, al comprenderlo, es rechazado vehementemente, se desea perderlo.

Los elementos identitarios son más fuertes que cualquier placer, puesto que viene producido por la parte aparente masculina que es tan denegada.

El placer que se desea es de hecho femenino, más reposado, más afectivo, menos sensual, no explosivo. Hay un ideal de feminidad al que no se puede renunciar. Puede ser sólo conductual o puede ser, más conscientemente, de género.

En estos casos, también el tratamiento de detención de la pubertad sería recibido con alivio, con esperanza, entre sonrisas. Se sabría que abre nuevas posibilidades, un futuro grato y conforme con la propia naturaleza.

Este acceso al bloqueo de la pubertad y en su momento, a la hormonación cruzada, puede ser por tanto, muy deseable, y cuanto antes para

=la mayoría de los XX masculinizantes, tanto ginesexuales como androsexuales;
=para la parte de las XY feminizantes, para quienes su identidad femenina sea más fuerte que su orientación, androsexual o ginesexual;
=para la mayoría de las XY feminizantes, para quienes su “no masculinidad” sea el sentimiento predominante;
=para la mayoría de las XY feminizantes que encuentran su identidad personal de género en su ginesexualidad.


Para la parte de las XY feminizantes para cuya orientación androsexual sea más fuerte que su identidad, les conviene, si lo deciden por sí mismas, retrasar el bloqueo de la pubertad y la  hormonación cruzada hasta que puedan experimentar el intento de una identidad social de género masculina; si la decisión es propia, puede ser una experiencia grata y sólida, y por supuesto, reversible hacia la feminidad, si se entiende que ésa es la conclusión.

sábado, 24 de mayo de 2014

Difusa convergencia humana


Por Kim Pérez

La sexuación humana es conciencia de la sexuación. Conciencia de estar sexuado, separado, distinto de unos y parecido a otros.

Esta sexuación o escisión tiene dos fases, una de difusión o diversificación, y otra de convergencia.

Biológicamente, la fase de difusión o de diversificación individual consiste en la diferente androgenación de cada ser, que forma un continuo infinitamente matizado entre máxima feminidad (mínima androgenación) y máxima masculinidad (máxima androgenación)

Los andrógenos son causantes de la libido, de manera que no sólo las formas del cuerpo, sino también la menor o mayor intensidad del deseo dependen de ellos,  tanto en mujeres como en hombres, y quizá también la manera activa o pasiva de la orientación, tanto homo como hetera.

Toda esta plenitud de matices explica la afimación de que hay tantos sexos como personas. La variabilidad individual es natural por tanto.  

Esta fase de diversificación, como tiene que ver con la cantidad de andrógenos (aunque no se pueda medir todavía) se podrá formular un día matemáticamente, diciendo que formamos parte de un conjunto difuso (Lotfi A. Zadeh, 1963), cuya condición de pertenencia es un “más o menos” y no un “sí o no”, como sucede en los conjuntos cerrados (“soy más o menos mujer y menos o más hombre” en vez de “soy mujer u hombre”)

Todo esto es biológico, preconsciente, prevoluntario.

Biográficamente, la fase de convergencia se debe en cambio a la conciencia de afinidad o identificación con las personas que están o bien cerca de los dos extremos del continuo o bien en sus partes intermedias.

La mayoría de las personas se identifican más o menos con las cualidades femeninas o masculinas cercanas a los extremos, que se convierten por tanto en atractores estadísticos (“atractor extraño”, Eduard Lorenz, 1965), de los que cada persona está más o menos cerca, de manera difusa, entre las otras que están también más o menos cerca, pero no quietas, no estáticas, sino gravitando hacia ese atractor.

Una minoría se puede sentir atraída por identificarse con cualidades ambiguas, intermedias o alejadas de ambos extremos, que se constituyen por tanto en atractores estadísticos menores.

Todo esto es consciente, voluntario, humano, puesto que se funda en una conciencia de afinidad que nos acerca a un atractor, a la que la acompaña una conciencia de desafinidad con otras personas, que nos separa de otro o de otros.

Esta afinidad es sobre todo pensada o sentida, consciente, y puede alinearse con el resto del cuerpo o estar cruzada con él; ésta es la causa de la transexualidad.