Kim Pérez
Digo “niñes femenines” porque la primera realidad asombrosa que se ve es
ésta : son aparentemente niños XY y son
femeninos o muy femeninos de actitudes y conducta, desde los dos, tres o cuatro
años.
Algunos son conscientes de esto, y dicen “soy una niña” y
otros son inconscientes, y dicen “soy un niño”.
Unos procurarán vivir como niñas y otros procurarán vivir
como niños, aunque poco a poco encontrarán dificultades que les harán
replantearse la conciencia de sí.
En resumen, a partir de dos percepciones de partida, que aparentemente
son niños y que son femeninos, se puede consolidar con los años una identidad
plenamente femenina, o una identidad intersex o ambigua, o un intento de adaptar esa feminidad
natural a una aparente masculinidad.
Este último intento puede ser consciente e incluso
voluntario, una vez que se sopesan pros y contras.
Por eso, en esa edad no es realista llamarles niños, y es
prematuro llamarles niñas, antes de que se decidan las posibilidades que pueden
tener abiertas.
Como principio pedagógico, planteo a las madres y padres lo
siguiente: su función, como la de todo educador, es caminar detrás, y no
delante de estas criaturas, como se hace con la que aprende a andar;
protegerlas como si fuera con los brazos abiertos en su
cercanía, de todo daño;
enseñarles todas las puertas que haya a su paso, y dejarles
que entren por ellas y vean las estancias a las que se abren;
aconsejarles todo lo que sea necesario cada vez que vuelvan
sus miradas a sus padres;
y respaldarles en las decisiones que vayan tomando, sean
cuales fueren y les gusten o no; los humanos tenemos el derecho de equivocarnos
por nosotros mismos y de rectificar si es posible.
= = = =
(¿Por qué?)
¿Por qué surgen en personas XY esas cualidades femeninas?
La duda principal ha sido entre naturaleza y educación, “nature
or nurture”, como se dice en inglés.
¿Tiene un papel importante el medio en se haya criado un niño?
¿Que haya amado a su madre hasta el punto de identificarse con ella? ¿O
que se haya criado entre mujeres?
Esto último no, pero la relación con su padre es vital. El
ser humano está hecho de aprendizajes, y entre ellos está la identidad, que es
la conciencia de sí como hombre o mujer, la aceptación gustosa de ser hombre o
mujer.
Unas pocas veces, hablo de lo que sé, hay niños, que han sido normalmente masculinos, en actitudes
y preferencias, pero que se han criado
con un padre terrible, aterrador, duro, agresivo, ofensivo, incluso
maltratador, aunque no es preciso llegar a tanto, por lo que han tenido que refugiarse en su
madre, detrás de las faldas de su madre, como se suele decir.
No han podido identificarse con su padre, en modo alguno. La
masculinidad ha sido para ellos sinónimo de miedo y la feminidad de refugio.
Han llegado a identificarse con su madre. Desear protegerla y desear ser como
ella. La ropa de mujer ha llegado a ser para ellos el camino de salvación, y
desean vestir y vivir como mujeres, aunque no sean muy femeninos en otros
aspectos.
Otras veces, es una situación intermedia. No son muy
masculinos y son un poco femeninos, y el padre no los acepta, sin ser agresivo.
Cumple con sus obligaciones paternas y sólo se distancia afectivamente,
pensando que el niño no se dará cuenta. Pero el niño lo necesita, y le falta un
contacto con su padre que le permita identificarse con él. La consecuencia es
que no llega nunca a una verdadera identificación con la masculinidad, cálida y
jubilosa, llena de afectos, y de experiencias comunes, y si puede, no sólo quiere
a su madre, sino que se identifica con ella, en mayor o menor medida.
Llegando más lejos, nos encontramos con niñes que son ya
femenines por temperamento, no sólo poco masculinos. La relación con su padre puede ser afectuosa,
pero es su naturaleza la que le empuja a identificarse con las niñas y con las
mujeres. Prefiere jugar con niñas, antes que con niños y se imagina como una
mujer en el futuro.
He estado hablando de niños masculinos, poco masculinos,
femeninos, entre los que se puede distinguir entre algo femeninos y muy
femeninos…
Esta gradación, en las naturalezas, es algo natural y
beneficioso para la especie. Los hombres muy masculinos, acometedores,
enérgicos, activos, son convenientes para todas las situaciones que requieren
capacidad de defensa; suelen expresarse, mientras, en la pasión por el deporte.
Pero los hombres reflexivos, tranquilos, físicamente
pasivos, masculinos, pero no tanto, suelen ser útiles para el estudio, para las
ciencias y las artes…
Lo mismo sucede entre las mujeres, entre quienes las muy
femeninas suelen ser muy maternales y volcadas afectivamente en el cuidado de la familia, algo compatible por
cierto con una dedicación laboral,
mientras que hay mujeres menos femeninas para las que es el estudio, la
ciencia o el arte su vocación principal.
Es difícil poner un límite entre la masculinidad menor y la
feminidad o la feminidad menor y la masculinidad.
Al hablar de estas
diferencias naturales, que las vemos a cada momento en la calle, estamos
hablando de algo que tiene que ver con las diferencias y las gradaciones de la
hormonación natural en la edad prenatal.
= = = =
(¿Cómo somos?)
¿Cómo son les niñes femenines?
Como se ha visto antes, también hay una gradación en su
feminidad.
Algunos no son femeninos por naturaleza, sino por su medio
ambiente, por razones de identificación, es decir, por adaptación, por
supervivencia frente a la hostilidad paterna. Esto puede ser una voluntad secreta,
íntima, que no necesite expresarse socialmente.
En la escolarización, pueden jugar con niños y a juegos de
niños, pero sin que se puedan establecer ya lazos de compañerismo, de afecto
mutuo entre ellos. Pueden ser niños solitarios, pero voluntariamente sin
amigos. Las niñas en cambio les parecen su ideal de vida y pueden buscar su
amistad y compañía. Son aceptados por los niños, no sufren acoso, puesto que no
dan indicios de feminidad.
Pero quizá, en su secreto, alguna vez se confíen a sus
madres, diciéndoles: “Mamá, quiero ser una niña”.
He hablado también de niños algo femeninos.
Pueden ser conscientes o inconscientes de su relativa
feminidad.
En el primer caso, les resulta visible a quienes les rodean,
menos a ellos mismos. Suele ser por indicios más o menos sutiles: son muy
tranquilos, caseros, no les gusta jugar con los niños a sus juegos a menudo
turbulentos.
Son introvertidos, pueden pasarse horas leyendo, muy
sensibles, se pueden echar a llorar por cualquier cosa, sensitivos, porque son
finos en sus percepciones de la vida natural o humana.
Como no hay nada muy femenino en su manera de ser, pueden no
tener conciencia de ello, y formar una identidad masculina a su manera.
Pero para otros, esta relativa feminidad es evidente. Un
padre muy masculino puede sentirlos extraños y rechazarlos, lo que con el
tiempo puede tener hondas consecuencias. Al escolarizarse, los niños no suelen
encontrar ocasiones de reírse de ellos, en su discreción, pero sí para que no
les guste su manera de ser y para aislarlos.
Si, con el tiempo, alguno les llama “mariquita”, puede ser
con gran sorpresa por su parte, porque nunca se hayan sentido así. Sin embargo,
si no cuentan con el apoyo paterno, pueden sentirse gradualmente inadaptados a
la masculinidad y conscientes de su propia relativa feminidad, desde los diez
años aproximadamente.
En cambio, muchas veces la feminidad es tan visible, que son
conscientes de ella desde sus primeros años, desde los dos o los tres.
Lo son, porque les encanta la ropa de niña y rechazan la de
niño. Buscan incluso con pasión la ropa femenina para ponérsela, imitan a su
madre pintándose la cara como pueden. Interiormente, saben que son niñas desde
el primer momento y se dicen o dicen a su madre: “Soy una niña” (no “quiero ser
una niña”, sino “soy”)
Juegan con las niñas, a juegos de niñas, tienen sueños de
niñas como ser princesas, lo que les puede llevar a un acoso fortísimo por
parte del padre y de los niños. La madre y las niñas pueden también ser su
refugio.
= = =
(Represión o expresión)
Hasta ahora, la norma social ha sido la represión.
Ha podido tomar la forma de autorrepresión.
Simplemente, observar la realidad del acoso dirigido a otras
víctimas, ha sido para muches niñes femenines la ocasión secreta de intentar
masculinizarse, de endurecer la manera de hablar, de hipermasculinizarse incluso,
copiando las conductas que podían parecer más masculinas, de rezar en silencio
pidiendo que esa feminidad desapareciera.
Los resultados han podido parecer positivos, pero su costo
ha sido enorme.
Puede haber producido una amnesia, que obliga años después a
preguntar a la madre cuáles fueron las primeras señales de la propia feminidad.
Esta amnesia puede ser tan total, que ya en la adolescencia
y la juventud, la consciencia sólo puede registrar una inquietud o un malestar
que no se puede saber siquiera cuál es su causa.
Se vive a oscuras de la propia naturaleza, y hasta
rechazando cualquier brizna de recuerdo que pueda volver a la mente.
Generalmente, la represión estalla, después de la pubertad,
en forma de homosexualidad. Pero también es frecuente que se sienta que la
homosexualidad no corresponde a la propia naturaleza, cuando el compañero
homosexual insiste en valorar la que supone masculinidad propia.
Por eso, es tan fundamental que las madres y padres ahora
estén dando el paso de evitar toda represión, la que ha existido hasta ahora
como una atmósfera contaminada en la vida trans y nos ayuden en le expresión,
que es como un chorro de aire fresco y natural.
En España esto ocurre quizá desde 2010 o 2011. Va cada vez a
más, como un hecho de civilización, que va siendo comprendido y reconocido por
todos.
Lo más sencillo que puede desear une niñe femenine es vivir
como una niña en su familia y en su escuela, los dos medios en los que
transcurre su vida.
Ya va empezando a haber en España disposiciones legales que
le ayudan a ello, como conseguir la documentación necesaria y que se aseguren
sus derechos escolares.
Se sabe que la niñez, la adolescencia y la juventud son
edades de experimentación. El respeto a
la vida en formación exige que no se dé nada por decidido definitivamente, que
se le deje pleno derecho a decidir sus ensayos, sus aciertos y sus errores.
Lo que he visto hasta ahora es que, dada la realidad de su naturaleza
femenina, normalmente sienten una adaptación mucho mejor viviendo como niñas
que como niños, pero no se puede excluir
una reflexión que voy a hacer más adelante y que puede hacerles sacrificar su
identidad femenina para conseguir vivir más plenamente su orientación afectiva
hacia los varones.
= = =
(¿Genitalidad?)
Para muches, en esas primeras edades, no hay tampoco
conciencia de la genitalidad.
Los sentimientos que he expresado son sobre todo
sentimientos de género, relacionados con la identificación con las mujeres como
conjunto social.
No se entiende el sentido de la genitalidad, puede parecer
relacionada sólo con la manera de hacer pis, y por tanto, la evolución
personal, la memoria, la identidad pueden desenvolverse mucho tiempo al margen
de la genitalidad.
Eso explica que muches de estes niñes, la mayoría, si deciden vivir como mujeres, pueden decir
que no necesitan operarse; la genitalidad no tiene que ver con sus
sentimientos.
Sin embargo, algunes pueden haber formado una conciencia
temprana.
Pueden haber constatado que hay una diferencia entre los
cuerpos de los hombres y las mujeres, y si rechazan ser hombres, pueden también
rechazar la masculinidad, o pensar que les gustaría ser como las mujeres.
Pueden esperar, durante esos años, que esos órganos se
caerán solos con la edad. O rezar para que desaparezcan.
En ese caso, desearán operarse cuando sepan que es una
posibilidad real.
Cuando no ha habido conciencia temprana de esto, y en medio
ha habido preocupaciones de género, de adaptación o inadaptación, de
identificación o no identificación, pero la genitalidad ha pasado inadvertida
durante años, puede ser la pubertad lo que cambia los datos del planteamiento,
obligando a una revisión.
Como hay adolescentes muy femeninas que les aceptan y adolescentes
menos femeninas que les rechazan, tengo el sentimiento hondo de que esta
aceptación o rechazo tienen que ver con estructuras cerebrales aparte de las
que tienen que ver con la identidad de género.
El rechazo de los genitales puede tener que ver sólo con
ellos, como órgano, no con su valoración sexual como símbolo de masculinidad o
feminidad. Se rechazan por ellos mismos y ante la propia conciencia. Pueden
sentirse como ajenos al propio cuerpo y saber por qué, sin necesidad de
referirse a las presiones ajenas, sólo al sentimiento personal de desolación
frente a esos genitales.
Si no hay un rechazo tan definido, conviene que cada cual
decida, ante sí, y al margen de la presión social, cómo está formada su
identidad, y concluir diciendo: “yo sé que soy una mujer y no necesito
operarme”
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(Pubertad)
He empezado a hablar de la llegada de la pubertad masculina,
como una ola por la que deben pasar esos niños femeninos, que va a ser nueva
para ellos, y obligarles a plantear de una manera inesperada y mucho más
matizada su futuro.
En primer lugar, la cuestión de la orientación, antes
desvaída, va a adquirir una fuerza enorme y una sensación de apremio inmediato.
Voy a hablar, desde ahora, de orientación androsexual, hacia
el varón, o ginesexual, hacia la mujer, para evitar las complicaciones que se
producen, cuando se habla de adolescentes femeninos, con los términos
homosexual o heterosexual.
Cuando se trata de niñes androsexuales, pueden sentir su
orientación como un impulso clarísimo, que los ha llevado a enamorarse, generalmente
en secreto de los niños y que no tiene equivalente en relación con las niñas.
Esto, en principio, puede consolidar su identidad femenina,
pero si es muy fuerte, puede propiciar una elección entre identidad y
orientación. En la adolescencia, ya se puede empezar a tener conciencia de las
dificultades que pueden encontrar, como adolescentes transexuales, incluso por
los homosexuales.
El conflicto entre su deseo de amor y compañía y su realidad
personal, puede hacerles incluso sacrificar ésta. Cuando se pasa de la
adolescencia a la juventud, pueden llegar a decirse: “Yo me siento mujer, pero
no necesito vivir como mujer”. Esta frase puede significar que se sienten
mujeres al ser amadas, en el centro de su vida que es el amor, y que todo lo
demás puede pasar a segundo plano.
También los varones homosexuales que las aman pueden valorar
su masculinidad corporal y su feminidad psicológica. Pueden vivirse unas
complejas relaciones de género que quedan
sin embargo invisibles socialmente. En la pareja, se puede valorar que a
uno le gusta el fútbol y que al otro le gusta leer. Que uno prefiera conducir el auto, y al otro
le guste ser llevado. Creo que en sociedad se valora demasiado el género
visible (ropa, arreglo, nombre legal), mientras que en la pareja puede valorarse sobre todo el género invisible.
Por eso, se puede explicar que haya un número alto de niñes
femenines androsexuales que, de mayores, eligen una identidad aparentemente
masculina, como gays, y no sólo por represión, sino como expresión de su
afectividad.
A la vez, pueden ser muy conscientes de que no son como la
mayoría de los gays, que valoran
exclusivamente la masculinidad y rechazan la feminidad, sino que en sus
vidas debe valorarse siempre la feminidad que les es propia.
Esto que he explicado se refiere a las dificultades de la
transexualidad androsexual.
Paradójicamente, en este ámbito, la transexualidad ginesexual
encuentra menos dificultades. Es posible para las mujeres transexuales encontrar
a veces un espacio de convivencia con las mujeres a las que aman.
= = = =
(Experiencias)
Por eso decía que es preciso que las madres y los padres
vayan tras los hijos, abriendo sus brazos para protegerlos, pero sabiendo que
las decisiones finales serán tomadas por los propios hijos y por razones cuyo
peso sólo ellos sabrán.
En unos momentos en que ya las madres y los padres les están
dando un apoyo que tanto hemos necesitado, se plantea una seria cuestión
práctica.
Pongamos que la pubertad empieza. Los protocolos de The
Endocrine Society, de los Estados Unidos, y de la Sociedad Europea de
Endocrinología, prevén que se empiece a dar bloqueadores de la pubertad al
primer signo de pubertad.
Sin embargo, como acabo de explicar, a veces la experiencia
de la pubertad masculina es necesaria para entender los propios equilibrios y
decidir el propio futuro.
Esos bloqueadores de la pubertad por definición impiden una
experiencia de pubertad masculina.
Su intención es evitar un desarrollo masculino en términos
que después puedan dificultar una integración social como mujer: estatura,
forma ósea, forma del rostro, voz (sobre todo), barba…
Pero hay un lapso entre los primeros signos de pubertad y
ese desarrollo. Quizá durante un año, el adolescente conserve su aspecto
anterior a la vez que sus sentimientos, su imaginación, sus deseos, van
creciendo, antes que todo lo otro y con gran fuerza.
Creo que hay que darle la oportunidad de vivir esa
experiencia, de hablar de ella, y, llegado el momento, de decidir por sí y con
conocimiento de causa.
Se trataría por tanto de aprovechar esa ventana que da la
naturaleza entre los primeros signos de pubertad bioquímica y sus primeros
efectos corporales visibles. Pasaría este lapso y sería la persona trans quien
tomara la decisión de seguir adelante, con la ayuda de hondas conversaciones
con sus padres y un psicólogo, si fuere necesario.
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