Por Kim Pérez
La sexuación humana es conciencia
de la sexuación. Conciencia de estar sexuado, separado, distinto de unos y
parecido a otros.
Esta sexuación o escisión tiene
dos fases, una de difusión o diversificación, y otra de convergencia.
Biológicamente, la fase de
difusión o de diversificación individual consiste en la diferente androgenación
de cada ser, que forma un continuo infinitamente matizado entre máxima
feminidad (mínima androgenación) y máxima masculinidad (máxima androgenación)
Los andrógenos son causantes de
la libido, de manera que no sólo las formas del cuerpo, sino también la menor o
mayor intensidad del deseo dependen de ellos,
tanto en mujeres como en hombres, y quizá también la manera activa o
pasiva de la orientación, tanto homo como hetera.
Toda esta plenitud de matices
explica la afimación de que hay tantos sexos como personas. La variabilidad
individual es natural por tanto.
Esta fase de diversificación, como
tiene que ver con la cantidad de andrógenos (aunque no se pueda medir todavía)
se podrá formular un día matemáticamente, diciendo que formamos parte de un
conjunto difuso (Lotfi A. Zadeh, 1963), cuya condición de pertenencia es un
“más o menos” y no un “sí o no”, como sucede en los conjuntos cerrados (“soy
más o menos mujer y menos o más hombre” en vez de “soy mujer u hombre”)
Todo esto es biológico,
preconsciente, prevoluntario.
Biográficamente, la fase de
convergencia se debe en cambio a la conciencia de afinidad o identificación con
las personas que están o bien cerca de los dos extremos del continuo o bien en
sus partes intermedias.
La mayoría de las personas se
identifican más o menos con las cualidades femeninas o masculinas cercanas a
los extremos, que se convierten por tanto en atractores estadísticos (“atractor
extraño”, Eduard Lorenz, 1965), de los que cada persona está más o menos cerca,
de manera difusa, entre las otras que están también más o menos cerca, pero no quietas,
no estáticas, sino gravitando hacia ese atractor.
Una minoría se puede sentir
atraída por identificarse con cualidades ambiguas, intermedias o alejadas de
ambos extremos, que se constituyen por tanto en atractores estadísticos
menores.
Todo esto es consciente, voluntario,
humano, puesto que se funda en una conciencia de afinidad que nos acerca a un
atractor, a la que la acompaña una conciencia de desafinidad con otras personas,
que nos separa de otro o de otros.
Esta afinidad es sobre todo pensada
o sentida, consciente, y puede alinearse con el resto del cuerpo o estar
cruzada con él; ésta es la causa de la transexualidad.
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