Kim Pérez
Estos esquemas nos permiten
apuntar algunas perspectivas de la evolución personal desde la menor edad,
cuando comienzan a verse estas variaciones de sexogénero.
Desde una edad muy temprana,
acaso desde los dos años en adelante, comienzan a verse diferencias
conductuales, en relación con menores del mismo sexo aparente.
Estas diferencias conductuales pueden
hacer ver en personas XY una delicadeza, o introversión, o preferencia por
juegos tranquilos, o sensibilidad, o emotividad o impresionabilidad; en
personas XX, pueden suponer una energía intensa, un temperamento más asertivo, más
movilidad, y preferencia por juegos rudos, y peleas, y aspereza.
Las variaciones conductuales
pueden permanecer inconscientes, si son más ambiguas; las personas mayores
pueden ser en cambio muy conscientes de ellas, y comenzar a interactuar con la
persona menor en términos de aceptación o rechazo que poco a poco van
despertando un eco en su conciencia.
En otras personas, estas
diferencias conductuales pueden hacerse conscientes, si son bastante intensas,
y entonces se pueden transformar en diferencias de género, también desde la
misma edad temprana, y se hacen visibles, en personas XY y XX, respectivamente
en la imitación de la madre o del padre, en la preferencia por las ropas
femeninas o masculinas (en este caso, sin poder soportar las femeninas), en los
juegos y juguetes de niñas o de niños.
En cuanto a los juguetes, los
libremente elegidos, los soñados, los solicitados una y otra vez, pueden ser
indicadores de la naturaleza feminizante o ambigua o masculinizante de quienes
los piden (es el test de los Reyes Magos o de Papá Noel)
Hay en ellos dos clases de
juegos, unos más definidos como femeninos o masculinos y otros más ambiguos y
más nobinarios, lo mismo que, para los más definidos, hay dos niveles, uno más
géneroexplícito, y otro más géneroimplícito.
En el primer nivel, el de los objetos,
están las muñecas, especialmente los bebés que se puede cuidar y las que se
pueden peinar o vestir, visibilizando el propio futuro, y las casitas que
representan una seguridad y acogida entre sus cuatro paredes, por una parte;
=y los vehículos y circuitos de
competición y los que representan sueños épicos (piratas, la conquista del
espacio, muñecos musculados), junto con los juegos electrónicos que representan
combates o carreras vertiginosas, por otra.
En el segundo nivel, muy cuidado
actualmente por los fabricantes, conscientes de las necesidades del marketing,
están las texturas y los colores.
Se pueden encontrar objetos de
trapo, blandos, o muñecos con largos cabellos, incluso caballitos con
larguísimas crines y colas, y colores claros, tendentes a los tonos pastel, o
alegres y luminosos, soleados; casitas por ejemplo con ventanas de par en par y
jardineras floridas, y colores rosas, fucsias, celestes, etcétera,
=o bien objetos duros, en colores
oscuros (representativos del combate) o sombríos, de aspectos terribles
(dinosaurios) o de armamentos de cienciaficción
(En este sentido, tengo que
registrar una evolución sorprendente y criticable en los últimos cincuenta
años; antes, los juguetes para los varones eran mucho más alegres, más
naturales, trenes, barcos de vela, juegos de construcción o de mecánica, que
podían tener perspectivas pacíficas, mientras que los de hoy están hundidos en
una agresividad extrema que hace vivir en sueños de placer por la competición y
la violencia; basta con ver muchos de los anuncios de televisión para
sorprenderse)
En las series de televisión se
observa la misma dicotomía: las series para niñas o para niños se diferencian
del primer vistazo; en las primeras, colores alegres; en las segundas, colores
oscuros; en las primeras, vida diaria, ternura, humor; en las segundas,
violencia sonora y visual (ráfagas de estrellas)
Es muy posible que las personas
menores XY feminizantes prefieran la tranquilidad de los juguetes y las series
para niñas y los menores XX
masculinizantes disfruten de la acción y la violencia virtual de los juguetes y
las series para niños.
Y en todas las personas menores,
niñas, niños, en todas, se puede observar también una frecuente ambigüedad, en
cuanto a la elección de juguetes, compatible con la tendencia mayoritaria; hay
por ejemplo muchas mujeres heteras a las que nunca les ha gustado jugar con
muñecas.
Obsérvense que son diferencias de
sexualidad (de conducta asociada biológicamente al sexo: tranquilidad o
movilidad, sensibilidad o acometividad, apacibilidad o combatividad)
Estas variaciones se pueden
convertir también en diferencias de identidad de género: entenderse a sí
fundamentalmente como una niña o niño, necesidad de expresarse mediante ropa de
niña o de niño, elegir para sí un nombre de niña o de niño…
En algunas personas XY
feminizantes, en las que he observado que la orientación ginesexual se convierte
en identidad es la conducta la que suele ser poco definida en cualquier
sentido, por lo que su variación es más que de sexualidad, de género.
Por tanto, nos encontramos ante
variaciones que tienen que ver o con la sexualidad o con el género o con una y
otro.
También, desde muy temprano, hay
variaciones de orientación, aunque esto no tiene que ver directamente con las
naturalezas feminizantes o masculinizantes, como no tiene que ver con las asignadas
como femeninas o masculinas.
Entre las personas XY
feminizantes se pueden encontrar orientaciones androsexuales y quizá más
frecuentemente, ginesexuales.
En XX masculinizantes se pueden
encontrar orientaciones más frecuentemente ginesexuales y a veces
androsexuales.
Antes de la pubertad, las
orientaciones suelen ser sobre todo afectivas, de simpatía; en la
preadolescencia, puede producirse una mayor definición, en términos negativos.
Uno de los dos sexos es sentido
como el otro, el distinto, el incomprensible, independientemente de que, en la
adolescencia, el estímulo sexual, el pellizco, venga dado por personas del sexo
afín o del diferente, o por las de ambos, o no llegue a sentirse ante nadie.
(El placer)
Para la persona menor, en las
edades infantil o preadolescente, feminizante o masculinizante, falta la
experiencia de la maduración sexual en la pubertad.
En ese momento, nuevos impulsos,
hasta entonces desconocidos, empiezan a aparecer en su conciencia.
Hay que partir de que su sexo
conductual o cerebral y su sexo genital son diferentes. Esta palabra significa “que
llevan a lugares distintos”. Por tanto, son autónomos, y pueden ser sentidos
como contradictorios.
Tal contradicción tiene que ser
asimilada por el estado anterior de la mente. La primera experiencia específica
es un placer intenso, desconocido e inesperado, ante determinadas experiencias:
ante las de la orientación, que hasta entonces puede haberse sentido como una sencilla
simpatía, ante la propia identidad, simbolizada en la propia ropa, etcétera
El placer puede sentirse como una
puerta nueva, abierta a un mundo desconocido y por el que se desea entrar, para
conocerlo mejor, o bien como un enfrentamiento contra el propio sentido de sí,
contra la misma identidad, contra lo que se pretende hallar en la vida, una
contradicción, una contrariedad que se preferiría no sentir.
(Si se acepta el placer)
En las personas XY feminizantes,
si se trata de aceptar el placer, puede ser que integre en la propia sexualidad,
en la propia identidad y en la propia orientación. Se trataría sólo de pasar de
verse como una niña, a verse como una adolescente, y en ambos casos con gusto.
Pero en ese momento se plantea
también la certidumbre de que los rasgos físicos masculinos o femeninos se van
a acentuar.
Actualmente, existe una
alternativa. The Endocrine Society, de los Estados Unidos, y la Sociedad
Endocrinológica Europea, formulan unas recomendaciones en las cuales se acepta
que se puede detener la pubertad, con efectos reversibles, por tanto,
experimentales para quienes lo deseen, mediante el uso de bloqueadores, y si
así se desea, “desde el primer signo de pubertad”, y después una hormonación
cruzada, si se desea, desde los doce años, que al principio será reversible,
durante algún tiempo, y luego irreversible.
Al usar los bloqueadores, al
detener la pubertad, supongo que también se detiene el desarrollo del placer.
Para un número alto de personas XY feminizantes, la alternativa puede ser o
llegar a sentirlo y desear seguir sintiéndolo, para lo que tendrían que
desistir de los bloqueadores y luego de la hormonación cruzada, o aceptar los
unos y la otra y no llegar a sentirlo.
La persona XY feminizante que
esté en esta situación, tendrá que hacer un balance entre lo que desea y lo que
puede perder (elegir es ganar algo aunque se pierda algo) Sólo cada cual,
mirando dentro de sí, puede decidir ese balance. Es cierto que se le puede
ayudar a hacerlo, pero el peso relativo de cada uno de los factores, sólo desde
dentro se puede realizar; la decisión tiene que ser suya.
Es probable que, en la
incertidumbre, prefiera experimentar. Puede ser que con la pubertad hayan
aparecido, por ejemplo, impulsos masculinos tan fuertes, tan inesperados y tan
gratos, que se quiera experimentar una identidad masculina homosexual (es
frecuente) o hetera (menos frecuente)
El principio de libertad de
experimentación debe ser respetado aquí. Se trata de la imagen de la madre y el
padre caminando detrás, con los brazos abiertos para quitarle peligros y
dificultades, abriéndole todas las puertas o dejándole que las abra por su
cuenta, entrando a mirar o saliendo y siguiendo.
Los matices siguen siendo
infinitos. A veces, las personalidades son tan femeninas, que experimentan un
placer inverso al vestir con la ropa masculina, y sin embargo, desean seguir
adelante, experimentar toda su corporalidad aparente masculina. En
conjunto, puede llegar a afirmarse “yo me siento mujer, pero no necesito vivir
como mujer”.
Cuando se tiene el vivo deseo de
experimentar la parcial masculinidad propia, es más prudente aplazar los
tratamientos de bloqueo de la pubertad o de hormonación cruzada mientras sigue
la experiencia.
(Si se deniega el placer)
Me parece que, en XX
masculinizantes, la pubertad no les trae
una capacidad nueva de placer, sino más bien la certidumbre de que la
maduración de su cuerpo aparente, en sentido contrario a lo que piensan y
desean, les va a doler anímicamente muchísimo.
Les va a avergonzar, les va a
hacer sentir prisioneros de las inercias de su corporalidad.
La formación de los pechos
les va a dificultar duramente su
experiencia masculina, porque son un rasgo mayor, difícilmente ocultable; la
menstruación les va a parecer la firma de una condena.
En su caso, creo que la detención de la pubertad
será vista siempre con alivio; será deseada, pedida con vehemencia.
La expresión de The Endocrine
Society, recomendando que se aplique el tratamiento correspondiente “al primer
signo de pubertad”, será tomada por ellos con un inmenso suspiro.
Aun así, sé que algunos XX
masculizantes deciden desistir de un proceso ya iniciado; pero no conozco sus
circunstancias ni sus motivaciones, sólo que la libertad de experimentación es una
condición humanamente necesaria en cualquier momento.
En XY feminizantes, a veces, lo
más determinante es el convencimiento de la propia inadecuación a la condición
masculina.
Se puede haber sentido, durante
años, que no se pueden compartir preferencias, ni juegos, ni actitudes, con los
niños varones. Puede ser un sentimiento negativo, que no haya tenido correlato
con la afirmación de una identidad femenina, pero puede ser muy intenso. Puede
adoptarse una identidad femenina, más como refugio frente a esa desolación, que
como verdadero deseo.
Pero la identidad “no masculina”
también puede actuar con grandísimo convencimiento. Por tanto, el mismo placer
con el que se expresa la genitalidad masculina, al comprenderlo, es rechazado vehementemente,
se desea perderlo.
Los elementos identitarios son
más fuertes que cualquier placer, puesto que viene producido por la parte
aparente masculina que es tan denegada.
El placer que se desea es de
hecho femenino, más reposado, más afectivo, menos sensual, no explosivo. Hay un
ideal de feminidad al que no se puede renunciar. Puede ser sólo conductual o
puede ser, más conscientemente, de género.
En estos casos, también el
tratamiento de detención de la pubertad sería recibido con alivio, con
esperanza, entre sonrisas. Se sabría que abre nuevas posibilidades, un futuro
grato y conforme con la propia naturaleza.
Este acceso al bloqueo de la
pubertad y en su momento, a la hormonación cruzada, puede ser por tanto, muy
deseable, y cuanto antes para
=la mayoría de los XX
masculinizantes, tanto ginesexuales como androsexuales;
=para la parte de las XY feminizantes,
para quienes su identidad femenina sea más fuerte que su orientación,
androsexual o ginesexual;
=para la mayoría de las XY
feminizantes, para quienes su “no masculinidad” sea el sentimiento predominante;
=para la mayoría de las XY
feminizantes que encuentran su identidad personal de género en su
ginesexualidad.
Para la parte de las XY
feminizantes para cuya orientación androsexual sea más fuerte que su identidad,
les conviene, si lo deciden por sí mismas, retrasar el bloqueo de la pubertad y
la hormonación cruzada hasta que puedan
experimentar el intento de una identidad social de género masculina; si la
decisión es propia, puede ser una experiencia grata y sólida, y por supuesto,
reversible hacia la feminidad, si se entiende que ésa es la conclusión.