sábado, 24 de mayo de 2014

Difusa convergencia humana


Por Kim Pérez

La sexuación humana es conciencia de la sexuación. Conciencia de estar sexuado, separado, distinto de unos y parecido a otros.

Esta sexuación o escisión tiene dos fases, una de difusión o diversificación, y otra de convergencia.

Biológicamente, la fase de difusión o de diversificación individual consiste en la diferente androgenación de cada ser, que forma un continuo infinitamente matizado entre máxima feminidad (mínima androgenación) y máxima masculinidad (máxima androgenación)

Los andrógenos son causantes de la libido, de manera que no sólo las formas del cuerpo, sino también la menor o mayor intensidad del deseo dependen de ellos,  tanto en mujeres como en hombres, y quizá también la manera activa o pasiva de la orientación, tanto homo como hetera.

Toda esta plenitud de matices explica la afimación de que hay tantos sexos como personas. La variabilidad individual es natural por tanto.  

Esta fase de diversificación, como tiene que ver con la cantidad de andrógenos (aunque no se pueda medir todavía) se podrá formular un día matemáticamente, diciendo que formamos parte de un conjunto difuso (Lotfi A. Zadeh, 1963), cuya condición de pertenencia es un “más o menos” y no un “sí o no”, como sucede en los conjuntos cerrados (“soy más o menos mujer y menos o más hombre” en vez de “soy mujer u hombre”)

Todo esto es biológico, preconsciente, prevoluntario.

Biográficamente, la fase de convergencia se debe en cambio a la conciencia de afinidad o identificación con las personas que están o bien cerca de los dos extremos del continuo o bien en sus partes intermedias.

La mayoría de las personas se identifican más o menos con las cualidades femeninas o masculinas cercanas a los extremos, que se convierten por tanto en atractores estadísticos (“atractor extraño”, Eduard Lorenz, 1965), de los que cada persona está más o menos cerca, de manera difusa, entre las otras que están también más o menos cerca, pero no quietas, no estáticas, sino gravitando hacia ese atractor.

Una minoría se puede sentir atraída por identificarse con cualidades ambiguas, intermedias o alejadas de ambos extremos, que se constituyen por tanto en atractores estadísticos menores.

Todo esto es consciente, voluntario, humano, puesto que se funda en una conciencia de afinidad que nos acerca a un atractor, a la que la acompaña una conciencia de desafinidad con otras personas, que nos separa de otro o de otros.

Esta afinidad es sobre todo pensada o sentida, consciente, y puede alinearse con el resto del cuerpo o estar cruzada con él; ésta es la causa de la transexualidad.



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