Kim Pérez
En elaboración
Actualizada, 18.X.2014
IDEAS GENERALES
En 1991 compré un texto de divulgación, de Anne Moir y David
Jessel, “El sexo en el cerebro”. Hay pruebas, dicen, de que el sexo cerebral
supone una gradación, un continuo; más andrógenos en la matriz, más masculina
la conducta; menos andrógenos, más femenina (página 41).
Veinte años después, la línea de investigación que prueba
que los cerebros de los trans masculinos son análogos a los masculinos y los de
las trans femeninas intermedios entre los femeninos y los masculinos, está
dando abundantes resultados con Antonio Guillamón (2011 y 2012), estudiando los
escáneres cerebrales de 24 hombres trans
y 18 mujeres trans, total 42, antes de la hormonación, con quienes usa técnicas
de escaneo y comparación con otros 29 hombres y 23 mujeres, total 52 personas
no transexuales.
Estas diferencias cerebrales se reflejan en la conducta de
género, que son los gestos, los gustos, las preferencias, las afinidades, que
distinguen a las mujeres de los hombres; esta conducta puede ser muy definida
(masculina y femenina) o ambigua,
manifestándose en todos los hombres y mujeres que actúan de una manera asexual,
o no masculina ni femenina.
Y lo más importante para entender la transexualidad: la conducta de género, que está dirigida por
el cerebro, puede ser lineal, si coincide con la apariencia corporal, o
cruzada, si no coincide.
Vamos descubriendo que “el cerebro tiene sexo; hay niñas con
pene y niños con vagina”, como me resumió Encarnita González, en un comentario
en mi Facebook, en agosto de 2014.
En los humanos, el primer órgano sexual es el cerebro, dado
que somos seres conscientes, conocedores de nosotros mismos y del medio en el
que vivimos, que entendemos nuestros sentimientos y tenemos la voluntad de
vivir lo mejor que podamos, de modo que nuestro cerebro es más importante que
cualquier otro órgano genital.
Por tanto, estas variaciones cerebrales también se expresan
en la identidad, que es un hecho de conocimiento, un pensamiento y un
sentimiento, la idea de lo que soy y lo que quiero ser o no quiero ser.
No sólo la conducta de género puede ser lineal o cruzada con
la apariencia corporal, también la identidad también puede ser lineal, cuando
nuestra manera de ser mental coincide con nuestra apariencia corporal; o puede
ser cruzada, cuando una mente femenina se da con una apariencia masculina o una
mente masculina se da con una apariencia femenina. Y también puede haber mentes
neutras, ni masculinas ni femeninas, que coincidan con apariencias que estén
definidas como masculinas o femeninas.
Estas tres posibilidades o maneras de ser, femenina,
masculina y ambigua (o intersex o neutra), están presentes en las maneras de
ser transexuales.
CLASIFICACIÓN DE LAS PERSONALIDADES TRANS
Voy a hablar de otros aspectos de la sexuación humana, es
decir, del hecho general de que estamos sexuados.
He
hablado ya
=de apariencia
corporal, como parte de una naturaleza;
=de estructura cerebral, como otra parte de la naturaleza, lineal o cruzada respecto a la anterior;
=de estructura cerebral, como otra parte de la naturaleza, lineal o cruzada respecto a la anterior;
=de conducta
de género, como efecto de la naturaleza cerebral, y
=de
identidad de género, como conciencia de esa naturaleza; y tengo que hablar,
=de la
sexualidad, o conducta biológicamente determinada, que incluye la forma de uso
o la valoración positiva, negativa o
neutra de la genitalidad, y
=de orientación
sexual (a quién se desea); en las personas transexuales es más claro hablar de
de ginesexualidad, para referirse a quien ama a las mujeres, androsexualidad, para quien ama a los varones
o de bisexualidad, para quien ama, en diferentes planos, a hombres o mujeres.
Seis
aspectos que deben tenerse en cuenta al estudiar la sexuación. Los he puesto en
lista, porque, mientras quien lea esto no se encuentre familiarizado con los
términos, tendrá que consultar a menudo el significado de cada precisa
denominación.
= = = =
Esta clasificación está basada, como se deduce de lo dicho
por Moir y Jessel, en el grado de androgenación del cerebro y por tanto de la
feminidad o masculinidad de la conducta, pero también señalo dos formas de
conducta de sexogénero que no parecen tener ese origen biológico, sino
referirse a causas biográficas.
Tanto la androgenación como las causas biográficas no forman
divisiones netas, sino un continuo que va de menos a más, de manera que siempre
es posible encontrar un valor intermedio entre otros dos. Las personas no estamos
separadas unas de otras por diferencias esenciales, sino que formamos una serie
gradual.
,
Tenemos un punto de partida inicial, en el que todas tenemos
un cerebro, dos tetillas y un tubérculo genital, que luego se desarrollarán en
unas personas más y en otras menos, en sentido masculino, femenino o ambiguo.
En general, todos los aspectos de la sexuación son
convergentes en sentido femenino o masculino; apariencia corporal, estructura
cerebral o neurocentral, conducta de género, identidad de género, sexualidad
(conducta biológicamente determinada), orientación sexual (a quién se desea),
son en la mayoría de las personas o bien femeninas o bien masculinas, aunque
haya una gradación en estas cualidades.
Hay una minoría de personas en quienes la apariencia
corporal y la estructura neurocentral están más o menos cruzadas y ésta genera
conductas de género, identidades, sexualidades y orientaciones más o menos cruzadas.
Somos las personas que nos podemos llamar transexuales biológicas.
Observamos algunos matices también en la transexualidad, que
creo que se deben a las diferencias de la androgenación cerebral. Cuando ha
sido muy cruzada en intensidad en personas XX y en escasez en personas XY, genera conductas e identidades de género cruzadas
muy tempranas (por conciencia de la propia naturaleza), y muy frecuentemente,
una orientación cruzada. Son las personas que corresponden a los esquemas I y
III.
Cuando la androgenación cerebral ha sido algo cruzada en
intensidad en personas XX y en escasez en personas XY, genera conductas e identidades
ambiguas, de las que se suele tomar conciencia unos años después, y muy
frecuentemente, una orientación lineal. Son las personas que corresponden a los
esquemas II y IV.
Hay también personas transexuales cuya manera de ser no parece
estar condicionada por la biología de la
androgenación cerebral, sino por hechos biográficos muy tempranos y profundos
que pueden generar identidades de género cruzadas. Son las personas que
corresponden al esquema V, que se parecen mucho a las personas feminófilas que
corresponden al esquema VI.
Estos esquemas no son cerrados, sino abiertos, como partes
de un continuo. Hay personas que coinciden casi plenamente o plenamente con lo
que describo en unos y otros. Y personas que se encuentran más o menos en dos a
lo vez, más cerca del uno o más cerca del otro. Esto se debe al mismo proceso
de abs-tracción, que consiste en traer lo
común en las diversas realidades existentes, las distintas personas, y
siempre habrá en nosotras, las personas, en nosotros, los seres, una
singularidad que será lo que nos hace úniques.
= = = =
ESQUEMA I: VARONES XX
MASCULINOS
(CEREBROS MUY ANDROGENIZADOS)
(Son una gran mayoría entre los trans masculinos)
=Son varones cerebrales o mentales muy definidos, que se han
sentido varones desde su primera niñez; han jugado a juegos combativos, rudos,
de equipo, muy activos, muy de sudar, y han preferido la compañía de otros
niños varones; se han negado a ponerse ropa de niña, incluso avergonzados; a
veces, han sido líderes en su pandilla o en su clase; suelen ser muy
ginesexuales (amantes de la mujer) también desde siempre, incluso con fantasías
protectoras de la mujer, tipo Tarzán y Jane.
En la pubertad, la
sienten como un automatismo corporal extraño y angustioso, como una vergüenza
que dificulta las perspectivas personales; les horroriza la regla y la
fatalidad de la formación de los pechos, necesitando fajarse y en cuanto sea
posible, seguir un proceso endocrino/quirúrgico; desean sobre todo la
mastectomía, que los hace socialmente libres; después, la histerectomía, sobre
todo por recomendación médica, y finalmente, la metaidoioplastia, o desarrollo
plástico del órgano penianoclitorideo, siendo capaz de plena sensibilidad y
erección o la faloplastia, más apariencial; en poco tiempo se estima que serán
posibles los autotransplantes penianos desarrollados con células madre.
El tratamiento de andrógenos suele sorprenderles con un
aumento de su acometividad, que deben aprender a controlar; pueden manifestar,
con placer y orgullo, actitudes muy dominantes, que pueden llegar a ser
machistas.
Su inserción social, gracias a la maduración masculina de la
voz, de la musculatura, del vello corporal, de la barba, suele ser perfecta.
El incremento de la líbido gracias a los andrógenos,
estimula sus relaciones sexuales. El prestigio social masculino que pueden
adquirir refuerza esta manera de ser. Pueden formar parejas estables con
mujeres, con mucha facilidad.
= = = =
ESQUEMA II: INTERSEX XX MASCULINIZANTES
(CEREBROS ANDROGENIZADOS)
(Son una minoría real entre los varones trans)
=Sienten desde siempre
una admiración absorbente por los varones, que les lleva a querer ser
como ellos, a estar con ellos, como audaz compañero de audacias. Mantienen sin
embargo una identidad y actitud de género vacilante, pues dudan acerca de sus
sentimientos, si son de amor o de simple emulación. Han podido dudar entre la
ropa femenina y la masculina, por esta vacilación acerca de su naturaleza y
entre ambas identidades.
Frecuentemente son androsexuales, compartiendo con gusto los
valores masculinos y las formas de género correspondientes. Pero también
distinguen entre la admiración y el amor y pueden ser fervientemente
ginesexuales. Pueden a menudo embarcarse en experiencias bisexuales.
Los que son androsexuales se identifican a menudo como gays,
manteniéndose en su masculinidad de género para encontrar pareja con otros
gays.
Pueden decidir hormonarse y operarse, o no operarse ni
hormonarse y sin embargo asumir una identidad masculina. La operaciones más
deseadas suelen ser la mastectomía y la histerectomía, pero puede prescindirse
de la faloplastia, que a la espera de posibles autotransplantes con células
madre pueden sentir como insuficientes.
Hay quienes asumen plenamente un nombre masculino, una
identidad masculina, una ropa masculina y ninguna modificación corporal,
siguiendo plenamente un programa transgénero.
Su flexibilidad de género es muy notable; una vez que han
asumido el género masculino, e incluso se han hormonado, pueden asumir un
embarazo, como fue el caso de Thomas Beatie.
= = = =
ESQUEMA III: MUJERES XY FEMENINAS
(CEREBROS MUY POCO ANDROGENIZADOS)
(Quizás sean las más
numerosas entre las mujeres trans; la secuencia de su experiencia suele ser
así: identidad femenina temprana – represión – seudomasculinización -
seudoidentidad gay – retorno de la primera identidad)
=Son mujeres mentalmente, de manera muy clara, en
sentimientos, gustos, preferencias, afinidades; unas lo saben desde siempre, o
muy temprano, desde los tres o cuatro, cuando dicen “soy una niña” o “me
gustaría ser una niña”; otras veces no se han dado cuenta. Prefieren jugar con
muñecas, a peinarlas y vestirlas, juegos de niña y con niñas; aunque no se
hayan dado cuenta, les gustan las princesas, las sirenas, las protagonistas de
dibujos animados, incluso les gustaría vestir como ellas, seguir su estilo.
También la mayor parte de ellas son androsexuales, como la
mayor parte de las mujeres. Se han enamorado calladamente de compañeros de
colegio. Una minoría, como también pasa entre las mujeres, pueden ser
ginesexuales, con un sentimiento de afinidad que se convierte en amor.
Suelen ser cuestiones de género (conducta, arreglo, ropa),
de sexualidad (pasividad) y de
orientación (cuando son androsexuales), pero no de genitalidad, cuando por haber empezado a comprender su identidad
en una edad muy temprana, no han prestado
atención a los genitales, por lo que al ser mayores, saben que su feminidad es
independiente de su genitalidad y no necesitan operarse; pero si se ha pensado,
desde la primera edad, que los genitales eran significativos, se ha esperado
que con el tiempo se cayeran, o se pensara en automutilarse, incluso con una
tijera; llegado el momento, desean operarse.
Estas niñas, sean androsexuales o ginesexuales, por su
manera de ser, su gentileza y delicadeza, pueden soportar un acoso escolar muy
fuerte, o incluso familiar, que puede hacerles comprender las dificultades que
pueden encontrar. Esto les puede llevar
a angustiarse y avergonzarse por si manera de ser , por lo que la mayor parte
de ellas, hasta ahora, han sufrido una represión acompañada por un intento de
normalización y fingida masculinización.
(Posible represión/autorrepresión por presión social)
Por esto, han roto fotografías que les mostraban su lado
femenino o se han olvidado de todo lo que les avergonzaba. Esta represión es
tan fuerte que, al ser mayores, tienen que preguntar a veces a sus madres por
los recuerdos que han olvidado.
La represión y la autorrepresión es una de las
características más frecuentes y fundamentales en estas niñas.
Cuando han superado lo más fuerte de la represión, la
tendencia al olvido, pueden ser conscientes de su manera de ser y de su
naturaleza femenina, por medio de una identidad femenina. Pero al llegar a la
pubertad, quienes son androsexuales deben saber qué es lo más importante para
ellas, la orientación o la identidad.
Como son muy femeninas, sus sentimientos hacia la feminidad
son los de normalidad. En cambio, sus nuevos sentimientos hacia los varones,
son embriagadores.
Con el tiempo, pueden ya comprender que una mujer trans
suele encontrar que, si las relaciones cortas con los varones son muy deseadas,
es todavía, por razones culturales, que las relaciones estables, con muchos de
ellos, homos o heteros, son más
difíciles que las de los gays.
Entonces puede planteárseles el dilema de sacrificar su
identidad con tal de que les sea más fácil amar y ser amada por un varón.
Muchas lo intentan, llegando a la fórmula “me siento mujer, pero no necesito
vivir como mujer”, y con frecuencia llegan a un arreglo razonable consigo
mismas, pero no exento de tristeza.
Pueden haber encontrado una pareja gay que valore de ellas
su apariencia masculina y su feminidad. Pueden optar por una identidad queer o
por vestirse temporalmente. Pero echarán de menos la expresión plena de su
identidad y la aceptación por su pareja de su realidad más profunda.
En estas historias se pueden ver frecuentemente tres fases:
la primera, la niñez, en la que hay una conciencia espontánea de feminidad; la
segunda, después de la pubertad, de represión y masculinización; la tercera, en
una edad individualmente variable, de vuelta a la conciencia de feminidad.
En los primeros estudios de seguimiento, como los de Richard
Green, sobre 44 historias, a mediados del siglo XX, se estudiaron sólo las dos
primeras fases, durante quince años, con lo que constató, en un ambiente social
muy represivo, que tres cuartos tenían una conducta temporal gay, un cuarto,
una conducta temporal hetero, y sólo una persona se afirmaba trans; llegó a
pensarse que la conducta femenina XY en la niñez sería un predictor de
homosexualidad. Faltó por tanto un estudio de la tercera fase, mediante un
seguimiento por lo menos de veinte o veinticinco años, con lo que creo que los
resultados estadísticos habrían sido de mayor prevalencia de la transexualidad.
(Expresión social y no represión)
En el siglo XXI, empieza una situación radicalmente nueva,
por el apoyo parental: viven una niñez y preadolescencia femeninas; de acuerdo
con las recomendaciones de The Endocrine Society, “al primer signo de pubertad”
se les pueden aplicar bloqueadores de la pubertad, que son reversibles, con el
fin de mejorar su futura inserción social, sin que se masculinicen, y a una
edad temprana, si sigue demandándose, se puede comenzar la hormonación cruzada,
con lo que su feminización social puede ser muy definida.
Es preciso tener en cuenta siempre que las decisiones
definitivas corresponden a la persona transexual, en su progresiva maduración.
El momento más complejo es la llegada a la segunda fase, en la que las pasiones
adolescentes significan también la conciencia de las dificultades que se pueden
encontrar y pueden llevar al intento de experimentar la posibilidad de una vida
como aparente gay; es verdad que la identidad profunda no se modifica, pero
puede intentarse adaptarla a la realidad social; es “yo me siento mujer, pero
no necesito vivir como mujer”, que oí a un joven aparentemente masculino.
El Dr Domenico di Ceglie, ejerciendo en Londres, ya
explicaba en 2000, en el Coloquio Transiti, de Bolonia, cómo una persona trans
a la que había seguido durante su niñez, aceptada por su familia, integrada en
el colegio, creo recordar que habiendo seguido un tratamiento de bloqueo de la
pubertad, al llegar a los 18 años, cuando se esperaba que siguiese adelante,
“dio las gracias” y prefirió vivir masculinamente, en lo que hoy se puede
verque era una opción de segunda fase; el Dr Di Ceglie no lo sabía entonces y
terminó ahí su explicación, supongo que entendiéndola como el que ha sido
llamado “desistimiento”; hoy comenzamos a comprender que un seguimiento más
allá de aquellos 18 años plantea resultados abiertos, y entre ellos, la
posibilidad de la prevalencia de la identidad en una tercera fase.
El respeto parental de la libertad de la persona transexual
puede aconsejar que el bloqueo de la pubertad no se aplique al primer signo,
sino que aproveche la ventana que existe entre este primer signo y la
masculinización perceptible, de manera que la persona transexual pueda
experimentar esta pubertad y decidir con mayor conocimiento de causa; sin duda,
la entrada en esta fase requiere una gran cantidad de diálogo y de
explicaciones, preferibles profesionales.
Existe en efecto una pluralidad de opciones en esta segunda
fase, incluso hoy día, entre personas como la mencionada por el Dr Di Ceglie,
que habiendo vivido su niñez conforme al género femenino, prefieren en la
pubertad experimentar el masculino; después, habiéndolo experimentado, pueden
volver a su identidad femenina básica, o afianzarse en una apariencia
masculina, de acuerdo con el principio “soy mujer, pero no necesito vivir como
mujer”.
Hay que tener en cuenta los matices de la naturaleza trans,
que pueden variar individualmente incluso sobre esta base fundamental de
feminidad. Algunas personas pueden hallar parejas gays que valoren esa
feminidad fundamental dentro de una apariencia masculina; otras pueden
encontrar que su feminidad profunda de género es compatible con una sexualidad
masculina activa, penetrativa. Debe siempre respetarse la necesidad del
conocimiento de sí y de la decisión personal.
Puede resultar que,
después de una experiencia profunda de esta segunda fase, la persona transexual
decida volver a su identidad femenina, cuando ya se encuentre con problemas de
voz y otros de la apariencia masculina; pero esto se debe considerar que son
inconvenientes que son usuales para otras personas trans y que ceden ante la
importancia de haber decidido por sí su vuelta a su feminidad fundamental.
= = = =
ESQUEMA IV: INTERSEX
XY FEMINIZANTES
(CEREBROS POCO ANDROGENIZADOS)
(Somos una minoría de las trans femeninas, pero Colette
Chiland, sobre una demasiado pequeña muestra de 10 transexuales, ha observado
que somos personas solitarias, tímidas, introvertidas, que rechazamos la
masculinidad, y que podemos ser la mayoría de las que demandan una reasignación
genital. La secuencia de nuestra experiencia suele ser así: identidad masculina
o ambigua temprana – desajuste con los varones – negación de la masculinidad)
=Somos personas XY ambiguas, que en nuestra niñez hemos tenido
una identidad masculina pero una naturaleza sentimental, sensible, emotiva,
soñadora, nada activa, que nos ha hecho parecer femeninos. Hemos podido leer
mucho o jugado a juegos tranquilos, caseros, fantaseadores, con niñas más
fácilmente que con niños; la naturaleza semimasculina nos ha llevado a amar vehículos,
barquitos, aviones, trenes (fálicos) y extrañándonos las muñecas (a quienes
abrazar); interés por las casitas
alegres, floridas y rechazo de los juegos físicos; nos habrían resultado
extrañas tanto las muñecas de largos cabellos o vestidos vaporosos, o
princesas, como los muñecos duramente
masculinos, musculados y agresivos, que nos serían profundamente ajenos.
La persona trans puede desear verse como grácil, de
facciones suaves, delicada, sensible… Es
una cuestión de género más indefinido (conducta), compatible con una identidad
masculina imprecisa o ambigua; lo más
definido es la negación de la genitalidad masculina, sentida como extraña o
ajena, inadecuada, incomprensible; en la pubertad, sus funciones parecen un
automatismo distinto de la propia personalidad, que crea placeres indeseados;
son una forma acometedora que no tiene que ver con la que se entendería como
normal en el propio cuerpo. La forma más adecuada tendría que ser más suave y tranquila, más
conforme con la propia manera de ser.
El rechazo crea un deseo de liberación de las formas
extrañas que es personal, referido a la imagen que se tiene de sí, no social,
no tiene que ver con conveniencias de amor ni sexuales; muchas de estas personas aceptan o
aceptaríamos una reasignación genital sin cambio de género; “si me hubieran
puesto como condición para operarme tenerme que ir a una isla desierta, hubiera
aceptado”. Porque lo que se desea es una coherencia consigo.
La explicación de esta voluntad procede a mi entender de una
autoimagen corporal, profunda, cerebral, distinta de la realidad corporal perceptible. Es tan
intensa que sólo se puede comparar con el horror del rechazo a la pubertad
femenina, propio de los trans masculinos.
Por la coexistencia de una identidad masculina y la
necesidad de reasignación, estas personas transexuales pueden tener
dificultades para comprenderse, y optar finalmente por una identidad intersex o
ambigua.
(Inadaptación a los
varones)
Al crecer, podemos habernos sentido inadaptados a los
varones, tanto a nuestro padre como a otros niños. Podemos haber sido dados de
lado por ambiguos o por mariquitas, inseguros y tímidos. Puede que hayamos
sentido la necesidad de un “hermano mayor”, un niño algo mayor que nos hubiera
dado su afecto y nos hubiera enseñado a vivir. Puede también que hayamos jugado
con niñas, a juegos tranquilos (no de niñas), mejor que con niños, alborotados,
combativos.
Todo esto puede habernos causado una necesidad de valoración
masculina, un hambre de cariño y seguridad, un deseo de respeto por las
imágenes paternas, que se acerca a la androsexualidad, acompañando a una
ginesexualidad básica, aunque poco definida.
En nuestro ambiente binario, la inadaptación masculina puede
crear la reflexión de que habría sido posible una mejor adaptación femenina,
entendida como un refugio o acogida, en la que esta naturaleza sería mejor
entendida y aceptada.
Conviene, en este refugio social en la feminidad, tomar
modelos no binarios, ambiguos, más personales; en nuestra cultura, que no los
sabe entender, puede llegarse a una identidad social femenina, consciente de su
ambigüedad.
(El Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo)
Años después, en estas personas trans femeninas, su
ginesexualidad básica les puede llevar a un Deseo de Fusión con la Imagen de la
Mujer en el Espejo, palabras que escribo con mayúsculas porque todas ellas se
relacionan de una manera fija.
=Es Deseo, porque tiene un elemento de excitación;
=es de Fusión, porque quiero ser yo y a la vez como otra
persona;
=es de Imagen, porque hago mía una imagen, superficial;
=es de la Mujer, con mayúscula, porque no es la de una mujer
cualquiera, es la de una Mujer arquetípica, joven y bella;
=y es en el Espejo, porque esta imagen se forma en un
espejo, o una fotografía, superponiéndose la figura de mi persona, y la de esa
Mujer, transformándome en ella.
Este Deseo tiene el mérito de dar de mí una imagen
atractiva, yo que suelo creer que no la tengo, por el rechazo masculino que he
podido sufrir; además, la imagen de mujer me hace sentir que puedo ser deseada,
valorada, admirada, querida.
También es estimulante, al sacarme de la depresión en la que
he podido estar, y hacerme querer salir, arreglarme, coquetear, vivir.
Lo que consiga con esto, amigos, amores, alegrías, será lo
que pueda darme este Deseo, al pasar de lo abstracto a lo concreto.
En estas personas trans, el deseo de fusión es compartido
con la feminofilia, incluso en la erótica y en el aspecto de cansancio que
acompaña a toda erótica y su carácter cíclico; pero se distingue en que esta
erótica es secundaria y accesoria en relación con la negación de la
masculinidad, que es lo primario, lo más importante.
Por otra parte, la hipoandrogenia que está en la base de
esta manera de ser hace que el deseo de
fusión sea menos por las formas de la mujer y más por sus formas de vida,
siendo más bien existencial, social y personal; puede incluir un deseo de
sumisión sexual y sus fantasías correspondientes (independiente de la realidad
de la vida social)
Pero el Deseo no suele subsistir en su forma intensa, porque
la imagen que crea no es la real mía, sino un sueño. Puede subsistir en cambio
en forma atenuada. Es estimulante pasar ante un escaparate y verse como mujer o
ver en la propia sombra una imagen de mujer, ya hecho el cambio, o ver una
fotografía de sí misma, o mirarse directamente en el espejo casero y ver la
propia imagen transformada. Aunque sería más intenso y fuerte ver una imagen de
la propia ambigüedad si fuera posible; no es fácil en nuestra cultura.
= = = =
ESQUEMA V: TRANSEXUALES FEMINIZANTES XY, SIN IDENTIDAD
MASCULINA
(BIOGRAFÍA NO MASCULINA)
(Pueden ser también una minoría dentro de las trans
femeninas)
=Hay personas transexuales XY que viven absolutamente
fascinadas por la feminidad; no les interesa la masculinidad en sí mismas ni en
otras personas; desde muy pequeñas, han podido pensar, al ver a otras niñas,
“yo quiero ser así”; han podido ser poco masculinas. Han tomado como modelo a
su madre, como ejemplo y refugio; puede ser que hayan tenido problemas muy
fuertes con su padre, que han podido ser
hostiles hacia ellas, e incluso hacia sus madres, hasta el punto de no poder
mantener ningún afecto hacia el padre, no valorar ni en una pizca la
masculinidad paterna que debería haber sido ejemplar. Trauma confirmable por
una fuerte androfobia.
Esta identificación y desidentificación llevan a una
sentimentalidad ansiosa de la compañía femenina. No tienen que tener orígenes
biológicos, sino sólo biográficos. Puesto el interés y la atención sólo en las
mujeres, no encuentra tampoco la barrera de afectividad intermasculina que en
los varones heteros pone un límite a su absorción en la mujer y al Deseo de Fusión
con la Imagen de la Mujer en el Espejo.
En estas transexuales XY por razones biográficas el sentimiento
de fusión se diferencia de las mujeres XY o les intersex XY, en que es mucho
más intenso en las primeras, mucho más absorbente. En ellas, su orientación se
convierte en su identidad; su
ginesexualidad llega a ser su ser, de manera parecida a lo que decía Klimt:
“Soy color… soy pintor”
En su niñez, su conducta de género suele ser corriente, por
lo que no son acosadas en la edad
escolar, y pueden compartir juegos rudos con sus compañeros, aunque sin
empatizar con ellos.
En su pubertad, su manera de ser se hace intensa, casi
extática, sin contradicción con ninguna otra parte de su mente. Pueden
enamorarse de alguna muchacha, y más adelante puede desear casarse con ella y
ser feliz por la oportunidad de vivir con una mujer, aunque esto signifique
algunas limitaciones para su identidad.
Sin embargo, a solas, por ejemplo en la ducha, puede
rechazar los genitales y desear la cirugía de reasignación, para culminar esta
fusión.
La compañía de una mujer puede hacerle relativizar este
deseo de fusión. Toda su vida gira en torno al deseo de compañía, a la
necesidad de una mujer real en su vida, que cumpla la función de cariño que le
dio su madre. Pero aun en esta compañía pueden desear vestirse de mujer para
vivir en la práctica, aun ocasionalmente, su identificación.
No teniendo identidad masculina y siendo ginesexual, todos
los aspectos de la vida personal quedan eróticamente feminizados, lo que los hace
personalmente atractivos. Se vive en un sueño de feminidad generalizada. Puede
ser que si hay un matrimonio ginesexual, los hijos varones no sean valorados y
en cambio lo sean, muchísimo, las hijas.
La falta de la compañía de la mujer puede hacerle desear la
transición, para que el cambio de género y en su caso de genitales mimetice a
la mujer, para sentir en sí misma ese “color” que ama y que es.
Por cierto, aunque disminuya la líbido con la hormonación y
la cirugía, las cuestiones de identidad/fusión hacen que el proceso transexual
se mantenga estable; pueden ser mujeres no penetrativas, conformándose incluso
con una compañía contemplativa, platónica pero gozosa, que desean fervientemente.
Esta manera de ser se parece a la feminofilia, incluso en la
erótica del Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo y en el
aspecto de cansancio que acompaña a toda erótica y su carácter cíclico; pero se
distingue en que esta erótica va acompañada por una negación de la
masculinidad, que es el segundo factor en importancia.
= = = =
ESQUEMA VI: VARONES XY GINESEXUALES FASCINADOS POR LA IMAGEN
DE LA MUJER EN EL ESPEJO
(CEREBROS ANDROGENIZADOS, IDENTIDADES MASCULINAS, EROS DE FUSIÓN)
(Estas historias son las más numerosas de todas las que
viven experiencias de transición de género, en proporción quizá mayor de diez a
una)
=En una novela, de la que desgraciadamente no guardo en la
memoria el título ni el nombre del autor, italiano, se manifiesta una parte de
este sentimiento de una manera muy
bella. Un adolescente está enamorado de su prima. En un carnaval, buscando un
disfraz, sube al cuarto de ella, busca en su armario, y encuentra uno de sus
vestidos. Se lo pone y se mira en el espejo y en ese instante ve en él la
imagen de su prima, pues se le parece mucho.
La feminofilia es el nombre que se están dando a sí mismos
quienes antes fueron llamados transvestistas (desde los tiempos precursores de
Magnus Hirschfeld: “transvestitismus”)
Es un nombre que busca una definición más profunda para unos
hechos nombrados antes más trivialmente.
Son varones heteros que experimentan a fondo el Deseo de
Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo.
Como su identidad es masculina y hetera, forman una Imagen
de la Mujer, arquetípica, joven, bella y sensual, la mujer de sus deseos
primarios, imagen externa que no integra su personalidad interna.
Al superponerla sobre la propia imagen, genera un intenso
erotismo; en las redes, la diferencia entre personas feminófilas y transexuales
se puede ver en que en las primeras domina la coloración erótica y en las
segundas las cuestiones de identidad. En general, el Deseo de Fusión con la
Imagen de la Mujer en el Espejo se da en todas las personas ginesexuales, pero
en las feminófilas es la primera de sus motivaciones, mientras que en las
transgenéricas es la segunda, después de su identidad.
El intenso erotismo de la Imagen de la Mujer, de base
hetera, ginesexual, puede generar sin embargo a veces una seudoidentidad
androsexual, en la que se confirma el atractivo de la Imagen en otros varones,
llegando a relaciones con ellos fundadas en lo sadomaso.
La persona feminófila guarda como identidad general o como
identidad prevalente la masculina. Sin embargo, puede sentir como una expresión
de sus sentimientos adoptar una identidad secundaria, o dejarse llevar por una
forma personal que al cabo de un tiempo, quizá de horas, retorna a la identidad
principal.
Lo que define la feminofilia es la intensidad erótica de la
fusión con la Imagen de la Mujer como primer motivo de la sexualidad personal.
Se puede sentir, a veces, también como una ocasión de
distenderse. Es una forma de vida que sosiega y se asume como propia por esa
necesidad de dejar ir las tensiones acumuladas en una vida masculina demasiado
competitiva.
En todo caso se puede distinguir la feminofilia de una
transexualidad que no pueda realizarse a tiempo completo y necesite por lo
menos esta fórmula. En la transexualidad, se desea ser mujer; en la
feminofilia, se desea vestir como mujer, privilegiando la ropa interior, muy
sexy.
Por eso, mientras las personas transexuales feminizantes y
ginesexuales pueden llegar al cambio permanente de género o a la supresión de
los genitales masculinos con tal de hacer realidad la fusión permanente con la
Imagen de la Mujer en el Espejo, las personas feminófilas no quieren conseguir
un cambio permanente de género y la operación de genitales sería para ellas no
una adaptación, sino una mutilación.
Hay experiencias identitarias en unas y otras, consistentes
en ese deseo de fusión; absoluta, en las personas transexuales ginesexuales,
temporal en las feminófilas, dependiente de los ciclos de sus sentimientos de
fusión o de androafectividad.
Esta dimensión identitaria excluye que se trate de una
simple parafilia o asociación del deseo con objetos simbólicos. Está muy cerca
del “Yo soy tú” del amor extremo, incluso místico.
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Voy a mencionar un problema casi inexistente en las personas
trans femeninas, por sus bajas tasas de andrógenos, pero presente de distintas
maneras en los varones heteros y gays feminófilos y los varones trans
masculinos, cuyo deseo intenso depende de altas tasas de andrógenos, y puede
llevarles a priorizar la excitación sexual, como centro de sus vidas.
Puede llegarse a un pornoestilo de vida o una sexadicción, semejante
al de otros varones heteros o gays, en la que la persecución de la excitación
requiera como estimulantes el alcohol y otras drogas, un crescendo sadomasoquista,
y las prácticas de riesgo, y por tanto, una tendencia a la promiscuidad, la
soledad y la depresión.
Una de las soluciones es separar estrictamente identidad y
sexualidad. Vivir una vida masculina hetera y entender la propia sexualidad
como una afición que necesita ser expresada periódicamente. Edgar Hoover, muy
masculino jefe del FBI, era feminófilo parece que necesitaba ponerse vestidos
largos, de noche, incluso encima de sus ropas, para enfrentarse con mayor
tranquilidad a las situaciones de crisis, y lo hacía incluso en compañía de sus
subordinados, como quien recurre a un hobby.
Otra de las soluciones es procurar integrar ambas
dimensiones de la existencia, con plena consciencia de ambas. El deseo de
fusión es muy sexual, pues nace de la sexualidad masculina. La imagen corporal
idealizada de la persona feminófila o transvestista es muy sensual, llena de
líneas curvas, y figuran en ella, como parte necesaria, incluso en erección,
los genitales masculinos. La excitación que deriva de esta imagen tiende a
resolverse en uniones ginesexuales o androsexuales o trans.
Pero como hechos de excitación, también alternan con la
fatiga, en la cual reaparece la identidad masculina extrasexual, la capacidad
de trabajo y dedicación a otros fines, y que fundamenta un temperamento
cíclico.
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CERTEZAS Y DUDAS
Para la inmensa mayoría actual, que no hemos transitado en
nuestra niñez, la primera duda está en cuándo salimos del armario. La respuesta
empírica que puedo dar es la que dio un querido amigo a sus propias dudas sobre
el armario homosexual: cuando la necesidad de salir te hace decir un “¡basta
ya!”
Esta decisión es la única que puede poner audacia junto a la
necesaria prudencia.
La hormonación también puede crear muchas dudas. Pero se
pueden resolver si se la ve como un ensayo general, pero que durante mucho
tiempo es reversible. Se experimenta y se decide si se sigue adelante o no se
sigue.
Experimentar con la hormonación supone la experiencia
personal sobre si se acepta esta evolución de la sexualidad o se para, por lo
menos de momento, o se modula, siguiendo unos productos u otros, o según
técnicas selectivas sobre el tipo de hormonación, que ya se emplean, y que
pueden transformar la apariencia personal, pero no las funciones genitales, por
ejemplo.
La hormonación debe hacerse siempre bajo supervisión médica.
Es inútil y contraproducente la automedicación, sobre todo en grandes dosis,
cuando el exceso de hormonas no es asimilado por el cuerpo, como el exceso de
azúcar queda sin disolver en el té o el café; pero este exceso puede fatigar
excesivamente al hígado. Por otra parte, el equilibrio endocrinológico de cada
persona es sutil: una amiga desarrolló, en medio de su transición, un exceso de
prolactina, una hiperprolactinemia; su médico interrumpió de momento la
hormonación, corrigió la hiperprolactinemia, y siguió adelante.
Las decisiones sobre la cirugía de genitales son las que deben
meditarse más.
Puede hacerse un experimento mental: Supongamos que puedo
operarme, pero me ponen la condición de que tengo que irme después a vivir en
una isla desierta el resto de mi vida. ¿Lo haría?
La respuesta “sí” indica que la primera motivación es
completamente personal, de que “lo haría sobre todo por mí”, fuera de cualquier
consideración social. Esto permite despejar dudas, pues se puede comprobar que
la voluntad de operación es firme, entendida como una adecuación a los propios
sentimientos, no como una mutilación.
La respuesta “no” en cambio aconseja no operarse, puesto que
las consideraciones sociales pueden ser fluctuantes y, en cambio, se
emprendería un cambio corporal no deseado por sí mismo, que podría sentirse en el futuro como una mutilación.
Otra pregunta posible, muy real e incluso relativamente
frecuente, es ésta: “¿Te operarías aunque no pudieses cambiar de género?”
Hay circunstancias que impiden cambiar de género social
(hijos en la adolescencia, responsabilidades familiares, económicas, laborales,
etcétera)
Responder que sí a esta pregunta, significa que la operación
es prioritaria, y que puede emprenderse el cambio quirúrgico, que será por
tanto conocido sólo por ella misma, y entendida como el mínimo suficiente Equivale
a decirse que “es, sobre todo, para mí”, como en la suposición de la isla.
En esta manera de sentir, la importantísima interacción
social, resulta sin embargo secundaria. Yo misma hubiera emprendido en la
práctica esta operación si mis responsabilidades me hubieran impedido cambiar
de género, como temía, y hubiera significado una profunda alegría para mí, muy
equilibradora; esa circunstancia permite
comprobar además que para las personas que sentimos así, el cambio de genitales
es mucho más importante que el cambio de género.
Otra pregunta, también con valor práctico, que corresponde a
las dudas reales de muchas personas trans: “¿Estarías dispuesta a operarte si
supieras que perderías todas las posibilidades de orgasmo; o si supieras que
ibas a perder la libido del todo?” La
realidad es más suave, siguen existiendo los orgasmos, aunque son menos
frecuentes, y existe la líbido, gracias a los andrógenos suprarrenales. Pero la
suposición extrema ayuda a tomar la decisión.
La respuesta “sí” indicaría que el deseo de la operación
prepondera incluso sobre el deseo sexual. Cuando se siente así, la operación se
pone por encima de cualquier otra
consideración. La respuesta “no” me parece que se está expresando que la
persona está presionada socialmente y que no la desea por sí misma. La voluntad personal, sea cual sea, es lo más
importante en las transiciones trans. Es la que puede permitir sentir que se
está haciendo lo que se desea y la que puede dar esa sensación de paz y
bienestar que produce la experiencia trans.
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PERSONALIZACIÓN
Un tratamiento hormonal necesario influyó en mi gestación.
Mi madre me lo resumió en su extrema vejez: “Sí, pero te salvó la vida”.
Estaba perdiendo un hijo tras otro, por matriz infantil o
útero hipoplásico, una afección muy rara, que produce muchos abortos, cinco
desde que se casó con 19 años en 1938, a 1940, con 21, hasta que el Dr Gálvez
Ginachero, de Málaga, le prescribió Progynon [Depot], de Schering, “recién
inventado”, me decía mi madre, en realidad desde 1928, doce años antes,
valerato de estradiol, el primer estrógeno u hormona femenina en farmacia,
inyecciones de 10 mg. Esperándome desde mediados de junio, 1940, en cuanto lo
supo, ¿cuándo?, mi madre detuvo el tratamiento. Entre dosis y dosis, el efecto depot
dura unas cuatro semanas.
En 1991 compré un texto de divulgación, de Anne Moir y David
Jessel, “El sexo en el cerebro”. Hay pruebas, dicen, de que el sexo cerebral
supone una gradación, un continuo; más andrógenos en la matriz, más masculina
la conducta; menos andrógenos, más femenina (página 41). Moir y Jessel cuentan que la madre de “Jim”
tuvo que tomar otra hormona femenina, el dietilestribestrol, porque su diabetes
le provocaba también abortos. Jim era un muchacho tímido, que no sabía
defenderse, tratado como mariquita en clase y cuya heterosexualidad había
quedado difuminada, a diferencia todo de su hermano mayor Larry, en cuyo
embarazo no fue necesaria la hormonación (páginas 42 y 43)
¿Cuatro años?: “Qué niño tan guapo! Qué lástima que no sea
una niña!”
¿Cinco?: “Mamá me quiere a mí y papá a ti”
¿Diez?: “Si yo hubiera nacido niña y hubiera tenido que
venir a este colegio, habría sido mucho más feliz”
¿Catorce?: “No quiero ser contado entre los hombres”
El 12.IX.1960, con diecinueve años, puse por escrito lo que
sentía desde cuatro o cinco años antes:
“Esta mañana, al ir a bajar a la playa, he vuelto a ver mi
sexo en el espejo, mientras me ponía el bañador. Es una cosa fea; ajena a mí y
a mi personalidad. Mi “yo” termina donde empiezan los genitales. De lo que se
llama sexualidad, sólo me pertenece lo que más extendido y difuminado está en
todo mi cuerpo: la voluptuosidad. El sexo es postizo, me avergüenzo de él, me
disgusta, le aborrezco (…) este sexo ajeno es algo que repugna a mi
voluptuosidad, al amor que siento por mi
cuerpo suave y mis facciones delicadas (…) de la misma manera con que me
repugna el vello de mis axilas, la barba de mi cara, el vello de mis piernas.
Por ello, estoy ansioso de someterme a un tratamiento de hormonas (...)