viernes, 13 de junio de 2014

Fragmento de un diario.


Kim Pérez

Diciembre, 1966-Enero, 1967

Pongo este fragmento de diario aquí, porque entrega alguna información de lo que podía ser la transexualidad hace cincuenta años. La palabra empezaba a extenderse desde los EEUU. Lo usual, en Francia, era la palabra travesti. En España, bajo la dictadura, la transexualidad existía en la marginalidad o no podía expresarse (aunque, por lo menods, pude hablar de ella unos meses después) 
Mi naturaleza ambigua o femenina a mi manera, estaba dividida en dos, porque nuestra cultura era binarista de sexogénero y por eso yo vacilaba entre una identidad femenina y otra masculina, aunque ya empezaba a verme a mí misma.
Ese año había dejado mis estudios y me había puesto a trabajar en la librería de mis amigos, donde seguí más o menos un año. Una pequeña parte de lo que escribí estaba basada, por fin, en esa realidad; pero la mayor parte son imaginaciones reales; sueños sobre lo que podría ser mi vida. Otra parte no la he copiado porque no está conseguida.

18.XI.1966. Veinticinco años.

Sí, me ha pedido “Fabrizio Lupo”, de Carlo Coccioli, ese libro que yo he leído [una novela homosexual]  Es la primera maravilla que la librería me ofrece, porque, si lo miro bien, tiene la misma cara de Fabrizio Lupo e incluso la misma cara de Jacques [personaje de un relato que escribí] Tiene pequeños granillos en la cara que estoy dispuesto a amar. ¿Volverá? Ha dicho que le gusta pasar a menudo por la librería.

Estoy en la música, incluso si no encuentro qué palabras dar a mis canciones. Al volver, yo cantaba como en Estocolmo [sola] y muchas otras veces tengo miedo del sostenido de  esta música. La felicidad me aflige con su perfección y su excitación, tengo miedo de que decaiga. Lo único que me sostiene, lo que me devuelve la felicidad, es la vida y el cuerpo de las personas. He sufrido hoy y hace tiempo mucha felicidad fugitiva, pero hay la novela y todas las posibilidades de este desconocido que ha llegado hoy y que ha dicho que volverá. 

26.XI.1966

Después de algunas horas de quejas, expresas o tácitas, estaba enojado; de pronto, tuve la imagen de Ignacio, el hombre que sabe valientemente trabajar y conservar un humor igual. Mantener el sitio con dignidad, incluso si no se recibe nada de apreciable, debe bastar. Tranquilo, bien plantado sobre las piernas, sonriendo en el aburrimiento y las pequeñas miserias de la vida cotidiana. Por tanto, el esfuerzo significa algo, porque pienso que si la calma parece nutrirse de sí misma, en realidad saca su energía de otra parte.

27.XI.1966

Tengo el cerebro lleno de memorias de ti y de tu casa, aunque no  os haya nunca visto. Yo sé distinguir de hecho lo que amo. No hay brizna de yedra de la que no supiera decir si pertenece a tu cortejo.

Metiendo las manos en la yedra la he encontrado húmeda, con la humedad y las lágrimas de la noche.  A su lado, los escalones están hechos para sentarse sobre su piedra gris. ¿Dónde pondremos nosotros los ojos cuando estemos ahí?

Tu sangre viene de carnes extrañas. A veces, no te sabría reconocer cuando te mirase. Si el color de tus ojos es azul, el país del que son la bandera será para mí tan ancho y temible como mi ignorancia. A veces, tu música nueva llegará hasta mí.

Abriremos las puertas de hierro de nuestra residencia por turnos, una vez por la mañana, otra por la tarde, y al fin nuestra música habrá entrado completamente y sonará junta.

1.XII.1966

Afronto tu dulce naturaleza de muchacha que viene de lavar, tus manos huelen aún a espuma, tu vestido es gris, y el juego es difícil entre nosotras, porque tú eres mujer, tú eres costurera, tienes un cerebro mucho más gris que el mío.

Hablemos pues de cualquier cosa que tenga que ver con nuestra vida de hoy y de mañana… por ejemplo… pero tú tienes la palabra.

Cuando voy a casa del Abuelo, me entristece el hecho de que nada de lo que he conocido va a repetirse.

Verdaderamente, la vida se acaba con la vida de cada uno. Yo había creído que el mundo de los mayores debía ser encantador, lo miraba con los ojos muy abiertos, y cuando yo mismo me hice grande, no encontré más que raramente las maravillas imaginadas en aquella época.  Pero a veces llegan! Mezcladas  con cuánto miedo! ¿Por qué no hay apenas momentos de posesión tranquila, el corazón abierto de par en par, simplemente? Desde el presente, el porvenir o la vida de otros pueden parecer gloriosos,  de raras conquistas y exquisitas perfecciones, cuarenta años jamás perdidos, inmóviles, y desde el presente el pasado es fácilmente fingido con logros parecidos.

Pero cuántas miserias en el verdadero presente! Y sin embargo, es la vida verdadera. Entonces, vivir es mezclar con buena voluntad y toda conciencia esos éxtasis codiciados y medio alcanzados y estos abismos de fealdad y grisura, y agradecer vivamente las músicas que a veces se instalan en nuestra alma y buscar la manera de mantenerlas lo más habitualmente que  posible sea.

Entonces, esta Madame de Staël de dos céntimos que soy, deja su pluma hoy y cierra el cuaderno, incluso si su cerebro sigue en busca de una verdad más verdadera y más bella que la que acaba de expresar.  

19.XII.1966

The present story of my own life comienza hoy con algunas sensaciones claras como la luz del sonido; ayer, Mikaela, una cantante de largas axilas depiladas cantaba, saludaba al público con una sonrisa feliz, porque, cuerpo de mujer, descote de mujer, era una mujer.

Algún niño grande que la miraba a cientos de kilómetros, en el televisor, estaba convencido de que amaba a esa mujer y de que no tenía casi ninguna gana de salir de la vida de las mujeres.

Maravilloso lugar donde es importante la belleza, donde los brazos saben que el vestido sirve para cubrir la silueta, donde el hombre es un gran círculo, muy grande y muy exterior.

En el pequeño palacio de las mujeres, no se rehusa la entrada a esos niños grandes que los hombres rechazan allí.

Es difícil ser hombre, aceptar este desarraigo, esta violencia y esta autoridad apoyada sólo sobre sí misma que hacen la masculinidad. Algunos de estos muchachos, grandes, con los ojos muy obscuros y el rostro infantil, tienen un miedo inmenso a salir a este terreno en el que los hombres encuentran el gran placer de la lucha. Entonces, para aquéllos, las mujeres ofrecen su eterno refugio, su paz, su tranquilidad, su bello disfrute de las maravillas que los otros aportan a los seres pasivos y dulces, y el placer, que no es menor que el de los hombres luchadores, de encontrarse dirigido por una fuerza que es ajena.

25.XII.1966

Voy a hacer a Yvonne, una criatura que vive donde yo sé; loca de miedo, siempre aguijoneada por locas inquietudes, los ojos abiertos mirando a la colina frontera; los ojos muy abiertos.

Frente a su ventana, el gran Viejo que es el viento toca todas las mañanas los árboles que crecen uno al lado del otro; el Viento es azul, pero los árboles son obscuros; pureza de la atmósfera con el encantamiento de una sola nube, e impureza de la cámara en la que Yvonne entrelaza sus pensamientos.

Ella es reina, sin embargo, sobre lo impuro y sobre lo limpio.  El aburrimiento, a veces, la lleva hacia las puertas de la muerte. Aburrimiento de ella misma, pasado a los grandes granos de cal; reina sin embargo sobre el gotear del agua que cae regularmente en la fuente que señala el tiempo y los pensamientos.

6.I.1967

Qué pensarás de mí, en quien tantas veces se han detenido por mi propia voluntad, cosas tuyas?

Tú has sido limpio como una noche de luna ante mí, pero yo con frecuencia te he enredado, insólitamente.

Mi naturaleza es pues de alga, y tú no has protestado nunca.

Oíste una música, quisiste dársela a otra persona y como yo quise pararla, la paré y se quedó conmigo. ¿Lo puedes aceptar, porque te gusta este turbio mundo de laberinto de arrecifes y turbonadas de agua que soy yo? ¿Me aceptas, pues, de verdad? ¿Soy tu amigo hasta el punto de que te quedas callado ante mis defectos?

21.I.1967

Si hay otra persona como yo en el mundo, lo ignoro, en cuanto a mí, yo me conozco y conozco también las vías que estoy habituada a recorrer, en fin, las que me gustaría recorrer.

En fin, tengo mi nombre, como la calandria puede tenerlo, o una cajita sobre una mesa (el agua que cae de madrugada en el plato de la fuente, con un color tan tierno como el del alba); pero lo ignoro; sin embargo, si al doblar una esquina alguien lo pronunciara, sabría reconocerlo sin duda.

Porque tengo largos cabellos negros con briznas tan largas como un dia sin ti.

(Sin ti; te espero y toda mi palidez de perla es una ventana de los ojos que te buscan)

En los lavabos, lavo mis manos, lavo mi cara y levanto mis ojos para mirar el vacío que en el espejo está todavía vacío.

Tendría que hacer sumas y otras operaciones matemáticas para aceptar tu presencia, gran unidad de yeso, gran fantasma, gran desconocido, gran sin barba, gran ávido de mí, en el otro lado de mi avidez.

Saber decir: “dos más dos, igual a uno” y olvidar estos lugares de encuentro (el tocador con mis horquillas y mis extensiones), e irme, el corazón neto hacia tu madrugada de yeso.

Yo debería saber todo esto, pero lo ignoro e ignoro cuánto tiempo lo ignoraré aún.

Así pues, estoy en mi tocador, llena de esperas, mis manos en mis cabellos.

22.I.1967

Yo había recibido, para esta ocasión de ir a la primera provincia que os describo, la gran alegría de recibir un cuerpo de mujer. Esta mañana, me había despertado y había observado de repente la delicadeza de mi silueta. Mi piel era bastante fina, de un color más bien amarillo, porque soy moreno y mi sistema orgánico tiene siempre una tendencia más bien hepática.  Pero qué alegría constatar mis cabellos largos, bastante largos desde luego como los de una cantante que ha tenido tiempo para dejarlos crecer largamente, examinando su crecimiento y vinculándolos a los minutos que cada pulgada había recibido y recordaba la soledad, la esperanza, la compañía durante horas.

Mi cuerpo parecía más pequeño en el espejo en que lo miraba.

De pronto, tuve la impresión de que mi verdadera patria estaba en él; todo lo que yo era, el espejo lo reflejaba  en la silueta no muy grande que yo era, con caderas relativamente anchas (incluso si mi estilo era más bien el de un efebo), que se hacían más manifiestamente anchas aún, cuando yo alzaba mis brazos.

La caída de mis cabellos sobre mis hombros me asombraba; la sensación de esta caricia;  mis hombros relativamente anchos que se quedaban mejor si los echaba un poco hacia atrás; eso, los hombros muy tirantes, daba a mi paso un aire de maniquí.

Y el brote y el redondeamiento de mis dos senos, que terminaban en su punta en un color claro y tranquilo que se parecía al del afecto; los dos senos me hacían además la impresión de reunir en sus copas mi amor y mi ternura; eran la expresión de estos sentimientos que me llevaban adelante; al mismo tiempo eran limitados y pasivos, forma que el espejo reflejaba muy bien en su entera constitución.

Mis dedos eran bastante largos y finos, ideales para poder sostener un vestido, una falda, para adaptarla alrededor de mi cintura y para mostrar su color.

Eran, quizás, los de un pianista o un pintor, pero bastante incapaces de mostrarse útiles en trabajos manuales, verdaderamente débiles y torpes.

En cuanto a la cara, puedo describirla en pocas palabras: mis ojos son grandes, mi nariz un poco larga y fuerte, mi boca blanda, con labios redondos.

En fin, era yo, con toda la apariencia de una muchacha, el alma demasiado complicada para atribuirle un sexo definido, el estado civil sin embargo masculino, por la gracia de un sexo que nunca he comprendido, que no he aceptado jamás y que me gustaría  ver desaparecer alguna vez.


Pero debo revestir mi ropa de hombre, mi pantalón, mis increíbles camisa y americana, vestirme con mi abrigo y salir a la calle en busca de un trabajo que me era necesario para sobrevivir y para vivir.