Kim Pérez
Diciembre, 1966-Enero, 1967
Pongo este fragmento de diario aquí, porque entrega alguna información de lo que podía ser la transexualidad hace cincuenta años. La palabra empezaba a extenderse desde los EEUU. Lo usual, en Francia, era la palabra travesti. En España, bajo la dictadura, la transexualidad existía en la marginalidad o no podía expresarse (aunque, por lo menods, pude hablar de ella unos meses después)
Mi naturaleza ambigua
o femenina a mi manera, estaba dividida en dos, porque nuestra cultura era
binarista de sexogénero y por eso yo vacilaba entre una identidad femenina y otra
masculina, aunque ya empezaba a verme a mí misma.
Ese año había dejado mis estudios
y me había puesto a trabajar en la librería de mis amigos, donde seguí más o
menos un año. Una pequeña parte de lo que escribí estaba basada, por fin, en
esa realidad; pero la mayor parte son imaginaciones reales; sueños sobre lo que
podría ser mi vida. Otra parte no la he copiado porque no está conseguida.
18.XI.1966. Veinticinco años.
Sí, me ha pedido “Fabrizio Lupo”,
de Carlo Coccioli, ese libro que yo he leído [una novela homosexual] Es la primera maravilla que la librería me
ofrece, porque, si lo miro bien, tiene la misma cara de Fabrizio Lupo e incluso
la misma cara de Jacques [personaje de un relato que escribí] Tiene pequeños
granillos en la cara que estoy dispuesto a amar. ¿Volverá? Ha dicho que le
gusta pasar a menudo por la librería.
Estoy en la música, incluso si no
encuentro qué palabras dar a mis canciones. Al volver, yo cantaba como en
Estocolmo [sola] y muchas otras veces tengo miedo del sostenido de esta música. La felicidad me aflige con su
perfección y su excitación, tengo miedo de que decaiga. Lo único que me
sostiene, lo que me devuelve la felicidad, es la vida y el cuerpo de las
personas. He sufrido hoy y hace tiempo mucha felicidad fugitiva, pero hay la
novela y todas las posibilidades de este desconocido que ha llegado hoy y que
ha dicho que volverá.
26.XI.1966
Después de algunas horas de
quejas, expresas o tácitas, estaba enojado; de pronto, tuve la imagen de
Ignacio, el hombre que sabe valientemente trabajar y conservar un humor igual.
Mantener el sitio con dignidad, incluso si no se recibe nada de apreciable,
debe bastar. Tranquilo, bien plantado sobre las piernas, sonriendo en el
aburrimiento y las pequeñas miserias de la vida cotidiana. Por tanto, el
esfuerzo significa algo, porque pienso que si la calma parece nutrirse de sí
misma, en realidad saca su energía de otra parte.
27.XI.1966
Tengo el cerebro lleno de
memorias de ti y de tu casa, aunque no
os haya nunca visto. Yo sé distinguir de hecho lo que amo. No hay brizna
de yedra de la que no supiera decir si pertenece a tu cortejo.
Metiendo las manos en la yedra la
he encontrado húmeda, con la humedad y las lágrimas de la noche. A su lado, los escalones están hechos para
sentarse sobre su piedra gris. ¿Dónde pondremos nosotros los ojos cuando
estemos ahí?
Tu sangre viene de carnes
extrañas. A veces, no te sabría reconocer cuando te mirase. Si el color de tus
ojos es azul, el país del que son la bandera será para mí tan ancho y temible
como mi ignorancia. A veces, tu música nueva llegará hasta mí.
Abriremos las puertas de hierro
de nuestra residencia por turnos, una vez por la mañana, otra por la tarde, y
al fin nuestra música habrá entrado completamente y sonará junta.
1.XII.1966
Afronto tu dulce naturaleza de
muchacha que viene de lavar, tus manos huelen aún a espuma, tu vestido es gris,
y el juego es difícil entre nosotras, porque tú eres mujer, tú eres costurera,
tienes un cerebro mucho más gris que el mío.
Hablemos pues de cualquier cosa
que tenga que ver con nuestra vida de hoy y de mañana… por ejemplo… pero tú
tienes la palabra.
Cuando voy a casa del Abuelo, me
entristece el hecho de que nada de lo que he conocido va a repetirse.
Verdaderamente, la vida se acaba
con la vida de cada uno. Yo había creído que el mundo de los mayores debía ser
encantador, lo miraba con los ojos muy abiertos, y cuando yo mismo me hice
grande, no encontré más que raramente las maravillas imaginadas en aquella
época. Pero a veces llegan! Mezcladas con cuánto miedo! ¿Por qué no hay apenas
momentos de posesión tranquila, el corazón abierto de par en par, simplemente?
Desde el presente, el porvenir o la vida de otros pueden parecer gloriosos, de raras conquistas y exquisitas
perfecciones, cuarenta años jamás perdidos, inmóviles, y desde el presente el
pasado es fácilmente fingido con logros parecidos.
Pero cuántas miserias en el
verdadero presente! Y sin embargo, es la vida verdadera. Entonces, vivir es
mezclar con buena voluntad y toda conciencia esos éxtasis codiciados y medio
alcanzados y estos abismos de fealdad y grisura, y agradecer vivamente las
músicas que a veces se instalan en nuestra alma y buscar la manera de
mantenerlas lo más habitualmente que posible
sea.
Entonces, esta Madame de Staël de
dos céntimos que soy, deja su pluma hoy y cierra el cuaderno, incluso si su
cerebro sigue en busca de una verdad más verdadera y más bella que la que acaba
de expresar.
19.XII.1966
The present story of my own life comienza
hoy con algunas sensaciones claras como la luz del sonido; ayer, Mikaela, una
cantante de largas axilas depiladas cantaba, saludaba al público con una
sonrisa feliz, porque, cuerpo de mujer, descote de mujer, era una mujer.
Algún niño grande que la miraba a
cientos de kilómetros, en el televisor, estaba convencido de que amaba a esa
mujer y de que no tenía casi ninguna gana de salir de la vida de las mujeres.
Maravilloso lugar donde es
importante la belleza, donde los brazos saben que el vestido sirve para cubrir
la silueta, donde el hombre es un gran círculo, muy grande y muy exterior.
En el pequeño palacio de las
mujeres, no se rehusa la entrada a esos niños grandes que los hombres rechazan
allí.
Es difícil ser hombre, aceptar
este desarraigo, esta violencia y esta autoridad apoyada sólo sobre sí misma
que hacen la masculinidad. Algunos de estos muchachos, grandes, con los ojos
muy obscuros y el rostro infantil, tienen un miedo inmenso a salir a este
terreno en el que los hombres encuentran el gran placer de la lucha. Entonces,
para aquéllos, las mujeres ofrecen su eterno refugio, su paz, su tranquilidad,
su bello disfrute de las maravillas que los otros aportan a los seres pasivos y
dulces, y el placer, que no es menor que el de los hombres luchadores, de
encontrarse dirigido por una fuerza que es ajena.
25.XII.1966
Voy a hacer a Yvonne, una
criatura que vive donde yo sé; loca de miedo, siempre aguijoneada por locas
inquietudes, los ojos abiertos mirando a la colina frontera; los ojos muy
abiertos.
Frente a su ventana, el gran
Viejo que es el viento toca todas las mañanas los árboles que crecen uno al
lado del otro; el Viento es azul, pero los árboles son obscuros; pureza de la
atmósfera con el encantamiento de una sola nube, e impureza de la cámara en la
que Yvonne entrelaza sus pensamientos.
Ella es reina, sin embargo, sobre
lo impuro y sobre lo limpio. El
aburrimiento, a veces, la lleva hacia las puertas de la muerte. Aburrimiento de
ella misma, pasado a los grandes granos de cal; reina sin embargo sobre el
gotear del agua que cae regularmente en la fuente que señala el tiempo y los
pensamientos.
6.I.1967
Qué pensarás de mí, en quien
tantas veces se han detenido por mi propia voluntad, cosas tuyas?
Tú has sido limpio como una noche
de luna ante mí, pero yo con frecuencia te he enredado, insólitamente.
Mi naturaleza es pues de alga, y
tú no has protestado nunca.
Oíste una música, quisiste
dársela a otra persona y como yo quise pararla, la paré y se quedó conmigo. ¿Lo
puedes aceptar, porque te gusta este turbio mundo de laberinto de arrecifes y
turbonadas de agua que soy yo? ¿Me aceptas, pues, de verdad? ¿Soy tu amigo
hasta el punto de que te quedas callado ante mis defectos?
21.I.1967
Si hay otra persona como yo en el
mundo, lo ignoro, en cuanto a mí, yo me conozco y conozco también las vías que
estoy habituada a recorrer, en fin, las que me gustaría recorrer.
En fin, tengo mi nombre, como la
calandria puede tenerlo, o una cajita sobre una mesa (el agua que cae de
madrugada en el plato de la fuente, con un color tan tierno como el del alba);
pero lo ignoro; sin embargo, si al doblar una esquina alguien lo pronunciara,
sabría reconocerlo sin duda.
Porque tengo largos cabellos
negros con briznas tan largas como un dia sin ti.
(Sin ti; te espero y toda mi
palidez de perla es una ventana de los ojos que te buscan)
En los lavabos, lavo mis manos,
lavo mi cara y levanto mis ojos para mirar el vacío que en el espejo está
todavía vacío.
Tendría que hacer sumas y otras
operaciones matemáticas para aceptar tu presencia, gran unidad de yeso, gran
fantasma, gran desconocido, gran sin barba, gran ávido de mí, en el otro lado
de mi avidez.
Saber decir: “dos más dos, igual
a uno” y olvidar estos lugares de encuentro (el tocador con mis horquillas y
mis extensiones), e irme, el corazón neto hacia tu madrugada de yeso.
Yo debería saber todo esto, pero
lo ignoro e ignoro cuánto tiempo lo ignoraré aún.
Así pues, estoy en mi tocador,
llena de esperas, mis manos en mis cabellos.
22.I.1967
Yo había recibido, para esta
ocasión de ir a la primera provincia que os describo, la gran alegría de
recibir un cuerpo de mujer. Esta mañana, me había despertado y había observado
de repente la delicadeza de mi silueta. Mi piel era bastante fina, de un color
más bien amarillo, porque soy moreno y mi sistema orgánico tiene siempre una
tendencia más bien hepática. Pero qué
alegría constatar mis cabellos largos, bastante largos desde luego como los de
una cantante que ha tenido tiempo para dejarlos crecer largamente, examinando
su crecimiento y vinculándolos a los minutos que cada pulgada había recibido y
recordaba la soledad, la esperanza, la compañía durante horas.
Mi cuerpo parecía más pequeño en
el espejo en que lo miraba.
De pronto, tuve la impresión de
que mi verdadera patria estaba en él; todo lo que yo era, el espejo lo
reflejaba en la silueta no muy grande
que yo era, con caderas relativamente anchas (incluso si mi estilo era más bien
el de un efebo), que se hacían más manifiestamente anchas aún, cuando yo alzaba
mis brazos.
La caída de mis cabellos sobre
mis hombros me asombraba; la sensación de esta caricia; mis hombros relativamente anchos que se
quedaban mejor si los echaba un poco hacia atrás; eso, los hombros muy
tirantes, daba a mi paso un aire de maniquí.
Y el brote y el redondeamiento de
mis dos senos, que terminaban en su punta en un color claro y tranquilo que se
parecía al del afecto; los dos senos me hacían además la impresión de reunir en
sus copas mi amor y mi ternura; eran la expresión de estos sentimientos que me
llevaban adelante; al mismo tiempo eran limitados y pasivos, forma que el
espejo reflejaba muy bien en su entera constitución.
Mis dedos eran bastante largos y
finos, ideales para poder sostener un vestido, una falda, para adaptarla
alrededor de mi cintura y para mostrar su color.
Eran, quizás, los de un pianista
o un pintor, pero bastante incapaces de mostrarse útiles en trabajos manuales,
verdaderamente débiles y torpes.
En cuanto a la cara, puedo
describirla en pocas palabras: mis ojos son grandes, mi nariz un poco larga y
fuerte, mi boca blanda, con labios redondos.
En fin, era yo, con toda la
apariencia de una muchacha, el alma demasiado complicada para atribuirle un
sexo definido, el estado civil sin embargo masculino, por la gracia de un sexo
que nunca he comprendido, que no he aceptado jamás y que me gustaría ver desaparecer alguna vez.
Pero debo revestir mi ropa de
hombre, mi pantalón, mis increíbles camisa y americana, vestirme con mi abrigo
y salir a la calle en busca de un trabajo que me era necesario para sobrevivir
y para vivir.