Kim Pérez
Actualizado, 23 de agosto de 2015
Esquema. Conducta muy femenina,
perceptible por todos, desde sus primeros años, de origen biológico
(hipoandrogenia conductual intensa)
=Son niñes muy femenines, en
gestos, entonación de la voz, preferencias de ropa, amigas, juegos…
=En la edad escolar, acoso
intenso, que puede llevar a una fase de represión o autorrepresión que puede
llevar a la amnesia o a una aparente masculinización.
=Suelen tener una orientación
definida hacia los varones, por lo que, desde la pubertad, pueden priorizar realistamente
o su identidad o su orientación, como aparentes gays: (“me siento mujer, pero
no necesito vivir como mujer”.
=No suelen tener que operarse,
porque su identidad suele formarse antes que su conciencia genital, aunque
también pueden haber esperado en su niñez que los genitales se cayeran de
manera natural.
= = = =
(Propósito de este estudio)
Planteo este estudio como
formando un par lógico con el relativo al análisis de mi intersexuación. Soy
muy consciente de que, junto a mi ambigüedad más o menos bivalente, existe una
feminidad definida en personas XY.
El hecho de escribir estos dos
estudios parte entonces de la constatación de que hay por lo menos dos maneras
básicas de ser transexual feminizante:
una, parte de una naturaleza conductual ambigua o intersexual; la otra,
de una naturaleza conductual definidamente feminizante.
El esquema biográfico de ambas
suele ser diferente:
=en la primera, intersex, suele
haber una afirmación progresiva de la propia intersexualidad; pero es preciso
superar un estado de confusión debido a que nuestra cultura es binarista,
cuenta sólo con los conceptos duales de mujer/ hombre, femenina/ masculino,
heterosexual/ homosexual, y no tiene en cuenta que existen realidades terceras,
ni ofrece ni valora sus referencias.
=en la segunda, feminizante,
suele haber una afirmación infantil de la propia feminidad, seguida hasta ahora
por una represión/autorrepresión que lleva a la negación, o desde ahora, por
una ayuda familiar muy útil para la expresión, y que a partir de la pubertad
requiere la valoración personal del propio futuro: o asumiendo que “me siento
mujer, pero no necesito vivir como mujer”`, o asumiendo que “me siento mujer y
necesito vivir como mujer”.
Es decir, parto de una primera
distinción basada en la naturaleza ambigua o feminizante de las personas trans.
Esto es una innovación, nacida a su vez de la propia experiencia transexual,
frente a la distinción realizada hace años por Ray Blanchard, que diferenciaba
a las personas transexuales por su orientación sexual, distinción seguida por
la transexual Anne Lawrence, pero que ha resultado insuficiente como
explicación para muchas personas
transexuales.
En esta segunda forma de
transexualidad feminizante definida, empleo formas verbales ambiguas, (persona XY, menor XY feminizante, incluso la
innovación sintáctica de un tercer género en -e), aunque muchas veces podría
decir simplemente niña XY, porque su
naturaleza es sutil y es preciso por
tanto tener una gran paciencia y un respeto profundo ante sus decisiones,
porque su identidad adulta se formará después de la pubertad, cuando su
feminidad se entenderá o bien como básica y central, requiriéndose la
reasigación de sexogénero, o bien como relativamente marginal, dando lugar a
formas de vida ambiguas o queer o incluso identidades sociales masculinas.
Aunque los fundamentos cerebrales
menos o más androgénicos de la conducta se establecen en la fase prenatal,
hemos de tener en cuenta que la pubertad supone un flujo repentino de
andrógenos sobre el cerebro que puede modificar la conducta hasta cierto punto;
por ejemplo, se puede pasar de una conducta tímida a otra más impulsiva, o de
una indefinición de la orientación, a una definición mucho más clara,
Esta secuencia temporal entre
niñez femenina y pubertad impredecible debe ser tenida muy en cuenta al saber
cómo se debe tratar a una menor XY feminizante. Va unida a la distinción entre
tratamientos reversibles e irreversibles adoptada por The Endocrine Society, de
Estados Unidos, y seguida por la Sociedad Endocrinológica Europea.
Voy a razonar en este estudio una
importante corrección que propongo, sobre este principio, a las propias
recomendaciones de The Endocrine Society. Esta asociación recomienda que los
bloqueadores de la pubertad puedan ser usados desde el primer signo de la misma
(por lo que entiendo, incluso perceptible sólo analíticamente), con la
intención de que el fenotipo y la voz del niñe feminizante no se masculinicen y
pueda insertarse socialmente como mujer con toda naturalidad.
Pero, por lo que he dicho, los
bloqueadores de la pubertad impiden por definición la experiencia de la
pubertad masculina y por tanto la de la libre elección de la criatura entre sus
posibilidades de una identidad social femenina o una identidad social
masculina.
O libre elección, arrostrando la
masculinización de la voz, estatura, etc, o plena inserción en la sociedad,
parecen una antinomia irresoluble. Pero creo que hay un margen para evitar una
dicotomía tan drástica, porque propongo que los endocrinólogos que hagan el
seguimiento de estes niñes usen la ventana que puede existir entre el primer
signo analítico y el primer signo de maduración fenotípica, por ejemplo en la
voz, aproximadamente un año o dos, para permitirles la experiencia de una
pubertad masculina, y decidir por sí mismas si la aceptan o no.
(Cómo son les niñes feminizantes)
Es útil señalar la manera de ser,
para comprender la previsible evolución de las menores XY feminizantes, que son
muy distintes de lo que yo he vivido como niño muy intermedio, masculino
ambiguo o intersexual.
Quiero subrayar que hubiera
querido que mi experiencia hubiera sido la misma que la de elles, que me parece
más hermosa y más sencilla, pero a lo largo de los años he comprendido que no
son iguales, pues lo que para mí ha sido un “quiero ser”, para ellas es un
“soy”.
Para mí, el sentimiento básico ha
sido de nebulosidad, en la que poco a poco, desde los diez años, fui
definiéndome, sintiendo que hubiera sido más feliz naciendo niña, pero a la vez
afirmándome como masculino en parte.
Para elles, la consciencia de ser
muy femeninas o, dando un paso más, de ser en realidad niñas, ha sido tan
precoz, a menudo desde los tres o cuatro años, que ha sufrido la sorpresa de la
oposición social o familiar, unida al miedo, y al deseo de ocultar la propia naturaleza,
disimulándola o masculinizándose.
La autorrepresión es a menudo la
regla, que se puede romper precisamente en la pubertad, no sin grandes
dificultades, gracias a la fuerza de la naturaleza, en forma de querer entenderse como gay, sin que este entendimiento funcione a la
larga.
El sentimiento de ser una niña
puede ser a veces tan natural y profundo, y a la vez, mirando a la sociedad,
tan doloroso, que hay quien ha pedido a Dios no ya amanecer siendo niña, sino
sentirse niño con la misma naturalidad, y no ha podido.
Han preferido jugar a juegos de
niñas, con juguetes de niñas y sobre todo con niñas, aunque hayan elegido
también algunos juguetes de niños, pero se encuentran más en su medio entre
niñas.
Cuando se trata de entender la
propia infancia suelo proponer el “test de los Reyes Magos”, es decir, el
recuerdo de los juguetes y los juegos preferidos, y su significado como
proyecciones del futuro.
Son frecuentes las muñecas de
peinar y vestir, los juegos como princesa o sirenita ¿como ser ambiguo?, aunque
entre las niñas XX se dé a veces un juego sumario con ellas (dejándolas
acostadas todo el día y echándoles colonia, por ejermplo) o tirándolas
directamente al patio.
(Y Ken Corbett, en 1999, llamó la
atención sobre otros contenidos de los juegos con muñecas, que clasificó como
buscando admiración o como defensivos; yo también he pensado que pueden ser
entendidas como personajes de juegos no sexuados, o como compañeras de
aventuras
Muchas veces, también, las madres
y los padres tienen conciencia de la feminidad de estas criaturas antes que
ellas mismas, que sin embargo despiertan ante el acoso escolar. También puede ser que una hermana mayor las
tome bajo su tutela, ante este acoso.
Es también frecuente la imitación
de la imagen de su madre. Se diferencia de la fascinación propia de menores
ambiguos de orientación ginéfila (Edipo) en que, en menores feminizantes, de
orientación andrófila, esta imitación sea sobre todo la del arreglo de su
madre, proyectando en las transformaciones de su apariencia las mismas que
sueñan ver en sí mismas.
En cuanto a la admiración por la
ropa femenina, creo que también tiene una enorme fuerza de autoproyección, por
cuanto la menor XY femenina ve en ella su futuro anhelado.
(¿Por qué?)
¿Por qué surgen en personas XY
estas cualidades femeninas?
Está ya bien establecida la causa
biológica, desde las investigaciones de Swaab y Zhou en torno al área cerebral
llamada BSTc. La línea de investigación que prueba que los cerebros de los
trans masculinos son análogos a los masculinos y los de las trans femeninas
intermedios entre los femeninos y los masculinos, está dando abundantes
resultados con Antonio Guillamón (2011 y 2012), estudiando los escáneres cerebrales
de 24 hombres trans y 18 mujeres trans,
total 42, antes de la hormonación, con
quienes usa técnicas de escaneo y comparación con otros 29 hombres y 23
mujeres, total 52 personas no transexuales.
Estas diferencias cerebrales se
pueden reflejar en los gestos, los gustos, las preferencias, las afinidades,
que distinguen a las mujeres de los hombres; esta conducta puede ser muy
definida (masculina o femenina) o ambigua.
En los humanos, el órgano
fundamental de la sexualidad es el cerebro, dado que somos seres conscientes,
conocedores de nosotros mismos y del medio en el que vivimos, que entendemos
nuestros sentimientos y tenemos la voluntad de vivir lo mejor que podamos, de
modo que nuestro cerebro es más importante que cualquier otro órgano genital.
Sin embargo, las estructuras
cerebrales preparan diversas respuestas conductuales, pero no las aseguran,
pues ello depende también de las historias personales y los condicionantes
culturales de cada sociedad. Es decir, en cuanto a las formas concretas en las
que cada persona XY pueda vivir su feminidad biológica, ésta es condicionante,
pero no determinante, influye pero no obliga.
En sociedades más represivas se
recurrirá más a expresarse con fórmulas de ambigüedad o`de afeminamiento más o
menos sutilmente explícito, que tienda a transmitir la realidad de que “yo me
siento mujer”; en sociedades más libres, se tenderá más a expresarse con
fórmulas transexuales.
En consecuencia, en cada persona,
en cada sociedad, la conducta de género puede ser más o menos lineal o cruzada
con la apariencia corporal; también la identidad de género, el sentimiento de
ser mentalmente hombre, mujer o intersex, puede expresarse más o menos
plenamente, o más o menos convencionalmente, admitiendo concesiones.
(Autorrepresión)
Voy a plantear aquí algo que
todavía es mayoritario y que ojalá deje de serlo. Es una constante que he
observado directamente en estas criaturas, la tendencia a una intensa
autorrepresión desde una edad muy temprana, los cinco o los seis años.
El mecanismo es muy simple: la
toma de consciencia de la represión ambiental produce la autorrepresión.
Al llegar a la edad de la razón,
la menor XY femenina se da cuenta con sorpresa de que sus tendencias naturales,
tan espontáneas, son reprendidas en familia o reprochadas y burladas en la
calle. Enseguida, su propia docilidad, su propia feminidad, le invita a
intentar adaptarse a la norma de la masculinidad.
Puede aprender que andar con
“pies de Teresa” (las puntas hacia dentro) es considerado femenino, y
esforzarse en poner las puntas hacia fuera. Puede comprender que su voz es
demasiado aguda o delicada en sus entonaciones, e intentar hablar de una manera
más enérgica. Puede simular que el fútbol le interesa y fijarse en las
conversaciones de los muchachillos para incorporarse a ellas.
Todo ello es un teatro, una
representación, que le exige un esfuerzo de aprendizaje, pero puede hacerlo con
más facilidad para la escena o menos. En el primer caso, puede hacer de su
aparente masculinidad una segunda naturaleza.
Puede llegar, incluso, a intentar
hipermasculinizarse. Una de las mayores dificultades con que se encuentran
estas personas al crecer es que su aspecto o sus hechos son tan hipermasculinos
que resulta trabajoso encontrar la personalidad femenina que se encuentra
disimulada por ellos.
La autorrepresión, a edades
tempranas, cuando es muy profunda, suele producir amnesia de todo lo que se
intenta reprimir, por lo que se dificulta que la persona XY femenina se comprenda a sí misma. Puede
carecer de la consciencia de su experiencia como hecho constante a lo largo de
su vida. “No me acuerdo”, puede ser la respuesta a las preguntas por su niñez.
Incluso es posible que se sienta un malestar constante sin saber por qué. Lo
reprimido quiere ser expresado, pero la represión bloquea su comprensión,
cualquier toma de consciencia. Los seres humanos necesitamos expresarnos; se
puede entender lo que significan muchos años de consciencia de lo que se quiere
decir estando obligado a callar; pero esto es un paso más: no es fácil
figurarse no saber siquiera lo que se quiere decir.
Puede ser que la autorrepresión
sea lo que explique que los primeros estudios de seguimiento de estas menores
XY feminizantes hayan dado que la mayoría hayan evolucionado en sentido
homosexual, una minoría en sentido heterosexual y una minoría extrema en
sentido transexual.
Cabe deducir que, a medida que la
represión ha ido distendiendo sus manos,
los estudios de seguimiento actuales den una proporción mayor de salidas
transexuales, aunque, por las razones que voy a explicar, estas evoluciones,
aun en circunstancias de libertad, no lleguen a serlo todas.
(Pubertad)
Puedo hablar de experiencias directas,
pues mantengo amistad, relación, correspondencia, con personas jóvenes XY
consideradas femeninas en su niñez, que hoy por hoy viven o bien como varones o
bien como mujeres, después de procesos internos sin intervención de terapia
alguna.
El punto crucial de su evolución
está en su pubertad, en el momento en que la orientación pasa a primer lugar en
la consciencia.
Todas esas personas que conozco,
menos una, tienen una orientación andrófila, de deseo y amor hacia los varones,
que mayoritariamente acompaña a quienes son y se sienten femeninas desde la
primera niñez; sólo una de mis amigas en ese caso es ginéfila.
Entre las personas andrófilas, es
frecuente una decisión por una identidad social gay. Sus matices se expresan en
esa frase que quise entender cuando la oí a un muchacho de apariencia muy
masculina: “Yo me siento mujer, pero no necesito vivir como mujer”.
Supongo que quería decir que se
sentía mujer sobre todo en el sexo, en la relación con los hombres, pero que
eso era tan importante y crucial, que no necesitaba vivir socialmente como una
mujer.
Recuerdo aquí que para las
personas transexuales ginéfilas o para los heteros feminófilos es muy principal
la imagen de la mujer, aureolada por resonacias afectivas y eróticas, pero que
para estas personas XY femeninas no lo es, pues toda su afectividad y erotismo
están puestos en los varones.
Por eso, a partir de la pubertad,
estas personas XY femenina s pueden
elegir entre priorizar su identidad o su orientación.
Entre las primeras, hay personas
que han conseguido vivir con completa coherencia identitaria desde sus primeros
años. Se puede decir que siempre se han sentido mujeres, inequívocamente
mujeres, y que después han llegado a vivir como mujeres con toda naturalidad.
Tengo que señalar que sólo se les
presenta una decisión: operarse o no operarse. Este segundo paso se explica
porque a menudo, su identidad femenina se ha formado tan temprano, que es
fundamentalmente de género, porque no había consciencia alguna de genitalidad.
Cuando, ya adultas, se les pregunta si se operarían, pueden decir: “Es que para
mí no es necesario”.
Pero ahora voy a hablar de
quienes pueden tomar consciencia de que una vida afectiva y sexual como
transexual encuentra más dificultades prácticas que una vida como homosexual.
Estas dificultades pueden provenir de personas típicas heteras, que no las vean
suficientemente femeninas, y de personas típicas homosexuales, que no las vean
definidamente masculinas; se solventa de hecho cuando la posible pareja es a su
vez atípica en orientación.
Pero puede ser que ante las
dificultades estadísticas para encontrar a estas pareja, decidan dejar a un
lado sus posibilidades de identidad social femenina, para vivir con mayor
plenitud su orientación, incluso adoptando la identidad social de hombre
femenino y homosexual.
Es cierto que la identidad
personal femenina sufra con este arreglo. Incluso personas bien adoptadas a
esta expresión social pueden sentir que todo su ser no se expresa
suficientemente aceptando una identidad social masculina, aunque sea atenuada,
y prefieren definirse como queer o
intersex.
En la aceptación parcial de esa
identidad social masculina, pueden intervenir consideraciones aparentemente
menores, como puede ser que deseen disfrutar de la libertad de la vida
masculina, sin las frecuentes sujeciones de la vida femenina, incluso la casi
obligación de un arreglo, sentido como fastidioso. O que sientan hasta un
placer travestista en el hecho de usar las ropas masculinas, que ven como
sexualizadas, cargadas de erotismo. O que les cansen las largas explicaciones
que hay que dar sobre la experiencia transexual, comparadas con la evidencia de
la homosexualidad.
Puede ser que también se
encuentre la facilidad de ser aceptado como un chico muy femenino pero de
aspecto masculino, lo que lo hace muy atractivo para muchas sensibilidades
homosexuales y se puede administrar socialmente sin dificultad alguna.
Hallado este camino, sé que puede
ser que sientan incluso miedo al descubrir la intensidad de su feminidad
(después por ejemplo de una fase de fuerte represión), temiendo “tener” que
emprender una evolución transexual cuando se encuentran bien en una identidad
social homosexual.
En conjunto, todo esto explica
por qué las personas XY femeninas pueden preferir, sin renunciar a su feminidad
una identidad social masculina; recuérdese: “Yo me siento mujer, pero no
necesito vivir como mujer.”
Es posible que les angustie el
verse tratadas por sus parejas simplemente como varones, pero si consiguen
verse tratadas como varones femeninos, valorada su feminidad, objeto de deseo y
de placer, para ellas puede ser suficiente.
Aunque debe recordarse que no es
suficiente para aquellas personas XY femeninas que necesitan vivir su identidad
femenina socialmente.
Pero en general, esto nos lleva a
lo que quería decir al principio de este texto: que para las menores XY
feminizantes hay abiertos dos caminos, el de la homosexualidad y el de la
transexualidad, y que sólo cada persona puede elegir el que desea seguir.
Es conveniente, si así se desea,
vivir durante la niñez y la preadolescencia la experiencia de la
transexualidad; pero hay que admitir que, después de la pubertad, ambas
experiencias pueden quedar abiertas. Por eso, para que pueda elegir por sí misma,
hay que situar los bloqueadores de la pubertad más allá del primer signo sólo
analítico de la pubertad, aprovechando la ventana temporal que queda hasta el
primer signo perceptible en el cuerpo, para que la persona pueda conocer por sí
misma la experiencia de la pubertad y decidir con conocimiento de causa.