Por Kim Pérez
Actualizado, 26.XI.2013
Hablo aquí de las transexuales femeninas ginéfilas (amantes de la mujer hasta el punto de querer ser mujer) y de los varones heterosexuales feminófilos (amantes de la mujer hasta el punto de vestir como mujer)
También existen transexuales femeninas andrófilas (amantes del varón)
Los términos ginefilia y feminofilia son distintos y significan lo mismo: amor a la mujer.
Son distintos porque se emplean para designar de distinta manera las experiencias de transexuales femeninas y las de varones heterosexuales.
Las transexuales ginéfilas tienen identidad femenina, viven permanentemente como mujeres, se hormonan feminizándose y pueden llegar a operarse.
Los varones heterosexuales feminófilos tienen identidad masculina, heterosexual, viven la mayor parte del tiempo como varones y con frecuencia desean travestirse, lo que hacen con tanta eficacia cosmética, que incluso pueden salir como mujeres; pero después desean también volver a su identidad masculina.
Se parecen por tanto en su impulso fundamental: el amor a la mujer, hasta el punto de querer ser mujeres; y se diferencian en que este sentimiento en las transexuales ginéfilas es permanente y llena toda la vida, mientras que en los feminófilos es temporal, periódica, porque llena sólo una parte de su vida.
La diferencia entre personas feminófilas y transexuales ginéfilas está probablemente en que las primeras han tenido una experiencia grata en su relación de filiación con su padre, afectuoso y admirado, y en la de compañerismo con otros adolescentes; tengo la impresión de que, con estas relaciones, se aprende a ser varón, se enorgullece el niño de parecerse a su padre y, ya adolescente de ser recibido como igual por otros varones, encuentra su sitio entre ellos.
Estos sentimientos, por estar arraigados en la niñez y la adolescencia, quedan ya firmes para toda la vida; son sentimientos gratos, cuyo solo recuerdo alegra y llena el corazón.
Su función es formar una barrera de amor a sí mismo como varón frente a los incontenibles deseos de fusión absoluta que surgen con el amor sexual. Es, justamente, la literatura mística, literatura del amor perfecto, la que mejor expresa este ansia de fusión.
Hay un apólogo indio que cuenta cómo el amante llega una vez y otra a la cabaña de su amada. Ésta le dice: "¿Quién es?", y él responde "Soy yo", pero ella replica: "Vete, no te conozco". Él medita, y por fin sabe expresar lo que siente. Llega, llama, la mujer le dice: "¿Quién es?", y él responde: "Soy tú". "Pasa", dice ella.
O en España, los versos de San Juan de la Cruz: "Oh noche que juntaste/ amado con amada/ amada en el amado transformada!"
Este deseo de fusión es divino; pero en la vida corriente que tenemos que vivir es útil que amado y amada vuelvan a su ser, y esto lo consigue este sentimiento de afinidad con los semejantes, al que llamo homoafinidad.
Creo que en los feminófilos estos dos sentimientos complementarios se dan intensamente: el deseo de fusión con la mujer, apasionado, enloquecedor; y la vuelta a la tranquila, pero agradable identidad masculina.
En las transexuales, sin embargo, el sentimiento de homoafinidad no existe.
Pueden haber adorado a sus madres; y no es culpa de sus madres; el amor nace en cada persona a su manera; el modelo pueden haberlo tenido en ellas, sus gestos, sus palabras. Cuántas veces han tenido hermanos varones que las han querido de otra manera.
O pueden haberse criado en la ausencia, la lejanía o la hostilidad de su padre; no han sabido lo que es ser queridos ni cuidados por él; pueden hasta haberlo admirado, haber tenido nostalgia de él; pero no han recibido lo suficiente de él.
Con sus compañeros de clase las relaciones pueden haber sido normales, pero poco significativas, nada, en comparación con el amor vivido en sus casas, o decididamente malas, cuando han sido vistos como mimados, lloricas, etc
En resumen, ha faltado la experiencia de la homoafinidad. No han sentido la alegría ni el orgullo por ser de su género (que también pueden sentir las mujeres: "me gusta ser mujer") Entonces, no existe la barrera de homoafinidad para frenar el deseo de fusión. Y la fusión tiene lugar, permanente, estable, excitante o tranquila .
En las transexuales ginéfilas, la orientación es la identidad.
Lo que aman es lo que son.
Amor a la mujer hasta el punto de querer ser mujer; esto son; nada más que esto.
Puede parecer poca cosa; pero las edades no vuelven; tampoco vuelve lo que hemos podido vivir o no vivir en ellas. Si no hemos aprendido a ser varones, no lo seremos; si lo hemos aprendido, lo seremos. Muchas personas están en el límite del amor hasta la fusión con la mujer y el aprecio hacia sí mismos como hombres. Amor hasta la fusión: pocas personas tienen la ocasión de sentirlo.
Voy a estudiar aquí con detalle la vida de una mujer transexual ginéfila, cuya realidad sentimental puede servir para entender mejor la transexualidad ginéfila y la feminofilia.
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Hablo con una mujer trans que ha tenido suficiente confianza en mí como para contarme su historia a lo largo de muchos años de amistad y como para decirme que puedo contarla.
El resumen de la historia sentimental de esta mujer se puede resumir en estas palabras: amor a la mujer. Se podría decir incluso devoción. He visto su expresión extática, su sonrisa abierta, incontenible, al conocer a muchas mujeres, no trans y trans.
Su primer recuerdo, que debió de ser de muy pequeña, alrededor de los tres años, fue ver a un chiquillo hacer pis y a una niña; supo que no quería ser como el niño, aunque lo era, y que querría ser como la niña.
También recuerda que cuando unos y otras jugaban a novios y novias, o maridos y mujeres, ella se alejaba, lo que muestra que no quería participar en tal reparto de papeles.
Tuvo una madre a la que adoró, delicada, sensible, que “le enseñó todo lo bueno”, y un padre que fue todo lo contrario, temible; puede ser que la conciencia de su padre como antimodelo le produjera una imposibilidad de identificarse con él, un vacío de identidad, que necesitase ser colmado con la imagen materna, generalizada como imagen de la mujer.
Actualizado, 26.XI.2013
Hablo aquí de las transexuales femeninas ginéfilas (amantes de la mujer hasta el punto de querer ser mujer) y de los varones heterosexuales feminófilos (amantes de la mujer hasta el punto de vestir como mujer)
Estos sentimientos, por estar arraigados en la niñez y la adolescencia, quedan ya firmes para toda la vida; son sentimientos gratos, cuyo solo recuerdo alegra y llena el corazón.
Su función es formar una barrera de amor a sí mismo como varón frente a los incontenibles deseos de fusión absoluta que surgen con el amor sexual. Es, justamente, la literatura mística, literatura del amor perfecto, la que mejor expresa este ansia de fusión.
O en España, los versos de San Juan de la Cruz: "Oh noche que juntaste/ amado con amada/ amada en el amado transformada!"
Creo que en los feminófilos estos dos sentimientos complementarios se dan intensamente: el deseo de fusión con la mujer, apasionado, enloquecedor; y la vuelta a la tranquila, pero agradable identidad masculina.
En las transexuales, sin embargo, el sentimiento de homoafinidad no existe.
Pueden haber adorado a sus madres; y no es culpa de sus madres; el amor nace en cada persona a su manera; el modelo pueden haberlo tenido en ellas, sus gestos, sus palabras. Cuántas veces han tenido hermanos varones que las han querido de otra manera.
Con sus compañeros de clase las relaciones pueden haber sido normales, pero poco significativas, nada, en comparación con el amor vivido en sus casas, o decididamente malas, cuando han sido vistos como mimados, lloricas, etc
En resumen, ha faltado la experiencia de la homoafinidad. No han sentido la alegría ni el orgullo por ser de su género (que también pueden sentir las mujeres: "me gusta ser mujer") Entonces, no existe la barrera de homoafinidad para frenar el deseo de fusión. Y la fusión tiene lugar, permanente, estable, excitante o tranquila .
En las transexuales ginéfilas, la orientación es la identidad.
Lo que aman es lo que son.
Amor a la mujer hasta el punto de querer ser mujer; esto son; nada más que esto.
Puede parecer poca cosa; pero las edades no vuelven; tampoco vuelve lo que hemos podido vivir o no vivir en ellas. Si no hemos aprendido a ser varones, no lo seremos; si lo hemos aprendido, lo seremos. Muchas personas están en el límite del amor hasta la fusión con la mujer y el aprecio hacia sí mismos como hombres. Amor hasta la fusión: pocas personas tienen la ocasión de sentirlo.