Puede parecer excesivo plantear la filosofía que se va a seguir en un sencillo manual, pero precisamente por ser manual, este libro tiene un carácter práctico, y todo lo práctico requiere una filosofía que lo sostenga y lo vea convertido en una ética. Muchas veces esas filosofías son implícitas, por sabidas, o por ser las dominantes en un momento, pero la cuestión de la transexualidad es tan audaz que requiere que se explicite la filosofía que sigo.
Los humanos nacemos sujetos a dos clases de leyes que están más allá de las humanas: las verdaderamente morales y las naturales.
Las verdaderamente morales son pocas, pero obligan íntimamente a cualquiera: por ejemplo, la vida humana debe ser racional, porque somos racionales; o los humanos debemos vivir libres, porque somos libres. (Está claro que hay pretendidas leyes morales que son irracionales y por tanto no deben ser respetadas)
Las naturales nos sujetan, pero no nos obligan. De hecho, la historia humana es un continuo ejercicio de soberanía sobre las leyes naturales, hasta el punto de que se puede enunciar una ley moral que es la de que la coducta humana debe sobreponerse libremente a la naturaleza, respetando la racionalidad y la responsabilidad.
Lo hacemos, por ejemplo, al curar las enfermedades, hechos naturales que nos sujetan y de los que debemos liberarnos.
Tengo que ser más explícita, por sus consecuencias morales sobre nosotros, al criticar la filosofía escolástica que la Iglesia Católica ha hecho cuasi oficial. En esta filosofía, el término "ley natural" que yo entiendo como "ley racional" significa "respeto a las leyes de la naturaleza", a la que se diviniza entendiéndola como manifestación visible de la voluntad de Dios.
Pero si fuera así, la naturaleza sería moralmente intocable y el hombre no debería transformarla ni en un ápice para atender a sus necesidades, como ha venido haciendo a lo largo de toda su historia.
Tampoco se entenderían las multiformes calamidades naturales, ajenas al hombre, o a la voluntad humana, que contradicen el orden natural al perturbarlo o destruirlo. Si es voluntad de Dios que exista, ¿debe entenderse que la voluntad de Dios lo contradiga y que por tanto Dios se contradice continuamnte a sí mismo?
Hace falta también constatar que el respeto moral a la ley natural sería el respeto a un orden hecho de colmillos, garras y cuernos que, cuando se ha querido respetar tal cual, ha conducido lógicamente a una moral del poder y la imposición, próxima a Nietzsche y a us peores derivaciones.
No; los hechos naturales son sólo hechos, no prescripciones morales. No hay una moral de la natura y la contra natura. La única moral es la de que existe la razón, que tenemos uso de razón, y que debemos usarla para atender racionalmente a nuestras necesidades.
Si una persona es homosexual, eso no es bueno ni malo; es. Pasa lo mismo si es disfórica. Ante los hechos, el ser humano debe actuar racionalmente para ponerlos a su servicio. Si la homosexualidad o la disforia fueran reversibles, probablemente muchos elegirían su reversión, dadas las dificultades o imposiblidades que tenemos que sufrir en otros hechos tan sensibles como la procreación, por ejemplo.
Pero si no son reversibles, hace falta aceptarlas como hechos y ponerlas en lo posible al servicio de los seres humanos que somos.
Aunque hay otra dimensión: los homosexuales a menudo se sienten orgullosos de su manera de sentir y de amar y las personas disfóricas de su identidad, hasta el punto, por nuestra parte al menos, de afirmar la paradoja de que "si volviera a nacer querría ser transexual", y no hombre ni mujer.
Esto se debe a la conciencia de la singularidad de nuestra experiencia, que es la de la transición y al orgullo del desafío a los convencionalismos y a los límites que otros creen que son propios de la condición humana.
Eso equivale a afirmar que la condición humana no tiene límites naturales, pero sí limites morales, que sin embargo son enaltecedores, puesto que a lo que nos obligan precisamente es a superar nuestras condiciones y limitaciones.
En ese sentido, la transexualidad es un ejercicio de soberanía razonada sobre la naturaleza en un terreno que los no transexuales tienden a creer irreversible, una limitación natural que convierten en fundamental y por tanto no sólo es buena sino que es excelente como emblema de la condición humana que es dominio sobre la naturaleza y ejercicio racional de este dominio.
Las personas transexuales somos socialmente un ejemplo límite de soberanía sobre un hecho natural que todas las demás creen indiscutible porque se acomodan bien a él, que es la sexuación. Nosotros situamos la sexuación como uno más de los hechos naturales que pueden ser transformados racional y responsablemente.
No hay que preocuparse por las consecuencias naturales del hecho transexual. La inmnsa mayoría de las personas no son disfóricas y prefieren con naturalidad seguir en su sexo de nacimiento. Pero si alguna persona es disfórica, está señalando a las demás los límites del sistema sexogénero y las demás deben respetar que ella esté fuera.
Por tanto, no es que pretendamos que todos sean transexuales, pero sí ejercemos, antes de todo reconocimiento público, el derecho a serlo, que es racional cuando se dan determinadas condiciones de hecho. En cuanto a nuestra responsabilidad, la ejercemos mediante la apelación a la racionalidad de nuestra conducta.
Terminaré exponiendo que este criterio es precisamente el del Génesis. Los humanos tenemos el derecho de comer de todos los árboles y sólo una obligación: no comer del árbol del bien y del mal, o no pretender decidir por nosotros mismos lo que está bien y lo que está mal. Por ejemplo, no podemos decretar sobre la racionalidad que sea mala. Tampoco podemos decidir que la libertad sea mala y la falta de libertad sea buena. Todo eso nos haría "como dioses" y no soms dioses.
Pero se nos ha entregado la soberanía sobre toda la naturaleza y eso es parte de lo que está bien para nosotros. Y con esta soberanía limitada por el bien y el mal, la responsabilidad moral sobre lo que hagamos con ella. Y la sexuación, como la vegetación, o los planetas, no son realidades divinas, sobrehumanas, sino naturales, sometidas a la racionalidad humana.